FERNANDO ESTEVE MORA
Josep Pla siempre ha sido para mí una fuente continua de agradables sorpresas. Ha sido como ese amigo que, cuando uno se da un paseo con él, tiene la capacidad -de la que uno carece- de prestar atención y sacar punta de las "cosas pequeñas" pero con enjundia con las que se tropieza, esas que pasan delante de nuestros ojos (y por eso mismo, delante de nuestras mentes), inadvertidas pero que esconden muchas veces la clave de esas otras, las "cosas mayores" que, por su tamaño mismo, resultan inaprensibles, inexplicables.
Leo en el Cuaderno Gris:
"Ciertamente ser pobre es muy triste. Las cosas de la vida son agradables. Todo es incitante y sabroso, las señoras son -a veces- espléndidas. Cuando se es pobre, estas cosas se tienen que mirar de lejos porque los pobres no tenemos capacidad adquisitiva...la pobreza es trágica porque la falta de dinero aumenta la ilusión de la vida. Cuanto menos dinero se tiene, más deseo suscita la vida. El deseo insatisfecho llega a hacer creer que en la vida humana hay algún misterio, algún tesoro oculto de una mágica fascinación hedonística....Por eso me gustaría, personalmente, tener dinero para poder pasar delante de un restaurante, de una señora o de un escaparate, con una completa, profunda indiferencia. Así evitaría enormes pérdidas de tiempo y ese dolor de convertir la vida en una sedienta tentativa".
Qué sencillo, ¿no? Qué reflexión tan simple. ¿Acaso no sabemos todos que la relación entre pobres y ricos es antisimétrica? Que en tanto los ricos pueden vivir, si quieren, como pobres, estos no pueden vivir como ricos, y que en eso está la esencia de esa diferencia económica y social.
Y, sin embargo, sin embargo...En esta reflexión de Pla uno puede hallar desde el comienzo de una teoría de la frustración por la que los pobres no sólo padecen por la carencia de bienes y servicios con los que satisfacer "sus" necesidades sino que, además, sufren de unas vidas convertidas en "sedientas tentativas". Bien leída y entendida, resulta de ella también la condena a toda una industria, la de la comunicación, propaganda y publicidad en la medida que resulta claro, que no sólo informa como pretende hacer, no sólo enseña o muestra lo que se puede comprar en los escaparates, sino que a lo que se dedica realmente es a generar frustración y malestar entre quienes no pueden acceder a lo que en ellos aparece.
De vez en cuando, todavía, se oye o se lee por ahí como retazo de alguna sabiduría ancestral o quizás oriental o de "economía budista", que la satisfacción, la puerta a la felicidad, consiste en acomodar, en rebajar los deseos a las capacidades con las que se cuenta, incluidas las monetarias. Si es así, está claro que la "cultura del capitalismo", la cultura occidental o moderna ha dado al traste con toda esa monserga pseudofilosófica. Basta contemplar las colas de turistas chinos, coreanos o japoneses en las puertas de los establecimientos de lujo de nuestras ciudades para darse cuenta de que Pla tenía toda la razón.
Y es que sólo se puede ser "budista", sólo se puede renunciar y pasar con una "profunda y completa indiferencia" por delante de un buen restaurante o de una tienda con un escaparate sugerente si se puede, si así se quisiese, acceder económicamente a ellos; es decir, si se cuenta con la cuenta corriente, con la capacidad adquisitiva suficiente para entrar en ellos, no para ver sino para comprar lo que quisiese caso de que se quisiese. Así de simple.
Por eso son estúpìdos por no decir hipócritas todos esos movimientos en favor de la "simplicidad voluntaria" que los ricos de nuestro rico mundo occidental pregonan en las llamadas redes sociales como medio para salvar ecológicamente su mundo ya que en su mayor parte es "suyo" (a la vez que les sirve como coartada moral para así quedar por encima moralmente de los demás). Y es que, sólo ellos, como ricos que son, se lo pueden permitir, sólo ellos se pueden permitir vivir como pobres y pasar por él con una "completa y profunda indiferencia".
En consecuencia, el pregonado "decrecimiento" como política económica para salvar al mundo del desastre ecológico carece de sentido. Por contra, sólo el crecimiento económico de los que ahora son pobres apagará la "sedienta tentativa" que hoy son sus frustradas vidas a la vista de lo que esa vida de la que los ricos del mundo pueden gozar, si quieren, y ellos, aunque quieran, no. Y es que el que nosotros, los ricos, ahora no queramos hacerlo, el que ahora nos permitamos el lujo de sentir la mayor indiferencia por lo que podemos comprar y no queremos, en nada sirve -como recuerda Pla- para apagar esa sed de los que no tienen,
Josep Pla siempre ha sido para mí una fuente continua de agradables sorpresas. Ha sido como ese amigo que, cuando uno se da un paseo con él, tiene la capacidad -de la que uno carece- de prestar atención y sacar punta de las "cosas pequeñas" pero con enjundia con las que se tropieza, esas que pasan delante de nuestros ojos (y por eso mismo, delante de nuestras mentes), inadvertidas pero que esconden muchas veces la clave de esas otras, las "cosas mayores" que, por su tamaño mismo, resultan inaprensibles, inexplicables.
Leo en el Cuaderno Gris:
"Ciertamente ser pobre es muy triste. Las cosas de la vida son agradables. Todo es incitante y sabroso, las señoras son -a veces- espléndidas. Cuando se es pobre, estas cosas se tienen que mirar de lejos porque los pobres no tenemos capacidad adquisitiva...la pobreza es trágica porque la falta de dinero aumenta la ilusión de la vida. Cuanto menos dinero se tiene, más deseo suscita la vida. El deseo insatisfecho llega a hacer creer que en la vida humana hay algún misterio, algún tesoro oculto de una mágica fascinación hedonística....Por eso me gustaría, personalmente, tener dinero para poder pasar delante de un restaurante, de una señora o de un escaparate, con una completa, profunda indiferencia. Así evitaría enormes pérdidas de tiempo y ese dolor de convertir la vida en una sedienta tentativa".
Qué sencillo, ¿no? Qué reflexión tan simple. ¿Acaso no sabemos todos que la relación entre pobres y ricos es antisimétrica? Que en tanto los ricos pueden vivir, si quieren, como pobres, estos no pueden vivir como ricos, y que en eso está la esencia de esa diferencia económica y social.
Y, sin embargo, sin embargo...En esta reflexión de Pla uno puede hallar desde el comienzo de una teoría de la frustración por la que los pobres no sólo padecen por la carencia de bienes y servicios con los que satisfacer "sus" necesidades sino que, además, sufren de unas vidas convertidas en "sedientas tentativas". Bien leída y entendida, resulta de ella también la condena a toda una industria, la de la comunicación, propaganda y publicidad en la medida que resulta claro, que no sólo informa como pretende hacer, no sólo enseña o muestra lo que se puede comprar en los escaparates, sino que a lo que se dedica realmente es a generar frustración y malestar entre quienes no pueden acceder a lo que en ellos aparece.
De vez en cuando, todavía, se oye o se lee por ahí como retazo de alguna sabiduría ancestral o quizás oriental o de "economía budista", que la satisfacción, la puerta a la felicidad, consiste en acomodar, en rebajar los deseos a las capacidades con las que se cuenta, incluidas las monetarias. Si es así, está claro que la "cultura del capitalismo", la cultura occidental o moderna ha dado al traste con toda esa monserga pseudofilosófica. Basta contemplar las colas de turistas chinos, coreanos o japoneses en las puertas de los establecimientos de lujo de nuestras ciudades para darse cuenta de que Pla tenía toda la razón.
Y es que sólo se puede ser "budista", sólo se puede renunciar y pasar con una "profunda y completa indiferencia" por delante de un buen restaurante o de una tienda con un escaparate sugerente si se puede, si así se quisiese, acceder económicamente a ellos; es decir, si se cuenta con la cuenta corriente, con la capacidad adquisitiva suficiente para entrar en ellos, no para ver sino para comprar lo que quisiese caso de que se quisiese. Así de simple.
Por eso son estúpìdos por no decir hipócritas todos esos movimientos en favor de la "simplicidad voluntaria" que los ricos de nuestro rico mundo occidental pregonan en las llamadas redes sociales como medio para salvar ecológicamente su mundo ya que en su mayor parte es "suyo" (a la vez que les sirve como coartada moral para así quedar por encima moralmente de los demás). Y es que, sólo ellos, como ricos que son, se lo pueden permitir, sólo ellos se pueden permitir vivir como pobres y pasar por él con una "completa y profunda indiferencia".
En consecuencia, el pregonado "decrecimiento" como política económica para salvar al mundo del desastre ecológico carece de sentido. Por contra, sólo el crecimiento económico de los que ahora son pobres apagará la "sedienta tentativa" que hoy son sus frustradas vidas a la vista de lo que esa vida de la que los ricos del mundo pueden gozar, si quieren, y ellos, aunque quieran, no. Y es que el que nosotros, los ricos, ahora no queramos hacerlo, el que ahora nos permitamos el lujo de sentir la mayor indiferencia por lo que podemos comprar y no queremos, en nada sirve -como recuerda Pla- para apagar esa sed de los que no tienen,