En las entradas anteriores se pretendía “jugar” un poco (para ver lo que daba de sí) con la idea de que la difusión de las crisis económicas guarda cierta relación con la que sigue la moda y otros procesos similares, situaciones sociales donde la imitación o el comportamiento en manada (“herd-behaviour”), parece ser la norma, lo se explica porque los seres humanos tenemos una cierta tendencia a comportarnos de modo similar a como lo hacen los cardúmenes de peces o las bandadas de pájaros, sobre todo en contextos de información imperfecta y dificultades en la toma de decisiones, y ello a pesar de lo que nos gusta declararnos racionales e individualistas. En tales casos la imitación por parte de cada cual de lo que hacen quienes lo rodean constituye por lo general una regla de comportamiento si no racional sí, al menos, sensata (como lo manifiesta la sabiduría popular del refranero). Pero sucede que, a veces, como ocurre cuando lo que se imita son los comportamientos contractivos de algún o algunos sectores económicos que están pasando por malos momentos, esa regla de actuación puede acabar en una profunda crisis económica generalizada.
Se pasaba entonces a acentuar a continuación el papel de los llamados “Influyentes”, tal y como los denomina Malcolm Gladwell en su “Ley de los Pocos” (Law of the Few). No había nada raro en ello, pues parece claro que en lo que respecta a su capacidad de contagio o de suscitar en otros un comportamiento imitador, hay en la economía (como en los otros mundos sociales) sectores como el financiero o el inmobiliario que destacan de modo que pueden muy bien “pintarsela ellos solos” muy bien para lanzar una nueva “moda económica”, ya sea expansiva (las conocidas “burbujas financiera o inmobiliaria”) o contractiva. Si, además, ocurre de que estos sectores gozan, como así ocurre, de la inestimable ayuda de esos recopiladores/generadores de “informacion” (“mavens” los llama Gladwell) como son las “renombradas” agencias de calificación tanto a la hora de generar una moda económica-como sucedió con la de las mal llamadas hipotecas tóxicas- como a la hora de acabar con ella, pues se tiene conformado un auténtico y perfecto complejo económico informativo-financiero-inmobiliario generador de inestabilidad o volatilidad económica, semejante en ello o, mejor dicho, mucho más capaz de “crear” tendencias que el que forma el entramado constituido por las casas de moda, las ferias, las revistas y demás instituciones de ese mundillo del glamour y el espectáculo, sólo que en este último caso, el daño que pueden generar sus desvelos es mucho menor, además de ser enteramente previsible la recurrente alternación en el ciclo de lo que se lleva y se deja de llevar.
Pero...las cosas no son tan sencillas y evidentes como pueden parecer a simple vista. Duncan Watts, un sociólogo matemático, ha puesto en cuestión la idea central de Malcolm Gladwell de la influencia determinante de esos Influyentes a partir de una serie de experimentos usando internet. En ellos ha constatado que en las redes sociales (y no olvidemos que la red económica es una red social) las interacciones son más complicadas y confusas de lo que parece y dicta el sentido común, y lo más claro y evidente no tiene porqué ser lo real y verdadero.
Concretamente, lo que Duncan Watts ha encontrado es que el papel de esos “pocos Influyentes” (los conectores, los mavens, los persuasores) a los que tanta importancia da Gladwell en la generación y difusión de las modas, no parecen tenerla tanto o al menos, no parece que la tengan tanto en la mayor parte de los casos. O sea, que los Influyentes no lo son tanto en la generación de cambios en las redes sociales y en las cascadas informacionales, o sea que la Ley de los Pocos lo que viene realmente a decir, más bien, es que los Pocos si bien pueden pesar mucho relativamente, pesan poco en términos absolutos y que es bien posible que los grandes Influyentes lo que sean es ser grandes imitadores[1].
Para Watts, el éxito de una moda o de una tendencia depende no tanto de quién es la persona que la empieza, de sus características o importancia social o económica, sino de cuán susceptible es la sociedad en su conjunto a la moda o tendencia de que se trate. No importa tanto, pues, cuán persuasivo o Influyente es quien primero la adopta, sino de si todos los demás miembros de esa sociedad son fácilmente persuadidos por ser fácilmente persuasibles. “Si la sociedad está lista para abrazar una tendencia, casi todo el mundo puede empezar una, y si no lo está, nadie puede hacerlo”, dice Watts, que afirma cuando enfoca sus resultados al marketing: “Tener éxito con un nuevo producto es menos una cuestión de encontrar el tipo/modelo perfecto (hipster) a quien infectar y más un asunto de calibrar las vibraciones o la onda del público (the public's mood)”. Una moda sea cual sea no es aleatoria o accidental, no hay moda sin fundamento, por decirlo como Arguiñano. Y, sí, por supuesto que siempre habrá alguien que sea el primero que desencadena una tendencia. Pero puesto que generalmente hará ese papel por azar, será ciertamente “influyente” pero, en terminología de Watts, un “Influyente accidental”.
Pero, por qué, sin embargo, es tan atractiva y convincente la idea de Gladwell que acentúa el peso enorme de los Pocos Influyentes. Watts apunta que, muy frecuentemente, a la hora de dar cuenta de los fenómenos de imitación en las cascadas informacionales se recurre a la idea de contagio en las epidemias, y a todo el mundo le resulta obvio que si se contagia alguien muy bien comunicado o relacionado, una epidemia se dispararía a una velocidad o con una intensidad que en otro caso no tendría. Pero, para Watts, las tendencias sociales son más parecidas a los incendios forestales que a las epidemias: “Todos los años hay miles, pero sólo unos pocos llegan a ser infiernos rugientes y voraces. Eso ocurre en aquellas raras ocasiones en que el entorno es el adecuado: escasez de lluvias, bosques secos, sistemas de vigilancia y antiincendios escasos o mal equipados. Y, entonces, si se dan estas condiciones, cualquier cerilla vieja vale”. ¿Tiene entonces acaso algún sentido ir por ahí pregonando “las excepcionales propiedades de la chispa que empezó el fuego?, se pregunta Watts.
Traduzcamos lo anterior a la Economía, aunque está tan claro que hacerlo es un poco redundante. Si llevamos la lógica argumental de Duncan Watts del marketing al mundo macroeconómico, una crisis que procede por imitación, difundiéndose como cascada informacional, como moda de comportamiento económico entre los agentes, no necesitaría entonces empezar en alguno de esos sectores económicos que hemos singularizado previamente como Influyentes. No, en el mundo de las redes sociales de Duncan Watts, no es necesario que haya una burbuja financiera, o inmobiliaria, o en otro sector importante para que se desencadene una crisis económica generalizada. Lo importante es que se den las condiciones subyacentes para que todos los sectores acepten los comportamientos económicos típicos de una crisis (es decir, que se perciba un “public's mood”, un “estado” anímico en los agentes económicos que los lleve a aceptar, a asumir, la existencia de una crisis y les haga comportarse de forma que efectivamente la hagan real). En su ausencia, sin esa disponibilidad del público a aceptar la moda de la crisis, las crisis financiera o inmobiliaria tendrían el mismo efecto generalizado que una cerilla en un bosque empapado.
Reaparece aquí entonces un viejo tema, una vieja polémica: ¿son las crisis en algunos sectores -el ferrocarril en el siglo XIX, el financiero en el XX, el inmobiliario más modernamente- los solos causantes directos y claros de las crisis económicas, o son sólo los detonantes, los disparadores de unas crisis cuyas condiciones ya existen previamente como carga explosiva bien cebada ya lista para explotar? Para alguien que razona como Duncan Watts, la respuesta está bien clara: las crisis están ahí en potencia, subterráneamente por decirlo así. Toda crisis económica se habría fraguado previamente al momento en que un sector concreto o determinado por muy importante que sea, entra realmente en crisis, y haga estallar el entero edificio económico. Una crisis existiría de modo subyacente, estaría larvada o en potencia en forma de unas condiciones críticas al igual que los incendios están en potencia en tiempos de extrema sequía. Desde esta perspectiva, las crisis concretas que saltan a la luz en algunos sectores Influyentes son epifenómenos, señales o signos de la existencia e importancia y profundidad de las auténticas condiciones críticas, que son por ende las que habría que conocer e investigar. Dicho de otra manera, las crisis económicas son la forma en que salen a la luz, se hacen visibles y reales unas malas condiciones económicas que hasta entonces estaban ocultas o pasaban inadvertidas o eran minusvaloradas[2].
Dos grandes explicaciones de las crisis hay desde este punto de vista. La una, materialista, la otra, la idealista. Tratémoslas siquiera brevemente.
La primera -¡no podía ser de otra manera!- es la explicación marxista de las crisis económicas[3]. Para Marx, el sistema capitalista adolecía de una serie de contradicciones internas que ineludiblemente lo abocaban a crisis económica tras crisis económica. Contradicciones esenciales, nada aleatorias pues, que anidaban en el mecanismo interno del funcionamiento del sistema capitalista, por lo que las crisis no se podían explicar como fenómenos estadísticamente irregulares, azarosos en la medida que dependerían de cómo hubiesen sido las circunstancias concretas que se hubiesen dado en algún o algunos sectores económicos “influyentes”. Las crisis serían impredecibles, pero no aleatorias.
De esas contradicciones, quizás la más interesante desde el punto de vista analítico a la hora de dar cuenta de las crisis económicas desde el punto de vista de esta entrada, es la que se refleja en lo que Marx denominó “ley de la tendencia descendente de la tasa de beneficio”, por la que daba cuenta del fenómeno (real para los marxistas) por el que la acumulación (o inversión) de capital aumenta continuadamente el denominador de la fracción que expresa la tasa de ganancia o tipo de beneficio, en tanto que el numerador, el beneficio agregado no puede crecer al mismo ritmo dada la existencia de límites asociados a las necesidades de subsistencia de los trabajadores.
Puesto que la inversión (y, por tanto, el crecimiento económico que es su fruto) responde al deseo de los capitalistas de ganar más y más beneficios, y dado que esa acumulación de capital se hace en función de la tasa de ganancia, una disminución de ésta va debilitando paulatinamente las condiciones para la inversión y, por tanto, para el mantenimiento del crecimiento económico. Conforme pasa el tiempo, la pugna entre los inversores de los distintos sectores por apropiarse de cantidades de beneficio relativamente menguantes (en relación a los capitales invertidos) desata burbujas especulativas y quiebras en algún o algunos sectores. Y este proceso continua hasta que llega ineludiblemente un momento en que el entero sistema entra en crisis, en que la crisis sale a la luz y estalla.
Las crisis aparecen aquí, en el esquema marxista, bajo un doble prisma como es lo propio de una interpretación dialéctica del mundo como lo es la marxista. Por un lado, las crisis son -como se ha dicho- un efecto de unas tendencias contradictorias o “contradicciones internas” propias del sistema de mercado; y, por otro, son -paradójicamente- la manera en que el propio sistema capitalista supera esas contradicciones y se enfrenta a esas tendencias contradictorias, ya que en la medida que en una crisis económica se desvaloriza parte del capital instalado, ello hace que el total del capital acumulado sea ahora más bajo que antes, por lo que la tasa de beneficio puede ahora ser mucho más elevada. Dicho de otra manera, ahora, tras la crisis, las condiciones de una nueva etapa de auge o expansión económica estarían ya puestas, como antes estaban las condiciones para una crisis. De nuevo, y como ocurría antes, sólo faltaría que en un sector o sectores concretos empezase el proceso de inversión para que el movimiento opuesto comenzase y fuese contagiando al resto, o los demás lo imitasen.
Yendo a la crisis actual, más o menos la anterior es la suerte de explicación que subyace a la interpretación que hace de la misma un economista marxista de la talla de Anwar Shaikh. Éste en un artículo titulado “The First Great Depresion of the 21th Century” en la revista Socialist Register 2011 (http://homepage.newschool.edu/~AShaikh/), proporciona una sucinta interpretación marxista de la actual crisis. Ya en la primera frase de su artículo, se dejan, para el punto de vista que aquí se desarrolla, meridianamente claras las cosas. Dice Shaikh: “la crisis económica general que se desató en el mundo en 2008 es una Gran Depresión. Fue desencadenada por una crisis financiera en los EE.UU. Pero no fue sea su causa”. Shaikh encuentra obvias similitudes entre esta depresión y la de los años 30, y afirma que “aquellos que elijan verlas como acontecimientos singulares, como la aparición aleatoria de algún “cisne negro” entre una bandada de prístina blancura, han olvidado las lecciones que la dinámica de la historia de la persecución del beneficio nos conducen a repetir la historia”.
Enfocando su análisis en el comportamiento de la economía norteamericana, el centro del sistema, y empezando para no irse demasiado atrás en el tiempo en la salida de la anterior gran crisis (a la que Shaikh denomina la Gran Estanflación), la de los años 1970, Shaikh razona de la siguiente manera. En primer lugar, para que el sistema capitalista pudiera llevar adelante una salida a esa crisis fue necesaria la instrumentación de una doble política. Por un lado, una sistemática política contra los trabajadores, que fue llevada adelante en los EE.UU. fundamentalmente por los gobiernos republicanos de Ronald Regan y “los Bush”, y que se ha traducido en la relativa estabilización de los salarios reales medios de los trabajadores norteamericanos en los niveles de mediados de la década de los años 70, a la vez que la productividad del trabajo se ha disparado. Es decir, que los salarios reales han crecido mucho menos que la productividad, factor éste que, por sí sólo, permitió incrementar los beneficios de las empresas norteamericanas y aumentar los tipos de beneficio, y con ellos la inversión y la acumulación de capital, dando lugar a la fase expansiva que en estos años parece tocar a su final.
Pero a la “moderación” salarial ayudó una segunda política: una política monetaria laxa o expansiva que ha mantenido muy bajos los tipos de interés. El efecto de tal política ha sido doble. Por un lado, hay que tener en cuenta que a efectos de su papel respecto a la inversión lo que importa no es la tasa de ganancia o tipo de beneficio bruto que se obtenga de ella, sino el tipo o tasa neto, es decir e que resulta de restarle al tipo o tasa bruta el tipo de interés, como reflejo del el coste de oportunidad de usar el capital en actividades inversoras en vez de cómo prestamista. En consecuencia, las caídas de los tipos de interés, hicieron que el tipo de beneficio neto creciese todavía más de lo que habría crecido por la mayor presión sobre los trabajadores.
Adicionalmente, y por otro lado, los bajos tipos de interés permitieron también a los trabajadores norteamericanos que estaban experimentando esa congelación en sus salarios reales incrementar sus gastos en consumo recurriendo al endeudamiento, lo cual permitió sostener en buen grado la demanda de las empresas.
Se generó así la fase expansiva de la economía a lo largo de los años 1985-2007. Pero, por supuesto, el crecimiento estaba poniendo los explosivos que dinamitarían a la larga esta fase expansiva. La financiación de la demanda mediante el endeudamiento así como la gran acumulación de capital han sentado las bases para una nueva crisis, la que en opinión de Shaikh estamos padeciendo. Dada la forma en que se usó de la política económica para cebar la fase alcista no ha sido nada extraño que la crisis estallara en el sector financiero, pero, para Shaikh, como para los economistas marxistas en general, no es en él a dónde uno se ha de dirigir si busca comprensión. El problema no estaría en la superficie de los tejemanejes financieros, sino en el fondo. Ahí, en las relaciones contradictorias entre capitalistas y trabajadores y capitalistas, y que determinan la tasa de acumulación de capital es dónde estaría, en palabras de Shaikh, el “sustrato material de los animal spirits keynesianos”, esos “espíritus animales” que mueven a los agentes económicos como si fuesen un cardumen de peces.
[1]Véase a propósito de los descubrimientos de Watts y las críticas y contracríticas que han suscitado, el artículo de Clive Thompson en http://www.fastcompany.com/magazine/122/is-the-tipping-point-toast.html. Es de resaltar que la cuestión no es nada baladí pues apunta al centro de la problemática de uno de los sectores más importantes en el mundo económico: el de la publicidad. No es lo mismo plantearse (o sea invertir o gastar en) una campaña publicitaria persiguiendo los pocos “influyentes” más adecuados para cada producto que perseguir otro tipo de campaña de marketing viral generalizada, no tan centrada en esos poco figurones.
[2] A alguien le puede sonar lo anterior al método psicoanalítico de hacer consciente las contradicciones reprimidas en el subconsciente. Los propios psicoanalistas llaman al momento de asunción de los recuerdos ocultos, crisis. Pues bien, creo que quien se haya dado cuenta de esa similitud no anda nada equivocado. El método y la lógica son muy similares.
[3] Dejamos de lado la explicación de los economistas austríacos, pues su “interpretación” de las crisis sólo aparentemente es una explicación materialista de las crisis. Véase http://www.rankia.com/blog/oikonomia/428859-notas-situacion-economica-espanola-ii-hipotesis-resaca