Cesare Pavese escribió una soberbio poema "Vendrá la muerte y tendrá tus ojos, esta muerte que nos acompaña desde el alba a la noche". Xabier Lete hizo una magnifica traducción al euskara, "etorriko da zure soaz heriotza", que musicó y cantó con voz quebrada Paco Ibáñez. Todos atisbaremos, pronto o tarde, esos ojos de la muerte y, entonces, dejaremos de ser nosotros para difuminarnos en el recuerdo. Perteneceremos al patrimonio, inmaterial, el de nuestros descendientes. La vida sigue.
Reconocer a los que nos han precedido, descubrir su huella y perdernos en sus razones y en sus sombras, con las que soñamos quizás nosotros también, nos permite articular el presente y, en cierta medida, ir desbrozando, el futuro de nuestros hijos.
Aquellos hombres y mujeres vasconavarros honestos que fueron fusilados por los españolistas, marcharon al exilio, sufrieron cárcel y, a pesar, hicieron de su vida un ejercicio de honestidad. Fueron hombres y mujeres justos, con independencia de su legado particular, de la letra pequeña de sus biografías, cuando las hubo. Nos pertenecen por derecho. Por patrimonio.
Chíchikov, la gran creación de Nikolai Gógol, adquiría espectros, iba de pueblo en pueblo comprando a los propietarios las almas de sus siervos muertos. Y registraba las transacciones como si se tratara de un comercio más. Los propietarios enloquecían ante la empresa y mostraban su codicia, la corrupción, incluso sus paranoias. Una sátira que aún es válida muchos años después.
¿A quién pertenecen los muertos, sus almas?
Fermín Valencia cantó a Maravillas Lamberto, violada y asesinada en Larraga a sus 14 años, por una pandilla de falangistas y guardia civiles. Y entre su letra emocionada, "amapola del camino, te seguiré donde vayas", Fermín añadía: "la muerte no podrá pintar de olvido la acuarela de tu alma". Pintamos de colores, muchas veces productos de nuestra imaginación, como un recurso más para enfrentarnos a las situaciones más complicadas y al desasosiego que acompaña a una mala temporada.
Maravillas, nombre tan atractivo como sugerente, es patrimonio de nuestra generación, como tantas y tantos otros. Un pueblo no se elige, llega en el zurrón condimentado con unos aromas y fermentado con otros olores que empaparemos en nuestro devenir, en nuestro paso por la tierra, leve pero firme. Hacemos camino al andar con una mochilla llena de pertenencias intangibles, y repletas de pálpitos y, sobre todo, de humanidad.
Tomás Shankara, el presidente de Burkina Faso asesinado con la complacencia francesa, decía que "nuestra revolución se basa en la totalidad de las experiencias del hombre desde el primer aliento de la humanidad". En esas estamos.
Y en la misma medida, las mimbres que conforman y entrelazan este pueblo nuestro no sólo se construyen con los juncos del Atturri, del Ebro o del Ibaizabal, sino y sobre todo con esa larga sombra, ese surco en el agua que recita Eñaut Elorrieta: "Ta ez galdetu inoiz zer galdu genuennegar egin genuenean malko haiei esker orain itsasoa gara".