(volviendo...)
FERNANDO ESTEVE MORA
Quizás el concepto económico más importante, más obvio y, a la vez, más difícil de aplicar sea el de coste de oportunidad de una decisión. Por él se entiende el valor que para un agente o actor tiene la mejor alternativa desechada o no seguida al tomar o llevar adelante una determinada decisión. No es fácil saber cuantitativamente cuál es el preciso coste de oportunidad de las decisiones que tomamos, pero estamos "programados" mentalmente para razonar en términos de ese coste de oportunidad. Así, cada vez que no hacemos algo nos decimos a nosotros mismos que no lo hacemos porque no nos merece la pena hacerlo, o lo que es lo mismo, que su coste de oportunidad es demasiado elevado, que el valor o bienestar al que tendríamos que renunciar por seguir ese camino no nos compensa lo que de él obtenemos.
El concepto de coste de oportunidad también se podría aplicar a las decisiones colectivas, si bien cuando se pretende hacerlo de modo consistente aparecen unos insuperables problemas asociados al hecho de que, cuando se toma una decisión que afecta a todos los miembros de un colectivo, es difícil cuando no imposible agregar los "valores" de las distintas mejores alternativas para cada uno de los componentes de ese colectivo para llegar a una suerte de coste de oportunidad general o social. Salvo en el caso imaginario de que todos los miembros de un grupo fuesen exactamente idénticos en todo, cosa obviamente irreal, cualquier noción de un coste de oportunidad social es problemática.
Pero, pese a este tipo de dificultades teóricas y empíricas insuperables en la práctica, razonamos los economistas como si por arte de magia no existiesen, y así no nos cortamos un pelo y hablamos de los colectivos o grupos como si fuesen personas únicas. Hablamos así de España, Francia o Rusia como si de personas concretas o únicas se tratase, dejando de lado que no todos los españoles, franceses o rusos somos idénticos y que cada uno de nosotros valora las decisiones colectivas a su manera así como que cabe argumentar que quizás no debiéramos todos ponderar de la misma manera. Y aunque resulta obvio que al así proceder se está dando un salto claro en el vacío, no queda otra.
Consideremos por ejemplo la decisión de un gobierno de incrementar el tamaño de su producción dedicada a la guerra, al conflicto violento. Esa decisión tendría un claro coste de oportunidad si, como consecuencia de la misma, disminuyese la producción de bienes de uso civil y con ella el bienestar de las gentes. Dicho de otra manera, el coste de oportunidad de la decisión del gobierno de un país de incrementar el tamaño de su capacidad militar vendría dado por el valor o el bienestar que se deja de generar si ese incremento de la capacidad militar se hace a costa de la producción de bienes de uso civil.
Ahora bien, y aquí está lo importante. No habría sin embargo ningún coste de oportunidad digno de ser tomado en consideración si, por las razones que fuese, esa economía no estuviese empleando todos sus recursos, pues en tal caso, el incremento en la producción de bienes de uso militar no tendría que venir acompañada necesariamente de una disminución en la producción de bienes de uso civil, sino todo lo contrario, en la medida que los nuevos ocupados por el aumento en el tamaño del "sector militar" tirarían de la demanda (y consiguientemente de la producción y empleo) de otros sectores económicos de tipo civil.
Es decir que si se partiese de una situación previa de desempleo de trabajo y de capacidad industrial excedente o no utilizada, aumentar el gasto militar no tendría coste de oportunidad. Un aumento del gasto que no supondría coste alguno. Suena raro, pero es así.
Uno, obviamente, podría preguntarse que de dónde sale la financiación de ese gasto militar adicional. Que alguien ha de aportar los fondos, que alguien ha de pagarlo. Y la respuesta es que da lo mismo cómo se financia el caso es que esa financiación no tiene coste de oportunidad. Ya sea que ese gasto militar extra se financie con nuevos impuestos o con nuevas emisiones de deuda pública o recurriendo a nuevas emisiones de dinero, da lo mismo: el nuevo gasto no tiene coste.
Por supuesto, es obvio por otro lado que la forma de financiación importa a la hora de analizar el tamaño del impacto del gasto militar extra. Si se financia con impuestos, pues el efecto dexpansivo del gasto militar será más bajo que si se financia con deuda y más aún que si se financia emitiendo dinero. Siempre y cuando sigan existiendo recursos humanos y de capital y materias primas disponibles, no usados.
Y, siguiendo con lo mismo. Obsérvese que tampoco una guerra tiene coste de oportunidad para un país si transcurre fuera de sus fronteras y en ella sólo resultan heridos y muertos población improductiva, "destructiva" e inempleable.
Pues bien, si aplicamos lo recién expuesto acerca del concepto de coste de oportunidad a la presente guerra que está enfrentando a Rusia con la "alianza Ucrania-OTAN", parece claro que esta guerra sólo le está suponiendo un coste de oportunidad claro a Ucrania. Para los países de la OTAN, y singularmente para los Estados Unidos, esta guerra no les supone ninguna pérdida de recursos humanos, y dada la situación post-COVID, el incremento en los gastos militares asociada a las donaciones de material bélico a Ucrania y la necesidad de recomponer sus arsenales ha estimulado su economía que se acerca a los niveles de pleno empleo. El que para Europa no lo esté siendo de modo paralelo no se debe a la guerra en sí, sino que se debe exclusivamente a la pésima estrategia de guerra económica contra Rusia que los norteamericanos han hecho seguir a las estúpidas élites de la Unión Europea, y singularmente a la más estúpida de entre ellas: la alemana.
Y ¿qué pasa con Rusia?. Los datos muestran a las claras que la economía rusa va viento en popa. Tras la caída de su PIB en 2022, caída lógica a causa del desencadenamiento de la guerra y -sobre todo- de las repetidas olas de sanciones, la economía rusa está creciendo este año a una tasa anualizada por encima del 2,5%. Está a la vez aumentando su sector de bienes civiles y su sector de bienes militares. Y es que, por un lado, no ha experimentado destrucción de infraestructuras, y por otro, las sanciones la han obligado a acelerar un proceso de sustitución de importaciones y de diversificación forzada de su equipo productivo. Sencillamente es muy difícil sancionar a un país que dispone de ingentes recursos naturales y energéticos, una población con gran capital humano y, adicionalmente, acceso a los "talleres del mundo", o sea, a las economías china, india y de otros países del Sur Global que no se han sumado a la política de sanciones.
Queda la cuestión de las pérdidas humanas a consecuencia de la guerra (que se cifran en tono a los 40.000 hombres). Ahora bien debido a que en su mayoría estas bajas afectan a personas poco o nada empleables. Recuérdese a este respecto que la mayor parte de las bajas proceden de los grupos de mercenarios y singularmente del Grupo Wagner que se abastecía de delincuentes y presos comunes, personas poco o nada productivas sino todo lo contrario, destructivas. Es por ello que el coste de oportunidad de las bajas rusas no parece que esté siendo demasiado elevado, al menos de momento. Y es que se estima que ya la economía rusa está en situación cercana al pleno empleo, momento en que ya la continuación del esfuerzo bélico sí que le supondría un elevado coste de oportunidad a la economía rusa. Quizás sea por ello el que esté corriendo por los mentideros geopolíticos la idea de que lo que Rusia quiere de Corea del Norte no es munición o armamento que puede producir fácilmente en sus fábricas que trabajan a pleno rendimiento, sino trabajadores que las manejen.
Y...ahora, Ucrania. Un desastre. El destrozo en sus infraestructuras, en su tejido económico es sencillamente pavoroso. Si a ello se suma la pérdida de sus principales zonas industriales en el Donbass, la emigración/salida de más de un 15% de su población, así como sus bajas (que algunos estiman ya en torno a los 350000 entre muertos y heridos), todo aboca a una catástrofe sin paliativos. Ucrania, o mejor, lo que queda de ella hoy por hoy vive de las ayudas, de las donaciones de otros países. El coste de oportunidad de la decisión de no concluir las negociaciones en marzo de 2022 ha sido increíblemente brutal...y sigue creciendo día a día, cosa que debiéramos recordar aquellos para quienes el coste de oportunidad de seguir "jugando a esta guerra" es bajo o nulo.
FERNANDO ESTEVE MORA
Quizás el concepto económico más importante, más obvio y, a la vez, más difícil de aplicar sea el de coste de oportunidad de una decisión. Por él se entiende el valor que para un agente o actor tiene la mejor alternativa desechada o no seguida al tomar o llevar adelante una determinada decisión. No es fácil saber cuantitativamente cuál es el preciso coste de oportunidad de las decisiones que tomamos, pero estamos "programados" mentalmente para razonar en términos de ese coste de oportunidad. Así, cada vez que no hacemos algo nos decimos a nosotros mismos que no lo hacemos porque no nos merece la pena hacerlo, o lo que es lo mismo, que su coste de oportunidad es demasiado elevado, que el valor o bienestar al que tendríamos que renunciar por seguir ese camino no nos compensa lo que de él obtenemos.
El concepto de coste de oportunidad también se podría aplicar a las decisiones colectivas, si bien cuando se pretende hacerlo de modo consistente aparecen unos insuperables problemas asociados al hecho de que, cuando se toma una decisión que afecta a todos los miembros de un colectivo, es difícil cuando no imposible agregar los "valores" de las distintas mejores alternativas para cada uno de los componentes de ese colectivo para llegar a una suerte de coste de oportunidad general o social. Salvo en el caso imaginario de que todos los miembros de un grupo fuesen exactamente idénticos en todo, cosa obviamente irreal, cualquier noción de un coste de oportunidad social es problemática.
Pero, pese a este tipo de dificultades teóricas y empíricas insuperables en la práctica, razonamos los economistas como si por arte de magia no existiesen, y así no nos cortamos un pelo y hablamos de los colectivos o grupos como si fuesen personas únicas. Hablamos así de España, Francia o Rusia como si de personas concretas o únicas se tratase, dejando de lado que no todos los españoles, franceses o rusos somos idénticos y que cada uno de nosotros valora las decisiones colectivas a su manera así como que cabe argumentar que quizás no debiéramos todos ponderar de la misma manera. Y aunque resulta obvio que al así proceder se está dando un salto claro en el vacío, no queda otra.
Consideremos por ejemplo la decisión de un gobierno de incrementar el tamaño de su producción dedicada a la guerra, al conflicto violento. Esa decisión tendría un claro coste de oportunidad si, como consecuencia de la misma, disminuyese la producción de bienes de uso civil y con ella el bienestar de las gentes. Dicho de otra manera, el coste de oportunidad de la decisión del gobierno de un país de incrementar el tamaño de su capacidad militar vendría dado por el valor o el bienestar que se deja de generar si ese incremento de la capacidad militar se hace a costa de la producción de bienes de uso civil.
Ahora bien, y aquí está lo importante. No habría sin embargo ningún coste de oportunidad digno de ser tomado en consideración si, por las razones que fuese, esa economía no estuviese empleando todos sus recursos, pues en tal caso, el incremento en la producción de bienes de uso militar no tendría que venir acompañada necesariamente de una disminución en la producción de bienes de uso civil, sino todo lo contrario, en la medida que los nuevos ocupados por el aumento en el tamaño del "sector militar" tirarían de la demanda (y consiguientemente de la producción y empleo) de otros sectores económicos de tipo civil.
Es decir que si se partiese de una situación previa de desempleo de trabajo y de capacidad industrial excedente o no utilizada, aumentar el gasto militar no tendría coste de oportunidad. Un aumento del gasto que no supondría coste alguno. Suena raro, pero es así.
Uno, obviamente, podría preguntarse que de dónde sale la financiación de ese gasto militar adicional. Que alguien ha de aportar los fondos, que alguien ha de pagarlo. Y la respuesta es que da lo mismo cómo se financia el caso es que esa financiación no tiene coste de oportunidad. Ya sea que ese gasto militar extra se financie con nuevos impuestos o con nuevas emisiones de deuda pública o recurriendo a nuevas emisiones de dinero, da lo mismo: el nuevo gasto no tiene coste.
Por supuesto, es obvio por otro lado que la forma de financiación importa a la hora de analizar el tamaño del impacto del gasto militar extra. Si se financia con impuestos, pues el efecto dexpansivo del gasto militar será más bajo que si se financia con deuda y más aún que si se financia emitiendo dinero. Siempre y cuando sigan existiendo recursos humanos y de capital y materias primas disponibles, no usados.
Y, siguiendo con lo mismo. Obsérvese que tampoco una guerra tiene coste de oportunidad para un país si transcurre fuera de sus fronteras y en ella sólo resultan heridos y muertos población improductiva, "destructiva" e inempleable.
Pues bien, si aplicamos lo recién expuesto acerca del concepto de coste de oportunidad a la presente guerra que está enfrentando a Rusia con la "alianza Ucrania-OTAN", parece claro que esta guerra sólo le está suponiendo un coste de oportunidad claro a Ucrania. Para los países de la OTAN, y singularmente para los Estados Unidos, esta guerra no les supone ninguna pérdida de recursos humanos, y dada la situación post-COVID, el incremento en los gastos militares asociada a las donaciones de material bélico a Ucrania y la necesidad de recomponer sus arsenales ha estimulado su economía que se acerca a los niveles de pleno empleo. El que para Europa no lo esté siendo de modo paralelo no se debe a la guerra en sí, sino que se debe exclusivamente a la pésima estrategia de guerra económica contra Rusia que los norteamericanos han hecho seguir a las estúpidas élites de la Unión Europea, y singularmente a la más estúpida de entre ellas: la alemana.
Y ¿qué pasa con Rusia?. Los datos muestran a las claras que la economía rusa va viento en popa. Tras la caída de su PIB en 2022, caída lógica a causa del desencadenamiento de la guerra y -sobre todo- de las repetidas olas de sanciones, la economía rusa está creciendo este año a una tasa anualizada por encima del 2,5%. Está a la vez aumentando su sector de bienes civiles y su sector de bienes militares. Y es que, por un lado, no ha experimentado destrucción de infraestructuras, y por otro, las sanciones la han obligado a acelerar un proceso de sustitución de importaciones y de diversificación forzada de su equipo productivo. Sencillamente es muy difícil sancionar a un país que dispone de ingentes recursos naturales y energéticos, una población con gran capital humano y, adicionalmente, acceso a los "talleres del mundo", o sea, a las economías china, india y de otros países del Sur Global que no se han sumado a la política de sanciones.
Queda la cuestión de las pérdidas humanas a consecuencia de la guerra (que se cifran en tono a los 40.000 hombres). Ahora bien debido a que en su mayoría estas bajas afectan a personas poco o nada empleables. Recuérdese a este respecto que la mayor parte de las bajas proceden de los grupos de mercenarios y singularmente del Grupo Wagner que se abastecía de delincuentes y presos comunes, personas poco o nada productivas sino todo lo contrario, destructivas. Es por ello que el coste de oportunidad de las bajas rusas no parece que esté siendo demasiado elevado, al menos de momento. Y es que se estima que ya la economía rusa está en situación cercana al pleno empleo, momento en que ya la continuación del esfuerzo bélico sí que le supondría un elevado coste de oportunidad a la economía rusa. Quizás sea por ello el que esté corriendo por los mentideros geopolíticos la idea de que lo que Rusia quiere de Corea del Norte no es munición o armamento que puede producir fácilmente en sus fábricas que trabajan a pleno rendimiento, sino trabajadores que las manejen.
Y...ahora, Ucrania. Un desastre. El destrozo en sus infraestructuras, en su tejido económico es sencillamente pavoroso. Si a ello se suma la pérdida de sus principales zonas industriales en el Donbass, la emigración/salida de más de un 15% de su población, así como sus bajas (que algunos estiman ya en torno a los 350000 entre muertos y heridos), todo aboca a una catástrofe sin paliativos. Ucrania, o mejor, lo que queda de ella hoy por hoy vive de las ayudas, de las donaciones de otros países. El coste de oportunidad de la decisión de no concluir las negociaciones en marzo de 2022 ha sido increíblemente brutal...y sigue creciendo día a día, cosa que debiéramos recordar aquellos para quienes el coste de oportunidad de seguir "jugando a esta guerra" es bajo o nulo.