Me veo obligado a añadir una breve continuación a la entrada anterior a tenor de algunos debates que se han suscitado en torno a ella. Que el mercado de trabajo español es -por así decirlo- peculiar, nadie lo duda: crea una montón de empleos cuando las cosas van bien y destroza una cantidad ingente de puestos de trabajo cuando las cosas van mal, como pasa ahora. Y eso lo viene haciendo con una cansina regularidad. Así, si nos vamos a la anterior recesión, la de los primeros años noventa del ya tan lejano siglo pasado, y vemos las cifras de la recesión de entonces observaremos que pasó lo mismo, lo mismo mismito, que está sucediendo ahora, y ¡ah! ¡tómese nota!: por aquel entonces todavía no existía el euro.
(Por cierto que no puedo aquí dejar de pasar por alto esa hoy tan repetida afirmación de que lo que ahora ocurre a la economía española es una crisis asimétrica que afecta diferencialmente a nuestra economía por estar dentro de la zona euro, como le gusta repetir a todo un Premio Nobel como Paul Krugman. No. Si bien yo fuí uno de los pocos que se atrevieron a dudar siquiera un poquito (y lo tengo escrito) de la conveniencia de que la economía española aceptara el Pacto de Estabilidad de Maastrich, convencido como lo estaba y lo sigo estando (gracias a los trabajos, entre otros, de Krugman) de que al no ser la zona euro un área monetaria óptima, una crisis asimétrica perjudicaría de modo especial a una economía como la española estructuralmente tan diferente a las de otros países de la zona euro, no puedo sino señalar hoy algo tan evidente como que la crisis actual no es una crisis asimétrica que afecte diferencialmente a España. Y ello por la sencilla y evidente razón de que todos los países de la UE están sufriendo hoy una crisis económica cuyo origen se encuentra en las desventuradas andanzas del sector financiero mundial, y fundamentalmente, del norteamericano. Incluso me atrevería a decir que la crisis, hasta ahora no se ha cebado con especial crudeza con la economía española, si medimos la recesión por la caída en la cifra del PIB, como se puede comprobar si vamos a los datos y observamos la magnitud de la contracción en los distintos países. Así que, que no me vengan con pamplinas. España no está sufriendo de ninguna crisis asimétrica. Para que así ocurriese, la economía española debería estar sufriendo un shock negativo y las de Alemania y otros países de la UE un shock positivo, lo que daría lugar al problema que Krugman preveía para una área monetaria no óptima, o sea, cuál era la política monetaria a seguir cuando se daba un shock asimétrico y a unos países les convenía una política expansiva y a otros una política contractiva. Ahora, a todos los países de la UE, les interesa una política expansiva. El problema es que España (o, por lo mismo, Grecia) no puede hacerlo por esos turbios asuntos a los que se hizo referencia en la primera entrada de esta serie).
Pues bien, ¿qué es lo realmente peculiar, lo negativamente diferencial o "asimétrico" dentro de la simetría de las crisis que sufren todos los países de la UE, que afecta a la economía española? Pues, está claro, es esa peculiaridad estructural del mercado de trabajo español a la que ya se ha hecho referencia y que nadie me explica a mi plena satisfacción. Dejando de lado los creyentes en que un contrato basura o un despido más fácil solucionaría todo, todito, todo, y que no se merecen mayor atención por más que se desgañiten y ocupen el centro del escenario mediático, sólo quedan aquellos que se apuntan a la baja productividad de los trabajadores españoles como explicación de esa peculiaridad. Como la productividad del trabajo es tan baja, viene a decir, en los momentos de expansión se crea mucho trabajo, y en los momentos de recesión cuando el PIB cae se destruye también mucho. La solución, desde esta perspectiva, es simple: más inversiones en tecnología que hagan crecer la productividad del trabajo. O sea, la cantinela de las nuevas tecnologías y demás. Obsérvese, de paso, que si este punto de vista fuese correcto sería equivalente a llamar imbéciles a los empresarios que, por lo general, todavía no se habrían dado cuenta que cuando sus empresas estén en la "red" sus ventas se dispararán estratosféricamente.
Pero el problema es que las cosas no cuadran. Está claro que la tasa de crecimiento de la productividad en España es muy baja, bajísima, en las fases alcistas, pero siendo eso raro todavía lo es más que la productividad se dispare en las fases recesivas. Veamos esas dos rarezas. En las fases alcistas cuando crece la inversión en bienes de equipo, la productividad debiera de crecer, pues no tiene sentido imaginar que la inversión se incorpora en equipos de capital técnicamente obsoletos. Y en las fases recesivas, la productividad debiera de caer a tenor de la renuencia de las empresas a desprenderse de trabajadores cualificados, como está sucediendo ahora mismo en Alemania.
Y, aquí, como ya se ha dicho, pasa todo lo contrario. La productividad se estanca en las fases alcistas y se dispara en las contractivas. La conclusión es que la evolución de la productividad no explica la peculiaridad del mercado de trabajo español, sino que, a la inversa, es consecuencia de esa misma peculiaridad . Hay aquí que distinguir entre productividad técnica y productividad efectiva del trabajo. La primera ( a la que llamaremos P) sería la productividad que permite el equipo capital de una economía dada la tecnología que incorpora si el otro factor de producción (el trabajo) se usara eficazmente, es un concepto teórico pues no se puede conocer de modo directo. La segunda, la productividad efectiva del trabajo es la productividad aparente del trabajo tal y como se sigue de las cifras de la Contabilidad Nacional. Si llamamos a esta productividad por hora de trabajo p, la relación entre una y otra es fácil de describir y entender:
P . f = p
donde f es le eficacia con la que se emplea el factor trabajo.Si los trabajadores se escaquean la mitad del tiempo que están en las empresas, f sería 0,5, y la productividad observada por hora de trabajo sería la mitad de lo que técnicamente sería factible. De igual manera, si las empresas contratan trabajo redundante de modo que emplean dos trabajadores para hacer el trabajo que uno podría perfectamente llevar a cabo, también esa eficacia f sería 0,5. Pues bien, a mí me parece que la productividad técnica del trabajo P de las empresas españolas debe ser equiparable a la de los países de nuestro entorno por la simple razón de que no parece de recibo imaginar que las empresas españolas tras la reconversión de la década de los años 80 y las sucesivas olas de inversión en las décadas de los años 90 y primera década del 2000, hayan invertido en bienes de capital obsoletos. Todo lo contrario. Y si es así, entonces la baja productividad del trabajo de la economía española observada en los periodos expansivos habría de explicarse por caídas en f en esos periodos, al igual que el crecimiento observado en la productividad en los periodos contractivos como ocurre ahora se debería a aumentos en f en estos periodos. Y la cuestión es la de si son los trabajadores o los organizadores del trabajo los responsables de ese comportamiento. Es sensato suponer que los trabajadores se vuelven perezosos cunado las cosas les van mal a las empresas y que, por el contrario, se "ponen las pilas" y se hacen diligentes cuando las cosas les van mal. este es el supuesto habitual. Por contra, en mi entrada previa me atrevía a cargar las tintas en la cultura empresarial de este país, esa cultura que me da la impresión que todavía se extiende entre los pequeños y medianos empresarios protegidos por ella misma, por esa cultura compartida, relativamente de la competencia, y que les lleva a ser ineficientes en sus tareas de minimizar costes cuando las cosas les van bien en la medida que usan el tamaño de sus empresas como señal de éxito. Y, claro, cuando las cosas se ponen feas, no les queda más remedio que "ponerse ellos las pilas", convertirse en auténticos empresarios, despedir a los trabajadores redundantes, ese desempleo disfrazado, y hacer así que aumente f.
Y, llegados, aquí, queda la gran pregunta ¿quién tendrá no toda, sino algo más, de razón? ¿Mi perspectiva "friki" o la sabiduría convencional?