En una entrada ya lejana en el tiempo: “Economía de la belleza o porqué el número de feas (y feos) crece en el curso del crecimiento económico"(http://www.rankia.com/blog/oikonomia/428848-economia-belleza-por-que-numero-feas-feos-aumenta-curso-crecimiento-economico), abordaba la cuestión de cómo el desarrollo técnico en los medios de comunicación afectaba a la calidad de un “bien” personal tan especial como lo es la propia belleza física dado que se trata de un bien relativo o posicional, es decir un bien del que un individuo tiene más en la medida que otros lo tienen menos. Es lamentablemente bien sabido por cualquier feo o fea que la propia fealdad se acentúa cuando un guapo o guapa se le pone al lado. Sencillamente ocurre que la diferencia salta a la vista.
El argumento, por repetirlo aquí en pocas palabras, es que en los ya viejos tiempos de antes de la revolución gráfica de los medios de comunicación, los guapos y guapas lo eran a escala local. En cada barrio, en cada pueblo, los individuos se clasificaban y definían unos respecto a otros según su belleza relativa, lo que se traducía en que había muchos guapos y guapas en la medida que había infinidad de entornos locales, cada uno de los cuales tenía sus propios y reconocidos guapos y guapas. En cada uno de esos entornos locales; en cada pedanía, pueblo o barrio de cualquier ciudad siempre había alguno y alguna que eran sin discusión los más guapos. Tal cosa se alteró radicalmente con la paulatina llegada del cine, la televisión, las revistas con fotografías, etc.
Simplemente, sucedió que fueron apareciendo, ante los ojos de todos y de cualquiera, unos guapos y guapas que, en la mayor parte de los casos, parecía que vinieran de otro mundo, pues eran muy, pero que muy guapos. Más bellos, por lo común y general, de lo que cualquiera había visto antes en su pequeña comunidad. Se trataba de unos guapos y guapas a escala global. Y, claro está, al ser tan excepcionalmente guapos y atractivos, su mera existencia, su mera presencia en imágen, afeaba o empequeñecía la belleza de los guapas y guapos locales, que dejaban por eso mismo ser tan guapos como lo habían sido, sin que nada real o físico hubiera afectado a sus rostros y donosura. Resulta obvio que, por lo general, el guapo y guapa de cada barrio o cada pueblo desmerezca mucho o sea sencillamente feo cuando en vez de compararse en belleza con sus vecinos, se les compara con George Clooney o Angelina Jolie o con las famosas top-models que inundan las pantallas y revistas. Una o uno puede sentirse guapa o guapo ...hasta que andando por la calle ve reflejo en el cristal de un escaparate y ve al lado también la fotografía en grandes dimensiones de uno o una de esos superbellos que está en la marquesina de una parada de autobús u ocupa un cartel publicitario. Dado que la belleza física es relativa, la aparición de alguien más hermoso que el que hasta entonces ocupaba esa posición lo afea relativamente, a él y a todos los demás que ya eran más feos que él. En suma, el número de feas y de feos ha crecido en el curso de la revolución de los medios de comunicación y la globalización(1).
(No puedo dejar aquí pasar por alto el hecho de que los avances técnicos están llevando al afeamiento relativo de -incluso- esos superhermosos a escala global. El George Clooney o la Angelina Jolie reales parece ser que desmerecen mucho frente las imágenes de sí mismos, o sea, el George y la Angelina productos del photoshop y otros programas informáticos de embellecimiento, que son a quienes realmente "conocemos". Es así frecuente, por no decir lo habitual en las pantallas cinematográficas, que los actores protagonistas (los “guapitos” de cara) sean sustituidos por otros cuando la cámara se fija en algunas partes de su anatomía que no son tan bellas como el resto de su anatomía. No sé si será cierto, pero alguien me dijo que eso pasaba con Julia Roberts, cuyas piernas parece ser que no estaban a la altura de su cara. Y en alguna parte he leído, no se me pregunte dónde, que en el genero cinematográfico más sincero de todos a este respecto donde los actores trabajan a cara y cuerpo descubiertos, que es el pornográfico, la filmación con película de alta definición está suponiendo un gran problema en la medida que los defectos en la piel de los “artistas” porno que trabajan a cuerpo gentil resultan ahora inocultables)
Uno puede preguntarse, sin embargo, por la escala o canon de belleza que sirve para establecer en términos relativos la belleza de cada cual, pues aunque suele decirse que la belleza está en los ojos de quien mira, no es así pues sin duda existe un canon de belleza generalmente compartido (2). Ese canon, parcialmente, parece tener un origen biológico. Así los biólogos dicen haber encontrado una razón para que la simetría en los rasgos de la cara y en el conjunto del cuerpo sea valorada en todas las sociedades, o sea, sea establecida o calificada como hermosa. El argumento sería que dado que una simetría corporal perfecta es algo muy difícil de conseguir por un embrión, aquel que la consigue, demostraría poseer una dotación genética muy buena, de la cual, con el debido cuidado, resultará en un individuo adulto saludable. Dado que la salud es un factor de supervivencia, los rasgos físicos que la señalizan en un individuo (o sea, la simetría corporal) se habrían convertido así en rasgos atractivos para los demás individuos en los procesos de selección natural y sexual en la búsqueda de pareja para la reproducción desde el punto de vista de la evolución.
Algunos psicólogos evolutivos pretenden, incluso, que la belleza personal está también correlacionada positivamente con la inteligencia, o sea que la común y preconcebida idea de la guapa o guapo tonta o tonto es incorrecta. Y esta hipotesis, aquí, tiene como se verá su importancia. Y es que, sucede, que a la vez que el progreso técnico y el crecimiento económico estaría aumentando el número de feas y de feos, la belleza física personal cada vez tiene más valor económico.
Este fenómeno ha sido confirmado repetidamente por los economistas laborales: en cada ocupación los más guapos/guapas ganan más por término medio que los que lo son menos, a igualdad de las demás variables que explican las diferencias en las remuneraciones. Por dar unas cifras, citaré a Daniel Hammermesh, un economista laboral experto en este asunto, quien ha calculado que en los Estados Unidos y Canadá, los ingresos de los feos son menores que las rentas medias en tanto que los guapos ganan más que la media. La "penalización" por fealdad de los varones fué de un -9%, en tanto que la prima de belleza de los guapos está en un +5%: Para las mujeres, las cifras respectivas eran de -6% y de +4%. En China (Shangai), las cifras para los hombres son -25% y +3%, en tanto que para las mujeres son -31% y +10%. En Gran Bretaña, a los feos les va peor que a las feas (ganan un -18% frente a un -11% que la media), pero a los guapos les va igual de mejor que a las guapas (ganan un 1% más que la media).
Pues bien, si los psicólogos evolutivos tuvieran razón y los más guapos fueran también más inteligentes que los más feos, esa diferencia en las remuneraciones no sería discriminatoria sino una diferencia eficiente y hasta éticamente justa, ya que el mercado laboral lo único que haría es reflejar una diferencia invisible en inteligencia entre los trabajadores que se manifiesta de una manera visible, a las claras y para todos, como una diferencia de belleza.
Ahora bien, si se considera que medir la inteligencia no es nada fácil y que tampoco lo es medir la belleza, nada extrañará que tenga para mí, que lo que hacen esos psicólogos evolutivos, cuyas posiciones económicas y políticas les llevan las más de las veces a alinearse con los fundamentalistas defensores a ultranza de los mercados libres, es pretender justificar la "justicia" de los mercados laborales ex post facto, es decir, defender las diferencias de remuneración (injustificables usando otras variables como la formación, la edad, la experiencia, etc.) a partir de una supuesta relación entre la belleza y una inteligencia general. Dicho con otras palabras, no me creo que exista esa correlación entre belleza e inteligencia. Por lo dicho y por dos razones más: porque el canon de belleza física sólo parcialmente tiene una base natural o biológica (como argumentaré más adelante), y porque la belleza personal es modificable modernamente y en grado apreciable mediante la cosmética y la medicina, o sea, no es una señal inamovible.
Sin embargo, lo que acabo de decir no implica que suscriba enteramente o sin mayor cualificación la posición opuesta de aquellos que afirman que los datos demuestran la existencia de una directa y consciente discriminación por belleza (beauty discrimination) en los mercados de trabajo contra de los más feos y a favor de los que tienen un "look" más atractivo (por lo que a esta forma de discriminación se la conoce también en inglés como "lookism"). Me inclino más bien a pensar que fuera de casos concretos, ese favoritismo relativo, esos privilegios de que gozan los guapos es consecuencia indirecta o inevitable de la forma en que el crecimiento económico modifica las economías, o sea, el llamado cambio estructural: el paso que se da en el curso del crecimiento económico de una economía basada en el sector primario a una basada en el sector industrial o secundario y, luego más adelante, a una economía postindustrial centrada en el sector servicios.
Me explico: para un agricultor, para un pastor, para un minero o para un trabajador de una siderurgia o un astillero, el ser más o menos guapo no altera sus posibilidades económicas en el mercado laboral. La remuneración que obtengan por su trabajo dependerá de su productividad y de las condiciones y estructura de sus respectivos mercados de trabajo, pero no guardará relación con su apariencia física, con su belleza, pues en nada está está relacionada con su capacidad de trabajo. Es obvio que esto no significa que a esas personas no les interese su belleza personal, que sean ajenos a su personal atractivo físico, pues hay otro “mercado”, el de las relaciones sexuales y amorosas, donde la belleza personal es una suerte de moneda o de “dinero”, de modo que -a igualdad de riqueza en forma de dinero contante y sonante- cuanta más belleza se tenga, más capacidad de compra en ese mercado (véase la entrada "Economía del amor (primera parte)"(http://www.rankia.com/blog/oikonomia/428771-economia-amor-primera-parte).
Por ello, hasta esos trabajadores tan aparentemente alejados del mundo de la “estética” personal invertirán sus buenos recursos comprando sustitutivos y creadores de belleza a la industria de la cosmética y la cirugía estética, que son dos mecanismos (entre otros como la vida sana, la comida equilibrada, etc.) que las gentes usan para tratar de remediar lo que la genética les ha otorgado en esto de la belleza física). Pero ahí acabará su relación económica con su belleza personal. Dicho con otras palabras, su belleza no será para ellos un activo económico, un "capital" equiparable a su capital humano (sus conocimientos y habilidades profesionales), su capital físico (sus tierras, casas, máquinas e instrumentos de trabajo) o su capital financiero (su dinero y otros activos mobiliarios).
Las cosas sin embargo son muy diferentes para un médico, un profesor, un comercial, un vendedor, un artista o un ejecutivo empresarial. Para este tipo de trabajadores, la buena presencia, la apariencia física, es un activo económico muy importante. En sus mundos profesionales, la apariencia física, la primera impresión cuenta, y bastante o mucho. Se trata de ocupaciones en las que el contacto interpersonal, las relaciones cara a cara son una parte importante en su desempeño. Y, claro está, los guapos y guapas tienen ahí un plus diferencial frente a los que lo son menos. Preferímos hacer negocios, relacionarnos con guapos o guapas no por alguna razón economicista, porque ello indique que son más inteligentes o saludables, sino porque sí, porque nos gustan más, porque nos cae mejor la gente guapa que la fea; o sea, por ninguna razón clara sino por una "razón" digamos que estética, nada elaborada o pensada sino totalmente inconsciente. Los guapos lo tienen así mucho más fácil que los que no lo son para encontrar empleo, para ascender en las jerarquías profesionales, para tener carreras laborales más largas y remuneradas.
Resulta entonces que conforme la proporción del PIB que se genera en el sector servicios ha ido creciendo, la importancia económica del atractivo físico ha ido aumentando paralelamente, pues por definición es en una economía de servicios donde las relaciones interpersonales predominan. En suma, conforme la población laboral ha ido pasando de los sectores primario y secundario al terciario, se ha producido una comercialización general de la belleza personal de modo que el tener atractivo físico se ha convertido en un activo económico de primer orden en el mercado de trabajo, cuyo valor o peso crece respecto al tradicional curriculum académico o profesional. No ha de entenderse lo recién dicho en términos justificatorios o morales, sino solamente en términos positivos o empíricos: o sea, como una descripción de un fenómenos observable (3).
Si nos ponemos ahora a analizar esta "nueva" forma de capital, el capital-belleza, que se añade a los otros tipos de capital de que puede disponer (e invertir) un individuo: el capital humano, el físico, el social y el financiero; se tiene, en primer lugar, que como esas otros componentes se la riqueza, el atractivo físico, la belleza o la apariencia personales, no está homogéneamente distribuido entre la población. Al igual que otros activos económicos más prosaicos (como -repito- la educación, los activos inmobiliarios, las acciones o el dinero), también la belleza acompaña a los más pudientes. Dicho con otras palabras, los ricos son más guapos. No sería aquí necesario un comentario más extenso pues basta con darse una vuelta por un barrio rico y uno pobre para que salte a la vista que la belleza no está ni mucho menos equitativamente distribuida. Y ello debido a dos razones o mecanismos. De un lado se tiene que los ricos saben (y pueden) cuidarse más y mejor. Invierten más en cosmética, cirugía estética, vida sana, etc., pues pueden permitírselo, y ello se nota. Adicionalmente, puede decirse también que genéticamente, o sea, ya de salida, es más que probable que los ricos sean en promedio más guapos que los pobres por término medio. Es verosímil que los ricos de las generaciones anteriores a los ricos de hoy se hayan emparejado con las más guapas, ya fueran ricas o no, de modo que en herencia hayan pasado a sus descendientes no sólo los activos económicos habituales sino también este activo hoy ya también económico que es la belleza.
Pero junto con este conjunto de razones que avalan la idea de que los ricos tienden a ser más guapos que los pobres, hay una segunda razón, que apunta, y como siempre con fundamento, Rafael Sánchez Ferlosio, cual es que la belleza no es sólo cosa de la genética o la biología, como se recalcó antes, sino que es también, en cada momento, una construcción social y cultural. Y son los ricos los que definen ese aspecto sociohistórico de los cánones de belleza, esa vestimenta que se agrega a la belleza "natural", biológica o desnuda, o sea, es la sociedad y sus clases dirigentes quinenes establecen qué elementos, adornos, maneras o apariencias han de ser vistas como bellas, y obviamente siempre elegirán aquellas actitudes y adornos que sean costosas de usar o adquirir o mostrar de modo que sólo estén al alcance de los adinerados(5).
A guisa de ejemplo de ese condicionamiento social de la belleza recordemos que hubo una epoca en que la tez pálida era un rasgo femenino de belleza en la medida que señalaba a los demás que quien la tenía no estaba obligada a trabajar en el campo: eran las campesinas las que tenían pieles quemadas por el sol. Más adelante, la morenez pasó a ser considerada señal de belleza conforme el trabajo en ambientes cerrados (fábricas y oficinas empalidecía a los trabajadores), por lo que sólo los ricos y ricas podían permitirse una vida más libre o natural. Hoy, conforme las vacaciones pagadas y los rayos UVA han puesto la morenez al alcance de todo el mundo,el color de la tez está perdiendo su capacidad de señalizar belleza. De todo esto quien sabía mucho y lo dejó escrito en su clásico la Teoría de la Clase Ociosa es Thorstein Veblen.
Por otro lado, no hay que olvidar el hecho económico de la depreciación del capital. Como otros activos físicos, la belleza física también resulta afectada -y mucho- por el paso del tiempo. El paso de los años, la vida, deprecia nuestra belleza, y consiguientemente, devalúa su valor económico. La industria de la cosmética y la medicina trata de crear antídotos, pero tarde o temprano, la depreciación resulta evidente. Es conocido -y explicable- que esa depreciación física del activo-belleza se traduce en una depreciación de su valor económico opere con particular saña contra la belleza femenina, de modo que mayor urgencia tendrán las mujeres en tratar de usar el activo belleza física cuanto antes y más intensivamente, en ponerlo en valor como ahora se dice (véase como consecuencia lo que se dice en la entrada "Un asunto exclusivamente femenino: Economía del machismo" http://www.rankia.com/blog/oikonomia/428760-asunto-exclusivamente-femenino-economia-machismo ).
Pero junto al discurrir del tiempo, no hay que olvidar la otra fuente de depreciación o minusvalía ya comentada al principio, la asociada al crecimiento económico, la revolución gráafica y las nuevas tecnologías y la globalización: cada vez que aparece un nuevo guapo o guapa universal nuestra belleza empalidece un poco más pues el listón se pone más arriba.
Dicho lo anterior, ¿qué puede hacer un individuo sino invertir en ese capital-belleza cuyo valor económico crece continuadamente? Parece claro que la única manera de enfrentarse a esta compleja situación por parte de cada individuo es gastar en la medida de sus posibilidades en capital-belleza. ¿Ha de extrañarnos, pues, el crecimiento de la industria de la cosmética o de la cirugía estética reparadora de los destrozos del tiempo y la enfermedad? ¿Cómo, entonces, no explicar y comprender el moderno “culto al cuerpo” que como nueva religión verdadera llena hasta los topes esas nuevas iglesias que son los gimnasios, spas, y demás, relegando de paso a las viejas iglesias, a centros de reunión para viejos y feos? Así que, a la vez que los individuos se ven obligados a dedicar cada vez más tiempo y recursos su formación continua (o sea, a invertir en capital humano) para sobrevivir económicamente en una economía cada vez más orientada hacia el conocimiento y la tecnología, se ven también obligados a gastar más recursos en su belleza personal (en su capital-belleza), para responder al hecho de que la economía se orienta también crecientemente al sector servicios, donde la apariencia cuenta. La analogía entre las dos formas de capital resulta evidente y no merece la pena que la explore más.
Pero hay un problema en esa solución individual a la desvaloración del capital-belleza personal. Y es que a la belleza física como activo económico le pasa lo mismo que a los demás bienes relativos o posicionales: que su persecución se convierte en lo que se conoce como una “carrera de ratas”. Si sólo un individuo invirtiera en belleza, su esfuerzo tendría sentido y valor económico pues sería una inversión rentable, pues si sólo él lo hiciera su apariencia mejoraría relativamente a la de los demás, dado que la apariencia de estos no se modificaría, es decir, que ese individuo que gastara en "estética" ascendería en la escala de la belleza físca y podría así valorizar más su capital-belleza obteniendo, por ejemplo, un mejor puesto de trabajo. Pero tal cosa es difícil por no decir imposible que suceda: como todos los individuos se enfrentan a la misma tesitura de la depreciación de su capital-belleza, y todos responden de la misma manera gastando en mejorar su apariencia, todos de alguna lo consiguen, seguro que unos (los que "de natural" son más guapos) más que otros; pero en términos generales las posiciones relativas se mantendrían. En un caso extremo, si cada uno aumenta su belleza en un 10% (hablando laxamente pues no es posible cuantificar porcentualmente las variaciones en la belleza que son cualitativas), las posiciones relativas en la escala de belleza se mantienen, y los feos de antes seguirían siéndolo. El gasto se habría revelado inútil pues, pese a él, el capital-belleza física de cualquier individuo seguiría valiendo lo mismo que antes.
Tras todo lo dicho, la cuestión es la de si tiene algún sentido económico la inversión en este activo económico tan especial que es la belleza física. No, obviamente, en su mayor parte pues desde un punto de vista colectivo, (fuera obviamente de los gastos que redundan en incrementos en salud), los gastos en cosmética son colectivamente contraproducentes. Son un ejemplo más de lo que los economistas llaman gastos en "búsqueda de rentas" (rent-seeking), gastos que cada individuo hace persiguiendo mejorar su posición a expensas de los demás. Pero, por contra, el gasto en estética sí tiene sentido económico aunque no tenga rentabilidad económica desde un punto de vista individual o privado, pues si uno no invierte en belleza y los demás sí lo hacen, aquel que no lo hace se va yendo hacia abajo en la escala de belleza, aunque no le haya cambiado un ápice su apariencia física, y ello debido simplemente a que los otros habrían mejorado siquiera un poco en sus apariencias. Es una "carrera de ratas" en el sentido de que uno ha de estar siempre "corriendo" para mantener su posición relativa, al igual que las ratas de los laboratorios corren sin cesar en sus norias estando en el mismo sitio.
En suma que el capital-belleza es un activo económico que, como se ha dicho, está sujeto a rápida depreciación tanto física como en su valor económico y cuyos rendimientos privados siempre están al albur de la inversión que también hagan los demásen belleza así como de cualquier cambio tanto en la salud propia como en los cánones de belleza socialmente construidos, junto con las innovaciones técnicas y la globalización. Desde cualquier punto que se mire, invertir en tal suerte de activo más allá de lo que la "carrera de ratas" le impone a cada individuo es una inversión extremadamente arriesgada, y el consejo de cualquier asesor de inversiones a un posible inversor sería no dedicar todos los recursos a esa inversión a menos que estuviese excepcionalmente dotado por la naturaleza. Un consejo sensato sería, pues, invertir en estética lo mínimo para no perder posiciones en la "carrera de ratas", pero dedicar la mayor parte de los recursos a otras fuentes de riqueza como la formación académica o la experiencia profesional cuyos rendimientos son más seguros.
Y, sin embargo, lo que sucede en un segmento nada desdeñable de nuestro mundo es lo contrario. Son miles y miles las adolescente que cada año deciden dedicar todos sus recursos a aumentar/cultivar su capital-belleza, especializándose en ella, a expensas de conseguir una formación académica o experiencial más diversificada. Su objetivo es "triunfar" en un mercado de trabajo muy particular: el mercado de las (y los, no olvidemos a los varones) modelos.
Se trata éste de un mercado laboral especial donde la apariencia física es no sólo un elemento relevante sino que es el factor determinante de la situación económica de los trabajadores que en él se buscan la vida. El del mercado de las (y los) “modelos” es el caso extremo o puro del fenómeno de la creciente relevancia de la belleza física como un factor dentro del currículo que los trabajadores llevan a sus ocupaciones. En este mercado, la belleza, la apariencia física lo es todo. Como es conocido el curriculo de cada uno de los aspirtantes a modelo consiste sólo y exclusivamente en su “book”, es decir, en un conjunto de fotografías que muestran su belleza en distintos entornos, iluminaciones y posturas. El resto: su inteligencia, sus conocimientos, etc., para nada valen en este mercado. En el caso de ellas, basta con que sean fotogénicas, estar muy pero que muy delgadas, saber poner “caras” con ojos mirando al vacío, ser capaces de andar o mejor “desfilar” sobre zapatos de tacón vertiginosos sin caer al suelo, y han de aceptar ponerse las “creaciones” que unos sedicentes “artistas del diseño” han parido. En otros tiempos, cuando lo políticamente correcto no estaba paralizando la capacidad de uso y creación de lenguaje de la gente, a las modelos se las llamaba maniquíes, y se las llamaba bien, pues poco más que maniquíes de andares robotizados es lo que se les exige para cumplir satisfactoriamente su trabajo.
Una socióloga, y también modelo durante algunos años, Ashley Mears ha estudiado este mercado en un libro ltitulado Pricing Beauty: The Making of a Fashion Model, y ha encontrado lo que de antemano podía predecirse que iba a hallar. Y es que el mercado de las (y los) modelos es un ejemplo más de lo que se conoce como "mercados de ganador único" (winner-take-all-markets), mercados donde los mejores relativamente no sólo ganan más que aquellos que quienes tienen unas capacidades o habilidades inferiores, sino que ganan proporcionalmente mucho más que ellos. En los mercados de ganador único las remuneraciones que obtienen quienes en ellos participan no guardan proporción con las diferencias absolutas en sus capacidades o habilidades. Entre los actores, los deportistas, los músicos, los cantantes, los arquitectos, los abogados, los managers,..., los que son relativamente mejores (las "estrellas" o "superestrellas") se llevan así la parte del león de los ingresos que se generan en esos mercados, en tanto que el resto ha de conformarse con una remuneraciones mediocres cuando no escuálidas que no se justifican por la distancia absoluta en capacidad que les separa de las superestrellas.
Mears constata así que el mercado de modelos es un mercado de ganador único. Hay un reducido grupo de modelos de alta moda y de publicidad de bienes de lujo a nivel mundial y un grupito dentro de él aún más exclusivo de top-models cuyos nombres resultan conocidos aún por quienes nada tienen que ver con el sector. Así por ejemplo, en 2007, los diseñadores utilizaron 677 modelos de alta moda, de las cuales no más de 60 desfilaron en más de 20 pasarelas; el resto tan sólo fueron utilizadas en 5 desfiles de media. La consecuencia está clara: la gran mayoría de modelos de alta moda difícilmete consiguen llevar una posición económica desahogada. Mears ha encontrado que por el trabajo de posar para aparecer en la cubierta de una revista de moda, una modelo gana por término medio 100$ al día. Por aparecer en la cubierta de Vogue, una modelo logra un complemento de 300$ diarios. Pero hay muchas otras revistas de moda que ni siquiera pagan esas pequeñas cifras: no pagan a las modelos absolutamente nada, ni siquiera el bocadillo ni les regalan un ejemplar de la revista, ni siquiera el transporte para ir al sitio donde se hace el reportaje fotográfico, pues consideran el salir en ellas como suficiente remuneración.
Y, ¿qué decir del pago por desfiles? Pues que, fuera de las top, tampoco es muy remunerado. La remuneración por desfilar en la Semana de la Moda londinense, donde parece que se paga menos que en otras, es de unos 500$. Resumiendo: los ingresos medianos en 2009 de una modelo en Estados Unidos ascendían a la magra cifra 27.330$ sin ningún otro tipo de extras o complementos ni beneficios sociales.
Entre las razones explicativas que Mears apunta están las ya mencionadas anteriormente: el exceso de oferta debido a la continua aparición de nuevas caras y cuerpos en todos los rincones del planeta dispuestas a desbancar a los ya existentes y la depreciación del capital-belleza (no hay modelo de alta moda que pueda seguir en el oficio a alto nivel más allá de los 25-26 años). Adicionalmente, el mercado laboral de los y las modelos puede ser considerado el paradigma del mercado de trabajo precario. Para la inmensa mayoría, la carrera de modelo es como se ha dicho nada lucrativa, apenas permite el sostenimiento financiero. El trabajo de modelo -apunta Mears- es un trabajo "freelance" en absoluto regulado, que se realiza puntualmente (por proyecto), en que las modelos no tienen en su mayoría el menor control sobre las condiciones de trabajo y nunca saben cuándo surgirá un nuevo proyecto, una nueva ocasión de trabajo. Son arbitrariamente seleccionadas y fácilmente despedidas. No hay antigüedad sino todo lo contrario (una modelo parisina se autodefinió como "simple carne. Y ya se sabe que la carne se pasa con el tiempo"), no hay derechos sociales, no hay desempleo. Algunas modelos trabajan bajo acuerdos que recuerdan a la servidumbre: están en deuda con sus agentes por los gastos de transporte y los alquileres de apartamentos asociados a los desplazamientos que les impone su trabajo por lo que no tienen capacidad de negarse a cualquier oferta que les exija sus agentes. Esa parece ser la realidad económica nada glamourosa para todas las modelos de alto nivel excepto la minúscula minoría que conocemos por su nombre incluso los que nada tenemos que ver con ese mundillo.
El mercado de modelos está segmentado. Existe así un segmento "inferior" en que las cosas les van mejor a los y a las modelos. En ese segmento los nombres de los/las modelos no son conocidos. No hay en él glamour. Es el sector de modelos que prestan sus servicios a los departamentos de relaciones públicas y publicidad de empresas. Son los y las modelos anónimos que aparecen en anuncios de productos normales como champúes, jabones, productos alimenticios, automóviles, ordenadores, etc., etc.; así como en las presentaciones, congresos y ferias. Son las chicas y chicos de catálogo .
Las remuneraciones aquí son, paradójicamente, bastante mejores que en el segmento del glamour, así como es mayor el periodo activo de las y los modelos (es decir, que la tasa de depreciación de su capital-belleza es menor) pues la publicidad requiere también de modelos parecidos a los consumidores reales. Sin embargo, pese a estas ventajas claras respecto al primer segmento, es considerado dentro del "mundillo" como un subsector inferior, y a quienes participan en el se les considera de rango más bajo que a los y las modelos del primer segmento (a ellas se las llama, cuenta Mears, "money girls", para acentuar su inferioridad con respecto a las del otro mundo que se guían por algo más que el dinero). Además, una vez que se ha entrado en él, ya no hay vuelta atrás, ya nunca se puede volver a la división superior. En cualquier caso, tampoco los "trabajadores" de esta segunda división ganan lo suficiente como para sentirse afortunados. En su mayoría, también, su vida laboral es corta y poco gratificante.
Y, entonces, ¿qué explicación se puede dar al conocido fenómeno de que tantas y tantos miles de adolescentes y jóvenes bien parecidos decidan cada año dirigir sus carreras en el mundo laboral a este mercado laboral tan duro, exigente y poco compensador?, es decir, qué explicación puede darse al hecho de que deciden especializarse en invertir sólo en capital-belleza olvidándose de su formación en otras actividades que les aseguran carreras profesionales más largas y de mejor remuneración. Y, también, y dado que no es desdeñable el mercado de modelos infantiles, ¿qué explicación puede darse al conocido hecho de que tantos y tantos padres, enamorados como lo están de la belleza de sus hijos, decidan llevarlos desde su más tierna infancia a castings con la esperanza de que empiecen desde temprano en ese mercado?
Dos razones se me ocurren a la hora de explicar la atracción que un mercado tan poco remunerativo tiene para los que son muy guapos. La primera es la cuestión del nombre, del "reconocimiento". En la entrada "Mamá, quiero ser famoso"(
http://www.rankia.com/blog/oikonomia/428710-mama-quiero-ser-famoso-fama-economia) traté de explicar desde la Economía esta compulsión hacia la búsqueda de la fama.
Y, ciertamente, el mundo de los modelos parece ser un buen trampolín para satisfacer esa necesidad de reconocimiento para aquellos que no tienen otro activo que su mera y bella apariencia física. A lo que parece, el hecho de ser reconocido, el hecho de que a una/uno le reconozcan por salir en la portada de una revista es, para quienes participan en ese mercado, una remuneración no pecuniaria tan elevada que compensa la falta de buena remuneraciones monetarias o la escasa duración de la carrera profesional.
Pero, como ya se ha comentado repetidas veces, en un mercado de ganador único son poquísimos los que alcanzan el éxito. Algo más se necesita para explicar que ese mercado devore año tras años a ingentes cantidades de personas que están dispuestas a abandonar su formación en pos de un sueño que en la mayor parte de los casos jamás se realiza.
Y entra aquí la irracionalidad individual. Entre los variados sesgos que la psicología ha descubierto que nos alejan de la racionalidad a la hora de tomar decisiones hay uno que se aplica bien a este caso. Se trata del sesgo a nuestro favor en nuestra apreciación de las probabilidades de exito personal. Si se pregunta a cualquier persona si cree que conduce mejor o peor que la media; seguro que, si no todas, sí la inmensa mayoría responderá que sí, que sí que conduce mejor que la media. Lo cual, por definición de la media, es imposible. Y lo mismo pasa en otras muchas situaciones.
A este sesgo psicológico generalizado se le ha venido a conocer, popularmente, como efecto-Lago Wobegon, a partir de la descripción por Garrison Keillor en una serie de programas radiofónicos en EE.UU. de una ciudad mítica llamada Lake Wobegon, en la que "todas las mujeres son guapas, todos los hombres son fuertes y todos los niños están por encima de la media". Este sensación de superioridad ilusoria es un sesgo cognitivo que hace parecer que el éxito personal es mucho más probable de lo que parece, y conduce con seguridad a decisiones más arriesgadas o insensatas de las que se tomarían si la apreciación de las probabilidades de éxito fuese más realista.
En el caso concreto que nos ocupa, dado el reducidísmo número de triunfadores en el mundo de las (y los) modelos por ser un mercado de ganador único, este sesgo cognitivo lleva a que muchos sobre-estimen sus probabilidades de contarse entre los "escogidos" y se debe no a pensar que sus bellezas están muy por encima de la media, lo que es realmente cierto dado que normalmente todas y todos los que se meten en ese mundo son muy guapos respecto a la media, sino por pensar que todos están entre el reducidísimo número de los más guapos, lo cual es imposible.
Y, claro está, el triste destino económico que les aguarda a esa mayoría que aún siendo muy guapos, no pueden contarse -o mejor, no les cuentan o eligen- entre los más guapos no es sólo que no alcanzarán la fama y los ingresos de los que gozarán la exigua minoría de triunfadores. En efecto, en la medida que la "segunda división" del mercado de modelos, aquella que no da fama pero sí permite sobrevivir económicamente al menos durante un tiempo, no pueda acoger a todos los que fracasan en la "primera división", sus perspectivas económicas se ensombrecen rápidamente pues su irracional decisión de invertir exclusivamente en capital-belleza se traduce en que carecen de otro tipo de capital o cualificación que poner a la venta en el mercado de trabajo que no sea ese activo. La carencia de otro item en su curriculum que no sea su apariencia física puede condenar a muchas de estas personas a lo que pudiéramos denominar la "tercera división" del mercado de trabajo en que los individuos comercializan su belleza: la prostitución de lujo. Se trata de una actividad laboral quizás remunerativa pero escasamente glamourosa, y ciertamente muy alejada de las expectativas que inicialmente sedujeron a quienes seducidos por su propio atractivo empezaron a transitar este camino.
NOTAS
(1) Obsérvese que no estoy diciendo nada concreto respecto a cómo es la distribución de la belleza en una sociedad. Ya de por sí, hablar de ello sería harto difícil e imprudente dado que la belleza no es medible cuantitativa o cardinalmente a lo largo de una escala compartida por todo el mundo. Al hablar "a la ligera", es decir, sin respetar ni en lo más mínimo a la Ciencia Estadística, se suele suponer que la distribución de la belleza debería seguir -caso de que pudiera medirse- la pauta de una distribución estadísticamente normal, es decir que habría en cualquier población unos pocos feos de solemnidad, algunos más feísimos, una mayoría de "normales", algunos guapos, y unos poquísmos guapísimos. Tiendo yo, sin embargo, a pensar que la distribución de la belleza -caso de que de ella se pueda hablar- debe cumplir una ley potencial, o sea que responda al principio de cuanto más significativo sea un fenómeno (como la belleza) menos frecuente lo será. Una posible distribución de la belleza en una población podría quizás seguir lo que se conoce como distribución de Pareto, o distribución 80/20. Más o menos, la idea sería que el 20% de la población se "apropiaría" del 80% de la belleza existente. Es decir, que la mayoría de la gente tendería/tenderíamos a ser feos. Sea cual sea la distribución de la belleza, es posible que la belleza media -si se puede hablar en estos términos- haya crecido debido a la paulatina desaparición de las patologías deformantes gracias a los avances médicos así como a la mayor belleza conseguida por los más guapos gracias a sus desvelos y los productos de la cosmética y la cirugía plástica.
(2) Los psicólogos y biólogos evolutivos suelen afirmar que el atractivo físico, la belleza, está en relación directa con aquellas señales físicas que apuntan a la posesión de una capacidad diferencial en la "lucha por la supervivencia" o en la carrera evolutiva. Las facciones regulares y simétricas, rasgos atractivos en todas las sociedades humanas, señalarían una dotación genética saludable. Las formas femeninas del tipo reloj de arena, también generalmente atractivas para los varones, señalarían la capacidad para llevar adelante los embarazos y la crianza de los recién nacidos. Puede ocurrir que las señales de capacidad en la lucha evolutiva, que fueron adecuadas en algún momento de la historia y se convirtieron así en patrón de belleza, pervivan sin embargo todavía aún cuando lo que hoy se requiera para triunfar en la carrera competitiva sean otras aptitudes. Los rasgos varoniles, hombros cuadrados, torso musculoso y manos grandes, que indican fuerza física y como tales fueron señales de idoneidad para la competencia evolutiva en otros tiempos, se habrían convertidos en rasgos de belleza físca de los hombres, que todavía perdurarían a pesar que hoy no es la fuerza física la responsable del éxito competitivo. De igual manera, la obesidad femenina que servía como reserva de energía para tiempos de escasez habituales en economías de supervivencia, ha pasado a ser en las economías opulentas avanzadas no una señal de capacidad de supervivencia y, por ende, un rasgo bello, sino a ser un problema de salud, y en consonancia, ha perdido por refla general su consideración de belleza.
(4) Cito in extenso, a este respecto de la moralidad de la comercialización de la belleza, pues para mí es un placer, a don Rafael Sánchez Ferlosio: "Y a este respecto, es digno de notar cómo el sentimiento de injusticia ante cualquier sobrevaloración que se supone infundada tiene en la tradición castellana una formula de protesta en que la pretendida gratuidad del privilegio no sólo se representa como algo concedido a título de méritos ajenos a la índole propia de lo valorado, sino que por paradigma de esos méritos toma precisamente la belleza: " y tú ¿por qué vas a cobrar más que los demás? ¿Porque eres el más guapo?", y multitud de construcciones más en las que siempre aparece la belleza como título del privilegio inmerecido, así cuando, por ejemplo, se designa como "el niño bonito" al que goza comparativamente de un favor que los demás consideran infundado. La concepción implícita no parece ser otra que la de que lo humano sería ignorar , compensar o corregir la injusticia de la naturaleza en el reparto de las dotes naturales, entre las cuales se toma por primera y principal precisamente la que resulta ser más ostensible: la belleza" (Non Olet, Ed.Destino, Barcelona, p.76)
(5) Dice Ferlosio refiriéndose a la preferencia que se da hoy a la rubiez y los ojos claros: "tal preferencia puede servir, de paso, para ilustrar también cómo es el 'más valer' ..la instancia que decide sobre el canon de belleza, pues ¿quién puede dudar de que es la estirpe racial de pelo rubio y de ojos azules la que detenta la suprema jerarquía del 'más valer', por haber alcanzado la hegemonía del poder y la riquea sobre todas las otras razas de la tierra?" (Non Olet,p.72)