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                                               FERNANDO ESTEVE MORA

Una vez más, Garamendi, el bien pagado secretario general de la CEOE (391.000€ en 2024), ha vuelto a dar la nota. Quizás le paguen por hacerlo, ahora que lo pienso, pues no sé si su "trabajo" sirve para algo más que "dar la nota" de vez en cuando. Esta vez la "nota" ha sido que , como "argumento" para oponerse a la reducción de la jornada de trabajo semanal a 37, 5 horas, ha puesto el ejemplo del tenista Alcaraz, quien a lo que parece -pues que yo sepa nadie le ha preguntado- no dedica sólo 37,5 horas semanales al tenis. De nuevo las malas comparaciones no son odiosas sino que por el contrario  son la mar de reveladoras.

Y lo que revela esta en concreto es la identidad de quien es para Garamendi su héroe laboral (y por extensión para el de toda la patronal): un triunfador deportista de elite. Y si de lo anecdótico pasamos a lo genérico, el héroe de Garamendi y la patronal, el que debiera ser el espejo en que todos los trabajadores debieran mirarse e imitar, sería el trabajador autónomo, o sea, el emprendedor talentudo, esforzado y arriesgado. Otra vez estamos con la misma cantinela, pues.

Una vez leí u oí, no recuerdo bien, la siguiente anécdota de Borges. Debió ser por la dorada época de la epopeya espacial, allá por finales de los años sesenta del siglo pasado, época que culminó cuando Armstrong, Aldrin y Collins pisaron al fin la Luna en 1969. Eran los tiempos en que el limitado colectivo de astronautas se convirtió en héroes para la mitología popular moderna.

Pues bien, en uno de aquellos años, un entrevistador le planteó a Borges la siguiente pregunta:
 -  "Borges, ¿qué opina usted de los viajes espaciales"
A la que Borges, con esa inocencia irónica o más bien sarcástica tan característica suya que ponía en evidencia y desarmaba intelectualmente a sus interlocutores, contestó:
     - "Bueno...Todo viaje es espacial, ¿no?"

Pues bien, de esta anécdota me acuerdo una y otra vez cuando una y otra vez gentes como Garamendi "me abollan el cerebro" cantándome inmisericordemente las increíbles excelencias del emprendimiento y de quienes lo hacen: los emprendedores, título que se abrogan en exclusividad los individuos que se autodefinen como empresarios , porque como diría Borges ¿acaso no son todas las acciones que cualquiera hace emprendimientos? Al igual que todo viaje es espacial, también emprendimiento es también el de los "curritos" que diariamente se ponen a trabajar con y a las órdenes de los sacrosantos sedicentes emprendedores pese a que sólo sean los empresarios quienes reciben ese calificativo.

Y que no se me diga que los trabajadores no tienen derecho a ese título porque "ellos, no corren riesgos": ¿acaso no es arriesgado trabajar con un emprendedor que corre riesgos estúpidos? ¿no es incluso mayor el riesgo que corre el trabajador normal, alguien sin recursos extra cuando compromete su tiempo y su educación, que el que corre el emprendedor normal cuya riqueza de salida no hace tan gravoso el potencial fracaso? (más sobre esto más adelante)

No obstante, para muchos, si no para la mayoría, esta opinión les parecerá forzada. Al igual que el trayecto al curro de un currito no puede comparase a un viaje espacial comme il faut fuera de la atmósfera terrestre, tampoco para la mayoría un emprendedor-currito es equiparable a un emprendedor comm'il faut, un empresario, un héroe de nuestro tiempo, lo más semejante a un astronauta.

Pero, parémonos un momento pues  todavía se puede sacar algo más de la anécdota de Borges. Fue Hannath Arendt, la gran filósofa, quien en la primera página de su gran obra La Condición Humana de 1958 señaló que los astronautas realmente no viajaban por el  espacio exterior a la Tierra, ni menos aun podemos decir que han estado realmente en  en la Luna, ya que los astronautas  en sus viajes espaciales nunca llegaban a sentir o tocar ni el espacio exterior: se asoman a él. Y es cierto, no hay más que ver cómo viajan en el espacio para darse cuenta de que nunca tampoco han estado en la Luna sino que, como siempre han estado encapsulados en sus escafandras, realmente siempre están en un entorno inmediato terrestre por así decirlo. Nunca han pisado descalzos la Luna, nunca han estado allí a cuerpo gentil, como diría mi madre. Dicho de otra manera lo que se ha hecho es llevar un trozo de la Tierra, de las condiciones de la vida en la Tierra, a la Luna. Estrictamente nadie ha estado nunca en la Luna (al igual por cierto que tampoco nunca nadie se ha pisado ni paseado por suelo marino ni ha sentido o vivido en el mar como un pez salvo los escasos tiempos en que uno hace buceo en apnea). Y para hacerlo ha sido necesario el increíble concurso de centenares de miles de hombres y mujeres que como equipo supporting ha permitido esos viajes espaciales.

De igual manera, tras cualquier emprendedor-empresario hay una increíble masa de gente, por no decir toda la sociedad estrictamente hablando. En consecuencia, llevarse todos los honores y todos los rendimientos de la actividad emprendedora es una tomadura de pelo por no decir explotación.

Cojamos a algunos de esos modernos héroes, imaginemos que a Elon Musk, o a Bill Gates o a cualquiera de esos mangantes/magnates del sector financiero o de  las nuevas o viejas tecnologías una bruja les hubiera sustituido en la cuna en donde apaciblemente dormían tras nacer en unas familias y países del primer mundo y los hubiesen llevado a una cuna o lo más parecido que hubiese en la franja de Gaza, en Congo o en Somalia, ¿alguien puede pensar que habiendo nacido allí hubiesen llegado  a ser  Musk, Gates y demás, los ultrarricos que ahora son? Nadie en su sano juicio puede pensar que su éxito económico y social se debe exclusivamente a su talento y esfuerzo. Al igual que Aado que mstrong, Collins y Andrews no hubieran podido llegar a la Luna por sus solos esfuerzo y talento, no hay en este mundo emprendedor exitoso que por su solo talento y esfuerzo haya llegado al éxito.

Es a este punto de lo más curioso que todavía hoy, cuando ya la idea renacentista y más tarde romántica del genio individual en la Ciencia  está ya totalmente superada dado que  son los equipos de científicos e investigadores quienes hacen los avances, siga sin embargo esa idea   individualista, decimonónica, plenamente en vigor en el mundo económico, si bien ya como ideología falsa, como mito, pues carece de sentido en un mundo económico dirigido y controlado por grandes empresas gestionadas no por un individuo sino por complejos  equipos de managers y gestores.

O sea que vale que el esfuerzo y el talento es condición necesaria para el éxito económico y social pero ni mucho menos es condición suficiente. Nacer en un país desarrollado, y mucho más importante, nacer y crecer en una familia que disfruta ya de riqueza y, más aún, de contactos se lo pone a esos emprendedores muy pero que muy fácil.

Incluso la famosa disposición a asumir riesgos, el talante arriesgado de la que tan orgullosos están los sedicentes emprendedores y que se dice les define frente a la aborregada masa satisfecha de los trabajadores, depende de la posición socioeconómica de la que se parte. Como bien señaló Michal Kalecki, uno de los mejores economistas que ha habido, cuanto más bajos son los ingresos y/o la riqueza de un individuo mayor es su aversión al riesgo, pues obviamente mayor lógica y naturalmente ha de ser obligadamente su aversión a la pérdida dado que las consecuencias de perder son mucho más graves para el pobre que para el rico: no es lo mismo perder 100 si sólo tienes 1000 que perder 100 si tienes 100.000; no es lo mismo arriesgarte a perder 100 si sólo tienes 1000 que arriesgarte a perder 100 si tienes 100.000. Lo que explica por cierto el conservadurismo de los campesinos pobres en los países retrasados que se traduce en su renuencia a implementar así como así las innovaciones técnicas que les proponen los técnicos que les van a enseñar desde los países avanzados: no es su conservadurismo lo que explica su pobreza, es su pobreza lo que explica y justifica su conservadurismo. Si un campesino pobre apuesta por una innovación y esta le sale mal pasará hambre o morirá, en tanto que un campesino rico sólo arriesga parte de su renta, por lo que un campesino pobre hará muy bien en -de salida- atenerse a lo "malo" conocido que hasta ahora funciona, aunque no lo haga de modo maravilloso. Así que nada puede decirse acerca de la predisposición relativa a correr o asumir riesgos de los miembros de diferentes colectivos (trabajadores y empresarios, por ejemplo) sin saber previamente de la fortaleza o seguridad económica de los mismos.

Pero ni aún incluyendo el entorno familiar y social se dinamita lo suficiente el mito moderno del emprendedor. Y es que, por encima de todo, por encima y más importante que el esfuerzo, el talento, el amor por el riesgo, la familia y los contactos y la sociedad está la diosa Fortuna, la SUERTE como ya señalé en estas entradas precedentes:

https://www.rankia.com/blog/oikonomia/5919189-empresarios-sus-opiniones-economicas
y,
https://www.rankia.com/blog/oikonomia/5950926-opiniones-empresarios-sesgo-supervivencia

Y es que, por más que se repita, les cuesta trabajo a los supervivientes en la lucha competitiva, a los emprendedores exitosos que la explicación de su éxito ha de buscarse no en su esfuerzo y su talento particulares (eso es el sesgo del superviviente) , pues también los emprendedores que fracasan se esforzaron hasta la extenuación por salir adelante y también eran gente con talento, sino que hay que buscar la razón de su éxito diferencial en otra cosa.

Y qué "otra" cosa sino la suerte puede explicar el que,con los últimos datos de Demografía Empresarial del INE, los de 2022, la tasa de natalidad empresarial en ese año  fuese del 8,64% (se crearon 301.406 nuevas empresas) pero que la tasa de mortalidad empresarial fuese del 8,59% (desaparecieron 299.680 empresas). ¿Acaso todos los emprendedores cuyos proyectos se revelaron en el mercado como malos y  murieron eran vagos, estúpidos o cobardicas ante el riesgo? Con seguridad que no. Sencillamente sucede que la suerte más que el talento y el esfuerzo juega un gran papel en cómo se distribuye el éxito entre los emprendedores.

Me sorprende mucho como esta verdad evidente les sienta tan mal a los emprendedores. Y me sorprende porque es una verdad que se deriva directa y lógicamente de esa característica "suya" de la que están tan orgullosos. Sí, me refiero a  su disposición a asumir riesgos, porque ¿qué significa eso sino que los resultados de la actividad emprendedora no son seguros y dependen del azar, del azar de que haya o no una crisis financiera en Wall Street, o una guerra en Ucrania, o una pandemia, o una sequía, o un cambio de gobierno, o..? .Es decir, el éxito depende (obviamente no exclusivamente) de tener suerte y de que nada de esos y de otros muchos imponderables suceda.
 
Puestos a buscar una analogía se me ocurre la siguiente. Veamos, en un mes y medio poco más o menos, quienes paseen por el centro de Madrid asistirán a un curioso espectáculo, cual es las increíbles colas que se forman para comprar Lotería de navidad en la afamada administración de Lotería, Doña Manolita, en la Puerta del Sol. Esas colas llegan alcanzar cuando se va acercando las fechas del sorteo los centenares de metros por lo que quienes están en ellas pasan horas y horas antes de llegar a comprar los boletos que deseen. Ciertamente, Doña Manolita reparte más premios que otras administraciones. Pero ello se debe obviamente a la sencilla razón de que vende más números. Cierto, adicionalmente, que quien se arriesgue más y compre más números porque tiene más dinero o puede pedirlo prestado,  tendrá más probabilidad de que le toque la lotería. O sea, que el esfuerzo de aguantar horas de pie , el talento para saltarse la cola por ejemplo, y la capacidad de asumir riesgos comprando más números afectan a la probabilidad de tener éxito en la lotería, pero no creo que nadie en su sano juicio considere a quien le toca la lotería por el hecho de haber comprado muchos números tras pasarse un montón de horas en la cola de Doña Manolita un héroe de nuestro tiempo, un emprendedor ejemplo de esa estupidez que hoy se conoce como Meritocracia. Por supuesto, y aunque no debiera ser necesario por obvio, hay que decir que quienes no se esfuerzan y no compran lotería pues... ¡no le puede tocar!

Pues bien, lo mismo mismito que pasa en Doña Manolita pasa en la realidad económica. Sin Suerte, sin el empuje de la mano cariñosa  de la diosa Fortuna, no hay esfuerzo ni  talento que valgan. Así de claro. Y así de obvio debería ser, por más que a los triunfadores les cueste aceptarlo.   

Y aún más. Si la suerte es tan importante en eso del éxito, quizás algo menos de esfuerzo estaría bien para que las jornadas de trabajo  de los emprendedores no sean tan espantosamente  largas y destructivas para su vida familiar, social y cultural. Y es que sucede que, como forma de aumentar sus probabilidades de éxito, cada emprendedor individual sólo ve ante él un y sólo un camino: esforzarse todavía más, pero esforzarse más que sus competidores. Matarse trabajando.

Pero sucede que lo que aparece como solución racional individualmente (o sea, para cada emprendedor aisladamente) no lo es colectivamente (o sea, para el conjunto de todos ellos). Porque, de acuerdo, si un emprendedor dedica más horas a su negocio que sus competidores y estos no lo hacen, no le siguen el ritmo, entonces cierto que él aumenta las probabilidades de que su negocio sobreviva. Pero está claro que si sus competidores también hacen lo mismo,  si todos "trabajan" más, todos siguen con las mismas o muy parecidas probabilidades de éxito, sólo que -eso sí- todos viven mucho peor. Sencillamente si todos trabajan más horas eso no aumenta las probabilidades de que todos tengan éxito sino que se hacen sus vidas más duras, más invivibles. Y no sólo las de ellos. Basta para entender esto con imaginarse lo que ocurriría si no existiesen normativas como, por ejemplo, contra el hacer obras por las noches. Ya veríamos como -pronto- aparecerían multitud de emprendedores de los países del Este de Europa dispuestos a hacer reformas en las viviendas por las noches aunque eso llevase a los vecinos a la desesperación.

Dediqué una vieja entrada en este blog a esto. Creo que todavía merece la pena ser leída:

https://www.rankia.com/blog/oikonomia/428784-demasiado-mercado-como-recurso-propiedad-comun

Todas las sociedades han sido conscientes de este perverso juego (un típico dilema del prisionero multipersonal) en que la racionalidad individual choca de frente con lo racional desde el punto de vista colectivo o agregado a la hora de esforzarse por ganar en el juego competitivo. Es esa consciencia social lo que explica por ejemplo esa antigua prohibición bíblica de trabajar en ningún sentido el Sabbath, el sábado. Lástima por cierto, que, a lo que parece entre las excepciones a esa prohibición el actual estado sionista, asesino y racista de Israel no incluya la prohibición de perpetrar genocidios los sábados pues eso supondría unas pocas víctimas menos entre la inocente población civil de Gaza y Cisjordania, pero la lógica económica de la prohibición de "currar" el Sabbath está clara: hay que limitar la jornada laboral.
 
Y eso bien que lo sabe por cierto el señor Garamendi que, de lo que se sigue de la prensa del corazón y de las relaciones públicas,  dudo mucho de que llegue a "trabajar" esas 37,5 horas semanales que tanto abomina.
 
(continuará)



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