FERNANDO ESTEVE MORA
Una de las características que más me chocan cuando, como economista, observo el mundo de la política es el curioso papel que en él juega la traición y los traidores cuando lo contemplo como un mercado parecido a cualquier otro donde una suerte de "empresarios" (los políticos) "ofrecen" o venden sus programas, no a cambio de dinero en principio (aunque la corrupción está siempre por ahí), sino a cambio de una moneda especial: los votos, moneda usada para optar (o "comprar") al acceso a un bien en oferta inelástica o rígida como lo son los escaños de diputado o los puestos en alguno de los múltiples gobiernos que nos gobiernan.
Veamos. La "traición" está muy mal vista en el mundo de la política. Hay incluso todo un gremio, el de esas "moralizantes" y "policiales" gentes, el de los periodistas, que nunca se cansan de perseguir las traiciones de los políticos y denunciar a los políticos traidores. Ése es ciertamente un gran poder, la esencia del llamado "cuarto poder", pues nada puede hacer más daño a un político que la acusación, cierta o no, de que ha traicionado a sus votantes, que una vez llegado al escaño o al poder se ha desdicho de lo que había dicho antes, en la campaña electoral, de lo que había prometido que iba a hacer o de las ideas que tenía.
Pero, ¿a¿tiene sentido todo eso? ¿acaso llamamos traición a que una empresa altere algunas características de su producto conforme sus directores adquieren un conocimiento más detallado y preciso de las necesidades de sus clientes? No. Más bien, recomendamos ese comportamiento empresarial como eficiente, y defendemos la creación de entornos económicos en los que ese tipo de a traición se fomente. Defendemos así la competencia pues sabemos que la competencia obliga a las empresas a "traicionarse" a sí mismas y a sus clientes, o sea, a innovar, a buscar nuevas y mejores líneas de productos. Cierto que no porque a las empresas les importe un rábano el bienestar de su compradores, sino por lo que ya Adam Smith señalara en 1776: por vencer a sus competidores y obtener más beneficios.
Así que, ¡menos mal que abundan los traidores entre los políticos! Recordemos que gracias a traidores de libro como Juan Carlos I, Adolfo Suárez, Felipe González y José María Aznar tenemos democracia política, leyes del divorcio y el aborto, matrimonio homosexual y ejército profesional. Estoy seguro al ciento por ciento que nuestra vida, privada y colectiva, sería un horror si estos traidores no lo hubiesen sido. Si hubiesen sido morales, decentes,fieles y honrados.
¿Significa esto que toda traición en el mundo de la política es "buena"? NO, al igual que las empresas pueden equivocarse en sus innovaciones/traiciones (recuérdese aquí alguna traición egregia, como cuando la Coca-Cola decidió traicionar su sabor clásico, y se vió obligada a recular), las traiciones en el mundo de la política son decisiones arriesgadas cuyo éxito no está garantizado para ningún político. Y es que, como señaló Albert Hirschman en su Salida, Voz Lealtad, la lealtad (ya sea a una marca-empresa, a un político o a un partido, o a una institución), es decir, la existencia de gentes leales es, frente al uso de las opciones o bien de la salida (el abandonar) o de la voz (la queja), condición para que una organización, grupo o institución pueda evolucionar y hacer frente a los cambios que la realidad le impone.
Así, por ejemplo, esa ausencia de lealtad y la concomitante exigencia de pureza ideológica y el odio radical a los "traidores" ha caracterizado desde siempre -en general- a la "izquierda", lo que siempre le ha llevado a su fragmentación absurda desde el punto de vista de la conquista del mercado político. Abundan así los ejemplos en los que los dirigentes de los partidos de izquierda son, ante cualquier ajuste ideológico o programático impuesto por la cambiante realidad social, acusados de traidores, o de "revisionistas" por no decir vendidos. Las escisiones, la fragmentación en una diversidad de grupúsculos cada uno "puro" ideológicamente pero incapaces de hacer frente en el mercado político a una derecha siempre más cohesionada en donde las traiciones se perdonan si conducen al éxito electoral.
Porque, hay que decirlo, es enteramente natural, lógico y deseable que los políticos sean traidores, aunque eso indigne a los guardianes de la "moral" o mejor de la pureza partidista: periodistas e ideólogos. Podría incluso decirse que un político es tanto mejor cuanto más capaz es de traicionar lo que había defendido antes si lo estima adecuado. Y es que es obvio que no se dispone de la misma información acerca de lo que es mejor para la sociedad desde fuera del poder que desde dentro, por lo que para un economista no sólo es natural sino que es necesario que los decisores políticos alteren sus puntos de vista conforme su nivel informacional varíe. Como dijo Keynes a un periodista que le reprochó sus cambios de opinión en política monetaria, " cuando las circunstancias cambian, yo cambio de opinión. ¿Usted qué hace?"
Una de las características que más me chocan cuando, como economista, observo el mundo de la política es el curioso papel que en él juega la traición y los traidores cuando lo contemplo como un mercado parecido a cualquier otro donde una suerte de "empresarios" (los políticos) "ofrecen" o venden sus programas, no a cambio de dinero en principio (aunque la corrupción está siempre por ahí), sino a cambio de una moneda especial: los votos, moneda usada para optar (o "comprar") al acceso a un bien en oferta inelástica o rígida como lo son los escaños de diputado o los puestos en alguno de los múltiples gobiernos que nos gobiernan.
Veamos. La "traición" está muy mal vista en el mundo de la política. Hay incluso todo un gremio, el de esas "moralizantes" y "policiales" gentes, el de los periodistas, que nunca se cansan de perseguir las traiciones de los políticos y denunciar a los políticos traidores. Ése es ciertamente un gran poder, la esencia del llamado "cuarto poder", pues nada puede hacer más daño a un político que la acusación, cierta o no, de que ha traicionado a sus votantes, que una vez llegado al escaño o al poder se ha desdicho de lo que había dicho antes, en la campaña electoral, de lo que había prometido que iba a hacer o de las ideas que tenía.
Pero, ¿a¿tiene sentido todo eso? ¿acaso llamamos traición a que una empresa altere algunas características de su producto conforme sus directores adquieren un conocimiento más detallado y preciso de las necesidades de sus clientes? No. Más bien, recomendamos ese comportamiento empresarial como eficiente, y defendemos la creación de entornos económicos en los que ese tipo de a traición se fomente. Defendemos así la competencia pues sabemos que la competencia obliga a las empresas a "traicionarse" a sí mismas y a sus clientes, o sea, a innovar, a buscar nuevas y mejores líneas de productos. Cierto que no porque a las empresas les importe un rábano el bienestar de su compradores, sino por lo que ya Adam Smith señalara en 1776: por vencer a sus competidores y obtener más beneficios.
Así que, ¡menos mal que abundan los traidores entre los políticos! Recordemos que gracias a traidores de libro como Juan Carlos I, Adolfo Suárez, Felipe González y José María Aznar tenemos democracia política, leyes del divorcio y el aborto, matrimonio homosexual y ejército profesional. Estoy seguro al ciento por ciento que nuestra vida, privada y colectiva, sería un horror si estos traidores no lo hubiesen sido. Si hubiesen sido morales, decentes,fieles y honrados.
¿Significa esto que toda traición en el mundo de la política es "buena"? NO, al igual que las empresas pueden equivocarse en sus innovaciones/traiciones (recuérdese aquí alguna traición egregia, como cuando la Coca-Cola decidió traicionar su sabor clásico, y se vió obligada a recular), las traiciones en el mundo de la política son decisiones arriesgadas cuyo éxito no está garantizado para ningún político. Y es que, como señaló Albert Hirschman en su Salida, Voz Lealtad, la lealtad (ya sea a una marca-empresa, a un político o a un partido, o a una institución), es decir, la existencia de gentes leales es, frente al uso de las opciones o bien de la salida (el abandonar) o de la voz (la queja), condición para que una organización, grupo o institución pueda evolucionar y hacer frente a los cambios que la realidad le impone.
Así, por ejemplo, esa ausencia de lealtad y la concomitante exigencia de pureza ideológica y el odio radical a los "traidores" ha caracterizado desde siempre -en general- a la "izquierda", lo que siempre le ha llevado a su fragmentación absurda desde el punto de vista de la conquista del mercado político. Abundan así los ejemplos en los que los dirigentes de los partidos de izquierda son, ante cualquier ajuste ideológico o programático impuesto por la cambiante realidad social, acusados de traidores, o de "revisionistas" por no decir vendidos. Las escisiones, la fragmentación en una diversidad de grupúsculos cada uno "puro" ideológicamente pero incapaces de hacer frente en el mercado político a una derecha siempre más cohesionada en donde las traiciones se perdonan si conducen al éxito electoral.
Porque, hay que decirlo, es enteramente natural, lógico y deseable que los políticos sean traidores, aunque eso indigne a los guardianes de la "moral" o mejor de la pureza partidista: periodistas e ideólogos. Podría incluso decirse que un político es tanto mejor cuanto más capaz es de traicionar lo que había defendido antes si lo estima adecuado. Y es que es obvio que no se dispone de la misma información acerca de lo que es mejor para la sociedad desde fuera del poder que desde dentro, por lo que para un economista no sólo es natural sino que es necesario que los decisores políticos alteren sus puntos de vista conforme su nivel informacional varíe. Como dijo Keynes a un periodista que le reprochó sus cambios de opinión en política monetaria, " cuando las circunstancias cambian, yo cambio de opinión. ¿Usted qué hace?"
Y recordemos que, al igual que sólo los monopolios se pueden permitir el lujo de no traicionarse, de ser fieles a sí mismos, de no innovar, de no acomodarse a los cambios en las preferencias y necesidades de sus clientes, sólo una dictadura puede ser fiel a sí misma, y mantener su proyecto político sin cambiarlo un ápice sean cuáles sean los cambios en las preferencias y necesidades de sus ciudadanos. Así que ...¡un respeto al político traidor! ¡Por favor!