No me gusta hablar sobre bandos en política, y mucho menos dejarlo por escrito para que cualquiera pueda decirme a la vuelta de unos años que estaba equivocado, lo que es una posibilidad más que real de que ocurra. En ese caso, no creo que tuviera ningún problema en reconocer que los hechos han demostrado que no estaba en lo cierto, pero ahora mismo mi opinión basada en los hechos pasados me hace pensar que no lo estoy, y por eso quiero exponerlo de la forma menos partidista que pueda desde un punto de vista político, pues no es mi intención criticar ideologías, sino analizar las medidas llevadas a cabo para conseguir los fines que todo el mundo buscamos, que no son otros que el incremento de la riqueza de nuestro país y el posterior reparto para que todos podamos vivir mejor, con la única salvedad de aquellas personas que sólo sirven para restar y aprovecharse del esfuerzo de los demás, a las que no sólo dejaría fuera del reparto sino que invitaría amablemente a que se buscaran otro lugar en el que vivir.
Hace pocos días hemos sabido que el gobierno actual ha pactado con Bildu la derogación de la reforma laboral. Habrá quienes lo celebren pensando que ahora su puesto de trabajo está más seguro que ayer frente a la crisis que acaba de empezar, pero eso no es verdad, pues la única diferencia real es que al trabajador le va a corresponder más dinero si le despiden. Dicho sea con todo el respeto del mundo, considero mucho más grave el cierre de una empresa que el pago de una menor indemnización por el despido de un trabajador. Si la empresa continúa, a ese trabajador se le podrá volver a contratar, pero si la empresa desaparece difícilmente volverá a encontrar un trabajo similar.
Todos deberíamos tener claro que cuando las ventas caen y el puesto de trabajo deja de ser útil para la empresa, ésta evaluará el coste/beneficio de mantenerlo y tomará una decisión al respecto. Ante la perspectiva de una crisis de varios años como se prevé en España (la recuperación en V era más propaganda), 5-10k arriba o abajo dudo mucho que vayan a pesar demasiado en la decisión (además, ¿para qué hace falta más dinero si el estado nos va a pagar una renta vitalicia?). Lo que sí va a pesar en la decisión es la posibilidad de cerrar la empresa si se prolongan las pérdidas y no hay posibilidad de ajustar las partidas de gastos a un coste razonable.
Mi única pregunta, y que de verdad me inquieta, es si los promotores y seguidores de estas ideas tan egoístas y elitistas (sí, son egoístas y elitistas, porque las mejoras laborales de aquellos que mantienen su empleo se consiguen a costa de todos aquellos que son despedidos porque su empresa no puede soportar los sobrecostes) lo hacen prevaricando a sabiendas del daño que hacen al tejido empresarial o son unos completos ignorantes en materia económica. Me decanto más por la segunda opción, dado que está constatado que de ciencia epidemiológica y cómo combatirlo no saben ni los mayores eruditos del país (dos meses después de no servir para nada, ahora las mascarillas son obligatorias), pero de economía opinan hasta los genios que financian sus vacaciones con microcréditos de forma recurrente (que nadie se ofenda, pero uno mismo se retrata cuando financia gastos prescindibles con deuda recurrente, algo que, por cierto, no enseñan en las universidades, más ocupadas en enseñar complejas teorías de prestigiosos economistas que de formar a buenos gestores de dinero)
Sinceramente, creo que muchas personas no saben o no quieren saber en qué mundo vivimos y cómo funcionan las empresas y el mercado laboral. Y lo peor de todo es que meten en el mismo saco a las grandes empresas, a las empresas corruptas, a las empresas en cuyo consejo de administración terminan los políticos a los que votan, y las pequeñas empresas (o grandes) de alguien que de la nada ha conseguido prosperar a base de sacrificio. Porque seguro que todos conocemos a algún autónomo del que no envidiamos precisamente su jornada laboral, ni sus quebraderos de cabeza cuando vuelve de trabajar. Y me gustaría saber si el motivo de tanto odio contra ellos es la envidia o el resentimiento por todo lo que no ha sido capaz de hacer en la vida toda esta gente incapaz y acomplejada, que no ha creado nada útil en su vida ni se espera que lo hagan.
Todos estamos de acuerdo en que es deseable el pleno empleo, y que los sueldos de todos los trabajos y trabajadores suban, pero no podemos estar más equivocados en la forma de conseguirlo. Si la expresión “nunca muerdas la mano que te da de comer” está en el refranero popular es por algo. El gobierno puede determinar por ley lo que una empresa ha de pagar o cómo ha de ser la relación laboral con el trabajador, pero si el precio de venta del producto no da para cubrir los costes, la empresa cerrará y ya no es que el empleado vaya a cobrar menos sueldo, es que dejará de cobrarlo todo. Cierto es que alguno pensará que esa parte del mercado no se va a dejar desatendido, y que por una empresa que cierre habrá otra que incremente su plantilla, y está en lo cierto, el problema es que en un mundo inevitablemente globalizado (sí, inevitablemente, ese mismo mundo que permite que un avance médico en EEUU rápidamente llegue a España, o que puedas coger un avión para irte de vacaciones a Tailandia por esos 1.500 € que son la causa por la que muchos afirman que no se pueden independizar de casa de sus padres con más de 30 años) este hueco dejado por la empresa española lo puede cubrir una empresa de otro país, que engordará su plantilla y obtendrá unos beneficios que repatriará y reinvertirá en su país en vez de en el nuestro. En resumen, es la rentabilidad de la empresa la que va a determinar el sueldo que puede o no puede pagar al trabajador, y en un mundo globalizado y cada vez más copado por grandes empresas, les resulta muy sencillo trasladar la producción de un país a otro que les ofrezca más flexibilidad laboral. A este respecto decir que las grandes empresas son las que abonan mejores sueldos, así que la mayoría del problema que ahora pretende solucionar el gobierno se produce en las pequeñas empresas, aquellas que no se pueden permitir tan buenos sueldos ni trasladar la producción a otra zona con mejores condiciones. Es decir, ante una amenaza de subida de los costes empresariales de las empresas, las grandes y que pagan los mejores sueldos van a tener la posibilidad de abandonar nuestro país hacia zonas más flexibles, y las que van a quedar, las pequeñas, que son menos rentables y no tienen el suficiente margen para pagar mejores sueldos, van a tener que incrementar sus costes salariales. El resultado, como se puede más que predecir, es que muchas de las pequeñas empresas van a ver aún más limitado su estrecho margen y, si dejan de ser rentables, terminarán cerrando. Sería realmente gracioso si tuviera gracia, porque aquellas personas que apoyan este tipo de políticas porque creen que están haciendo un bien por la humanidad, lo que realmente están haciendo es ayudar a que triunfe ese capitalismo que tanto critican, pero haciendo prosperar a otros países.
Incluso alguien como el ministro Garzón, al que no se le conoce especialmente por su lucidez en materia económica (a pesar de tener la licenciatura en Economía, piensa que hacer crecer la riqueza de un país es tan fácil como tener una impresora de billetes, ¿o el que dice eso es su hermano?), ha sabido apuntar con bastante acierto la realidad económica de España, con un alto % del PIB dedicado a al turismo, actividad donde las haya de bajo “valor añadido”, al menos según está planteado en la mayor parte de territorios de España (se podría exceptuar Marbella, Ibiza, Formentera, Menorca y poco más). Curiosamente, la gente no se le echa encima cuando dice las burradas que habitualmente suelta por su boca, pero ahora se le han echado encima cuando ha dicho una verdad, tanto que Chicote le usaría de picadillo para sus platos. Vuelvo a pensar que es la ignorancia en materia económica lo que hace que alguno se ofenda cuando hablan de tu profesión como de bajo “valor añadido”, pues hay quien creen que les están acusando de inútiles o algo parecido. Para aclarar este punto, el valor añadido se podría resumir de forma simple en la posibilidad de repercutir tus mayores costes de producción, o simplemente el nombre de tu marca, en los precios de venta de tu producto. Si todos los chiringuitos y hoteles de Torremolinos duplican sus precios, casi seguro que sus clientes habituales empezarán a veranear en otra zona, y si todos los hoteles y chiringuitos de España hacen lo mismo, el turista internacional no tendrá mayores reparos en irse a Grecia, Portugal u otro país similar. Pero si los hoteles de la costa azul o la discoteca Pachá de Ibiza duplican sus precios, es muy probable que su demanda apenas se vea afectada. Eso es valor añadido. Quizá el establecimiento de Chicote si puede repercutir sus mayores costes en el precio de sus platos y la gente lo seguiría pagando, pero la mayoría del sector hostelero nacional no. Simplemente se trata de esa sencilla explicación que en ningún momento juzga como inútil a nadie. Como ejemplo para los que se sientan agraviados, por si así se sienten mejor, decir que Renault acaba de anunciar el traslado a Rumanía o la India de su centro de desarrollo tecnológico ubicado en Francia, no repleto de camareros precisamente. Como se puede ver, tampoco los ingenieros están a salvo de realizar actividades de bajo “valor añadido” fácilmente externalizadas a países de bajo coste.
En resumen, la globalización es inevitable y cerrar las fronteras para limitar la competencia internacional no es ninguna solución de crecimiento, pues nos harán exactamente lo mismo a nosotros y todos saldremos perjudicados. Europa y EEUU están sucumbiendo a la fortaleza de Asia, que es hacia donde se está trasladando la hegemonía mundial, y nosotros, mientras tanto, en vez de adaptarnos al nuevo orden mundial, seguimos mirando con nostalgia a nuestro pasado y basando nuestra legislación en él. La única solución viable para mirar al futuro con optimismo, y conseguir por nosotros mismos mejoras salariales sin que nuestro gobiernos tengan que alterar el funcionamiento de las empresas vía decreto ha de ser mediante la excelencia educativa primero, y laboral después. El éxito de Asia es un éxito técnico y formativo, el hecho de ofrecer las mismas o mejores competencias técnicas pero con unos costes más bajos. Para que nosotros podamos batir a competidores tan fuertes, sólo hay dos opciones:
- O bien adaptamos nuestros costes a la baja ofreciendo las mismas competencias técnicas (la derogación de la reforma laboral no va en ese camino).
- O bien mantenemos nuestros costes actuales pero ofreciendo unas competencias técnicas superiores a las suyas (las políticas que se están aprobando de conceder becas de estudios en las que no se premia ni el esfuerzo ni la excelencia, o de ofrecer una renta básica descorrelacionada de la búsqueda de empleo o del más mínimo esfuerzo por contribuir al país tampoco van en esa dirección)
Como se puede ver, se están desarrollando políticas completamente contrarias a las únicas dos alternativas que se me ocurren para competir contra Asia y otras regiones, y lograr incrementar los beneficios empresariales y los sueldos de los trabajadores. Esto no es una crítica a una ideología, es una crítica a unas medidas equivocadas para hacer a España más competitivo internacionalmente. También puedo empezar a repartir contra lo que se supone que es la oposición a estas medidas, donde la principal alternativa (PP) como partido no puede ser ejemplo de nada después de décadas de robo y corrupción a costa del erario público (alguno dirá que el dinero robado por el PSOE en los ERE de Andalucía fue mucho más, pero ese argumento no deja de ser ridículo cuando estamos hablando de un mismo hecho delictivo) y aún así se pone a sus espaldas la bandera del patriotismo, o que anunciara bajadas de impuestos en línea con su ideario liberal pero después lo primero que hizo al llegar al poder fue subirlos. O un partido como VOX que, si bien en materia económica y sobre el papel no va por tan mal camino (todo lo que sea reducción de gasto público en partidas no esenciales en un Estado hiper-endeudado como el nuestro no es una mala noticia, sin embargo me temo que si llegasen al poder no lo iban a cumplir y, además, no verían con malos ojos privatizar las únicas partidas que para mí son innegociables: sanidad y educación), en todo lo demás recuerda a la España más rancia y atrasada, abrazada a la Iglesia católica como juez moralizador de las personas, y haciendo continuas referencias populistas al pasado “glorioso” de los españoles, cuando a nadie debería quedarle ninguna duda de que ese pasado se cimentó en el coraje y orgullo de unas gentes que tenían en la prosperidad un motivo de lucha, y que fueron posteriormente sepultados por la vanidad y mala gestión de unos gobernantes que no tenían más idea de país que el hoy y el ahora. Gobernantes parecidos a los que tenemos en la actualidad, sin ideas ni proyecto de país a largo plazo, derrochadores del dinero público con tal de asegurarse en el cargo, y con la única diferencia de que el coraje y orgullo de las gentes de hoy ha desaparecido, pues la vía actual para prosperar es la limosna del Estado en vez de la lucha (entiéndase lucha por superarse uno mismo, por crecer, por mejorar. Que nadie lo entienda como lucha armada). Este partido sigue abrazando a la mitad de una España que se debería dejar atrás, igual que otros partidos de la izquierda siguen abrazando a la otra mitad de una España que también se debería dejar atrás. No considero que en estas formaciones vayamos a encontrar ninguna alternativa creíble y sólida para las medidas que el gobierno actual está poniendo en marcha. La única alternativa creíble sería la que olvidara las viejas divisiones y propusiera una hoja de ruta argumentada y bien entendible para todos. En algún momento alguien pudiera pensar que Ciudadanos podría haber llenado ese hueco de división entre los "dos bandos", como partido nuevo que ofrece ese nexo entre el crecimiento económico y empresarial, y el aseguramiento de los servicios públicos y la libertad social y de pensamiento que ningún extremo asegura, sea de la ideología que sea. Sin embargo, sus continuos bandazos y errores han sepultado esa posibilidad, posiblemente sin vuelta atrás.
Además, no estamos ante un problema de ideología ni de bandos, estamos ante un problema de modelo de país y de si optamos por enfocamos en el fin último que buscamos o si preferimos hacer la lucha sobre los medios que cada uno propone porque concuerdan más con su ideología. Si el objetivo último es conseguir una mayor distribución de la riqueza en el país, el primer medio a través del cual se consigue es incrementar esa riqueza, y agrandar la tarta para que pueda haber ración para todos. Esa sería la primera medida sensata para alcanzar ese fin. Si las medidas desarrolladas para llegar a ese fin son impopulares o “dolorosas” a corto plazo, para eso debería haber un partido que explique con claridad (y con ejemplos, llámese bajar sueldos, eliminar privilegios o pensiones vitalicias, porque es bastante contradictorio que alguien que cobra una pensión vitalicia por 4-8 años de trabajo critique el ingreso mínimo vital) por qué es necesario hacer esfuerzos ahora para conseguir una mejor situación a largo plazo. Pero ante esto hay otros dos escollos, el propio sistema electoral cortoplacista y la naturaleza de la mente humana, igualmente cortoplacista y no especialmente dispuesta a hacer esfuerzos actuales por una situación más desahogada en el futuro.
Por todo lo explicado anteriormente, soy bastante pesimista a la hora de hacer una predicción futura sobre nuestro país. No es que tengamos problemas estructurales, es que los problemas estructurales somos los propios ciudadanos y su extensión en el poder. Y por mucho que se hable de la adaptabilidad y flexibilidad del ser humano a las situaciones, no sucede lo mismo con la mente humana a la hora de adaptarse y ser flexible a las opiniones y formas de pensar, y no creo que ante las evidencias que se demuestran y ven cada día, una mente obnubilada e inflexible sea capaz de comprender. Y esto es culpa de la escasa formación libre y crítica de los ciudadanos, originada por su propia pereza y por las políticas totalitarias y adoctrinadoras que todos los partidos políticos y medios de comunicación adeptos desarrollan para captar votantes fieles, porque no hay mayor riesgo para estos “poderes” que un votante infiel. Por ello, no nos quieren pensadores, y hacen todo lo posible porque no lo seamos, ya sean partidos de derechas o de izquierdas.
Igual que pasa en el fútbol, que hay seguidores que los sentimientos por su equipo les hace ver faltas contra su equipo donde no las hay, o faltas a favor de su equipo que no son, en política sucede exactamente igual. Dos bandos de forofos cada vez enfrentados, dejando más limitado que nunca el espacio para los que acuden al campo desde una posición neutral simplemente para ver un buen espectáculo. Y es precisamente lo contrario a como debería ser, el estadio de fútbol (España) debería llenarse de aficionados neutrales (ciudadanos libres) que acudan a presenciar un buen espectáculo (el crecimiento y prosperidad del país basado en la excelencia y el esfuerzo), libre de toda la escoria forofa y radical (los dos bandos, que cada vez parecen ganar más adeptos) que serían capaces de justificar cualquier acción llevada a cabo de forma incorrecta por su equipo (las medidas que propone cada partido político) únicamente por eso, porque es su equipo.
Por mi parte sólo me queda desear el menor de los éxitos para estos dos bandos, al menos, mientras no abandonen sus posiciones enfrentadas y empiecen a ir al estadio a ver un buen espectáculo. Y a los ciudadanos libres, aquellos que quieren entendimiento, consenso, esfuerzo y prosperidad, animarles a seguir luchando, pues al fin y al cabo van a ser los que, como siempre, terminen tirando del carro.