Vista la edad media de los que ayer jueves se manifestaron a las puertas del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña se entiende el comunicado del festival Primavera Sound a favor del golpe en curso contra “los derechos civiles más fundamentales” del 50% de los catalanes y del 92% de los españoles. El festival, a fin de cuentas, se está congraciando en primer lugar con su público mayoritario, los adolescentes. Y, en segundo lugar, con la Generalitat y el ayuntamiento de Ada Colau. Ambos contribuyen anualmente con una subvención de más de trescientos mil euros al evento.
Una subvención, por cierto, tan innecesaria como una palada de monedas más en el depósito del Tío Gilito. Porque el festival generó en 2011, cuando sólo contaba con ciento cuarenta mil espectadores (ahora supera los doscientos mil), un impacto económico de más de sesenta y cinco millones de euros. Entre los que se debe de incluir, imagino, un beneficio neto varias veces superior a esos trescientos mil euros.
[En realidad, el Primavera Sound se está haciendo perdonar las acusaciones de anticatalanismo que tradicionalmente le dedica parte de la prensa y la blogosfera catalana. Lástima que la preocupación de los organizadores del festival por las personas que “se sienten agredidas” no llegara un poco antes. Pongamos por caso los días 6 y 7 de septiembre, cuando los partidos nacionalistas del Parlamento catalán pisotearon los derechos de la oposición y se situaron al margen de la ley con argumentos etnicistas y sentimentales. Es decir fascistas. Ese día no hubo “personas sintiéndose agredidas”. Ese día hubo agredidos y agresores. Pero, ¿quién quiere ética cuando puede retozar en la estética mientras escucha el último single de LCD Soundsystem?]
Es fácil ser pacífico cuando aquellos que no piensan como tú se abstienen de responderte en tus mismos términos
Charcos hipster aparte, la manifestación transcurrió por los cauces habituales durante las últimas Diadas y que contrastan con las informaciones un punto tremendistas de parte de la prensa madrileña, que empieza a ver gigantes donde yo (de momento) sólo veo molinos muy ladradores pero poco mordedores. Ambiente populachero, casi verbenero, y la tensión ambiental de un combate entre bebés de teta envueltos en plástico de burbujas. Como Oriol Junqueras cuando el miércoles balbuceó, genuinamente desconcertado por las detenciones en su departamento, aquello de “somos gente pacífica”, los concentrados frente al TSJC no parecían demasiado conscientes de que ese pacifismo del que tanto presumen sólo es posible gracias a la cuidadosa obediencia democrática a la ley del 50% de catalanes que se oponen a la independencia. Es fácil ser pacífico cuando aquellos que no piensan como tú se abstienen de responderte en tus mismos términos. Que se lo cuenten a los padres de Albert Rivera.
A apenas cincuenta metros de la concentración pasivo-agresiva, que congregó a casi tantos curiosos y adictos a los selfies como a manifestantes de pata negra, los estudiantes abarrotaban las terrazas de los bares y apuraban las que a todas luces debían de ser las primeras cervezas de su vida. Quien sólo bebe cerveza se lo merece, pero ese es otro tema. El caso es que la transgresión era doble. Alcohol y abucheos un tanto pacatos (“votaremos, votaremos”) a una mole de piedra de 1887. Yo no he visto nunca una revolución en directo, pero si esto es todo, a mí Hollywood me ha engañado. Que los hacedores de la nueva nación sean unos zagales con gorra de beisbol vuelta del revés, zapatillas de marca, pantalones cortos color ala de mosca, timidísima sombra de bigote, bandera a modo de capa y camisetas con lemas sacados de Twitter no va a dar muy bien en los libros de historia. Habrá que echar mano del Photoshop para añadirle un poco de épica al asunto.
Si este es todo el músculo del independentismo, intuyo que la independencia no llegará jamás
Si este es todo el músculo del independentismo, intuyo que la independencia no llegará jamás. A no ser que el Gobierno central se la conceda voluntariamente y abrumado por la tinta en las portadas de los diarios catalanes, a los que no se les conoce una sola verdad desde 2011. Porque la tensión en los aledaños del TSJC era la de un gato doméstico bien alimentado y mejor cepillado que protesta lánguidamente en su cojín cuando ve pasar el plato con pienso seco en vez de su lata de Gourmet Gold. Se me escapa cuál puede ser ese tremendo agravio del que se queja una niña de quince años, obviamente de provincias ( el independentismo es un movimiento básicamente rural y ajeno a los civilizados modales de las urbes modernas) que se hace un selfie frente al guardia civil de turno mientras pone morritos y hace el signo de la victoria. Si este pijerío agro adolescente henchido de autoimportancia es capaz de romper la decimoquinta economía del mundo con el apoyo de una clase media de tenderos, profesores de instituto y periodistas de segunda a sueldo de la administración de turno, yo ya no entiendo nada.