¿HA TRATADO ESPAÑA MAL A CATALUÑA?
Es un argumento muy común entre el nacionalismos catalán, independentista o no, el hecho de pensar que España los ha maltratado y se ha aprovechado de Cataluña. La carta escrita por la antigua profesora de lengua catalana en la escuela, Àngela Ferrater i Mató, que envió a su ex-alumna, la diputada del PP Alicia Sánchez-Camacho, expresa bien este argumento:
(…)"el Gobierno central ha hecho y hace mal a Cataluña: carreteras olvidadas, mientras se construyen en muchos lugares menos necesitados, trenes tronados, persecución de nuestra lengua...(…) un pueblo (…) que no se merece el trato que desde Madrid se le está dando.(…)"
Cuando un castellano lee la historia de este país se encuentra con una desagradable sorpresa. Los monarcas españoles no trataron mal a los catalanes pero si discriminaron negativamente a castellanos y andaluces. Les explico:
En el 1518, un extranjero que no hablaba el castellano, se corona como rey de España, Carlos I, partiendo de nuevo para ser coronado como Carlos V del imperio sacro-germánico, no sin antes haber elevado significativamente los impuestos a los castellanos para sufragar sus gastos del viaje y el nuevo imperio. Se rebelaron el campesinado y burguesía, los únicos a los que afectaba la carga tributaria, y fueron brutalmente aplastados por los nobles, los Tercios que trajeron de Italia y la inestimable ayuda de vascos y navarros. Solo el virrey de Navarra, Antonio Marique, envió entre 400 y 500 soldados al mando de su hijo, que se unirían junto a otros muchos nobles navarros a la alta nobleza castellana para combatir las revueltas comuneras. Se cortó las cabezas de todos sus líderes, y hoy en día, el 23 de abril de cada año se celebra el día de la derrota de los comuneros en Castilla y León, día de su Comunidad.
Estos hechos llevaron, en palabras de Gonzalo Martínez Díez, catedrático de Historia del Derecho Español, 1976, a "más de dos siglos (época austracista) donde el peso fiscal de la Monarquía se vuelca casi exclusivamente sobre Castilla, sistemáticamente exprimida... por los desproporcionados impuestos de los que se verán libres los otros reinos…”. Y lo cierto es que hasta mediados del s. XIX, Castilla sufriría aún una carga fiscal irritantemente superior a la de los otros reinos.
El desequilibrio fiscal por habitante en contra de la Corona de Castilla con respecto a la de Aragón varió entre cifras de un 400% superior en 1553, a un 838% en 1623 y hacia 1833, si cada castellano pagaba 29,5 reales, los de la corona de Aragón pagaban 11,5. Decía Quevedo en verso que “En Navarra y Aragón no hay quien tribute un real; Cataluña y Portugal son de la misma opinión; Sólo Castilla y León, y el noble pueblo andaluz, llevan a cuesta la cruz”.
Cien años más tarde después de las revueltas comuneras, estando España inmersa en la guerra de los Treinta años, habiendo casi vaciado la vetas de las minas de oro y plata en América, y viendo que los Castellanos y Andaluces ya no podían sufragar los gastos de la guerra, se le ocurrió al Conde Duque de Olivares aplicar a la Corona de Aragón algunos de los impuestos que ya pagaban los castellanos. Y puesto que los castellanos contribuían también con sus hombres a los ejércitos reales, obligó al reclutamiento de cinco mil soldados catalanes para hacer la guerra dentro de Francia. No fue esta buena idea. Un campesinado que nunca fue dócil, sufriendo como el resto de los reinos los efectos de las malas cosechas, hambre y epidemias, hartos de los abusos de los Tercios, entre los que, además de aragoneses y castellanos, había otros extranjeros de diferentes religiones, y hartos de la opulencia de una burguesía y nobleza catalana enriquecida por el comercio mediterráneo que nunca mostró interés por sus problemas, no aceptarían tales imposiciones. En 1640, se produce el conocido levantamiento de los segadores al grito de “Visca el rei d´Espanya i muiren els traidors!”, asesinando y saqueando a soldados reales y nobles y burgueses catalanes. La idea del entonces presidente de la Generalitat, Pau Claris, para evitar las imposiciones de Olivares, fue hacer de Cataluña una república independiente bajo la protección de Francia. Peor idea aún. Cataluña fue el campo de batalla entre Francia y España, después los españoles se retiraron por diez años. Irónicamente, los catalanes padecieron lo que habían intentado evitar: sufragar el pago de un ejército y ceder su administración a un poder extranjero. Su soberano ahora sería el rey Luis XIII de Francia. Los catalanes descubrieron que las tropas francesas eran bastante peores que los Tercios españoles, y fueron sometidos a toda clase de vejaciones por ellas.
Aquello terminó en una guerra civil entre catalanes realistas y secesionistas, y para cuando los catalanes conspiraron contra Francia para inclinar la balanza de nuevo hacia el rey español, la delicada situación de España en la guerra de los treinta años acabaría con la pérdida de Portugal y de todos los territorios que a está se la permitió conquistar en America durante los 60 años de pertenencia al imperio, la pérdida de la hegemonía de España en Europa y la perdida de los territorios catalanes del Rosellón, el Conflent, el Vallespir y parte de la Cerdaña que pasaron a Francia.
Felipe IV, nunca tomo represalias contra los catalanes por estos sucesos, siguió manteniendo sus fueros y privilegios fiscales y fueron perdonados. Los jurados catalanes pedirían al rey Felipe IV ser aceptados "por los humilísimos y fidelísimos vasallos de Su Real Magestad (…) asegurándose V. Magestad que sacrificamos y sacrificaremos siempre nuestras personas, vidas y haciendas al Real servicio de V. Magestat".
Los reyes españoles aprenderían bien la lección y por 200 años seguirían manteniendo importantes beneficios fiscales sobre la Corona de Aragón. Emiliano Fernandez de Pinedo, de la universidad del País Vasco, explica textualmente que: "desde una perspectiva exclusivamente fiscal, la aportación de las élites catalanas a la Corona (española) en el siglo XVII fue escasa en momentos normales y solo se incrementó coyunturalmente por motivos bélicos, sin que se llegase nunca al nivel contributivo de la población castellana.
Parece que esto ayudó a que los catalanes se convirtiesen en grandes patriotas y adeptos a la casa real de los Austrias. Posiblemente esto fue uno de los motivos para que en la guerra de Sucesión, una guerra entre las naciones europeas que evitaban acumular todo el poder de las coronas francesa y española bajo un mismo monarca, los catalanes, como en 1652 habían jurado a su rey, el Habsburgo Felipe IV, derramaban su sangre ahora por el pretendiente de la casa austriaca, Carlos de Habsburgo. Otro motivo más realista, fue el interés que sintió la Diputación de Barcelona, en este caso de la mano de Antoni Peguera y Doménec Parera, sobre los privilegios que les ofrecía el Archiduque Carlos sobre el puerto de Barcelona para comerciar con América. Aún cuando Felipe V, además de respetar sus fueros y leyes, les otorgó también los privilegios más generosos en 100 años, estos decidieron romper unilateralmente y en secreto el trato con el rey Borbón, introduciendo a Cataluña en la guerra de Sucesión en el bando de Inglaterra y los países germanos. El pregón de Rafael Casanova es muy llamativo e incoherente con cualquier interpretación secesionista de este episodio histórico:
“protestando por todos los males, ruinas y desolaciones que sobrevengan a nuestra común y afligida patria y por el exterminio de todos los honores y privilegios [recibidos] quedando esclavos con los demás engañados españoles, y todos en esclavitud del dominio francés.
Pero hay que confiar en que todos, como verdaderos hijos de la patria amantes de la libertad, acudirán a los lugares señalados a fin de derramar gloriosamente su sangre por su rey, su honor, por la patria y por la libertad de toda España”.
Afortunadamente Casanova se equivocó y Felipe V, a pesar de abolir los fueros de la Corona de Aragón, e instaurar el castellano en todas las instituciones del estado, mantuvo las instituciones y leyes civiles que se desarrollaban en catalán, y los catalanes no fueron objeto de venganzas y represalias. Rafael Casanova, logró huir disfrazado de fraile hasta que pasado el tiempo y el peligro, solicitó y obtuvo el perdón del rey, muriendo viejo y habiendo ejercido toda su vida de abogado.
Sabiendo ahora de estos acontecimientos, me resulta curioso no haber oído nunca a nadie decir que perdimos Portugal por culpa de los catalanes pero sí lo contrario con respecto al Rosellón. Del mismo modo me pregunto si el público de la ofrenda de flores a Casanova, o del Camp Nou en el minuto 17:14, alguna vez habrán leído sobre estos hechos cuando gritan: “independencia”.