Tres días después, Viena amanecía con su cielo plomizo y su silencio elegante.Gabriel y Marcos caminaban por la Ringstrasse, envueltos en abrigos largos y un murmullo de dudas.Tenían un nombre: Stiftung Orbis. Y una dirección: un edificio anodino en Josefstadt, sin placa, sin timbre, sin historia en internet. —¿Una fundación sin actividad pública, sin rastro digital y con sede en Viena? —murmuró Marcos, escaneando discretamente la fachada. —Eso es como gritar que eres invisible —respondió Gabriel. La abogada griega les había filtrado dos documentos sellados que mencionaban transferencias recurrentes desde C.I.E. hacia Fundación Stiftung Orbis.Cantidades modestas. Disimuladas.Pero regulares.Dieron una vuelta más a la manzana. El edificio tenía cámaras, pero ninguna señal de movimiento.Un buzón sin nombre.Una puerta de cristal esmerilado. Gabriel se agachó, fingiendo atarse el zapato, y deslizó un sobre por debajo de la puerta.Dentro, una nota manuscrita:“Queremos hablar. Sabemos lo de Luxemburgo.” Horas después, mientras tomaban un café en un bar cercano, Gabriel recibió un mensaje.Número oculto.Solo decía: “Mañana. 10:00. Café Landtmann. Mesa 6.” Viena era, de pronto, menos elegante.Y la arquitectura... más parecida a una trampa. El apartamento en el que se refugiaban en Viena era pequeño, alquilado por horas, y tenía una mesa redonda de madera agrietada. Sobre ella, extendido como un cuerpo abierto, estaba el mapa de relaciones: C.I.E., Dragomir, Döring, la fundación Orbis, y un borrador de estructura en Luxemburgo que la abogada griega les había dibujado a mano. Gabriel se quitó las gafas y respiró hondo. —Esto no es una red financiera. Es un espejo roto. Cada fragmento muestra algo diferente, pero ninguno deja ver el rostro entero. Luis revisaba en su portátil los pocos datos que lograron extraer de los documentos de Orbis. El resto, cifrado o destruido. —Döring fue cuidadoso. Usó proxies jurídicos, consultoras satélite, pero lo más interesante es esto —Luis giró el portátil—: uno de los pagos de Orbis en Viena sale hacia una firma en Vaduz, pero la titularidad última... aparece en una fundación panameña. Marcos cerró el cuaderno donde apuntaba a mano lo que iban cruzando. —Panamá, Vaduz, Luxemburgo, Viena... Esto no es dinero. Es una huida. Alguien está borrando sus huellas desde hace años. —O está a punto de mover algo importante —añadió Gabriel. —¿Y si es una tapadera para operaciones políticas? —aventuró Marcos. Silencio. Gabriel miró el mensaje de móvil una vez más.Mañana. 10:00. Café Landtmann. Mesa 6. —¿Vamos armados? —preguntó Luis, sin ironía. —No. Vamos lúcidos. —Gabriel deslizó una foto en la mesa—. Este es Döring hace cinco años en una cumbre de seguridad energética. Estaba al lado de un ministro que luego acabó en el consejo de C.I.E. Marcos se inclinó hacia la imagen. —¿Y si Döring no es el número dos, sino el ujier de entrada al número uno? Gabriel asintió. —Justo por eso iremos. Pero no con preguntas. Con certezas. Hay que hacerle entender que sabemos más de lo que parece. Lo suficiente para que no nos quiera enemigos. —¿Y si intenta asustarnos? —preguntó Luis. —Que lo intente. Pero que también entienda esto: no estamos solos. Y si nos pasa algo, alguien más tiene copia de todo. Esa noche durmieron por turnos.El amanecer de Viena no trajo respuestas.Pero sí, muchas más preguntas. Continuará...