En el ámbito público no existe obligación laboral porque se obedece la LEY, no lo que considere el jerifalte de turno, porque sino te echa del trabajo.
Si en el ámbito público existe únicamente la autoridad LEGAL y CONSTITUCIONAL, el policía no sólo tiene la obligación "moral", de incumplir una orden manifiestamente Ilegal e Inconstitucional, sino la Obligación Legal, de incumplirla.
El policía a diferencia de lo que erróneamente pretenden, los que ahora te critican, tiene la Obligación Legal de pensar por sí mísmo y eso a su vez produce, no el caos o el desorden, de lo que a los políticos o jefecillos, se les pase por la cabeza en cada momento o a los polícias en concreto, sino al orden de la Autoridad que da la Ley, que interpreta el poder judicial y que no puede rebasar unos límites en el Estado Liberal y de Libertades.
Por ello, el policía nunca se planteará si le gusta o no le gusta, porque evidentemente está OBLIGADO, por ello, porque es un engaño, demagogia y manipulación, decir que dejar a su capricho y responsabilidad todo, es hacerle un favor, "por su bien", cuando está ejerciendo poder PUBLICO y delegado y no un poder privado que pueda interpretar él o su jefe al capricho de unos intereses PRIVADOS bien pagados por los intereses fácticos sociales que prevarican, compran y malversan a su antojo su conducta como en lso Estados Totalitarios o Estados delincuentes, dónde aparte de mal pagados, existe un sobresueldo admitido y consentido para la compra de voluntades y también recompensas, "medallas" de autosatisfacción personal, aun que no haya dinero, por medio.
Interesante estudio sobre la ejecución de ordenes existe, en el que el individuo desaparece, cuando se le ordena infringir dolor por un "supuesto" BIEN COMUN:
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Milgram, que era un psicólogo de la Universidad de Yale, se preguntaba hasta qué punto una persona "normal" podría obedecer órdenes si éstas estaban en contra de su código moral y ético. Le llamaba mucho la atención que en los juicios a los oficiales nazis éstos siempre acababan respondiendo con la misma frase: "Obedecía órdenes". Así que diseñó el que hasta la fecha se considera como el más famoso experimento de la historia de la psicología.
En los años 60, Stanley Milgram realizó un estudio psicológico que desveló que las mayoría de personas corrientes son capaces de hacer mucho daño, si se les obliga a ello.
La idea surgió en el juicio de Adolf Eichmann, en 1960. Eichmann fue condenado a muerte en Jerusalén por crímenes contra la Humanidad durante el régimen nazi. Él se encargó de la logística. Planeó la recogida, transporte y exterminio de los judíos. Sin embargo, en el juicio, Eichmann expresó su sorpresa ante el odio que le mostraban los judíos, diciendo que él sólo había obedecido órdenes, y que obedecer órdenes era algo bueno. En su diario, en la cárcel, escribió: «Las órdenes eran lo más importante de mi vida y tenía que obedecerlas sin discusión». Seis psiquiatras declararon que Eichmann estaba sano, que tenía una vida familiar normal y varios testigos dijeron que era una persona corriente.
Un año después del juicio, Milgram realizó un experimento en la Universidad de Yale que conmocionó al mundo. La mayoría de los participantes accedieron a dar descargas eléctricas mortales a una víctima si se les obligaba a hacerlo.
Milgram quería averiguar con qué facilidad se puede convencer a la gente corriente para que cometan atrocidades como las que cometieron los alemanes en la Segunda Guerra Mundial. Quería saber hasta dónde puede llegar una persona obedeciendo una órden de hacer daño a otra persona.
Puso un anuncio pidiendo voluntarios para un estudio relacionado con la memoria y el aprendizaje.
Los participantes fueron 40 hombres de entre 20 y 50 años y con distinto tipo de educación, desde sólo la escuela primaria hasta doctorados. El procedimiento era el siguiente: un investigador explica a un participante y a un cómplice (el participante cree en todo momento que es otro voluntario) que van a probar los efectos del castigo en el aprendizaje.
Les dice a ambos que el objetivo es comprobar cuánto castigo es necesario para aprender mejor, y que uno de ellos hará de alumno y el otro de maestro. Les pide que saquen un papelito de una caja para ver qué papel les tocará desempeñar en el experimento. Al cómplice siempre le sale el papel de "alumno" y al participante, el de "maestro".
En otra habitación, se sujeta al "alumno" a una especie de silla eléctrica y se le colocan unos electrodos. Tiene que aprenderse una lista de palabras emparejadas. Después, el "maestro" le irá diciendo palabras y el "alumno" habrá de recordar cuál es la que va asociada. Y, si falla, el "maestro" le da una descarga.
Al principio del estudio, el maestro recibe una descarga real de 45 voltios para que vea el dolor que causará en el "alumno". Después, le dicen que debe comenzar a administrar descargas eléctricas a su "alumno" cada vez que cometa un error, aumentando el voltaje de la descarga cada vez. El generador tenía 30 interruptores, marcados desde 15 voltios (descarga suave) hasta 450 (peligro, descarga mortal).
El "falso alumno" daba sobre todo respuestas erróneas a propósito y, por cada fallo, el profesor debía darle una descarga. Cuando se negaba a hacerlo y se dirigía al investigador, éste le daba unas instrucciones (4 procedimientos):
Procedimiento 1: Por favor, continúe.
Procedimiento 2: El experimento requiere que continúe.
Procedimiento 3: Es absolutamente esencial que continúe.
Procedimiento 4: Usted no tiene otra alternativa. Debe continuar.
Si después de esta última frase el "maestro" se negaba a continuar, se paraba el experimento. Si no, se detenía después de que hubiera administrado el máximo de 450 voltios tres veces seguidas.
Este experimento sería considerado hoy poco ético, pero reveló sorprendentes resultados. Antes de realizarlo, se preguntó a psicólogos, personas de clase media y estudiantes qué pensaban que ocurriría. Todos creían que sólo algunos sádicos aplicarían el voltaje máximo. Sin embargo, el 65% de los "maestros" castigaron a los "alumnos" con el máximo de 450 voltios . Ninguno de los participantes se negó rotundamente a dar menos de 300 voltios.
A medida que el nivel de descarga aumentaba, el "alumno", aleccionado para la representación, empezaba a golpear en el vidrio que lo separa del "maestro", gimiendo. Se quejaba de padecer de una enfermedad del corazón. Luego aullaba de dolor, pedía que acabara el experimento, y finalmente, al llegar a los 270 voltios, gritaba agonizando. El participante escuchaba en realidad una grabación de gemidos y gritos de dolor. Si la descarga llegaba a los 300 voltios, el "alumno" dejarba de responder a las preguntas y empezaba a convulsionar.
Al alcanzar los 75 voltios, muchos "maestros" se ponían nerviosos ante las quejas de dolor de sus "alumnos" y deseaban parar el experimento, pero la férrea autoridad del investigador les hacía continuar. Al llegar a los 135 voltios, muchos de los "maestros" se detenían y se preguntaban el propósito del experimento. Cierto número continuaba asegurando que ellos no se hacían responsables de las posibles consecuencias. Algunos participantes incluso comenzaban a reír nerviosos al oír los gritos de dolor provenientes de su "alumno".
http://www.youtube.com/watch?v=iUFN1eX2s6Q
Un saludo