FERNANDO ESTEVE MORA
Pasa el tiempo pero -intelectualmente al menos- en el campo español no pasa nada. ¿Será, acaso, "la idiocia de la vida rural" de la que hablaba Marx? El caso es que, otra vez, aquí estamos ante la misma, mismísma, estupidez económica que ya saltó a las calles, o mejor, a las carreteras, a los medios de comunicación y a la política cuando hace dos años el por entonces Ministro de Consumo, don Alberto Garzón, se atrevió a criticar la macrogranjas, vuelve a salir hoy con renovado vigor a las calles, carreteras, medios de comunicación y a la política. Sólo que, ahora, son los "primos hermanos" intelectuales de los ganaderos y criadores de cerdos, los agricultores, quienes sin la menor contención ni duda quieren demostrar a todo el mundo que ellos son tan idiotas económicamente como sus "primos". Y tienen éxito: lo consiguen. Y lo que es peor, ese éxito les perjudica no sólo a los demás, sino también a ellos mismos. Son, en consecuencia, unos idiotas "de libro", unos "estúpidos de Cipolla" (https://www.rankia.com/blog/oikonomia/5511365-radical-estupidez-cipolla-elites-europeas)
Veamos. Al margen de pedir más dinero gratis, cosa para la que no se necesitan muchas "luces" intelectuales económicas, y cosa que llevan haciendo desde siempre y que siempre han conseguido a rebufo por cierto de sus mucho más inteligentes económicamente hablando "primos lejanos", los agricultores franceses, quienes desde el principio del que, por aquel lejano entonces, se denominaba Mercado Común consiguieron que se incorporase en el diseño de cualquier posible proceso de unidad europea la increíblemente absurda por ineficiente Política Agraria Común, la famosísima PAC, por la que la inmensa mayoría de ciudadanos europeos subvenciona directa e indirectamente (pagando precios más elevados que los competitivos) a los agricultores. Un pequeño botón de muestra de ese conjunto de políticas de discriminación a favor de agricultores y ganaderos europeos frente al resto de empresarios y "curritos" de Europa lo da el que en los presupuestos comunitarios siempre se dedica a la PAC más del 30% cuando el peso del sector agrario en el PIB europeo debe estar (si lo está, que ya no me acuerdo) en torno como muchísimo al 7% y la población agraria es todavía un menor porcentaje de la población europea, pero el colmo lo es la forma en que esas ayudas se materializan. Y es que además de ayudas en forma de dinero contante y sonante, lo hacen en forma de un complicado engranaje de precios y compras que, por decirlo con trazo grueso, garantiza a los agricultores a vender lo que produzcan a unos precios con los que cubren con creces todos sus costes. Así cualquiera, ¿no? Ya les gustaría a todos los empresarios disfrutar de semejantes ayudas.
Pues bien, al margen de pedir más dinero por la cara, como llevan haciéndolo desde siempre, la gran petición de los agricultores españoles (y también de otros países) es ralentizar las políticas de transición ecológica (y también acabar con la burocracia que han de satisfacer para tramitar las ayudas, con el fin obvio de no tener que sufrir tantos controles en la tramitación de la cascada de ayudas que reciben....y así, de paso, poder engañar más fácilmente a los organismos de control de esas ayudas de las instituciones europeas. Es lo que tiene ser economista: que los que lo somos estamos permanentemente instalados desde siempre en lo que el filósofo Paul Ricoeur llamó la "cultura de la sospecha", una cultura que compartimos con los herederos de Freud y Nietzsche y que nos lleva a los economistas a descreer de los comportamientos "aparentemente" guiados por "buenas inrenciones", es decir, que siempre de salida somos mal pensados, en el sentido de que cada vez que un agente económico parece pedir algo normal bueno, "razonable" o sensato (como menos engorrosos trámites burocráticos) lo primero que nos sale es pensar que si lo hace es porque gana dinero con ello, y que conforme más alto sea el volumen o el nivel de su queja, conforme más invierta en quejarse, es que más dinero puede sacar a escondidas, bajo mano, haciéndolo).
Pues bien, dejando fuera esos dos puntos (el de más subvenciones y el de menos burocracia), la gran reivindicación de los agricultores es que se frenen las políticas de la UE en torno a la transición ecológica, y, básicamente, aquellas que se traducen en impedirles a los agricultores usar productos químicos en sus explotaciones (fertilizantes, pesticidas, etc.) peligrosos para la salud humana y el medio ambiente.
El argumento de los agricultores ( y de sus políticos afines intelectual e ideológicamente del PP y de VOX y-y también alguno del PSOE-) es el de que, como los agricultores de otros países (y singularmente los del Norte de África, aunque también los de Ucrania y Turquía) usan de este tipo de productos químicos que son más baratos o más productivos que los ecológicamente más responsables, el efecto es que la agricultura española (y comunitaria) estará en desventaja competitiva con la de esos países si la UE impone, como era su plan, a sus agricultores el uso de estos últimos productos en sus explotaciones agrarias. Ergo, dicen los agricultores, para competir en igualdad de condiciones con la agricultura extracomunitaria , los planes de transición ecológica hay que dejarlos para un futuro lejano o lejanísimo de modo que loa agricultores europeos han de poder usar los mismos pesticidas que los extracomunitarios, así de dejarse de políticas de recuperación de tierras y barbechos que también les ponen en inferioridad competitiva.
Esta conclusión es, obviamente, una estupidez, una imbecilidad. Lo ha de ser para cualquier lector de Rankia. Y también sería deseable que lo fuera para gentes de menor calado intelectual, como los políticos. Y eso sin contar con que los agricultores extracomunitarios disponen de otras ventajas competitivas en otros costes como los salariales (y hasta en los energéticos, a consecuencia de la nefasta política energética de la élite europea a cuenta del absurdo de las sanciones a Rusia) que haría que los agricultores españoles siguiesen estando en desventaja competitiva vía precios aún si se les autorizase el seguir usando pesticidas y otros químicos de toxicidad humana reconocida
No quiero repetirme, pero estamos aquí en presencia de la misma situación que ya analicé cuando lo de la carne de cerdo de macrogranja (https://www.rankia.com/blog/oikonomia/5263269-informacion-asimetrica-seleccion-adversa-macrogranjas-mercado-carne), o sea, que estamos ante un problema de información asimétrica, es decir, estamos ante un problema que se deriva de la dificultad en la actualidad de que el consumidor sea capaz de diferenciar o distinguir los productos agrarios de buena calidad sanitaria y ecológica de los mediocres o malos en esa dimensión. Y la solución a ese problema, como cualquier economista sabe, no es la de permitir que los agricultores comunitarios puedan hacer lo mismo que hacen mal los extracomunitarios, sino todo lo contrario, acabar con esa información asimétrica, diferenciando así sus producciones de las de los demás.
Con una población europea crecientemente envejecida y crecientemente interesada en la prolongación de su vida y en su salud, bastaría con decir que los tomates marroquíes incorporan pesticidas cancerígenos para que la ventaja en competitividad debida a sus más bajos se desvaneciera total y absolutamente. Pero, ¿quién en su sano juicio en nuestros comunitarios países y por ahorrarse un euro o dos se va a arriesgar a que se incremente en un pequeño porcentaje, por pequeño que esta sea, la probabilidad de padecer un jodido cancer o consumiendo tomates que incorporan químicos cancerígenos?
Dicho de otra manera, para competir con la agricultura extracomunitaria, los agricultores europeos, si fuesen inteligentes económicamente hablando, debieran exigir todavía más controles de tipo ecológico y sanitario a sus productos y, obviamente, una política de información al consumidor de las características cuasimedicamentosas de lo que ello sí producen. O sea, que los tomates bio ayudan a luchar contra el cancer. Lo cual que parece que es cierto, por cierto.
Un ejemplo evidente de por dónde deberían ir las cosas lo ofreció hace unos días la exministra francesa Ségolène Royal cuando, para defender a los agricultores franceses contra los españoles, (ya se sabe que desde siempre, para los franceses, África empieza en los Pirineos) señaló que los tomates de invernadero españoles incorporan residuos plásticos peligrosos para la salud humana. Touchés! tomateros españoles. Ahí os duele. Y, frente a eso, políticas como las de que nuestros ministros y políticos se coman unos tomates son obviamente idiotas(*) e ineficientes. Tan idiotas e ineficientes como lo son aquellos a quienes dicen defender.
(*) Idiotas con todas sus letras pues adolecen del que me atrevo a denominar "efecto o sesgo Meyba" por ser la primera vez que, por lo que se, se usó en nuestro país de esa "estrategia estúpida de comunicación". Fue cuando para "demostrar" que las aguas de Paolomeras (Almería) no estaban contaminadas tras de que cayeran en ellas varias bombas atómicas norteamericanas, a alguien se le ocurrió que el franquista Ministro de Información y Turismo de por entonces, Fraga Iribarne, se bañara en febrero en esas gélidas aguas ostentando sus blanquinosas, opulentas, rubensianas carnes envueltas en un bañador oscuro de la afamada -por entonces- casa Meyba. Indescriptible...y obviamente contraproducente.
Pasa el tiempo pero -intelectualmente al menos- en el campo español no pasa nada. ¿Será, acaso, "la idiocia de la vida rural" de la que hablaba Marx? El caso es que, otra vez, aquí estamos ante la misma, mismísma, estupidez económica que ya saltó a las calles, o mejor, a las carreteras, a los medios de comunicación y a la política cuando hace dos años el por entonces Ministro de Consumo, don Alberto Garzón, se atrevió a criticar la macrogranjas, vuelve a salir hoy con renovado vigor a las calles, carreteras, medios de comunicación y a la política. Sólo que, ahora, son los "primos hermanos" intelectuales de los ganaderos y criadores de cerdos, los agricultores, quienes sin la menor contención ni duda quieren demostrar a todo el mundo que ellos son tan idiotas económicamente como sus "primos". Y tienen éxito: lo consiguen. Y lo que es peor, ese éxito les perjudica no sólo a los demás, sino también a ellos mismos. Son, en consecuencia, unos idiotas "de libro", unos "estúpidos de Cipolla" (https://www.rankia.com/blog/oikonomia/5511365-radical-estupidez-cipolla-elites-europeas)
Veamos. Al margen de pedir más dinero gratis, cosa para la que no se necesitan muchas "luces" intelectuales económicas, y cosa que llevan haciendo desde siempre y que siempre han conseguido a rebufo por cierto de sus mucho más inteligentes económicamente hablando "primos lejanos", los agricultores franceses, quienes desde el principio del que, por aquel lejano entonces, se denominaba Mercado Común consiguieron que se incorporase en el diseño de cualquier posible proceso de unidad europea la increíblemente absurda por ineficiente Política Agraria Común, la famosísima PAC, por la que la inmensa mayoría de ciudadanos europeos subvenciona directa e indirectamente (pagando precios más elevados que los competitivos) a los agricultores. Un pequeño botón de muestra de ese conjunto de políticas de discriminación a favor de agricultores y ganaderos europeos frente al resto de empresarios y "curritos" de Europa lo da el que en los presupuestos comunitarios siempre se dedica a la PAC más del 30% cuando el peso del sector agrario en el PIB europeo debe estar (si lo está, que ya no me acuerdo) en torno como muchísimo al 7% y la población agraria es todavía un menor porcentaje de la población europea, pero el colmo lo es la forma en que esas ayudas se materializan. Y es que además de ayudas en forma de dinero contante y sonante, lo hacen en forma de un complicado engranaje de precios y compras que, por decirlo con trazo grueso, garantiza a los agricultores a vender lo que produzcan a unos precios con los que cubren con creces todos sus costes. Así cualquiera, ¿no? Ya les gustaría a todos los empresarios disfrutar de semejantes ayudas.
Pues bien, al margen de pedir más dinero por la cara, como llevan haciéndolo desde siempre, la gran petición de los agricultores españoles (y también de otros países) es ralentizar las políticas de transición ecológica (y también acabar con la burocracia que han de satisfacer para tramitar las ayudas, con el fin obvio de no tener que sufrir tantos controles en la tramitación de la cascada de ayudas que reciben....y así, de paso, poder engañar más fácilmente a los organismos de control de esas ayudas de las instituciones europeas. Es lo que tiene ser economista: que los que lo somos estamos permanentemente instalados desde siempre en lo que el filósofo Paul Ricoeur llamó la "cultura de la sospecha", una cultura que compartimos con los herederos de Freud y Nietzsche y que nos lleva a los economistas a descreer de los comportamientos "aparentemente" guiados por "buenas inrenciones", es decir, que siempre de salida somos mal pensados, en el sentido de que cada vez que un agente económico parece pedir algo normal bueno, "razonable" o sensato (como menos engorrosos trámites burocráticos) lo primero que nos sale es pensar que si lo hace es porque gana dinero con ello, y que conforme más alto sea el volumen o el nivel de su queja, conforme más invierta en quejarse, es que más dinero puede sacar a escondidas, bajo mano, haciéndolo).
Pues bien, dejando fuera esos dos puntos (el de más subvenciones y el de menos burocracia), la gran reivindicación de los agricultores es que se frenen las políticas de la UE en torno a la transición ecológica, y, básicamente, aquellas que se traducen en impedirles a los agricultores usar productos químicos en sus explotaciones (fertilizantes, pesticidas, etc.) peligrosos para la salud humana y el medio ambiente.
El argumento de los agricultores ( y de sus políticos afines intelectual e ideológicamente del PP y de VOX y-y también alguno del PSOE-) es el de que, como los agricultores de otros países (y singularmente los del Norte de África, aunque también los de Ucrania y Turquía) usan de este tipo de productos químicos que son más baratos o más productivos que los ecológicamente más responsables, el efecto es que la agricultura española (y comunitaria) estará en desventaja competitiva con la de esos países si la UE impone, como era su plan, a sus agricultores el uso de estos últimos productos en sus explotaciones agrarias. Ergo, dicen los agricultores, para competir en igualdad de condiciones con la agricultura extracomunitaria , los planes de transición ecológica hay que dejarlos para un futuro lejano o lejanísimo de modo que loa agricultores europeos han de poder usar los mismos pesticidas que los extracomunitarios, así de dejarse de políticas de recuperación de tierras y barbechos que también les ponen en inferioridad competitiva.
Esta conclusión es, obviamente, una estupidez, una imbecilidad. Lo ha de ser para cualquier lector de Rankia. Y también sería deseable que lo fuera para gentes de menor calado intelectual, como los políticos. Y eso sin contar con que los agricultores extracomunitarios disponen de otras ventajas competitivas en otros costes como los salariales (y hasta en los energéticos, a consecuencia de la nefasta política energética de la élite europea a cuenta del absurdo de las sanciones a Rusia) que haría que los agricultores españoles siguiesen estando en desventaja competitiva vía precios aún si se les autorizase el seguir usando pesticidas y otros químicos de toxicidad humana reconocida
No quiero repetirme, pero estamos aquí en presencia de la misma situación que ya analicé cuando lo de la carne de cerdo de macrogranja (https://www.rankia.com/blog/oikonomia/5263269-informacion-asimetrica-seleccion-adversa-macrogranjas-mercado-carne), o sea, que estamos ante un problema de información asimétrica, es decir, estamos ante un problema que se deriva de la dificultad en la actualidad de que el consumidor sea capaz de diferenciar o distinguir los productos agrarios de buena calidad sanitaria y ecológica de los mediocres o malos en esa dimensión. Y la solución a ese problema, como cualquier economista sabe, no es la de permitir que los agricultores comunitarios puedan hacer lo mismo que hacen mal los extracomunitarios, sino todo lo contrario, acabar con esa información asimétrica, diferenciando así sus producciones de las de los demás.
Con una población europea crecientemente envejecida y crecientemente interesada en la prolongación de su vida y en su salud, bastaría con decir que los tomates marroquíes incorporan pesticidas cancerígenos para que la ventaja en competitividad debida a sus más bajos se desvaneciera total y absolutamente. Pero, ¿quién en su sano juicio en nuestros comunitarios países y por ahorrarse un euro o dos se va a arriesgar a que se incremente en un pequeño porcentaje, por pequeño que esta sea, la probabilidad de padecer un jodido cancer o consumiendo tomates que incorporan químicos cancerígenos?
Dicho de otra manera, para competir con la agricultura extracomunitaria, los agricultores europeos, si fuesen inteligentes económicamente hablando, debieran exigir todavía más controles de tipo ecológico y sanitario a sus productos y, obviamente, una política de información al consumidor de las características cuasimedicamentosas de lo que ello sí producen. O sea, que los tomates bio ayudan a luchar contra el cancer. Lo cual que parece que es cierto, por cierto.
Un ejemplo evidente de por dónde deberían ir las cosas lo ofreció hace unos días la exministra francesa Ségolène Royal cuando, para defender a los agricultores franceses contra los españoles, (ya se sabe que desde siempre, para los franceses, África empieza en los Pirineos) señaló que los tomates de invernadero españoles incorporan residuos plásticos peligrosos para la salud humana. Touchés! tomateros españoles. Ahí os duele. Y, frente a eso, políticas como las de que nuestros ministros y políticos se coman unos tomates son obviamente idiotas(*) e ineficientes. Tan idiotas e ineficientes como lo son aquellos a quienes dicen defender.
(*) Idiotas con todas sus letras pues adolecen del que me atrevo a denominar "efecto o sesgo Meyba" por ser la primera vez que, por lo que se, se usó en nuestro país de esa "estrategia estúpida de comunicación". Fue cuando para "demostrar" que las aguas de Paolomeras (Almería) no estaban contaminadas tras de que cayeran en ellas varias bombas atómicas norteamericanas, a alguien se le ocurrió que el franquista Ministro de Información y Turismo de por entonces, Fraga Iribarne, se bañara en febrero en esas gélidas aguas ostentando sus blanquinosas, opulentas, rubensianas carnes envueltas en un bañador oscuro de la afamada -por entonces- casa Meyba. Indescriptible...y obviamente contraproducente.