FERNANDO ESTEVE MORA
Esta veraniega semana me he enterado de un nuevo fenómeno que ha empezado a darse en Gran Bretaña, aunque no sé si hay casos también en nuestro país. Se trata de un nuevo tipo de discriminación económica pero esta vez no por "motivaciones" raciales, de género o de religión sino por motivos morales o éticos. Un ejemplo más de lo que se ha venido a llamar "cancel culture" o cultura de la cancelación, que como sugiere Robin Hanson en su blog, Overcoming Bias ("Women as Worries who Exclude", https://www.overcomingbias.com/p/women-as-worriers-who-exclude ) podría entenderse como la extensión de la estrategia competitiva típicamente femenina (1) de la exclusión social (en el acceso a un recuros deseado como por ejemplo los medios de comunicación)o el ostracismo hacia aquellos cuyas opiniones o ideas son competitivas con las que sostienen los excluyentes.
Se conoce como "debanking" y con este término se alude al ejercicio discrecional que están ejerciendo en Gran Bretaña del poder de las instituciones financieras para cerrar las cuentas e impedir el acceso a sus servicios financieros a aquellos clientes cuyos valores o ideología no sintonicen adecuadamente con los supuesto "valores" de esas instituciones, ésos que tan ampulosa y falsamente son proclamados por sus oficinas de manipulación o de relaciones públicas (es lo mismo) bajo los pretenciosos títulos de su "Visión" y su "Misión".
Ahí van algunos ejemplos. A Nigel Farage, el líder del Partido del Brexit, le cerró su cuenta su banco sin darle explicaciones. Pero no sólo a él, a lo que parece los bancos en Inglaterra parece que han decidido tomarla contra los oponentes a lo que se llama la "cultura woke", o sea, la "cultura" del buenísmo moralizante que defiende la que he llamado izquierda parroquial. Así, por ejemplo, el Metro Bank ha negado sus servicios a Our Duty, un grupo crítico con el dar facilidades para la reasignación de sexo por medios quirúrgicos u hormonales a adolescentes que padecen disforia de género. El fundador del grupo ha dicho que Metro Bank se negó a que el grupo abriese una cuenta aludiendo a que los objetivos y creencias del grupo estaban en conflicto con la cultura y las ideas que Metro Bank fomentaba. De igual manera, el pastor anglicano Richard Fothergill, también ha sido "debanked" por sus puntos de vista críticos en el asunto de las personas trans. A consecuencia de su crítica a su caja de ahorros de toda la vida, la Yorkshire Building Society por su -en su opinión- "incesante promoción de la ideología trans en el mes del Orgullo", señalando queademás que la YBS debería atenerse a sus asuntos financieros y quedarse fuera de las "guerras culturales", la YPS le respondió diciendo que su política es de "tolerancia cero acerca de la discriminación", tras lo que -¡viva la paradoja!- le discriminó cerrándole la cuenta.
La discriminación financiera se da también en otros intermediarios financieros. El año pasado, PayPal excluyó de su plataforma a Toby Young y su Free Speech Union. Y hace unos pocos meses, la empresa de fintech Tide canceló la cuenta del podcast Triggernometry sin razón alguna. De nuevo, lo único que conecta estos dos casos es su oposición a las políticas de identidad woke.
Es curioso, durante años, la preocupación estaba en que los agentes del sector financiero o eran amorales o eran inmorales. De que, por una mejora en sus cuentas de resultados no tendrían el menor inconveniente en financiar y ayudar a operar a traficantes de drogas, de armas y de personas, terroristas, asesinos de todo tipo, dictadores nazis, pederastas, etc., etc. El mundo cambia que es una barbaridad, como se decía en una zarzuela. Y, ¡mira por donde!, parece que ahora los bancos están decididos a pasarse del "lado oscuro" al "lado luminoso".
Ni qué decir tiene que definir lo que es ese "lado luminoso" no es tarea sencilla. Por ejemplo, a resultas de lo que le sucedió a Stuart Campbell, un adalid de la independencia escocesa, su banco de más de 25 años, el First Direct, que le ha cancelado sus cuentas personales sin explicaciones ni informarle siquiera (se dió cuenta cuando no puedo usar su tarjeta para pagar en el supermercado) , parece ser que para el First el independentismo político está también en el "lado oscuro".
El asunto puede parecer banal e incluso alegrar a aquellos que compartan las ideologías o los valores morales woke que verían así castigados a los recalcitrantes carcas de lo antiwoke, pero no es ninguna broma para quienes sufren el "debanking", la discriminación financiera por sus opiniones morales o políticas legales. Y esto último es lo más importante: que las opiniones de esas gentes antiwoke son perfectamente admisibles en una democracia y, en consecuencia, el sostenerlas no debiera ser objeto de ningún tipo de castigo.
Y castigo lo sería si la práctica del debanking se generalizara pues no hay myor castigo en una economía de mercado moderna que verse excluido del sistema financiero: sencillamente, el mero hecho de siquiera sobrevivir en una economía de mercado moderna sin poder usar de los servicios financieros se me antoja difícil cuando no es inviable. Conforme los propios estados establecen restricciones al uso del dinero legal que ellos mismos emiten, al "cash", estar al margen del sistema bancario ya no es una opción, una elección, por muy costosa que sea. . Ahora ya es una obligación.
Ni qué decir tiene que esa nueva "selectividad" moral o ética de la que hacen gala los intermediarios financieros se explica por la concurrencia de dos hechos. Por un lado, y como sucede con la mayor parte de las discriminaciones en el terreno económico, su existencia requiere de la ausencia de competencia. Una empresario competitivo por muy discriminador que sea se ve obligado a "tragarse" sus preferencias discriminatorias en contra de homosexuales, gentes de otras razas, religiones o culturas, o de las mujeres so pena de perder dinero y acabar siendo expulsado del sector. Si el sector financiero fuese más competitivo, las empresas que practican el "debanking" y sus dirigentes no se las podrían dar de tan "políticamente correctos", de tan buenos so pena de que sus tasas de beneficio disminuyesen y acabasen expulsados del negocio.
Así que una de las consecuencias no intencionadas de la permisividad de las autoridades reguladoras del sector financiero fomentando la concentración empresarial en el mismo para así hacerlo pretendidamente más resiliente frente a los comportamientos ineficientes de sus prepotentes, estúpidos y -ahora- "buenos" gestores es que estos pueden dedicarse a hacer de curas y moralistas poniéndose puntillosos economías, es dudoso que los bancos pudiesen ponerse tan puntillosos con las creencias morales y políticas legales de sus clientes.
Por otro lado, es obvio que las entidades financieras pueden permitirse el debanking sólo porque las autoridades monetarias y reguladoras de los estados lo consienten. Lo cual revela una clara dejación de funciones por su parte, pues es obvio que la creación de dinero bancario (a quien dar créditos) es -en parte- un bien público , y una de las dos características que definen a un bien público es que no puede ni se debe excluir a nadie de su uso, por lo que en la medida que el sistema financiero tiene esa característica de ser un bien público la gestión del acceso al mismo no puede dejarse al arbitrio exclusivo y discrecional de esas entidades.En suma, que los bancos (y las entidades de seguro o las plataformas de financieras) no son iguales a las demás empresas que producen bienes y servicios privados y en consecuencia no deberían poder "colgar" en la entrada a sus establecimientos el proverbial "reservado el derecho de admisión".
En cualquier caso, es una tendencia que ha apuntado y poca duda cabe de que puede extenderse en la medida que los propios estados estén gestionados por gobiernos propensos a caer en lo woke, como lamentablemente suele sucederle a la izquierda parroquial.
Y la implicación de esta noticia veraniega es obvia y para mí más que dura: ¡mira que me he metido en este blog con las criptomonedas y sus voceros! Y, ahora, voy a tener que repensarme lo que he dicho. No, no es que considere que las criptomonedas sean hoy por hoy dinero auténtico o de pleno contenido ni que el mundo cripto pueda sustituir al mundo financiero formal, pero no hay duda que frente a esta deriva autoritaria de las entidades financieras a las que los gobiernos no parecen querer poner coto, frente a este nuevo campo de abuso de poder por parte de las empresas, las criptomonedas quizás puedan aparecer como un alternativa para evitar el debanking para todos aquellos cuya ideología o sus valores no cuadran con los de estos recién llegados al mundo de la ética, los nuevos apóstoles del Bien Moral, los dirigentes de las empresas del sector financiero.
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(1) Pongo esto sin que venga al caso para suscitar controversia en estos tiempos tan calurosos, politizados y por ende intelectualmente amodorrantes. Que la exclusión social como estrategia femenina de competencia entre las propias mujeres se defiende en la obra de Joyce Benenson y Harry , Markovits: Warriors and Worriers. The survival of sexes, Oxford University Press, 2014
Esta veraniega semana me he enterado de un nuevo fenómeno que ha empezado a darse en Gran Bretaña, aunque no sé si hay casos también en nuestro país. Se trata de un nuevo tipo de discriminación económica pero esta vez no por "motivaciones" raciales, de género o de religión sino por motivos morales o éticos. Un ejemplo más de lo que se ha venido a llamar "cancel culture" o cultura de la cancelación, que como sugiere Robin Hanson en su blog, Overcoming Bias ("Women as Worries who Exclude", https://www.overcomingbias.com/p/women-as-worriers-who-exclude ) podría entenderse como la extensión de la estrategia competitiva típicamente femenina (1) de la exclusión social (en el acceso a un recuros deseado como por ejemplo los medios de comunicación)o el ostracismo hacia aquellos cuyas opiniones o ideas son competitivas con las que sostienen los excluyentes.
Se conoce como "debanking" y con este término se alude al ejercicio discrecional que están ejerciendo en Gran Bretaña del poder de las instituciones financieras para cerrar las cuentas e impedir el acceso a sus servicios financieros a aquellos clientes cuyos valores o ideología no sintonicen adecuadamente con los supuesto "valores" de esas instituciones, ésos que tan ampulosa y falsamente son proclamados por sus oficinas de manipulación o de relaciones públicas (es lo mismo) bajo los pretenciosos títulos de su "Visión" y su "Misión".
Ahí van algunos ejemplos. A Nigel Farage, el líder del Partido del Brexit, le cerró su cuenta su banco sin darle explicaciones. Pero no sólo a él, a lo que parece los bancos en Inglaterra parece que han decidido tomarla contra los oponentes a lo que se llama la "cultura woke", o sea, la "cultura" del buenísmo moralizante que defiende la que he llamado izquierda parroquial. Así, por ejemplo, el Metro Bank ha negado sus servicios a Our Duty, un grupo crítico con el dar facilidades para la reasignación de sexo por medios quirúrgicos u hormonales a adolescentes que padecen disforia de género. El fundador del grupo ha dicho que Metro Bank se negó a que el grupo abriese una cuenta aludiendo a que los objetivos y creencias del grupo estaban en conflicto con la cultura y las ideas que Metro Bank fomentaba. De igual manera, el pastor anglicano Richard Fothergill, también ha sido "debanked" por sus puntos de vista críticos en el asunto de las personas trans. A consecuencia de su crítica a su caja de ahorros de toda la vida, la Yorkshire Building Society por su -en su opinión- "incesante promoción de la ideología trans en el mes del Orgullo", señalando queademás que la YBS debería atenerse a sus asuntos financieros y quedarse fuera de las "guerras culturales", la YPS le respondió diciendo que su política es de "tolerancia cero acerca de la discriminación", tras lo que -¡viva la paradoja!- le discriminó cerrándole la cuenta.
La discriminación financiera se da también en otros intermediarios financieros. El año pasado, PayPal excluyó de su plataforma a Toby Young y su Free Speech Union. Y hace unos pocos meses, la empresa de fintech Tide canceló la cuenta del podcast Triggernometry sin razón alguna. De nuevo, lo único que conecta estos dos casos es su oposición a las políticas de identidad woke.
Es curioso, durante años, la preocupación estaba en que los agentes del sector financiero o eran amorales o eran inmorales. De que, por una mejora en sus cuentas de resultados no tendrían el menor inconveniente en financiar y ayudar a operar a traficantes de drogas, de armas y de personas, terroristas, asesinos de todo tipo, dictadores nazis, pederastas, etc., etc. El mundo cambia que es una barbaridad, como se decía en una zarzuela. Y, ¡mira por donde!, parece que ahora los bancos están decididos a pasarse del "lado oscuro" al "lado luminoso".
Ni qué decir tiene que definir lo que es ese "lado luminoso" no es tarea sencilla. Por ejemplo, a resultas de lo que le sucedió a Stuart Campbell, un adalid de la independencia escocesa, su banco de más de 25 años, el First Direct, que le ha cancelado sus cuentas personales sin explicaciones ni informarle siquiera (se dió cuenta cuando no puedo usar su tarjeta para pagar en el supermercado) , parece ser que para el First el independentismo político está también en el "lado oscuro".
El asunto puede parecer banal e incluso alegrar a aquellos que compartan las ideologías o los valores morales woke que verían así castigados a los recalcitrantes carcas de lo antiwoke, pero no es ninguna broma para quienes sufren el "debanking", la discriminación financiera por sus opiniones morales o políticas legales. Y esto último es lo más importante: que las opiniones de esas gentes antiwoke son perfectamente admisibles en una democracia y, en consecuencia, el sostenerlas no debiera ser objeto de ningún tipo de castigo.
Y castigo lo sería si la práctica del debanking se generalizara pues no hay myor castigo en una economía de mercado moderna que verse excluido del sistema financiero: sencillamente, el mero hecho de siquiera sobrevivir en una economía de mercado moderna sin poder usar de los servicios financieros se me antoja difícil cuando no es inviable. Conforme los propios estados establecen restricciones al uso del dinero legal que ellos mismos emiten, al "cash", estar al margen del sistema bancario ya no es una opción, una elección, por muy costosa que sea. . Ahora ya es una obligación.
Ni qué decir tiene que esa nueva "selectividad" moral o ética de la que hacen gala los intermediarios financieros se explica por la concurrencia de dos hechos. Por un lado, y como sucede con la mayor parte de las discriminaciones en el terreno económico, su existencia requiere de la ausencia de competencia. Una empresario competitivo por muy discriminador que sea se ve obligado a "tragarse" sus preferencias discriminatorias en contra de homosexuales, gentes de otras razas, religiones o culturas, o de las mujeres so pena de perder dinero y acabar siendo expulsado del sector. Si el sector financiero fuese más competitivo, las empresas que practican el "debanking" y sus dirigentes no se las podrían dar de tan "políticamente correctos", de tan buenos so pena de que sus tasas de beneficio disminuyesen y acabasen expulsados del negocio.
Así que una de las consecuencias no intencionadas de la permisividad de las autoridades reguladoras del sector financiero fomentando la concentración empresarial en el mismo para así hacerlo pretendidamente más resiliente frente a los comportamientos ineficientes de sus prepotentes, estúpidos y -ahora- "buenos" gestores es que estos pueden dedicarse a hacer de curas y moralistas poniéndose puntillosos economías, es dudoso que los bancos pudiesen ponerse tan puntillosos con las creencias morales y políticas legales de sus clientes.
Por otro lado, es obvio que las entidades financieras pueden permitirse el debanking sólo porque las autoridades monetarias y reguladoras de los estados lo consienten. Lo cual revela una clara dejación de funciones por su parte, pues es obvio que la creación de dinero bancario (a quien dar créditos) es -en parte- un bien público , y una de las dos características que definen a un bien público es que no puede ni se debe excluir a nadie de su uso, por lo que en la medida que el sistema financiero tiene esa característica de ser un bien público la gestión del acceso al mismo no puede dejarse al arbitrio exclusivo y discrecional de esas entidades.En suma, que los bancos (y las entidades de seguro o las plataformas de financieras) no son iguales a las demás empresas que producen bienes y servicios privados y en consecuencia no deberían poder "colgar" en la entrada a sus establecimientos el proverbial "reservado el derecho de admisión".
En cualquier caso, es una tendencia que ha apuntado y poca duda cabe de que puede extenderse en la medida que los propios estados estén gestionados por gobiernos propensos a caer en lo woke, como lamentablemente suele sucederle a la izquierda parroquial.
Y la implicación de esta noticia veraniega es obvia y para mí más que dura: ¡mira que me he metido en este blog con las criptomonedas y sus voceros! Y, ahora, voy a tener que repensarme lo que he dicho. No, no es que considere que las criptomonedas sean hoy por hoy dinero auténtico o de pleno contenido ni que el mundo cripto pueda sustituir al mundo financiero formal, pero no hay duda que frente a esta deriva autoritaria de las entidades financieras a las que los gobiernos no parecen querer poner coto, frente a este nuevo campo de abuso de poder por parte de las empresas, las criptomonedas quizás puedan aparecer como un alternativa para evitar el debanking para todos aquellos cuya ideología o sus valores no cuadran con los de estos recién llegados al mundo de la ética, los nuevos apóstoles del Bien Moral, los dirigentes de las empresas del sector financiero.
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(1) Pongo esto sin que venga al caso para suscitar controversia en estos tiempos tan calurosos, politizados y por ende intelectualmente amodorrantes. Que la exclusión social como estrategia femenina de competencia entre las propias mujeres se defiende en la obra de Joyce Benenson y Harry , Markovits: Warriors and Worriers. The survival of sexes, Oxford University Press, 2014