Campox2
19/06/25 07:10
Ha respondido al tema
El juego de los brokers: Una historia de venganza y trampa en el mundo del trading
Amanecía en Bruselas.La ciudad, gris y funcional, parecía ajena al vértigo que los tres hombres llevaban encima. En la cafetería de la Rue Belliard, nadie prestó atención al trío de rostros tensos sentados junto al ventanal. Gabriel fue directo: —Tenemos suficiente para que empiece una tormenta. Pero si lo soltamos mal, nos vuelan. A nosotros, a Delpierre y a cualquiera que nos haya ayudado. Luis asintió. —Necesitamos protección institucional. Pero no cualquiera. Tiene que ser gente que no esté contaminada. Marcos ya tecleaba en su portátil. Había abierto una hoja compartida: Operación Custodia. —Vale. Primer paso: dividir las pruebas. Que estén en manos distintas. Si nos caen a nosotros, no cae todo. —Ni uno solo de los documentos viaja completo —dijo Gabriel—. Lacroix tiene parte. La abogada griega, otra. Delpierre, la grabación. Y ahora vamos a buscar a alguien que nos garantice que, si nos pasa algo, todo sale. Tres horas después, estaban en el despacho de Claire Hämmerli, eurodiputada del grupo verde. No era una aliada cualquiera. Había sido la primera en ofrecerles cobertura política meses atrás, cuando todo eran solo trazas y sospechas. Cuando el mapa de conexiones aún era un dibujo a lápiz. Claire tenía motivos personales. Su padre había sido uno de los miles de pequeños ahorradores arruinados por una estafa de brokers disfrazada de inversión sostenible. Cuando quiso denunciarlo, se topó con nombres que ahora volvían a aparecer: Dragomir. CIE. Aristeia.Y, por encima de todos, el rastro invisible de Rudolf Meinhardt. —Creí que ya no volvería a saber de ustedes —dijo al recibirlos—. Pensé que esta historia había acabado mal. Gabriel negó con la cabeza. —Todavía no ha acabado. Pero ya no es solo una trama financiera. Es una estructura de poder. —¿Y qué quieren de mí? Luis fue claro: —Queremos protección. Y fuego político. Tenemos pruebas. Pero necesitamos tiempo para moverlas, y una red que garantice que si caemos, la historia no lo hace con nosotros. Claire los miró en silencio. Luego asintió. —No me interesa su protección. Me interesa que esta red caiga. Si lo que tienen es real, lo pondremos a salvo. En Estrasburgo. En la fiscalía europea. En las comisiones anticorrupción. Pero habrá condiciones. —¿Cuáles? —preguntó Gabriel. —Transparencia total conmigo. Y que acepten que esto se va a mover con tiempos políticos, no periodísticos. —Hecho —dijo Luis. Claire se puso en pie. —Haré llamadas. Pero cuidado. Si llegan hasta aquí, no van a parar. Y Meinhardt no se deja caer sin hacer ruido. Después, llamaron a Rouvier. —Tenemos el paquete. Grabaciones, trazabilidad de fondos, identidades falsas. Pero no tenemos tiempo —le dijo Marcos. Rouvier respiró hondo. —Voy a darles dos nombres. Úsenlos con cuidado. No me pregunten cómo los conozco. Pausa. —El primero es Agnes Varga. Fiscal en La Haya. Odia a Meinhardt. Le cerró un banco tapadera hace diez años y él arruinó su carrera diplomática. Pero no se ha rendido. —¿Y el segundo? —Hans Becker. Ex jefe de gabinete en Berlín. Lo echaron cuando quiso investigar una licitación amañada. Tiene los contactos que necesitan para blindar esto en medios y diplomacia. Si lo convencen, están dentro. Gabriel colgó. —Ya tenemos red. Luis sonrió por primera vez en días. —Ahora falta el anzuelo. —Y el momento —añadió Marcos—. Porque esto no va a acabar bien para todos. Gabriel lo miró. Su voz fue más baja que nunca: —Pero va a acabar. Continuará...