Decía el romántico francés René de Chateaubriand aquello de:
Las instituciones pasan por tres períodos: el del servicio, el de los privilegios y el del abuso.
Parece mentira que estas palabras fueren escritas hace casi dos siglos, pues su vigencia es más que evidente. Ello, al fin y al cabo, es debido a que la mayor parte de los Estados Modernos se configuraron entre los siglos XVIII-XIX, pese a que Maquiavelo ya empleaba el término en el XVI, y desde entonces las críticas a su esquema organizativo y sus atribuciones para con la sociedad se han sucedido desde cualquier espectro (comunismo, liberalismo y anarquismo principalmente). Si se me permite el particular, mi prisma converge bastante con la teorización estatal de Weber, definiendo a éste como el mayor instrumento de coacción y violencia legitimada, pero convenido al ideario de la Escuela Austriaca y las tesinas del norteamericano Thoreau.
No obstante lo anterior, no es la organización política lo que nos lleva a redactar esta entrada del blog, sino más bien la organización administrativa y muy específicamente el regulador monetario. Bien es sabido que el liberalismo (el auténtico liberalismo) propugna combatir el monopolio de los Bancos Centrales por cuanto coadyuvan al gobierno de turno a resolver de forma torticera y (a largo plazo) poco efectiva sus desigualdades/problemas/crisis, vía devaluación por ejemplo.
Como es prácticamente imposible desmantelar un organismo de tales características, la batalla tradicional ha sido la vuelta al patrón oro, pesadilla de Keynes y de cualquier autoridad política, para poder poner coto al dinero en circulación y con ello al perpetuo déficit. A esto habría que sumar otras iniciativas como la libre emisión de medios de pago, a lo que sin duda alguna favorecen las nuevas tecnologías como el blockchain dando lugar a las llamadas Criptomonedas.
Las criptomonedas, para quien sea profano en la materia, son monedas virtuales “oficialmente inauguradas” en 2009 con el lanzamiento del Bitcoin, la más famosa de todas ellas. Su utilidad aúna transparencia, rapidez y seguridad, ahorra costes de terceros y permite su programación. Además de ello, el empleo del blockchain, una suerte de base de datos abierta que consta de tres factores: transacción, registro de transacción y verificador de transacción, permite un seguridad máxima gracias a que el registro de que dicha operación se efectuó aparece inmediatamente replicada en infinidad de ordenadores.
Lo que en un principio pudiere ser una iniciativa no exenta de suspicacia acabó consolidándose como un valor en alza. Sin ir más lejos, los últimos meses han demostrado que son muchos los inversores que han optado por la inversión en Bitcoin como activo refugio junto al oro, y su escalada ha sido exponencial. Al calor de tal éxito no ha sido raro encontrar diferentes iniciativas que buscan promocionarlo como complemento para las carteras tradicionales.
No obstante, la irrupción en el mercado no es tan sencilla como quisiéramos. Polychain Capital creó a finales de 2015 un fondo de inversión en criptodivisa bajo formato de hedge fund, puesto que sus características legales son las más propicias para la política de inversión; por su parte, la adecuación al mercado de ETF´s sufrió su primer revés a principios del presente año, cuando la SEC rechazó la salida del Winklevoss Bitcoin Trust. Más tarde, en Mayo, ocurrió lo mismo con SolidX, y estos días la casa VanEck se haya inmersa en las mismas negociaciones. Pese a las dificultades de los reguladores, seguramente alimentadas por una connivencia con la autoridad monetaria local, las casas de inversión no desisten y presentan sus propuestas de vehículos cada vez mas depuradas y sofisticadas.
Resulta llamativo a la par que comprensible ver que uno de los países que mayor devoción profesan hacia la moneda virtual es Argentina. No es una plaza financiera de vanguardia como lo fuere la City, Hong Kong o NY, pero en cambio cuenta con una amarga experiencia acerca de la mala praxis monetaria y cualquier iniciativa encaminada a dotar al inversor de cierta “seguridad” cambiaria es bien recibida. Por ello, no es de extrañar que en Julio se presentase en el país una iniciativa local llamada Crypto Assets Fund, enfocado exclusivamente a bitcoins y otras monedas digitales.
En cualquier caso, sea más pronto o más tarde, sea en pugna contra los gobiernos o no, es indudable la progresiva presencia de las criptodivisas en el día a día de los mercados, bien con fines transaccionales o especulativos. Nosotros, anticipándonos al futuro, no perderemos ese tren.
UN FONDO PARA CREER: BITCOIN INVESTMENT TRUST
Creado en 2013, se considera que es el primer fondo de inversión creado para la inversión en criptomonedas y en este caso específicamente en el bitcoin. Su gestor es Barry Silbert, fundador de la compañía Grayscale a la cual se adscribe el fondo, y en sus manos se debate un patrimonio de más de 800 millones de dólares.
Para ser exactos, el Bitcoin Investment Trust (BIT) es un fondo completamente indexado a la fluctuación de la divisa de referencia, por lo que no existe ningún tipo de gestión activa y en consecuencia ningún laudo a favor o en contra del equipo gestor. Cuenta además con la ventaja de ser prácticamente único en su género, por lo que tampoco se puedo comparar con semejantes. Pese a todo ello, saliéndose un poco de la praxis habitual de este blog, no he querido desaprovechar la oportunidad de darlo a conocer como complemento más que interesante a las carteras corrientes.
Eso si, quien invierta en este tipo de vehículos ha de concienciarse de su enorme volatilidad (y retorno). Para hacerse una idea en YTD acumula una revalorización del 557,62% pero sus caídas rara vez no alcanzan el -20%.
A título de curiosidad, la misma gestora, Grayscale, posee otro vehículo que invierte en la otra gran criptodivisa, el Ethereum, con un patrimonio gestionado aproximado de 56 millones de dólares.