La economía de la señalización es un tesoro de sorpresas para el curioso aficionado a la economía. Basta con estar un poco atento, y a la que menos te lo esperas, “salta” ante tus ojos de la mente un comportamiento en apariencia extraño, pero fácilmente explicable con el prisma que te proporciona el análisis comenzado, allá por los años 70 del pasado siglo, por George Akerlof y Michael Spence, que por ello recibieron sendos merecidos premios Nobel de Economía.
Como es de sobra conocido, un hecho básico de las interacciones económicas (y no sólo de ellas, sino de cualquier interacción social) es la asimetría de la información. En cualquier transacción uno de los intervinientes, o bien el oferente o bien el demandante, sabe más acerca de las características o cualidades del bien o servicio objeto de intercambio que el otro, lo que le proporciona un poder de mercado o un poder de negociación especial que puede utilizar en su favor. Tal poder puede llegar al extremo de que el otro, el que no tiene la suficiente información, estime que no le interese llevar adelante la interacción ante la seguridad de que acabará siendo “tangado” o engañado por aquel que sí que sabe de qué va la cosa (situación que se conoce en jerga económica como “selección adversa”). La asimetría en la información da origen a otro conjunto de problemas (en jerga denominados problemas de “riesgo moral”) que abarcan todas aquellas situaciones en que uno de los intervinientes en una interacción o en una transacción no puede conocer con precisión el comportamiento de la otra, por lo que esta tiene el incentivo de desviarse del comportamiento pactado persiguiendo sus propios intereses.
Pongamos un par de ejemplos. Uno puede ser el caso en que el propietario de un piso se lo alquila a una persona para su uso residencial. Pues bien, lo que no puede controlar el propietario es que este inquilino, usando de las ventajas que la sedicente “economía colaborativa” ofrece, ponga él a su vez en subalquiler ese piso con fines lucrativos (poniéndolo, p.ej., en Airbnb), y perjudicando de paso a los vecinos que ven cómo se deteriora su espacio de convivencia dada la singular capacidad de destroce de lo común que tiene la industria turística, mucho más contaminante que la nuclear o la de extracción y combustión de carbón, por cierto). Este sería un caso de “riesgo moral”.
Un ejemplo típico de “selección adversa” es el de las compañías de seguros. El que busca asegurarse frente a un siniestro (sea del tipo que sea) dispone de más información acerca de su “propensión” a padecerlo que la otra parte, la compañía de seguros. En consecuencia, y para precaverse ante la posibilidad de que los asegurados le engañen y acabe sufriendo pérdidas, las compañías de seguros subirían sus primas. Ello desencadenaría un “efecto cascada” de selección adversa, en la medida que al subir las primas, los clientes MENOS propensos a padecer siniestros dejarían de asegurarse, pues ya no les compensaría hacerlo, por lo que los clientes que permaneciesen serían cada vez los peores desde el punto de vista de su siniestralidad, lo que llevaría a las compañías a seguir subiendo las primas para precaverse, ello llevaría a que los clientes relativamente menos problemáticos se fuesen en una serie de rondas que podrían acabar con el mercado de seguros, es decir, que al final no se diera ese tipo de transacciones de aseguramiento ante la “seguridad” que tendrían los compañías de que al precio existente (es decir, a la elevadísima prima vigente) sólo los individuos más problemáticos (es decir, los más susceptibles a sufrir siniestros) estimasen rentable el asegurarse.
Para resolver los problemas asociados a la información asimétrica caben dos soluciones. Una es la intervención administrativa que regula o prescribe las características de los bienes y servicios que se intercambian (por ejemplo, las características de los productos farmacéuticos, o certifica las cualificaciones que una persona pueda tener para que pueda ejercer de médico), o bien regula los comportamientos que legalmente pueden hacerse (p.ej., impidiendo que Airbnb pueda listar pisos por no propietarios, cosa que todavía no se ha hecho, por cierto). La otra solución es el aumento en la cantidad de información de la que dispone la parte que menos sabe. Aquí caben dos opciones. La primera es de nuevo la intervención administrativa estableciendo unos niveles de información que ambas partes en una transacción están obligados a dar a la otra. La segunda solución es la señalización.
Y aquí viene la "gema" que me han contado en forma de comportamiento diferencial dentro de las empresas del sector asegurador de automóviles. Uno de los ejemplos más habituales de cómo se resuelve el problema de la selección adversa gracias a la señalización lo proporciona el caso de los seguros de automóviles. El historial de siniestros de un automovilista es una información imprescindible a la hora de “customizar” las pólizas de seguros por parte de las compañías, es decir, a la hora de ofrecer diferentes condiciones a sus clientes. Es el conocido sistema de bonus-malus que penaliza diferencialmente a los peores o más “siniestrables” conductores, desincentivando adicionalmente el “riesgo moral” por parte de los miembros, es decir, el comportamiento descuidado al que el hecho de estar asegurado puede incentivar.
El problema está en la competencia entre las propias empresas de seguros. El objetivo de cada una, inserta en una guerra económica competitiva por expandirse y ganar cuota de mercado, es quitar clientes a las otras. Y, obviamente, el mecanismo de cada una de ellas para hacerlo es ofrecer condiciones más ventajosas a los clientes de las otras para así atraérselos. El problema es que en esa pelea competitiva pueden acabar atrayendo y quedándose con los “peores” conductores, con las pérdidas que ello supondría. Como esa problemática afecta a todas ellas, no es nada extraño que se haya desarrollado una suerte de “convención de Ginebra” en su particular guerra económica, mediante la cual las compañías de seguros de automóviles, rivales como lo son las unas de las otras, comparten sin embargo una información privilegiada y valiosa: la información que cada una tiene respecto al historial de siniestros de cada uno de sus clientes. Es decir, que si una compañía trata de quitarle un cliente a otra, no va a ciegas a la hora de ofrecer una póliza más ventajosa, pues sabe con qué cliente tendrá que habérsela.
Normal, ¿no? Sí que lo parece. Es una solución cooperativa para el problema colectivo para todas las compañías de la información asimétrica. Pero, y aquí viene lo extraño. Un familiar implicado en el ramo, me ha informado de que hay una compañía que no participa en ese acuerdo de compartir información. Y no es precisamente una “pequeña” compañía, sino de la líder del sector: la Mutua Madrileña Automovilista. La Mutua ni difunde la información sobre la siniestralidad de sus clientes, ni tiene acceso a la siniestralidad de los clientes de las otras. Y no parece haberle ido mal, pues parece que controla más del 50% del sector de seguros de automóviles.
A la hora de explicar tan peculiar comportamiento por parte de la Mutua, cabe pensar que ambas cosas están relacionadas. Es decir, que hay una interacción directa entre el tamaño de la Mutua y su negativa a compartir información. Veamos por qué. En primer lugar, el hecho de que la Mutua no comparta información directa acerca de sus clientes con otras compañías no significa que no esté señalizando nada. Todo lo contrario. La no transmisión de información es, en sí misma, una señal, una información clara y precisa. ¿De qué tipo? Pues de tipo negativo. En efecto, dado que las demás compañías no saben nada acerca de la siniestralidad de los clientes de la Mutua, si uno de ellos está dispuesto a abandonarla y aceptar la oferta de otra compañía, es que al cliente le es muy rentable hacerlo porque supera en bastante las condiciones que le ofrece la Mutua. Y si ello es así será -así razonaría la otra compañía- porque probablemente será más propenso a los siniestros de lo que estima. Dicho con otras palabras, dada la ausencia de información, una compañía puede deducir de que un cliente de la Mutua esté dispuesto a abandonarla, el que por témino medio es un “mal” cliente, un cliente problemático, por lo que haría bien en tener una actitud precavida y no ofrecer a los clientes de la Mutua unas condiciones demasiado ventajosas.
Dicho de otra manera, la Mutua, al no compartir información particular sobre sus clientes, crea una situación de “información asimétrica” en la que ella tiene más información que sus rivales sobre sus propios asegurados. En consecuencia, para no salir escaldadas, las rivales no se atreven a competir con la Mutua fuertemente, lo que permite a la Mutua tener a sus clientes cautivos, pues no disponen alternativas competitivas adónde dirigirse. Un cliente de la Mutua que quiera irse está señalizando que es un cliente problemático, por lo que no va a encontrar buenas pólizas alternativas. La Mutua, además, puede beneficiarse de ese mercado cautivo del que dispone. (No dispongo de información al respecto, es decir, no tengo idea de cómo se comporta la Mutua en la realidad, pero una de las consecuencias del "modelo de comportamiento" que aquí estoy desarrollando es que en la Mutua la disparidad de primas debería ser más elevada que en otras compañías, debido a que los clientes más problemáticos tendrían más difícil el abandonar la compañía y pasarse a la competencia)
El inconveniente para la Mutua podría ser el que, dado que está fuera del sistema de compartir información en el que están el resto de las compañías, ello le afecta negativamente a la hora de competir con ellas pues, para quitarles clientes no dispone de la información necesaria para ofrecer pólizas que no se conviertan en fuente de pérdidas para ellas. Es decir que podría pensarse que como no sabe cuál es el historial de siniestralidad de un cliente de otra compañía y ante el riesgo de ofrecer unas pólizas “demasiado” ventajosas para él (y demasiado “desventajosas” para ella, la Mutua) no esté en esa lucha competitiva. Pues bien, frente a esta “pega”, caben dos respuestas. La primera es que, dada su posición dominante en el mercado, ya no le interese estratégicamente competir con las otras compañías por sus clientes, sino conservar a los que tiene, y para ello ya se ha visto que la política de no difundir información es efectiva. En segundo lugar, cabe pensar que lo que le interesa a la Mutua es, en consecuencia, no el mercado secundario de “viejos” conductores, sino el mercado primario de “nuevos” potenciales clientes que se renueva cada día conforma aparecen nuevos conductores. Y ahí, la Mutua puede competir fieramente ofreciendo condiciones ventajosas para ir regenerando y ampliando su “stock” de clientes cautivos, para "cautivarles" como paso previo para hacerles "cautivos".