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                           FERNANDO ESTEVE MORA

 

Es redundante que lo diga una vez más, pero creo que buena parte de los problemas que aquejan a la Economía como “ciencia” a la hora de intentar explicar el comportamiento humano en un entorno económico y, por consiguiente también, los problemas que aquejan a las economías reales que se guían por esa Economía a la hora de hacerles frente, se deben a la concepción que de la naturaleza humana tiene la Economía dominante, la que se conoce como Economía Neoclásica u ortodoxa, la que profesan -y subrayo esta palabra, pues creo que refleja más la fe que en ella tienen sus creyentes que en su capacidad explicativa y predictiva- la mayoría de economistas académicos y, por tanto, sus discípulos: los que pululan en los ministerios, bancos y demás centros del poder político, económico y financiero.

 

Debido a su pretensión de ser considerada científica como lo son las llamadas ciencias naturales, la Economía que han construido los economistas en estos dos últimos siglos pretende alejarse lo más posible de cualquier noción filosófica, psicológica o sociológica acerca de cómo es el hombre y cómo se comporta en sociedad, pues tales aproximaciones les resultan poco científicas a unos economistas que ansían ser reconocidos como los Físicos del mundo económico. Para ellos, los debates acerca de la naturaleza humano son cuestión de ideología y “filosofías”, y por tanto de apreciaciones subjetivas y de juicios de valor, y, en consecuencia, una base debilísima para construir una Economía “con fundamento”. Por ello, de siempre, la mayor parte de economistas se adscriben a la recomendación de dos premios nobel, Gary Becker y George Stigler, que en un artículo sonado declaraban orgullosamente que -entre economistas que se precien- de gustibus non est disputandum, o sea, que hablar de las preferencias deseos u objetivos que puedan tener los agentes es rebajarse al status de los psicólogos, sociólogos y filosofos, gente toda ella de poca confianza científica con la que mejor no dejarse ver.


 

Pero, claro está, dado que la Economía es una ciencia social es decir que pretende explicar y manipular los comportamientos humanos, alguna idea deberá de hacerse acerca de quién son, cómo se comportan y qué objetivos tienen los seres humanos en un entorno económico. La respuesta a este problema por parte de los economistas neoclásicos u ortodoxos ha sido construir sus modelos micro y macroeconómicos bajo el supuesto de que los seres humanos -llamados por ellos homo oeconomicus- son seres racionales, es decir dotados de una capacidad para el raciocinio perfecta o ilimitada, con una voluntad también ilimitada para perseguir su objetivo que es sólo, exclusiva e ilimitadamente, su propio interés privado. Adicionalmente a estas características mentales se asume también, siguiendo al Adam Smith de la Riqueza de las Naciones, que el homo oeconomicus está dotado de una propensión innata a intercambiar, comerciar y trocar. Dados estos presupuestos quizá no sea nada extraño el escaso éxito que los economistas parecen tener a la hora de predecir y modificar los fenómenos económicos y sociales. A lo que parece ni los individuos humanos son tan racionales pues son también emocionales, ni su voluntad es tan indesmayable ni su egoísmo tan ilimitado como lo son los seres que habitan en su modelos. Tampoco parece que estén dotados solamente de esa propensión a intercambiar sino que también son capaces de dar y de robar para obtener aquello que desean.


 

Obviamente, que los seres humanos son algo más complejos que esas marionetas que son los de la especie  homo oeconomicus es una cosa elemental y evidente para todo aquel que no hay pasado por una Facultad de Economía. La conversión de la Economía en un saber autista, autorefencial y alejado del mundo real ha sido la consecuencia de esa supuesta actitud coientífica por parte de los economistas. Y, también, y consecuentemente, la impotencia de la Economía dominante para explicar, predecir y combatir fenómenos económicos como las crisis. Para algunos, incluso, se puede señalar a la Economía como fautora intelectual de semejantes desaguisados como el que ahora está padeciendo el mundo occidental.


 

Las cosas, sin embargo, parecería que están cambiando. Existe un nuevo programa de investigación, englobado bajo el epígrafe de Economía del Comportamiento, que está reintroduciendo la naturaleza humana en la Economía. Creo que la reformulación de la Economía que se producirá cuando asuma hasta el final que los agentes económicos no son ilimitadamente racionales, que en sus decisiones pesan factores "irracionales" como las emociones y su identidad social, que su voluntad no es rocosa, que toman en cuentan entre sus objetivos con lo que les sucede a los otros, que el poder y la justicia también están entre los factores que cuentan a la hora de tomar decisiones, supondrá un avance valioso en el conocimiento económico. Pero todavía queda tiempo para que veamos eso. Todavía la "vieja" Economía, la adecuada para ese planeta imaginario donde habita el homo oeconomicus, es la que impera en los cerebros de los economistas y en las instituciones académicas y docentes. Así, que yo sepa, en nuestro país sólo la Universidad Autónoma de Madrid incluye en sus estudios de Grado una asignatura que pretende al menos informar de que existe esta nueva manera de ver las cosas, el resto es lo de siempre...con el éxito que ya conocemos.


 

No obstante, pese a sus indudables avances, la Economía del Comportamiento todavía parece un poco simple a la hora de introducir la complejidad de la naturaleza humana dentro de la argumentación económica. Aceptar que los seres humanos son seres emocionales, dotados de la capacidad de empatía, preocupados por su posición dentro de los grupos en que viven, capaces de negociación, engaño y violencia es ¡qué duda cabe!, un gran avance respecto al espantajo del homo oeconomicus, pero a mí se me antoja todavía que sus propuestas e innovaciones son todavía un poco alicortas.

 

Me refuerza esta apreciación el hecho de que, gracias a sus avances, la naturaleza de los seres humanos en los asuntos económicos queda exactamente a la altura de la de nuestros parientes evolutivos más cercanos: primates como los bonobos y los chimpancés. No es por ello nada extraño que los descubrimientos de los primatólogos se usen por parte de los economistas del comportamiento como valiosos soportes intelectuales de sus argumentaciones (véase, por ejemplo, el texto del primatólogo Frans de Waal, The Age of Empathy. Nature's Lessons for a kinder society (2011)), pero me da a mí que, aún reconociendo las claras relaciones de parentesco entre la forma de ser de los chimpancés y la nuestra, algo distintos lo seremos  


 

Por eso, siempre estoy a la busca de argumentos que desde otras perspectivas, intentan decir cosas sobre la Economía usando de otras perspectivas más profundas sobre la naturaleza humana. Y aquí el psicoanálisis que arranca con la obra de Sigmund Freud puede ofrecer una buen punto de partida. Cierto es que el psicoanálisis no goza de buena prensa -y con razón- en cuanto a su capacidad terapéutica. Comparado con terapias psicológicas alternativas y las de tipo farmacológico, el psicoanálisis resulta un método ineficiente de curación de los problemas mentales. Tampoco su valoración como ciencia es muy elevada, más bien se estima entre los filósofos de la ciencia y los metodólogos que -por decirlo con palabras de Borges-, el psicoanálisis es una forma de la literatura fantástica.

 

And yet, and yet...Y, sin embargo, sin embargo, también de la literatura fantástica se pueden aprender cosas sobre la naturaleza humana que resulta dificil no dejarse seducir por sus amplitud de miras y su planteamiento general sobre la psique humana. Probablemente no hay nada equiparable, con la posible excepción de algunos planteamientos religiosos, al psicoanálisis en cuanto a hondura acerca de la naturaleza humana .


 

Dicho reduccionistamente, y pido excusas a los psicoanalistas, para el psicoanálisis la naturaleza huma no es algo dado, sino un proceso dinámico de construcción fruto de la interacción entre la persecución de la satisfacción de los instintos de base biológica e innatos en todo individuo y su encauzamiento/represión para situar al individuo en sociedad, y cuyo resultado es el carácter concreto de cada individuo. Dicho con otras palabras de la tensión entre la satisfacción de los instintos y su canalización social que se lleva a cabo fundamentalmente en la familia surge el carácter de los individuos. Esa tensión se llevaría adelante o pasaría en varias fases biográficas. 

 

El carácter especial de cada individuo se desarrolla básicamente, en opinión de Freud, en la niñez a partir de la sucesión de interacciones entre el niño y sus padres. El niño trata de maximizar el placer que obtiene mediante la satisfacción de las exigencias instintivas conformadoras del id, el ello freudiano, en tanto que los padres tratan de imponerle las exigencias de la realidad y la moralidad, que poco a poco constituirán el superyo. El yo de cada individuo surge de la interacción entre el ello , los instintosy el superyo, las normas sociales de convivencia. 


 

Más concretamente, Freud distinguía en el desarrollo del niño varias fases conforme los conflictos entre la búsqueda del placer y las exigencias de la realidad iban evolucionando y variando conforme variaban las distintas partes del cuerpo que eran asiento del placer, lugares para la generación del placer. Se distinguían así una fase oral, una fase anal, una fase fálica y una fase genital. En cada fase o etapa del desarrollo psicosexual existe un conflicto entre la persecución del modo del placer correspondiente a cada fase y las normas de comportamiento adecuadas a la sociedad, conflicto que ha de ser resuelto antes de que el niño pueda pasar a la siguiente etapa. Cuando un niño es incapaz de avanzar de una etapa a la siguiente porque el conflicto no ha sido resuelto o las necesidades han sido resueltas de forma que el niño ha obtenido tal satisfacción de unos padres indulgentes que el niño no quiere avanzar, entonces el individuo queda fijado en esa etapa de desarrollo, y de adulto tiene un carácter específico o determinado.


 

Centrándose por razones que se verán más adelante en la llamada etapa o fase anal, para los psicoanalistas, en el mundo occidental, a partir de los 18 meses, a los niños se les comienza a entrenar a hacer algo nuevo para ellos: el control de esfínteres, una tarea costosa y contrainstintiva. La defecación produce en los niños un placer que deben aprender a postergar o controlar por razones sociales. Se trata, como cualquier padre puede atestiguar de una etapa conflictiva. Esta etapa infantil de erotismo anal toma la forma esencial de atribuir un significado simbólico al producto anal.El niño aprende de una manera inconsciente que tiene un arma que puede ser usada contra los padres ya que puede decidir si accede o no a controlar sus esfínteres como se le pide. Si el entrenamiento en este control no va bien, lo cual puede ocurrir ya sea porque los padres sean muy exigentes o porque le resulte muy difícil, al niño le caben dos formas posibles de reacción que pueden traducirse en una fijación anal en su carácter. La primera forma de reacción sería la de defecar en los momentos y lugares que los padres desaprueban. Tal forma de comportarse puede llevar al niño cuando sea adulto a desarrollar una personalidad anal agresiva. Para Freud, esta fijación anal sería la base de muchas formas de agresividad, hostilidad, destructividad y conducta sádica en los adultos. El carácter anal desarrollado como consecuencia de esa fijación en una fase anal sería el característica de personas desordenadas que consideran a los otros como objetos a poseer.


 

Pero existe otra posible forma de reacción del niño ante el problema que plantea el control de esfínteres: la retención de heces. Se trata de otra manera exitosa de manipular a los padres. Es el origen del carácter anal retentivo. Las personas cuyo carácter se fijan en esta etapa de esta forma son testarudas, mezquinas, ordenadas. Son personas que atesoran o retienen porque sus sentimientos de seguridad dependen de lo que ahorran y poseen, y del orden en que se mantienen no sólo sus posesiones sino todos los aspectos de la vida. Se trata de personas rígidas, obstinadas,compulsivamente limpias, ordenadas, siempre conscientes excesivamente de sí mismos, nunca dejándose llevar, fuertemente criticonas de las expansiones de lo otros, autocontenidas. (Todo lo anterior es una descripción reduccionista y falaz de las sutilizas de la visión psicoanalítica del desarrollo de la personalidad humana y del caracter anal en concreto. No sé mucho de esto pero para quien quiera saber más acerca de la interpretación de la historia humana desde el punto de vista psicoanalítico, le recomiendo el libro de Norman O.Brown, Eros y Tanatos. El sentido psicoanalítico de la historia).


 

Pero se me dirá y con razón que a qué viene todo esto en un blog de economía. Pues bien, hay un motivo. Repetidamente en varias entradas(véase, por ejemplo, http://www.rankia.com/blog/oikonomia/775846-parabola-pais-rico-) pobre-mercader-venecia-crisis-deuda se ha hecho referencia a la importancia de las razones culturales a a hora de dar cuenta de la crisis de la deuda y sus modos de afrontarla mediante políticas de austeridad y de contención que lleva dos años afectando a un buen y creciente número de países de la zona euro. No merece la pena recordar cómo desde que Financial Times habla de los países CERDOS (los PIGS: Portugal, Italia, Grecia y España), esa denominación tuvo éxito, audiencia y hasta capacidad explicativa. Cierto que también se incluía por lo bajini a Irlanda entre los PIGS, pero sin duda las desventuras del Tigre Celta sólo eran para los "analistas" parecidas de modo superficial a las que aquejaban merecidamente a los del Club Med, a los mediterráneos vividores, derrochadores, estafadores y fraudulentos. 


 

Y no es esta una apreciación que haya perdido vigencia con el tiempo y la aparición de datos que demuestran que eso del Club Med es un cuento para viejas beatas alemanas. Este 12 de septiembre, bajo el título de "El Euro ensancha el "gap" cultural", The New York Times recogía un texto de don Josef Joffe, editor de Die Zeit en Hamburgo, en el que afirmaba que la cultura sí que importa, que los países PIIGS "nunca deberían haber sido admitidos en la moneda común europea", porque "¿qué tenía en común la estricta, disciplinada Alemania con la Italia "vivalavirgen"? ¿Y qué con Grecia, un paíes donde la corrupción y el amiguísmo campan a sus anchas?". Para el señor Joffe, las cosas están claras, "por un lado está el Norte Protestante con bajos déficits y deudas así como modestos incrementos salariales. Por otro, los miembros del Club Med con sus cortas semanas de trabajo, sus retiros temprano, sus mercados de trabajo rígido, sus expansivos sectores públicos y sus mercados protegidos". Enfin, como ya se dijo en una entrada pasada, resulta claro que en esto de las crisis de la deuda soberana de los países del mediterráneo hay más que un asunto económico, se está buscando busca el castigo justiciero, se busca la penitencia, pues tipos como el señor Joffe -y debe haber millones en el Norte Protestante- consideran que la raíz del problema económico de la crisis de la deuda es en el fondo una debilidad moral o de carácter, un pecado, en una palabra.


 

Pues bien, aceptémoslo. Sí, los países mediterráneos tenemos otro carácter. Tampoco es para tanto. Siempre los hemos "sabido". No hay españolito que conozca que no haya sido consciente de que el carácter de ellos es de alguna manera diferente al "nuestro". Pero qué carácter tienen los alemanes, y en general los de ese "Norte Protestante" tan virtuoso, austero, contenido y disciplinado.


 

Y aquí, salta a la palestra Michael Lewis, el autor de ese conocido y curioso libro, El póker del mentiroso, que tanto ayudó para conocer el mundo de los traders de Wall Street. Lewis ha publicado recientemente en Vanity Fair un curioso artículo de título "It's the Economy; Dummkopf!", en donde se atreve a señalar algunas características antropológicas del carácter alemáan como explicativas del comportamiento de Alemania en la presente crisis. Por decirlo en una palabra, para Lewis los alemanes se caracterizan por tener una fijación con la mierda, con todo aquello que tiene que ver con los excrementos. Lewis no cita a Freud ni a ningún psicoanalista, pero de la lectura de su artículo resulta obvio que los alemanes, de modo general, tendrían una fijación anal, que su caracter nacional sería del tipo carácter anal retentivo (en eso creo que coincidirían psicoanalistas como Erich Fromm o el ya citado Norman Brown). En su artículo, Lewis sigue la obra de Alan Dundes, un antropólogo que en 1984 publicó un libro sobre el caráacter alemán con el curioso título de "La vida es como el palo de un gallinero" en donde descubre la importancia de todo lo relacionado con la defecación y su producto en la vida, lenguaje y folclore alemán. A la hora de buscar una explicación, Dundes sugiere -cuenta Lewis- a las "inusuales técnicas en lo que respecta al uso de los pañales que han empleado las madres alemanas que dejan a los bebés alemanes cocerse en sus propias heces durante largos periodos". Será cierto o no, el caso es que la "enérgica analidad" (sic) alemana parece estar fuera de duda. Ahora bien, como corresponde a bebés que han de acostumbrarse a retener sus heces si no quieren que sus culitos acaben escocidos o irritados, los "alemanes ansían estar cerca de la mierda, pero no en ella. Esto -apunta Lewis- resulta ser una excelente descripción de su papel en la crisis financiera actual". 


 

Por supuesto, por otro lado, que las características psicológicas del carácter anal retentivo: la valoración del orden, la voluntad de poder, la tozudez, el respeto a las normas, el ahorro, el dejar el placer para más adelante, etc. son congruentes con las actitudes públicas de los responsables políticos y económicos alemanes en estos últimos tiempos.

 

Lejos de ellos, el desorden, el pasotismo mediterráneo. Despreciable si bien envidiado en el fondo, y que exigiría consecuentemente un castigo. Y esa es la madre del cordero de la presente crisis. La conclusión de Lewis merece la pena exponerla in extenso: "En el fondo de este endiablado asunto, desde el punto de vista del Minstro de Finanzas alemán, estaría la falta de voluntad o la incapacidad de los Griegos para cambiar su comportamiento. Y eso era lo que la unión monetaria siempre implicó: pueblos en su totalidad tenían que cambiar sus modos de vida. Concebida como una herramienta para integrar a Alemania en Europa e impedir que Alemania dominara a otros, se ha convertido al final en su opuesto. Para bien o para mal, los alemanes poseen ahora a Europa. Sio el resto de Europa quiere seguir disfrutando de los beneficios de los que es esencialmente una moneda alemana, necesitan hacerse más alemanes. Y así, una vez más, todo tipo de gentes que preferirían no pensar en los que significa ser "aleman" están obligados a hacerlo".


 

Y yo, siguiendo las recomendaciones de Michael Lewis, me he puesto a hacerlo. Y dudas, enormes dudas me han asaltado. Si para que España deje de estar en problemas en el futuro en la zona euro, debemos ser más como los alemanes, ¿cómo hacerlo? ¿Debería de incluirse en el alguno de los tratados que han definido a la Unión Europea, y fundamentalmente el de Maastricht, una cláusula adicional a las de los límites de déficit y de la deuda que obligue a las madres españolas a seguir la política alemana de cambio de pañales? Se me ocurre también que quizás el problema sea un problema de incompatibilidad de caracteres, que el carácter anal del norte Protestante choca con el carácter oral de los mediterráneos, y si así fuera -cosa que no exploro aquí para ya no extenderme más- habría que incluir dentro de la noción de Área Monetaria Óptima que es la que desde la Economía establece las condiciones para que pueda establecerese una moneda común en un espacio económico, el requisito adicional de un Área Caracteriólogica Óptima. No lo sé. Las dudas me asaltan. 

 

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