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                                              FERNANDO ESTEVE MORA

Philip Slater, un sociólogo, dedicó en 1980 un libro  (Wealth Addiction) a tratar la acumulación de riqueza por parte de los individuos, el enriquecimiento personal, desde una perspectiva nada convencional: la de considerar la riqueza, a partir de cierto nivel, como una droga más. Una droga muy adictiva por cierto y con una elevada capacidad para suscitar tolerancia, es decir que quienes padecen de esta "adicción a la riqueza" han de buscar cotidianamente dosis crecientes de la misma, han de acumular diariamente cada vez más riqueza,  so pena de encontrarse mal, muy mal psicológicamente, y -quién sabe- si también físicamente.  Su comportamiento, en suma, puede ser visto  como una adicción más, exactamente igual a la adicción que afecta a los heroinómanos, los cocainómanos  o los fumadores. Ciertamente, es un enfoque extraño o curioso, pues en apariencia nada parece más alejado de un exitoso billonario que un yonqui desdentado buscando su dosis diaria de "caballo" en un poblado marginal. Y, sin embargo, Slater es capaz de encontrar suficientes similitudes entre el comportamiento de los toxicómanos de sustancias químicas y el de los muy ricos que permite considerarlos  "toxicómanos" de riqueza.

Pues bien, uno de los muchos ejemplos que en su libro daba para describir cómo el deseo personal de ser más rico llegaba a convertirse  en una adicción más que alteraba el normal comportamiento de las gentes, y que más me llamó la atención cuando lo leí fue lo que pasó cuando  la  ciudad norteamericana en que Slater vivía tuvo que enfrentarse a una fuerte sequía.

Como es lógico, las autoridades municipales establecieron un plan de ahorro en el uso del agua que incluía restricciones temporales, el uso de tecnologías de ahorro, políticas de información y fomento del uso racional del agua y hasta un sistema de penalizaciones y multas para los infractores a las normas. Pero sucedió que incluso antes de que se estableciesen e instrumentasen esas políticas, les "salió" a los mismos ciudadanos voluntariamente el disminuir su uso de agua conscientes del problema colectivo al que se enfrentaban. Cayó así el consumo de agua  un 20%.

Hasta aquí lo normal, lo esperable en gente normal. Pero lo que me sorprendió es que hubo una urbanización donde el consumo de agua no sólo no cayó, sino que se disparó en más de un 50%. Esa urbanización se llamaba Pasatiempo y era donde vivían los ricos de verdad de la ciudad. Ilógico, ¿no?. No es que mantuvieran los niveles de su consumo de agua de antes de la sequía, sino que los incrementaron. ¿Para "marcar estilo"? ¿para señalar a las claras que con ellos no iban las normas? ¿ para transmitir la idea de que no eran como los demás? Cierto. Esa gente no era como los demás, no era normal. Eran unos "pobres" toxicómanos adictos a la riqueza.

Me he acordado de esto cuando en Bloomberg del 27/8/2022 he leído un artículo acerca del increíble crecimiento en lo que llevamos de año en el uso de aviones privados en Europa ("Private Jets to Ibiza, Paris Surge as Rich Evade Travel Chaos"). Más de un 30% respecto a los niveles de prepandemia alcanzando la cifra de 179.000 vuelos sólo en el mes de julio. Los precios han crecido a la vez, como era de esperar. Por ejemplo, volar de París a Mykonos cuesta hoy 25.000€, casi el doble que hace un año...pero ello -está claro- no ha desincentivado el uso, sino más bien todo lo contrario.

En un entorno como el que estamos viviendo de lucha contra el cambio climático y de políticas para disminuir la dependencia energética europea respecto Rusia, esa zarabanda de vuelos en jets privados por parte de los ricos europeos se asemeja mucho al comportamiento dilapidador de agua de los ricachones norteamericanos residentes de Pasatiempo en tiempos de sequía. Es el comportamiento de los adictos a la riqueza para los que, como les pasa a los yonquis, nada está por encima de su adicción, de su necesidad casi físiológica  de "meterse" más y más riqueza en vena.Y más aún cuando una buena parte del placer que sacan de su riqueza es transmitir, enseñar a los demás lo que ellos, gracias a su riqueza, se pueden permitir.

Lo curioso es que estamos viviendo en sociedades que han convertido a estos "pobres" adictos a la riqueza en su élite. Y, lo más delirante, es la desfachatez que tienen a la vez para pedirnos  a los demás que, por las buenas (por convencimiento y solidaridad) o por las malas (vía multas e impuestos) moderemos nuestro comportamiento, que cuidemos del medio ambiente, de "su" medio ambiente,  para que ellos, los ultraricos, que son quienes per capita más lo utilizan, puedan seguir dilapidándolo a su antojo porque eso de predicar con el ejemplo, no va con ellos, que como buenos toxicómanos "pasan de todo", sólo van a lo suyo.




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  1. #2
    31/08/22 16:47
    Al igual que el padre Asimov incluyó en la programación de sus robots Las Tres Leyes de la Robótica, una vez hice un paralelismo que reducía la existencia humana también a tres leyes, a las que llamé las Tres Leyes de la Humanética. 
     
    Más tarde decidí cambiarlo por Humanótica, ya que la ética tiene un papel insignificante en la manifestación de los instintos, y, por el contrario, es fundamental en la represión de los mismos, aunque los mecanismos coercitivos que se han implementado en aras de la convivencia civilizada tengan la última palabra donde falla la ética. 
     
    A diferencia del caso de los robots, como estas leyes están firmemente imbricadas en nuestro material genético, no necesitamos que nos las recuerden y operan en silencio, por lo que, más que leyes a las que haya que obedecer conscientemente, son instintos a los que se obedece inconscientemente. 
     
    Estas Tres Leyes serían: 
     
    1ª.- Ley de la Autoconservación: El Instinto de Superviencia. Lo que nos impulsa a hacer lo posible y lo imposible para salvaguardar el pellejo desde el primer pañal hasta el último. 
     
    2ª.- Ley de la Reproducción, o instinto de lo mismo. Sí, aunque sorprenda a los más jóvenes, lo que el cuerpo nos pide es que nos reproduzcamos, no que nos refocilemos, y hubo un tiempo en que el fin y el medio estaban íntimamente relacionados. El que el progreso humano haya conseguido desvincular una cosa de la otra con una elevada tasa de fiabilidad, ha cambiado la forma de vida de las sociedades civilizadas, y todavía está por verse si a la larga será progreso o atraso. De momento, el balance, no exento de cinismo, es "Dos esclavos por el precio de uno". 
     
    3ª.- Ley de la Perpetuación de la Estirpe. Que no de la Especie, que es para lo que sirven las dos anteriores. Esta necesidad de asegurar, no sólo nuestra supervivencia y nuestra reproducción, sino también la de nuestra línea genética, y con ello el que nuestros descendientes tengan el porvenir lo más garantizado posible, es la explicación tanto de nuestra inveterada tendencia al nepotismo, como al por qué los que se lo pueden permitir nunca parecen tener suficiente dinero almacenado en los paraísos fiscales, por mucho que ya sea suficiente para vivir como un pachá en varias reencarnaciones. 
     
    La observancia de estas leyes tiene su recompensa en forma de placer: el placer que sentimos al comer o al beber, satisfaciendo la primera Ley, el placer sexual, al cumplir con la segunda Ley y placer obtenido al acumular riqueza sería el premio de obedecer a la tercera Ley. 
     
    Puede que explicadas así puedan parecer una gran cosa, pero no creo que las bacterias se guíen por unos instintos muy diferentes, y si de la noche a la mañana les salieran patas y empezasen a contar mentiras sobre sus valores, principios e intenciones, quizá no notásemos la diferencia. ;-)
  2. Top 100
    #1
    31/08/22 15:06
    ..mammon......es su dios....un abrazo Fernando