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                                                 FERNANDO ESTEVE MORA

En la entrada anterior se trató de los efectos  de la diferencia entre tipos de interés nominales y los reales. En esta, brevemente, se va a cuestionar la idea común de que la inflación (dentro de "ciertos" e imprecisos límites) es un mal, una enfermedad económica que hay que atajar cueste lo que cueste, incluso al precio de generar una profunda recesión, que es lo que algunos "halcones" están exigiendo ahora mismo. (ya traté sobre la inflación desde un unto de vista más general en otra entrada: https://www.rankia.com/blog/oikonomia?page=4)

De salida un cosa está clara. Y es que la inflación, aunque no sea muy elevada, es ciertamente un engorro, ergo un coste, que dificulta el hacer los normales asuntos de la vida cotidiana. Hacer los cálculos acerca de si comprar algo o no es más difícil si los precios cambian día a día. O sea, que está claro que la inflación es una "enfermedad" económica, un fenómeno económico que perjudica la normal marcha de los asuntos económicos. Ahora bien, es una enfermedad especial pues no afecta en la misma medida al conjunto de los agentes.

En efecto,  a tenor de lo expuesto en la entrada precedente debería estar meridianamente claro que la inflación beneficia a los endeudados (o sea, en general, a los pobres que precisamente se ven obligados a pedir créditos por no ser lo suficientemente ricos) pues hace bajar el valor real de sus deudas, en tanto que perjudica a los prestamistas o acreedores (o sea, quienes pueden permitirse prestar porque les sobra, los ricos) en la misma medida.

Y el efecto de la inflación en consecuencia es distinto sobre un tipo u otro de agentes. Como la inflación beneficia a los deudores, pues hace disminuir el valor real de sus deudas, ello estimula sus gastos (y por tanto, "tira" de la demanda agregada de la economía y el empleo). Por contra, los acreedores, al ser menos ricos en términos reales a causa de la inflación, disminuirían en alguna medida sus gastos (o sea, que disminuiría su contribución a  la demanda agregada).

(Antes se decía que la inflación perjudicaba a los jubilados pues las subidas de precios erosionaban el valor real de sus pensiones, pero ahora dado que los pensionistas se han convertido en una clase privilegiada que tiene garantizado el valor real de sus  ingresos, la inflación no les afecta de modo importante. Sobre el tema de los pensionistas como clase social ganadora en la guerra económica en la distribución de la renta frente a la clas clases productivas más jóvenes, véase   https://www.rankia.com/blog/oikonomia/4744198-prolegomenos-guerra-cerdo-pequeno-homenaje-adolfo-bioy-casares

Podría pensarse que, dado que los  efectos de las variaciones en el valor real de las deudas/créditos son iguales aunque opuestos entre los deudores y acreedores, el efecto neto de la inflación sobre los gastos conjuntos o  la demanda conjunta de acreedores y deudores sería nulo, pues lo que dejarían de gastar los acreedores lo comopensaría el gasto adicional de los deudores. Pero el mismo Fisher ya citado en el post anterior señaló que el efecto contractivo sobre los gastos de los acreedores debido a la inflación es menor que el efecto expansivo o estimulante sobre los gastos de los deudores debido a que estos son más propensos a gastar (precisamente por eso se han endeudado: para gastar).

Por ello, los llamados efectos riqueza de la inflación sobre el crecimiento económico, y por ende, sobre el empleo, pueden ser positivos. Y más aún en situaciones como la presente en la que las economías están fuertemente endeudadas, es decir, que el número de deudores y el tamaño de sus deudas es enormemente elevado en países como Estados Unidos o Gran Bretaña.

A estos efectos riqueza positivos de la inflación sobre el nivel de la actividad económica y el empleo se debería agregar la anticipación de las compras y otros gastos por parte de los agentes económicos previendo que los precios en el futuro serán más altos  La inflación, en esas situaciones, sería una enfermedad económica leve e incluso, benigna, si lo que se toma como "salud" económica es un alto nivel de de empleo. 

Pero, claro está, el problema cómo se ha dicho es el nivel de inflación. Como Chicho Sánchez Ferlosio señaló una vez las judías con chorizo son obviamente buenas, pero uno puede morirse de una ingesta excesiva. Y eso pasaría con la inflación. A partir de un "cierto" nivel, la inflación se vuelve "indigesta" y puede llegar a ser económicamente mortal (la hiperinflación). Una inflación elevada dificulta el cálculo económico, disminuye el ahorro y desincentiva los intercambios indirectos (favoreciendo por contra el ineficiente trueque). El problema está en cuál es el nivel para el que la inflación pasa de enfermedad leve o incluso benigna a enfermedad grave e incluso mortal.

Y aquí los factores culturales cuentan un montón. Así, por ejemplo, los "alemanes". Casi genéticamente afectados por la hiperinflación que vivieron sus tatarabuelos en la república de Weimar a finales de los años 20 del siglo pasado,  se comportan respecto a la inflación como auténticos aprensivos, imaginando que cualquier inflación por pequeña que sea puede desbocarse en hiperinflación. Dado su peso en Europa lograron introducir esta su enfermedad mental en la "constitución europea" obligando al BCE a "actuar" ante tasas de inflación que superasen un exiguo 2%.  Un objetivo de tasa de inflación que en la realidad (a tenor del crecimiento continuado de la productividad, los cambios técnicos y la sobreestimación al medir  la tasa de inflación cuando se usa el deflactor del PIB) equivale a perseguir la estabilidad total de los precios (una inflación cero) o incluso la deflación.

En otras sociedades, las "mediterráneas" y no digamos las sudamericanas o las africanas, la tolerancia social ante la inflación es mucho más elevada. Esas sociedades parecen haber alcanzado una suerte de equilibrio inflacionista en donde se asume como normales tasas de inflación tan "elevadas"  como un  10% anual o incluso superiores.

En suma, que la inflación, como enfermedad, es muy complicada en cuanto a sus efectos pues depende dentro de ciertos límites de las características del "paciente" , y por ello difícil de tratar pues bien puede ocurrir que su cura sea, en ciertos casos, peor que la enfermedad. En casos semejantes de enfermedades de pronóstico complicado  los médicos suelen aconsejar a los pacientes que se busquen una "segunda" opinión, aceptando así que pueden equivocarse no tanto en el diagnóstico como en el tratamiento sugerido.

Lamentablemente no sucede así en economía. Aunque el desarrollo científico de la Economía sea muy inferior al de la Medicina, la seguridad que muestran los "médicos" económicos sobre la efectividad de sus terapias sorprendería a la que exhiben los médicos normales. Concretamente, los médicos en los asuntos de la inflación,  o sea, los bancos centrales nunca aconsejan una segunda opinión. Odiando como odian todos desaforadamente la inflación, aconsejan siempre las terapias más radicales, cuesten lo que cuesten, el encarnizamiento terapéutico-económico más extremo para doblegarla.
 
Pero,  ¿por qué los bancos centrales odian de esa manera tan radical la inflación aunque su nivel esté lejos del nivel "peligroso"? Hay quienes señalan que si ponen tanto empeño contra la inflación es porque responden a los intereses de los ricos acreedores y adoptan también una posición de clase contra los trabajadores, ya que sus políticas antiinflacionistas se resumen en algo tan simple como generar más desempleo y rebajar los salarios. Otros, más benévolos, estiman que la gente que pulul lo bancos centrales son todos de origen alemán. ¡Vaya usted a saber!
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