«Y porque la carabela Pinta era más velera e iba delante del Almirante, halló tierra e hizo las señas que el Almirante había mandado. Esta tierra vio primero un marinero que se decía Rodrigo de Triana. […] Era como una candelilla de cera que se alzaba y levantaba, lo cual a pocos pareciera ser indicio de tierra. Pero el Almirante tuvo por cierto estar junto a la tierra».
Estas fueron las palabras que Cristóbal Colón anotó en su diario el 12 de octubre de 1492 cuando vio, después de más de dos meses navegando, tierra firme. Había descubierto América (o llegado, según algunos expertos actuales que afirman que no se puede descubrir lo que siempre estuvo allí) y, aunque no lo sabía, también había dado lugar a la celebración del Día de la Fiesta Nacional.
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Desde entonces, la figura de este marino ha navegado entre la realidad y la leyenda. De él se ha puesto en tela de juicio desde su origen (ahora se afirma que pudo ser incluso, catalán -una teoría denostada-), hasta su verdadera fecha de nacimiento.
Sin embargo, y además de estos enigmas más «populares», existen otros todavía más extravagantes. Algunos de ellos, meras leyendas que afirman, por ejemplo, que llegó a América gracias a los Templarios o que fue testigo de fenómenos paranormales en sus trayectos. Por el contrario, también se han olvidado algunas curiosas verdades sobre su vida tales como que (además del ansia descubridora) en su primer viaje buscaba también hacerse rico saqueando la isla de Cipango (la actual Japón). Una región que, según Marco Polo, estaba llena hasta los topes de oro.
La isla del oro
Para entender por qué nuestro protagonista se propuso llegar hasta América es necesario retroceder en el tiempo hasta el siglo XV. Más concretamente hasta 1485, cuando España andaba a sablazos contra los musulmanes para recuperar los territorios que estos habían ocupado durante más de ocho siglos. Por entonces, un desconocido Cristóbal Colón andaba por la Península buscando que los Reyes Católicos le financiaran sus planes de hallar una nueva ruta hacia las Indias (con las cuales se comerciaba a través del Mediterráneo, la ruta más larga).
En aquellos años, el marino ya andaba hasta el mismo naso de dos cosas: pedir dinero por aquí y por allá para cumplir sus objetivos, y que le mandasen a paseo por considerarle un loco. Con todo, lo cierto es que no era raro que le rechazasen, pues lo que se proponía era revolucionar el mundo navegando a través de aguas inexploradas.
Un plan que no gustó ni un pelo, por ejemplo, al monarca luso: «Los expertos portugueses consideraron que Colón estaba muy equivocado con respecto al tamaño del mundo, y que ningún barco podía cruzar un océano tan grande como el que podía haber entre Europa y las indias», explica el historiador Trevor Cairns en su obra «Europa descubre el mundo».
No obstante, Colón no andaba desesperado únicamente por su ansia descubridora y por entrar en los libros de Historia, sino porque en su cabeza rondaba una idea: la de hacerse rico saqueando una isla: Cipango. Una región que el mítico Marco Polo había nombrado en un texto escrito entre los siglos XIII y XIV («El libro de las maravillas») y que, según determinaba, atesoraba tantas riquezas como para sacar de la pobreza a cualquier marinerucho sin nada que llevarse a la boca.
«Está a 1.500 millas millas apartada de la tierra en alta mar y tiene oro en abundancia, pero que nadie quiere explotar porque no hay mercader no extranjero que se haya llegado al interior», se afirmaba en la obra. Marco Polo, además, señalaba en aquel texto que en isla había construidos palacios cubiertos de oro y de una «riqueza deslumbrante».
«Está a 1.500 millas millas apartada de la tierra en alta mar y tiene oro en abundancia, pero que nadie quiere explotar porque no hay mercader no extranjero que se haya llegado al interior»
Con estos precedentes, no resulta raro que al marino no le importara patearse la península (y toda Europa, si hacía falta) para lograr una liquidez suficiente que le permitiera partir. Para su suerte (y para la del mundo) al final encontró a unos mecenas lo suficientemente crédulos como para financiarle: los Reyes Católicos. Y así, bajo el auspicio de sus majestades, partió el 3 de agosto de 1492 al mando de la Pinta, la Niña y la Santamaría. Oficialmente, hacia las Indias. Extraoficialmente, en busca de la riqueza.
Todo ello, con la ayuda de los textos de Marco Polo y alguna que otra carta de navegación. «Antes del viaje, Martín Alonso Pinzón le había hablado de unos mapas traídos por él de Roma que situaba el lugar preciso del Cipango», explica Mercedes Junquera (de la «Bowling Green State University») en su dossier «Los secretos de Colón».
El navegante, a su vez, contaba con el apoyo (si es que se podía llamar así) de los estudios de un cartógrafo llamado Paolo del Potzo Toscanelli. Este, en 1474, había entregado al rey de Portugal «un mapa hecho por mis propias manos» en el que afirmaba que, en el camino hacia la india, se hallaba Cipango.
Cipango no aparece
Después de dos meses, Colón y sus hombres llegaron hasta las costas americanas el 12 de octubre (el mismo en el que hoy celebramos el día de la Fiesta Nacional). Todo parecía indicar que los deseos del navegante se habían cumplido. Sin embargo, la realidad le dio en todas las narices, pues se encontraba realmente frente a Guanahaní (cerca de la actual Cuba). A partir de ese momento, el marino comenzó una búsqueda de su ansiada isla recubierta de oro que, aunque decepcionante en lo que respecta a hacerse rico, sí le hizo pisar por primera vez multitud de regiones que ningún europeo había visto jamás.
Nueve días después (el 21 de octubre) volvió a hacer referencia a Cipango en una anotación de su diario. Un . «Luego me partiré a rodear esta isla […] y después partiré para otra isla grande mucho, que creo que debe ser Cipango, según las señas que me dan estos indios que yo traigo, a la cual ellos llaman Colba, en la cual dicen que hay naos y mareantes muchos y muy grandes, y de esta isla otra que llaman Bofío que también dicen que es muy grande. Y a las otras que son entremedio veré así de pasada, y según yo hallare recaudo de oro o especiería determinaré lo que he de hacer»,
Posteriormente, Colón volvió a nombrar Cipango en sus escritos. En este caso, para señalar que estaba ansioso por encontrarla. «Esta noche levanté las anclas […] para ir a la isla de Cuba, adonde oí de esta gente que era muy grande y de gran trato y había en ella oro y especierías […]. Creo que si es así, como por señas que me hicieron todos los indios de estas islas y aquellos que llevo yo en los navíos, porque por lengua no los entiendo, es la isla de Cipango, de que se cuentan cosas maravillosas, y en las esferas que yo vi y en laspinturas de mapamundos es ella en esta comarca».
La ilusión del navegante recobró fuerzas a finales de octubre, cuando creyó haber llegado a Cipango y envió emisarios al interior de la región. Desconocía que realmente se encontraba en Cuba. Al final, regresó a España pensando que, aunque no había hallado su deseada isla recubierta de oro, no tardaría en hallarla en sus siguientes expediciones. Para su desgracia, moriría sin haberla encontrado.
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Japón, la isla «recubierta de oro» que quería saquear Colón
1-Los extraños sucesos del Mar de los Sargazos
Una de las teorías más extendidas (y extravagantes) sobre Cristóbal Colón es la que afirma que, cuando pasó con sus navíos por el Mar de los Sargazos, observó todo tipo de fenómenos paranormales.
La única realidad sobre esta masa de agua es que atesora una gran cantidad de algas que provienen de las Islas Azores, de Cabo Verde, de Barbados, de las Antillas y de las Bermudas. Todo ello, debido a las corrientes marinas. Sin embargo, desde que el navegante atravesara la zona, se atribuyen a dicha región todo tipo de extraños poderes como tener la capacidad de detener buques enteros, o llevarse al fondo del mar navíos de gran tonelaje.
El escritor Gian Quasar (como bien se explica en el libro «Los grandes misterios de la historia») fue uno de los que ayudó a generalizar esta idea al afirmar que Colón notó algunos fenómenos extraños en el Mar de los Sargarzos y que dejó por escrito, hasta en tres ocasiones, que su brújula había perdido el rumbo. «También afirmó que el mar se levantaba sin que hubiera viento, y que poco antes de llegar al Nuevo Mundo observó una luz levitando en el horizonte que muchos historiadores han interpretado como un meteorito», se añade en la obra.
2-¿Llegaron los Templarios a América antes que Colón?
El 13 de octubre de 1307 ocurrió un suceso que, según la leyenda, demuestra que los Templarios descubrieron a América antes que Cristóbal Colón. Aquel día, una flota de buques de esta orden religiosa partió de Francia huyendo de la persecución del monarca galo Felipe IV, quien había puesto precio a su cabeza debido al gigantesco poder que habían adquirido en apenas dos siglos. En palabras de los más «conspiranoicos», dichos buques (cuya ubicación posterior se desconoce) llegaron al Nuevo Mundo 100 años antes que el marino.
«La leyenda dice que, cuando los conquistadores españoles llegaron a la Península del Yucatán, escucharon que unos hombres blancos ya habían estado allí y que habían entregado su conocimiento a los nativos. Otra hipótesis afirma que, de acuerdo al testimonio de religiosos que acompañaron a Colón, los nativos no se extrañaron al divisar las cruces de los guerreros porque ya las conocían. Además, las culturas prehispánicas tenían asumida la idea de que “llegará un día en el que vendrán por mar grandes hombres vestidos de metal que cambiarán nuestras vidas para bien”», explicaba a ABC la historiadora María Lara.
Otras teorías afirman que el navegante pisó el continente gracias a información privilegiada de la Orden del Temple.
3-¿Dónde están sus restos?
A pesar de que, en 2006, se estableció que los restos de Cristóbal Colón que se encuentran en la Catedral de Sevilla son auténticos, todavía son muchos los que afirman que el almirante descansa realmente en Santo Domingo. Concretamente, los partidarios de esta teoría se basan en que los huesos que alberga Andalucía no superan el 15% del total del esqueleto del navegante. ¿Dónde está realmente el marino?
Oficialmente se sabe que Cristóbal Colón murió en Valladolid el 20 de mayo de 1506, mientras realizaba una visita al monarca español. Su cadáver fue sepultado por entonces en el Convento de San Francisco. Allí permanecieron hasta que, en abril de 1509, fueron llevados hasta Sevilla. El navegante reposó en dicha ciudad pero, entre 1540 y 1544, María de Toledo (esposa de Diego Colón, hijo del descubridor) los trasladó a Santo Domingo (más concretamente, a su Catedral).
Después de que España cediese a Francia al isla de la Española en 1795, los huesos de Colón fueron llevados hasta La Habana. Una nueva parada en su extensa ruta turística. Este fue su lugar de residencia hasta que, nuevamente, nuestro país perdió las colonias en 1898. Aquel año, los huesos (lo que quedaba de ellos) partieron de nuevo a Sevilla. O eso se creía hasta que, en 1877, fue encontrada en Santo Domingo una urna cuyas inscripciones afirmaban que, en su interior, se encontraban los restos del almirante. A partir de este punto llega la controversia. Y es que, se empezó a extender la idea de que a España había llegado lo que quedaba de Diego Colón.