Recuperando una acendrada tradición cuyo origen en nuestro país se remonta a la Edad Media y que no sería desechada hasta la Convención de la Haya de 1908 en que España se adhirió a la declaración de París de 1856, el rimbombante Gobierno de España ha decidido una vez más recurrir a los corsarios pero esta vez, como obligan los tiempos, innovando pues en vez de atracar a un enemigo exterior los nuevos corsarios tienen en su punto de mira a una buena parte de los ciudadanos de su propio país. Hoy los corsarios ya no son aquellos despiadados marinos que se ponían al servicio de un Estado en una guerra contra otro sino que ahora son los técnicos y nada románticos tripulantes de la SGAE los que han recibido la patente de corso del gobierno para cobrar un canon digital a todo el que pesque o intercambie productos audiovisuales no autorizados por las aguas de los (relativamente) abiertos y libres mares del ciberespacio. Porque, no nos engañemos, piratas lo seremos sin duda, pero ellos de seguro que son corsarios.
¿En qué cabeza cabe la idea de que cada copia privada que se hace de alguna producción audiovisual sustituya a la venta de una copia oficial? ¿Qué cerebro puede aceptar que todos los CD y DVD que se venden en el país van a ser usados para copiar las excelsas producciones de nuestros afamados artistas, y sólo las de estos? Cualquiera diría que tamañas estupideces sólo se las pueden “creer” los que argumentando a partir de ellas han logrado obtener la concesión del canon, o sea, el entramado de la Corsaria Hermandad de la Costa de la Calle de Fernando VI de Madrid (donde está la sede de la SGAE). Pero no. A lo que se ve, las mentes privilegiadas del Gobierno de España y de buena parte de nuestros Padres de la Patria también comulgan con ellas. Y lo peor es que podemos aún darle a la susodicha Hermandad las gracias de que sólo se grabe la copia digital pues, ya puestos, con poco esfuerzo por su parte seguro que habrían conseguido que el Gobierno de España autorizase el cobro de un canon a todo ciudadano que no sea sordo o mudo en la medida en que, ya que pueden cantar o silbar, a lo mejor cuando lo hacen están “reproduciendo” por ahí melodías que no las han inventado ellos sin pagar a sus "creadores" nada a cambio. Y, si no a los individuos, ¿por qué no cobrar un canon a todo instrumento musical?, pues con ellos pueden ejecutarse músicas creadas por otros sin, de nuevo, pagar un céntimo en derechos de autor. Y, siguiendo con lo mismo, la verdad es que no sé a qué esperan las asociaciones de escultores y de arquitectos para exigir un canon similar sobre toda cámara de fotos o de vídeo en atención a un argumento similar, pues también disfrutamos de sus producciones sin pagarles nada cuando nos damos un paseo. Y aún se me ocurre que, dado que la mayoría de la población española cree en la existencia de un Dios que ha perpetrado este mundo, ésa es por lo tanto una verdad democrática que justificaría por sí sola el que la Iglesia Católica como representante legal en la Tierra de tan afamado Creador exija un canon sobre esos mismos medios de grabación en la medida que diariamente se hacen millones de fotos y vídeos de amaneceres, mediodías y puestas de sol, valles, mares, ríos y montañas, nubes, soles, lunas y tormentas, y todas esas copias piratas, todas, todas, sin pagar ni un céntimo por derechos de autor al más excelso de los autores radicado en su Miami celestial. Estoy seguro que los gobiernos de España (ya sean como el actual y más aún si fuesen del PP), tan receptivos como lo ha sido siempre a toda suerte de petición por parte de la organización apandadora más relevante históricamente en estos lares, o sea, la Iglesia Católica, estará más que de acuerdo en semejante canon para complementar el famoso 0,7% del IRPF, por si éste se les quedara corto.
A la hora de analizar esto del canon desde una perspectiva económica (me referiré por cierto sólo a la parte musical de la industria audiovisual, si bien las conclusiones podrían aplicarse mutatis mutandi a otros sectores de la misma como el cinematográfico) hay que separar, como ha de hacerse siempre, dos aspectos: el de la distribución y el de la eficiencia. Está claro que, si nos fijamos en la cuestión distributiva, el canon supone una redistribución de la renta: unos mayores ingresos para los artistas (y seguro que también para los que les rodean en la industria audiovisual) que saldrían fundamentalmente (aunque no enteramente, pues los productores de CD,DVD,MP3/MP4, etc., también les transferirían parte de su excedente del productor) de los bolsillos de los compradores de los medios digitales de grabación en forma de unos excedentes del consumidor más reducidos. De tal transferencia de dinero de unos bolsillos a otros poco más se puede decir sin acudir a algún juicio de valor. En efecto, antes del canon ese dinero estaba (principalmente) en los bolsillos de los consumidores y después pasará a estar en manos de los alejandrosanzes y julioiglesias españoles (pues, a lo que parece, el canon se lo repartirán los artistas en función de su importancia evaluada por la SGAE ¡El Señor nos coja bien confesados!) que lo podrán disfrutar en sus domicilios fiscales (que en muchos casos creo recordar que no están en España). Ganarían por lo tanto ellos y perderíamos los demás, lamentable redistribución desde mi punto de vista, pero esto es obviamente un juicio de valor -el mío- que en principio pesa tanto como el juicio de valor opuesto de Teddy Bautista, Ramoncín y los demás Hermanos de la SGAE para los que tal transferencia les parece justa de toda justicia. En efecto, ante este tipo de redistribuciones, desde un punto de vista agregado, nada se puede añadir a menos que se introduzcan unos juicios de valor, unos criterios de justicia distributiva, que sirvan para decidir en manos de quien valdría más socialmente (o sea, en manos de quién sería más justo) que estuviese ese dinero. Si esos criterios fuesen unánimemente compartidos, se podría juzgar en manos de quien sería mejor que estuviese ese dinero y decidir en consecuencia. Ahora bien, en ausencia de una teoría aceptada por todo el mundo respecto a esa valoración diferencial de los diferentes individuos, las cosas se complican a la hora de valorar el aspecto redistributivo que supone el canon, y no queda otro remedio que recurrir a una decisión política, como aquí ha ocurrido, y así el Congreso de los Diputados ha estimado justa la reclamación de los de la SGAE de esa transferencia de renta a su favor. Quizás para algunos valga también una justificación en los siguientes términos: si los que ganan, es decir, los artistas y los suyos pagan por recibir el canon un poco más en impuestos de modo que el Estado pueda aumentar los gastos públicos de modo que nos sintiéramos compensados, a lo mejor el canon quizás podría defenderse desde un punto de vista distributivo, pero este tipo de análisis (que sería de de equilibrio general y no parcial) no es nada concluyente y así a nadie se le oculta que tal concatenación de hechos sería bastante improbable y más si se tiene en cuenta la extrema deferencia con que la Hacienda Pública trata al gremio de los artistas.
Por otro lado, nada tendría yo que objetar al canon y así creo (es una opinión personal, nada más) que sería un precio más que aceptable si con eso se consiguiera que los artistas citados y algunos otros se fuesen y no volviesen de sus retiros espirituales en Miami o las Bahamas. Sería algo así como cuando se les da dinero a esos atorrantes cantantes y músicos callejeros para que se larguen y te dejen tomarte tranquilo una cerveza en una terraza disfrutando siquiera un poco del silencio, ese bien cada vez más escaso en este mundo occidental que padece, como dice Pascal Bruckner, de una especie de "narcomanía musical" (por todos lados siempre está sonando música. Uno llega a odiar la Primavera de Vivaldi o el adagio de Albinoni cuando se los ponen impenitentemente junto con el Para Elisa de Beethoven como sonido de fondo en las llamadas en espera hasta para pedir cita para el dentista). Pero con esta opinión entramos en la otra cuestión, el efecto sobre la eficiencia económica del canon.
Y aquí parece estar el meollo del asunto, pues los canonistas arguyen que gracias al canon el talento y el arte logran reapropiarse de los dineros que la moderna tecnología de la reproducción digital les habría robado, ingresos que al facilitar la vida a los creadores fomentaría en la misma medida la CREACIÓN, así con mayúsculas. Dicho de otra manera, el canon servirá para que hubiera la oferta continua de creadores audiovisuales españoles que la Patria necesita. El argumento parece incontestable desde un punto de vista económico (admitiendo eso sí que es necesario que haya artistas españoles, lo que no está nada claro, pues al igual que no producímos de todos los bienes posiobles sino que nos especializamos en algunos de ellos, comprando de aquellos que nosotros no hacemos, no sé porqué no hacemos lo mismo en el terreno de la CREACIÓN y nos empeñamos en tener tantos "creadores" en el mundo musical cuando por ejemplo resulta incontestable que, al menos en el terreno de la música popular, los anglosajones les dan muchas vueltas a la mayoría de los españoles con escasas y conocidas excepciones) pues sólo recurre a una pieza elemental del análisis económico cual es la relación entre salario o remuneración y cantidad ofrecida de trabajo que aparece en la curva de oferta creciente de trabajo en cualquier ocupación, que manifiesta que si sube la remuneración de la actividad laboral en una ocupación aumentará la cantidad de trabajo que se ofrezca en la misma. Pero las cosas son algo más complejas.
Pues bien, no es necesario recurrir a las vidas de los bohemios artistas del Romanticismo que aunque lo pasaban bastante mal no por ello dejaron de seguir su vocación, para darse cuenta que los verdaderos artistas no conciben su trabajo de creación como el trabajo en la construcción. Y así es frecuente que se refieran a sus tareas de creación como fruto de algo no sujeto a la ley de la oferta creciente en función de la paga. Componen, crean, dicen frecuentemente, inspirados o sea, como decía Homero, como si estuviesen poseídos por algún dios o musa que les “dicta” la música que luego llevan a las partituras o los textos que se ponen en escena. En suma que a menos que alguien pueda justificar -lo que parece más que difícil- que Euterpe (la musa de la música), Melpómene (la de la tragedia), Talía (la de la comedia) o Erato (la de la lírica coral) respondan a los incentivos económicos de modo suficientemente elástico, el argumento de que sin el canon la creación desaparece hace aguas por todos los sitios. Es falso de solemnidad. En suma que la oferta de “creatividad” debe ser bastante o muy inelástica respecto a la remuneración. Ahora bien, si esa oferta de "creatividad" es para cada "creador" muy inelástica ello quiere decir que la cantidad de "creación" que suministre no dependerá en un rango relevante (obviamente, en un caso extremo, si un artista no recibe ninguna remuneración perece de inanición y no hay creación) de la paga que por ella reciba. Cierto que cuanto mayor sea la remuneración que perciba un artista mayor será probablemente su nivel de bienestar económico, pero la experiencia nos enseña que ese bienestar no está ni mucho menos positivamente correlacionado con la calidad de las obras creadas. Y más bien se oye frecuentemente lo contrario, o sea, que las mejores obras surgen en periodos de la vida de los artistas que no se caracterizan en absoluto por su estabilidad económica o personal, sino por todo lo contrario ¡Cosas de las musas!. Dicho todo lo anterior de una manera más técnica: la remuneración que reciben los creadores puede considerarse compuesta fundamentalmente por renta económica, siendo mucho menor la parte que representa la compensación que cada "creador" ha de recibir por el coste de oportunidad de dedicarse a la actividad creativa en vez de a la actividad remunerada alternativa más valiosa(por ejemplo, lo que podrían ganar como oficinistas o seguratas en una obra) . En consecuencia, y como pasa siempre que estamos analizando una actividad cuya remuneración es fundamentalmente renta económica, la reducción de esa remuneración (ya sea por impuestos o causada por la actuación de piratas en la red) no alterará la cantidad de creación que los creadores pongan en el mercado. Simplemente, seguirán haciendo lo mismo no tienen otra cosa mejor qué hacer, que les compense más ya sea económica, psicológica o socialmente.
Ahora bien, si se acepta lo anterior la consecuencia de la piratería sobre la creación sería enteramente la opuesta a lo que se ha dicho hasta la saciedad. Sobre la CREATIVIDAD en sí misma, la piratería en la red o en el top-manta, o bien no tendría efectos o, si los tuviera, serían benéficos, aunque parezca raro pues es posible argumentar que, gracias a ella, desaparecerían del mundillo de la música y del cine todos aquellos "artistas" que sólo están en él parar hacerse famosos y/o lucrarse de los beneficios extraordinarios que las restricciones en la capacidad de copia ponían en manos de las discográficas y las productoras cinematográficas. No es necesario traer aquí a colación la “producción y manufactura” por parte de las compañías discográficas de “estrellas” musicales que no saben cantar ni tocar ni actuar ni hacer nada de nada sobre todo para el consumo en determinados mercados como el de los jóvenes y adolescentes, engendros que luego llenan los puestos de venta de los bares de carretera antes de llegar a los basureros (y aquí uno no puede sino recordar aquel grupo de moda hace ya algunos años, los Vini Manilli creo que se llamaban, que fue el primer grupo musical fraudulento de ámbito mundial). Pues bien, resulta obvio que todos esos “creadores” creados por la industria audiovisual no hacen sino generar confusión, ruido y dificultades para que los auténticos creadores se den a conocer. De modo que cuantos menos haya, menores serán los costes de transacción para que la actividad realmente creativa florezca.
Pero muy distinto es el problema que afecta a los productores y transmisores legales de copias de la obra creada. Es decir, a las compañías discográficas. Es a ellas a las que la copia pirata ya sea en el top-manta o mediante el uso de programas P2P les hace daño. Son sus ingresos y sus puestos de trabajo los que peligran por la competencia "desleal" (como dicen ellos) e ilegal (como han conseguido que el Estado diga) que supone la tecnología de la copia. Pero el problema es que eso siempre pasa con los avances técnicos. Es consecuencia o parte de lo que Schumpeter llamaba la "destrucción creadora". Recuerdo aquí un ejemplo de Ferdinand Braudel que, creo que viene bien al caso, a propósito de cómo la canalización del agua que llevó el agua corrientes a las casas acabó con una entera profesión a la que se dedicaban muchas gentes en las ciudades hasta el último tercio del siglo XIX: la de aguador. Pues bien, a guisa de analogía podemos considerar la oferta de agua como muy similar a la oferta de creación artística pues a fin de cuentas ambas provienen de una fuente extrahumana (ya sea la Naturaleza o una Musa), cierto que por razones de justicia (que no de eficiencia) podríamos considerar que los que están imersos en el agua del rio de la creatividad y la "sacan", o sea, los artistas, deben ser compensados pero ya hemos visto que su remuneración es fundamentalmente renta económica, luego -dentro de ciertos límites- no es necesaria para que sigan extrayendo agua de ese río, lo harían en cualquier caso. Pero para distribuir ese agua-creación ¿debemos cerrarnos a nuevas tecnologías y seguir usando sólo de los viejos aguadores (es decir, de la vieja industria discográfica) ? Parece absurdo ¿no?.