Novavax atraviesa un momento bastante particular. Por un lado, está logrando mantener ingresos relevantes gracias a los pagos por hitos derivados de colaboraciones —especialmente tras la aprobación reciente de su vacuna COVID-19 para determinados grupos en Estados Unidos—, lo que le ha permitido reforzar su liquidez a corto plazo. Ese empuje financiero no viene tanto de ventas directas como de acuerdos estructurados que activan pagos cuando se cumplen determinadas condiciones regulatorias o comerciales.
La compañía está en pleno giro estratégico. Ha reducido costes, ha vendido activos no esenciales y se está moviendo hacia un modelo menos dependiente de su propia infraestructura comercial. Ahora intenta posicionarse como una plataforma de vacunas tradicionales basada en proteínas, con el foco puesto en combinaciones de gripe y COVID, RSV y otros patógenos respiratorios. Esta estrategia tiene sentido en un mercado saturado y dominado por gigantes, pero también implica asumir mucha dependencia de socios externos y una menor visibilidad sobre ingresos futuros.
Aun así, la situación no está ni mucho menos resuelta. Su historial de retrasos, sobrecostes y promesas incumplidas pesa todavía en la percepción del mercado. Los inversores siguen atentos a si realmente podrán transformar los pagos por hitos en una fuente de ingresos sostenible o si, por el contrario, el negocio seguirá siendo irregular y demasiado sensible a cada anuncio regulatorio.
Por ahora, Novavax se sostiene gracias a una combinación de aprobaciones regulatorias recientes, recortes de gastos y un pipeline que intenta recuperar credibilidad. El potencial existe, pero el riesgo sigue siendo muy elevado y la volatilidad, inevitable.