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(publicado con mínimas modificaciones en EL PAÍS, 2/1/2014)

Una de las características definitorias del gran escritor catalán Josep Pla es su agudísima sensibilidad para captar la realidad de las relaciones humanas que suele esconderse tras múltiples velos culturales o ideológicos. Sus cuadernos de notas aparecen así trufados de observaciones acerca de lo que, en principio, podría pensarse que no son sino pequeños detalles, mínimos aspectos del mundo de los hombres, pero que, cuando alguien como Pla nos hace caer en la cuenta, resultan ser de importancia para entenderlo y orientarse en él. Un ejemplo de “pequeña” observación, que aparece en sus Notas dispersas, es la siguiente:

Una de las cosas más curiosas de este país es la enorme cantidad de pobres que tiene la misma alma que los ricos —que desprecian a los demás pobres como los desprecian los ricos—”.

Y aquí, antes de seguir, hay que advertir que no hay que llamarse a engaño con la referencia a “este país” porque si bien Pla gusta de referirse de modo explícito al microcosmos que conforman los pueblos de la Cataluña rural, sus observaciones aspiran las más de las veces a tener un alcance universal. Que es lo que pasaría, en mi opinión, en este caso. El desprecio de muchos de los pobres por los de su condición no sería una anomalía, algo exclusivo de los payeses del Ampurdán, de los catalanes o de los españoles, sino que, para los que pensamos que Pla anda en lo cierto, estaría siempre presente en mayor o menor grado en el modo de proceder de los que no son ricos entre sí en toda sociedad estructurada posicionalmente siguiendo un criterio económico: el de tanto tienes, tanto vales.

Y el asunto, por otro lado, dista de ser baladí, o sea, que tiene su importancia práctica pues frente a la supuesta “solidaridad de clase” que tantos políticos y analistas suponen que la mayoría de los pobres se guardan siempre entre sí y que debería regir su comportamiento político en las urnas, lo que se sigue de una apreciación como la de Pla apuntaría a que tal cosa, cuando se da, no sería ni habitual ni mayoritaria, sino en todo caso fruto de un “trabajo” educativo o político que buscase crearla modificando esa propensión al mutuo desprecio que se da entre los de abajo.

Pues bien, puede que sea -digamos que- “normal” o “explicable” el que los individuos de estatus económicamente inferior tengan o muestren una deferencia con los de clase superior. De igual manera, también puede parecer “normal” que los de estatus superior “minusvaloren” a los de estatus inferior. Son estos comportamientos que es incluso posible que estén insertos en nuestro código genético, como parecería seguirse de la observación de que son formas de actuar que compartimos con nuestros “primos” biológicos, tal y como aparecen repetidamente en ese ejemplo extraordinario de ciencia social que es la Política de los chimpancés de Frans de Waal. Pero lo que parecería ser exclusivamente humano, demasiado humano, sería ese desaprecio que muchos de los de abajo se guardan entre sí, y del que no es infrecuente encontrar manifestaciones por doquier.

Una posible explicación a ese desprecio podría venir de la mano de una reflexión de Rafael Sánchez Ferlosio, quien hace algunos años señalaba cómo el comportamiento en el consumo de bienes conspicuos por parte de los pobres estaba dirigido por la imperiosa necesidad que cada uno de ellos sentía por mantener una distancia posicional con el resto, ya que, en los estratos sociales más bajos el “no ser menos” equivale a “no ser menos que los últimos”, pues por debajo no queda, socialmente, más que el suelo: “no ser nadie”, “ser un muerto de hambre” (La mano visible, EL PAÍS, 26-10-1992). Anhelo este de distinción de los pobres entre sí que, condenado inevitablemente al fracaso para la mayoría y más en una situación de crisis económica, llevaría a muchos de ellos, como modo de compensar psicológicamente ese fracaso, al desprecio de los de que están en igual o parecida situación. Despreciar a los de la misma condición socioeconómica que uno mismo operaría así para los pobres como una suerte de terapia psicológica a la hora de reducir la obvia disonancia cognitiva que supone el hecho de que el esfuerzo y dedicación que uno dedica a su propia mejora de estatus cumpliendo las normas sociales no tenga efectividad sino todo lo contrario.

Uno de los ejemplos que validan la tesis de Pla es el experimento ya clásico de la Psicología Social llevado a cabo por A. N. Doob y A. E. Gross en 1968 en el que analizaban la reacción de unos conductores ante un anodino hecho cotidiano: la tardanza en arrancar del vehículo que se encontraba delante de ellos en un semáforo en rojo. Lo que constataron fue que la habitual respuesta de algunos de los conductores que se encontraban retenidos —tocar el claxon, comportamiento que se usó como indicador de agresividad—, sucedía de modo distinto si el coche que se demoraba en arrancar era de alta o de baja gama. Si era de baja gama, viejo o destartalado, los bocinazos empezaban al poco de cambiar a verde el semáforo, en tanto que si el coche era de alta gama, los demás conductores demostraban su deferencia ante el estatus superior de su propietario no haciendo sonar sus cláxones o dejando pasar mucho más tiempo antes de ponerse a hacerlo. El experimento se ha repetido alterando las condiciones del mismo, estudiando por ejemplo cuán diferente era el comportamiento agresivo de los conductores retenidos en función de su propio estatus socioeconómico. Por lo general, los vehículos de estatus más bajo siempre suelen estimular reacciones más rápidas (y, por tanto, más agresivas) que los vehículos de estatus más alto, si bien suele observarse que los conductores de vehículos de más estatus reaccionan más agresivamente cuando se ven frustrados que los de más baja gama.

En una línea similar puede citarse otro experimento más reciente de Nathan Pettit y Robert Lount en el que se muestra que la gente suele esforzarse más en derrotar a los rivales más débiles que en desbancar a los más fuertes. Se trataba en este caso de un equipo de estudiantes de la universidad de Cornell al que se le dijo —falsamente— que estaban compitiendo haciendo distintas tareas contra otro equipo de otra universidad que ocupaba un ranking más alto (o más bajo) que Cornell. Pues bien, se observó que cuando los estudiantes pensaban que se estaban enfrentando a una universidad de menor rango, lo hicieron mucho mejor que cuando pensaban que se enfrentaban a una universidad de más alto rango.

No es difícil poner este tipo de comportamientos de laboratorio -y hay muchísimos más del mismo tenor- con otros de clara relevancia social y política. Los juicios mucho más duros que los de abajo suelen hacer de las modestas triquiñuelas de sobrevivencia que hacen sus semejantes en estos tiempos de crisis en comparación con las evaluaciones más leves de las enormes corruptelas, patrimonio de los de arriba o la infundada creencia de que la actual plutocracia es una meritocracia merecedora de respeto, no serían sino muestras de esa transformación del otrora orgulloso proletariado en el actual y melindroso “precariado” al que solo le alcanzan las fuerzas para menospreciar a los que aún están más abajo, los “poligoneros”, como tan bien ha descrito Owen Jones para el caso británico en su obra Chavs. La demonización de la calse trabajadora.

Y si ello es así, si la observación de Pla es ahora quizás más real que nunca a tenor del inexorable destino hacia su proletarización que afecta a la mayor parte de las clases medias, fácil es comprender las dificultades que hoy afrontan en las urnas quienes propugnan políticas económicas de corte igualitario o redistributivo. Porque bien lo tienen los pocos y cada vez más ricos en su sempiterno enfrentamiento con los muchos y también cada vez más pobres cuando pueden contar a su favor con que en los cuerpos de demasiados de estos habitan reflejos certerops de su propia alma, de alma de rico.

 

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  1. #6
    07/01/14 16:03

    Muy bueno el artículo. Lo que demuestran esos estudios es que la raza humana no fué creada de un montón de arcilla, de unos huesos echados al polvo o de cualquier otra forma mágica. Somos una evolución -y no necesariamente mejor, la evolución nunca va en el sentido de mejorar nada sino de adaptarse al medio-, de unos primates ancestrales y seguimos manteniendo comportamientos animales, como agachar las orejas ante quien ostenta el poder, sea el que tiene el garrote más grande o el talonario más grueso.

  2. #5
    Conanbab
    07/01/14 07:45

    Desprecian a los ricos por su carácter,existen personas sádicas,despotas que expresan su ferocidad en muchas acciones,el ejemplo de tocar el claxon agresivamente es sólo uno anecdótico,también pueden negar su realidad social su yo personal,esto no es casual les provoca placer.En resumidas buscan poseer,incluso sus fantasías.
    Otro tipo de personas son masoquistas,son las que se mueven por pactos y alianzas,les gusta tener un verdugo que les humille,con suerte con su otro polo, el sádico.En la literatura tenemos un ejemplo claro en Fausto,el es el masoquista mientras Mefistófeles es el sádico.En el mundo real de la empresa,política,familia"Violencia de genero como ejemplo duro"todo esto sucede constantemente y sucederá,nada nuevo bajo el sol.
    Por supuesto nada es perfecto,es difícil encontrar un masoquista o sádico completo,se producen fisuras,se balancean los sucesos,emociones.Pongamos cómo ejemplo muy claro la mujer/hombre que es humillada por su conyugue durante años y decide en un momento divorciarse.Imaginemos que encuentra la pareja perfecta se sentira vergonzosamente feliz,si.El trader que siempre pierde y esta deseoso de volver a intentarlo hasta que finalmente abandona.Imaginemos qué consigue el éxito,sentirá vergüenza del mismo,si sí es masoquista,si es sadico poseera hasta el ultimo grano de arena.Queda superditado a los hechos reales que se producen sin su voluntad,ganar-perder,para luego acomodarse con su naturaleza.
    Si pensamos,es todo una contradicción aún mayor o un sinsentido,el ser sádico o masoquista no es una elección racional de la persona,sólo responde a sus deseos.El sádico es el reverso del masoquista,el dolor que causa placer al masoquista sufrirlo es el mismo que causa placer al sádico aplicarlo,por tanto ambos son defraudados racionalmente.Buscan lo absoluto y encuentran una dualidad compartida respecto a sus deseos.
    Bye.

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  3. Top 100
    #4
    07/01/14 05:19

    Hugo Chávez fue pobre y desbancó a los ricos. Hoy en Venezuela es más duro ser de clase media o alta, que ser pobre. Eso es lo que pasa cuando el neoliberalismo del FMI toma posesión y convierte en nadie a todos. No se puede explicar el chavismo sin la fuerza neoliberal del FMI que le hizo el gran favor. Es triste que quieran repetir la experiencia en España.

  4. Top 100
    #3
    07/01/14 05:15

    Tener más no es ser más.
    Como decía Facundo Cabral, "pobrecito mi patrón, piensa que el pobre soy yo".

    El sistema económico ¿es sólo un videojuego?
    https://www.rankia.com/blog/comstar/550933-sistema-economico-solo-videojuego

    La pobreza no es más que tener un bajo puntaje en el videojuego. Es absurdo sentirse menos por tener menos puntos en Pacman.

  5. Top 100
    #2
    06/01/14 23:28

    En el articulo se vislumbra unas necesidades que despierta interés y a la vez una controversia, y persigue las anécdotas verídicas que se desenvuelven en una época marcada por el rápido avance del progreso científico y tecnológico, especialmente en los procesos de industrialización y en los cambios concomitantes en nuestras culturas y sociedades, la experiencia nos enseña que el éxito de cualquier intento de desarrollo depende de la bondad del conocimiento de los factores económicos, sociológicos y culturales propios de cada país o región. Del entendimiento de esas condiciones objetivas y de los medios de acción disponibles resultan la coherencia, la relevancia y la eficacia de las estrategias de desarrollo adoptadas.
    Saludos

  6. #1
    06/01/14 21:30

    Muy bueno.