Desconozco si en el cálculo de la tasa de ahorro que hace el INE omite el importe abonado por las hipotecas, pues también debería considerarse ahorro (siempre y cuando la vivienda haya sido adquirida por un valor razonable, pues se antoja difícil considerar ahorro el 100% de lo que una familia pagó por su piso en pleno pico de la burbuja, que posiblemente jamás recupere por completo). Lo que queda patente con esta gráfica es el movimiento contrario a la lógica de la tasa de ahorro de los hogares, que no tiene más causa que el miedo/euforia a corto plazo.
En el año 2007 y comienzos de 2008, la tasa de ahorro de los hogares se movía entre el 7,3 y el 5,8%, es decir, de cada 100 € de renta disponible, la media de hogares españoles destinaba al ahorro entre 7,3 € y 5,8 €. Estalló la crisis, y en plena época de despidos, recortes y noticias de rescate, la tasa de ahorro de los hogares subió hasta superar el 13%, y moverse en el intervalo del 9%-10% hasta finales de 2015. Desde entonces comenzó su descenso hasta el 6,5% de los últimos datos disponibles, moviéndose en rangos de 2007-2008 que se creían superados.
Cierto es que, si el cálculo se realiza sobre la renta disponible de los hogares, en los años de crisis ésta descendió, y sería preciso un mayor % de ahorro sobre la renta para conseguir el mismo importe ahorrado que en años con una mayor renta disponible. En cualquier caso, lo que nos indica es que, en los años que hay una mayor renta disponible, el hogar español medio disminuye el porcentaje destinado a ahorro, y en los años con menor renta disponible, destina más a ahorrar.
Esto tiene un importante significado, pues lo normal debería ser lo contrario. Una vez que el hogar medio ha cubierto sus necesidades básicas, una mayor renta disponible debería significar un mayor excedente, o lo que es lo mismo, un mayor % de ahorro. Si lo que podemos denominar necesidades básicas son prácticamente idénticas tanto si el ciclo es positivo como si es negativo, ¿dónde se pierde ese excedente sobre la renta disponible? No queda otra que pensar en el consumo. Todas las compras que se retrasan en los momentos de miedo tienen lugar cuando el optimismo vuelve a los hogares. La vida no se puede ver igual cuando hay miembros del hogar en situación de desempleo, o hijos en edad de trabajar en la misma situación, que cuando todos los miembros se encuentran ocupados y las perspectivas son positivas. También es cierto que para muchos gastos o proyectos se necesita cierto período de acumulación de capital, por lo que el aplazamiento del consumo no tiene más sentido que evitar la financiación bancaria.
El problema viene de que, tanto el consumo como la acumulación de capital, suelen llevarse a cabo cuando el entorno es más desfavorable para el hogar. Se aplaza el consumo cuando más baratos son los precios de los bienes, y se trata de acumular capital cuando menos renta disponible entra en el hogar. Si nos parásemos a pensar, y lo hiciésemos desde una perspectiva más global y largoplazista, veríamos cómo al acumular capital cuando mayor es la renta disponible no sólo estaríamos dejando de pagar sobreprecios por el consumo (endiéndase consumo por todo lo que no son necesidades básicas, gastos educativos, cuidados sanitarios,...etc), sino que también nos estaríamos preparando de la mejor manera para los períodos de menor renta disponible. Va a ser en este momento cuando el consumo se beneficie de precios más bajos.
Y no se trata de compararse con los demás o buscar una revancha (aguantar con un coche viejo mientras nuestros vecinos estrenan, para después comprar el último modelo cuando la nueva crisis lleve a muchos de ellos al paro). Esto es un asunto méramente individual, en el que las comparaciones y las revanchas son absurdas. De hecho, lo peor que podríamos hacer es actuar por influencia de los demás. Simplemente se trata de actuar con sentido común de la forma más beneficiosa para maximizar nuestras finanzas o, al menos, para que las finanzas nunca sean un verdadero impedimento en el desarrollo normal de nuestras vidas.
Pero, como vemos en la gráfica, no debe ser tan sencillo de llevar a la práctica. Al menos, no para la mayoría de hogares españoles. Todos sabemos lo que cuesta renunciar a aquello que quizá te puedas permitir hoy por podértelo permitir mañana, tal vez multiplicado por dos. Uno debiera ser capaz de aislarse de los comportamientos ajenos, o quitarle importancia al mero hecho de poseer bienes improductivos. Conformarse con saber que tú también dispones de capital suficiente para comprar ese coche o ese móvil que ahora luce tu vecino, pero no comprarlo. Conservar ese capital incrementándose con el interés compuesto hasta que, lo que antes era un coche o un móvil, quizá ahora puedan sean dos. Y si uno quiere darse un capricho, que no hay nada malo en ello, que sus finanzas estén tan saneadas como para poder llevar a cabo la compra en el momento en que los bienes se vendan a los precios más bajos, justo cuando la mayoría de hogares acostumbran a ahorrar por temor.
La vida, a veces, nos golpea con problemas que escapan a nuestro control (salud, accidentes,...). ¿Por qué no minimizar todos aquellos problemas que sí están bajo nuestro control?