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Las crisis económicas como modas: Marx, Keynes y Rupert Sheldrake (y 2)

Vayamos, ahora, con la otra hipótesis, la  idealista, a la hora de explicar el surgimiento de un compartido estado de ánimo “favorable” a una crisis entre los agentes económicos, o  sea, unas expectativas negativas ampliamente  difundidas que, como la sequía en el caso de los incendios forestales, “expliquen”  algunas crisis económicas.

 

Empecemos clarificando un poco los términos. En primer lugar, hay que recalcar que por una explicación idealista de las expectativas (y de sus cambios) lo que quiere decirse es que las expectativas  no son el efecto o no son el reflejo en la mente de los agentes económicos de una mala situación económica de hecho o preexistente, lo que, por ejemplo, ocurriría si las expectativas negativas son consecuencia de una caída en la tasa general de beneficio o una caída en las carteras de pedidos de las empresas, pues en tal caso, si esas expectativas fuesen resultado de esas situaciones reales, la explicación de las expectativas sería –como se vio en la entrada anterior- materialista. O sea, que una explicación idealista viene a decir que el estado o el cambio en las expectativas de positivas a negativas que desencadenaría una crisis sería autónomo respecto a los cambios en las variables económicas reales, un cambio previo por tanto a la realización en la práctica de esos malos augurios económicos en forma de “hundimiento” real de la economía.

 

En segundo lugar, hay que darse cuenta de que una explicación idealista de las expectativas no presupone que la conexión mental o espiritual entre los agentes que los lleva a compartir unas expectativas negativas sea mística, espiritual o etérea, sino que basta con que sea extrasensorial en el sentido de que con los actuales medios técnicos para conocer las interrelaciones entre los agentes no pueda ser hoy por hoy observada, y de ahí que su calificación como espiritual o mágica sea históricamente condicional. Por poner un ejemplo, está claro que hasta hace bien poco, hasta antes del microscopio y el conocimiento de los microbios y su comportamiento, las gentes consideraban las epidemias como fenómenos  causados por pecados, brujos y otros poderes diabólicos, lo que ha hecho la ciencia es desvelar las conexiones reales y materiales pero extrasensoriales que explican esas enfermedades contagiosas. De igual manera es perfectamente posible que lo que hoy llamamos hipótesis idealista para explicar esa enfermedad mental contagiosa que es la difusión de unas expectativas económicas negativas pueda en el futuro ser descartada y sustituida por una explicación enteramente materialista pero extrasensorial.

Si los agentes económicos  comparten unas expectativas negativas y si no hay datos o razones económicas  reales que las anticipen, que las expliquen, que las justifiquen o las determinen, hay dos preguntas que surgen inmediatamente. La primera es la de dónde surgen, esas opiniones, la segunda es la de que cómo los agentes se las comunican entre ellos, es decir, qué medios utilizan para compartirlas.

Empezaremos por esta segunda cuestión dando un riodeo. De salida hay que decir, frente a la idea generalizad en su contra , que ha habido abundancia de pensadores y científicos que han supuesto la existencia de una suerte de interconexión inmaterial entre los individuos con efectos psicológicos, sociales y políticos. Carl Gustav Jung, por ejemplo, hipotetizó, a partir de la constatación de la repetición de determinadas pautas en los sueños de diferentes individuos y de la repetición de unas mismas formas simbólicas en distintas sociedades y culturas,  la existencia de un inconsciente colectivo de toda la humanidad que se expresaría a través de un conjunto de arquetipos. Emile Durkheim, uno de los padres de la sociología, hablaba de la conciencia social como producida por un cerebro social cuyas células eran cada uno de los miembros de una sociedad. Para Gustave Le Bon, quien abrió el campo de la psicología de las masas,  las masas estaban dotadas de una vida autónoma, de unos deseos y unas formas de actuación, que no se deducían o no se seguían de los deseos de los individuos que las componen. Y para Alfred Kroeber, uno de los padres de la antropología cultural, las culturas era superorgánicas y supraindividuales.

Por otro lado, se tiene que en Economía, nunca –al menos explícitamente- se ha llegado tan lejos en esa idea de suponer que los grupos de individuos sociales tienen o comparten una mentalidad económica autónoma que además determina la marcha de la realidad económica. Hay para ello distintas razones, no siendo de las menos importantes el supuesto conocido como individualismo metodológico que informa la teorización económica dominante, con arreglo al cual  los modelos económicos explican el comportamiento social como agregación más o menos compleja de los comportamientos individuales que se suponen racionales. Dicho en otras palabras, el todo puede ser mayor o menor que la suma de las partes, pero nunca distinto.

Y, sin embargo, las cosas distan de estar tan claras como parece. ¿Por qué, por ejemplo, el conjunto de los inversores disminuirían sus gastos en inversión simultáneamente o casi simultáneamente generando así una recesión, a menos que compartan unas expectativas negativas? Y, si así actúan, ¿cómo han llegado a esa unanimidad de criterios acerca de las malas previsiones respecto  al futuro?

Veamos cómo Keynes se planteaba este problema en el capítulo 13 de su Teoría General, dedicado a estudiar la formación de expectativas de inversión en situación de incertidumbre. Para Keynes, la ignorancia del futuro llevaba a los inversores a comprar y vender activos sobre la base de una “valoración convencional” que emergería de la “psicología de masas de un gran número de individuos ignorantes”, valoración que “es susceptible de cambios violentos como resultado de una repentina fluctuación en la opinión” que puede surgir de las causas más extrañas. Como se puede observar no hay en estas palabras de Keynes ninguna explicación concreta acerca de cómo emerge esa valoración colectiva, ni tampoco hay ninguna explicación de las fluctuaciones repentinas de la opinión. Acudir a hablar de "causas extrañas" nio es sino aceptar el desconocimiento de por qué  acontece algo. Simplemente, lo que  Keynes nos está diciendo es que ocurren, que hay "valoraciones convencionales y que ahy fluctuaciones en esas valoraciones reflejo de cambios en la opinión colectiva. Más adelante, para ser un poco más “preciso”, Keynes recurre a la conocida metáfora del mercado como "concurso de belleza" y con arreglo a la cual, a la hora de formar sus expectativas particulares,  los inversores (todos y cada inversor concreto) dedican sus inteligencias a tratar de anticipar lo que los demás opinan que es la  opinión media del resto de inversores acerca de lo que los demás creen que sea la opinión media…y así sucesivamente. Ahora bien, está claro que si cada agente sigue este proceso de formación de expectativas racional y consecuentemente nunca lo acaba, pues es un proceso infinitamente recursivo que llevado a sus últimas consecuencias se traduce en la indecisión.

 

Y en este estado de cosas, y contra lo que pudiera esperarse, pasa en la realidad económica que los agentes en vez de quedarse en la indecisión como el asno de Buridán, actúan, deciden. Hay en cada momento un comportamiento colectivo fruto de un conjunto de comportamientos individuales, que refleja en la realidad económica un estado de opinión colectivo. Para “explicar” este hecho Keynes se vio obligado a recurrir a la existencia de una suerte de “espíritus animales”, resortes que mueven a los agentes a la acción cuando nada racional tienen que justifique el ir por un sitio o por otro, cuando nada real sustenta la opinión que tienen acerca de cuál es la opinión media acerca de la opinión media acerca de lo que ocurrirá en el futuro. Así que, en último término, Keynes también sostenía una hipótesis espiritual a la hora de explicar el comportamiento agregado de los agentes económicos en situación de incertidumbre.

 

Ahora bien. ¿Qué fuerza puede “ligar” a los agentes económicos de modo que compartan unos expectativas? O dicho de otra manera, ¿qué hay debajo de los “espíritus animales”? O sea, vayamos a la primera cuestión que antes se ha planteado.

 

Vayámonos aquí de excursión intelectual. Demos de nuevo un rodeo llevados esyta vez de la mano de  Rupert Sheldrake, un biólogo formado en Oxford, pero que como científico sólo se puede calificar como mexcéntrico. Con decir que experimentó una iluminación/ enajenación que le llevó a pasarse una buena temporada en un ashram de la India aprendiendo sobre el Todo de un gurú[1] se puede tener una idea de su(s) rareza(s).  Pues bien, Sheldrake ha propuesto la existencia de una nueva de clase de campo de fuerza, inmaterial o extrasensorial mejor dicho, pero tan real como el resto de los campos de fuerzas que conoce la Física (el gravitatorio, el electromagnético, el nuclear fuerte y débil), que sería el radio de acción de unas fuerzas misteriosas que conectan en diversos grados a los miembros de una especie con el resto de los miembros de esa especie, e incluso con los de otras. Para Sheldrake, esos campos, que se denominan  campos morfogenticos o campos mórficos, gobiernan no sólo la estructura de los organismos vivos sino también su conducta. Frente a la idea mecanicista que subyace a la biología moderna y con arreglo a para entender la estructura y comportamiento de un organismo basta con conocer las partes que lo conforman, Sheldrake se apunta a una visión organicista, el todo no es que sea más que la suma de las partes, es que es distinto. Para Sheldrake el punto de vista científico hoy dominante que considera al código genético como la explicación última de la estructura y comportamiento es claramente insuficiente. Los genes solo codifican las proteínas, pero falta algo más. Por ejemplo, en todas las células de un cuerpo está el mismo código genético, ¿qué hace que una célula de la retina se haga retina y no cardíaca si ambas tienen el mismo código? ¿qué determina  el que una célula madre se convierta en una célula hepática si se inserta en un hígado y en una célula retiniana en una retina? Para Sheldrake la respuesta estaría en la existencia de un campo mórfico que forzaría al código genético de una célula madre que está en el hígado a hacerse una célula hepática.

 

Sucede, además que la conexión vía los campos mórficos se da no sólo entre los miembros vivos de una especie el momento presente, sino que esa conexión se daría también con el conjunto de los otros individuos que de esa misma especie que estuvieron vivos en el pasado. Cada especie tiene así una suerte de memoria grupal. De modo que los hábitos y la conducta que cualquier especie tuvo en el pasado se acumulan y por obra de un proceso al que denomina resonancia mórfica, afecta  a los hábitos y la conducta de los miembros de la misma especie que viven hoy. Por ejemplo, si un león encontró una nueva estrategia de caza que resulta ser inusitadamente eficaz y un número los suficientemente grande de leones  también aprende esa misma técnica, la resonancia mórfica puede permitir  que leones que viven en zonas geográficas totalmente distintas absorban súbitamente esa técnica, aun cuando no tengan ninguna conexión genética directa con los leones que inventaron esa técnica concreta. En vez de perderse al morir un individuo toda la conducta aprendida, y en vez de ser la conducta innata el mero resultado de una mutación genética aleatoria y espontanea, la conducta habitual y las fuerzas aleatorias e innovadoras de la naturaleza trabajarían juntas en equilibrio dinámico (hipótesis de la causación formativa).

 

Sheldrake ofrece a este respecto la metáfora del receptor de TV. Imaginemos un hombre que nunca ha visto una TV, y ahora trata de explicarse cómo funciona. Si no tiene conocimiento de la radiación electromagnética, será lo lógico que suponga que las imágenes que ve en la pantalla se forman dentro del aparto, y son un producto de tan complejo mecanismo. Si empieza a desarmarlo, tendrá una corroboración de su hipótesis, pues la tele dejará de funcionar. Pues para Sheldrake, los biólogos actuales con su interpretación mecanicista de la vida en función de un código genético inserto en el núcleo de las células creen, al igual que ese televidente, que la forma y la conducta están enteramente codificadas en los genes, y pasan por alto los campos morfogenéticos que, al igual que las trasmisiones por ondas electromagnéticas para la televisión, son necesarios para que los seres vivos adopten su forma y se comporten como lo hacen. Los campos morfogenéticos serían, por otro lado, la base que explicaría la existencia de esas pautas generalizadas en la especie humana, esos arquetipos que los psicólogos profundos creen haber detectado en el inconsciente colectivo.

 

Demostrar la existencia de los campos morfogenéticos y la resonancia mórfica no es nada fácil[2]. Sheldrake se ha embarcado en una serie de experimentos para tratar de demostrar esa existencia, así como en la búsqueda de situaciones extrañas y de difícil explicación para la ciencia normal que encontrarían acomodo en su teoría. De entre los ejemplos que pone, hay uno que merece la pena aquí citar pues con él se vuelve,  siquiera brevemente, a dónde empezamos esta serie: a los cardúmenes de peces. Después de señalar las dificultades para ese comportamiento, Sheldarke añade:  “lo más espectacular de las defensas del cardumen es la llamada expansión relámpago, que en filmes se ve como la explosión de una bomba. Cuando un grupo es atacado, todos los peces se separan simultáneamente del centro del cardumen y toda la expansión puede  tener lugar en sólo una quincuagésima de segundo. En ese tiempo, los peces pueden acelerar a una velocidad de diez a veinte veces la longitud de su cuerpo por segundo. Y, sin embargo, no se chocan. No sólo cada pez sabe de antemano dónde nadará si son atacados, sino ha de saber hacia dónde nadará cada uno de sus vecinos. Esta conducta no se explica simplemente en términos de información sensorial de los peces vecinos, porque se da con demasiada rapidez para que los impulsos nerviosos se desplacen del ojo al cerebro y luego del cerebro a los músculos”. Y, más aún, “incluso en conductas normales de cardúmenes., no está claro cómo se coordinan sus movimientos. Los peces continúan nadando en cardúmenes por la noche, de modo que no parece que la cosa dependiera de la visión”. Dicho de otra manera, el comportamiento del cardumen si bien puede ser descrito en una simulación de ordenador mediante un sistema en que sus componentes siguen las tres reglas que se dijeron en una entrada previa, en la realidad no parece que pueda ser así explicado. Los cardúmenes de peces se mueven como si fuesen un solo organismo, y dado que no lo son, sólo cabe una explicación: cada uno de los peces sigue una pauta fijada por el campo de fuerzas morfogenético que lo constituye.

 

Y, empezando ya a pasar al terreno económico tras esta sucinta y con seguridad incorrecta descripción de las tesis de Sheldrake. ¿Cabe imaginar la existencia de una suerte de campos morfogenéticos que afecten a los “espíritus animales” de los agentes económicos y les “proyecten” de vez en cuando en alguna dirección concreta, por ejemplo, hacia un estado de recesión económica? Sólo por decir algo así se estaría diciendo una auténtica herejía económica pues lo que vendría a decirse es que los agentes económicos se verían impulsados “espiritualmente” a generar una crisis. De acuerdo. Atreverse a pensar así es hoy por hoy un absurdo.

 

Y, sin embargo, (vayámonos una vez más de rodeo) resulta difícil negarse a la evidencia de la existencia de ciclos en numerosos aspectos de la vida social humana cuya explicación sólo en términos materialistas dista de estar clara. Por ejemplo, en el terreno del arte, es discernible –y todos los historiadores del arte estarían de acuerdo en esto- la alternancia de periodos “clásicos” (donde prima lo estático, el orden, la regularidad , la armonía, lo hierático) y “barrocos” (donde, por el contrario, es el movimiento, la asimetría, lo violento, lo retorcido lo que define la expresión estética).

 

Y qué decir de otro de los campos de lo social: el de la violencia y la agresividad colectiva. El mundo de la guerra. Uno de los fenómenos que, a este respecto, más me ha llamado la atención es el ciclo de la violencia, la alternancia de periodos pacíficos y guerreros. Viendo los documentales con imágenes de la patente alegría de los parisinos que tan contentos y cantarines iban al frente al comienzo de la primera guerra mundial, imágenes que se repitieron al comienzo de la segunda, siempre he pensado que la guerra no ha sido contemplada -al menos inicialmente- como un horror para los contendientes, sino que era de alguna manera festejada por ellos, como si “ya tocara”, como si ya fuese el momento de dejar de vivir pacíficamente, pues como se dice en el Eclesiastés hay un tiempo para cada cosa, incluyendo la guerra. Y esta manera de “sentir” el fenómeno de  la guerra  quizás encaje bien con la hipótesis del campo morfogenético de Sheldrake. Se diría que, de vez en cuando, las sociedades “se cansan”  de vivir pacíficamente y  buscan una solución tan ineficiente e irracional para sus conflictos como la destrucción mutua. Recordemos aquí que, para la Economía, la guerra, la destrucción de recursos escasos, es radicalmente incomprensible. Por eso los economistas son inútiles para explicar la historia, pues dado que la guerra es una de esas constantes del devenir histórico, simplemente no encaja en sus esquemas mentales.

 

Y, entonces, por seguir dejándose llevar por esta forma de pensar (que no de razonar) ¿por qué no puede ser que en economía suceda algo semejante.  En el terreno microeconómico, Albert O.Hirschman, uno de los dos economistas más sugerentes de la segunda mitad del siglo XX (el otro es George Akerlof), escribió  un libro acerca de la alternancia entre periodos donde entre los individuos primaba el interés por lo público y periodos donde el interés por lo privado era el ethos dominante, y  donde los cambios de uno por otro eje de interés no respondían a unas causas económicas precisas claras sino a unos etéreos como, por ejemplo, el aburrimiento o los enfrentamientos intergeneracionales.

 

La cuestión aquí, que queda inevitablemente abierta, es la de si en el campo microeconómico los agentes económicos no se ven “sometidos” cíclicamente  a una especie de fuerza inscrita en el campo morfogenético de lo social-humano  que les lleva a “cansarse” de los periodos de expansión económica, que les lleva a cambiar sus expectativas de positivas a negativas. No lo sé.      



[1] Sheldrake, como podía ser menos, ha sido denostado por el establishment científico. Se ha llegado a decir en la revista Nature (una de las  publicaciones más prestigiosas en el campo de las ciencias naturales) que sus libros merecen ser quemados. Lo cual, obviamente, es una excelente publicidad. En cualquier caso, Sheldrake sabe defenderse bvien pues conoce a la perfección los conceptos y modos de proceder del paradigma dominante. En su página web se describen sus andanzas y encontronazos con los científicos oficiales.  

[2] Hay varios libros de Sheldrake traducidos al castellano. Yo sólo he leído tres. Y los tres son facilísimos y muy recomendables. El renacimiento de la naturaleza. La nueva imagen de la ciencia y de Dios es no sólo instructivo sino de deliciosa lectura.  De perros que saben que sus amos están camino de casa y otras facultades inexplicadas de los animales y Siete experimentos que pueden cambiar el mundo. Una guía para revolucionar la ciencia son dos sugerentes implicaciones de su tesis central. 

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  1. #2
    21/01/11 23:32

    Profesor,
    Enhorabuena por estos cuatro posts.

    Sinceramente, a mi me convence mas la explicación materialista de la crisis. La hipótesis de los "campos morfogenéticos" como explicación de conductas colectivas me parece demasiado peregrina. Quizá es una explicación que implica "creer" en algo que no tiene explicación racional.

    Para mi, los "animal spirits", el por qué un buen día las empresas deciden dejar de invertir, continúa sin explicación.
    No obstante, mi enhorabuena. Da gusto leerle.

  2. Top 100
    #1
    17/01/11 21:47

    La provocación conduce a multiples daños que como animales inrracionales nos causamos, dando señal a una conducta equivocada, la historia nos ha echo pensar las mil maneras de no enfrentarnos, en cambio siempre se utiliza otras armas,(por ejemplo) la forma de explicar mal la gran verdad del adversario, quizás sea una conducta en la que se demuestra unas ideas para confundir y así dar señales de nuestra conducta. Keynes, en uno de sus planteamientos dice así, el equilibrio es un caso particular de la tendencia general que es el desequilibrio