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                                                FERNANDO ESTEVE MORA

Se sorprenden los medios de comunicación occidentales del muy tibio apoyo que están encontrando  las posiciones antirusas que Occidente, (por cierto que de una manera sospechosamente unánime) defiende entre los países no-occidentales, pese a todas las brutales presiones diplomáticas y económicas que estos países están soportando.   

A lo que parece, la explicación de esa tibieza está en, por un lado, la bien conocida en esos otros países hipocresía moral típica de Occidente que, criticando como crimen contra la humanidad la invasión rusa de Ucrania,  se olvida de  las repetidas invasiones norteamericanas en distintos países en el último siglo, así como de los "crímenes contra la Humanidad" que supusieron. Ya se sabe, la famosa paja en el ojo ajeno y la viga en el propio...

Pero, junto a la hipocresía moral está la absoluta estupidez de la que hacen gala los medios y los políticos de nuestros países. Sí, es obvio y evidente: hay una guerra en Ucrania (aunque Rusia no la haya declarado formalmente aún, ni ha llevado su agresión ni mucho al extremo de que es capaz), y, sí, como pasa con toda guerra, en ella está muriendo y sufriendo gente, mucha gente, soldados y civiles. Pero, ¿acaso esperaban esos periodistas y políticos occidentales otra cosa? Pero, ¿en qué mundo viven? Quizás porque su historia reciente haya sido por lo general violenta, todos esos países no-occidentales guardan memoria de los desastres que traen las guerras y también quizás por eso, estimen que esos "echarse las manos a la cabeza" por lo que está pasando en Ucrania pecan asimismo de un  infantilismo total.

Por supuesto que cuando se habla de los "desastres" y a los "crímenes" de las guerras inmediatamente se recurre a la "leyes de la guerra" y a la famosas convenciones de Ginebra. Sin duda que para algo han servido, pero la verdad sea dicha, no para mucho. No hay país, y por supuesto que no los EE.UU. ni el Reino Unido ni Australia que ni en Japón, Irak o Afganistán o en ningúnotro lugar haya jamás respetado esas convenciones si les interesaba no hacerlo. Tarde o temprano toda guerra es sucia. Es lo que tiene la guerra: que en ella todo acaba estando si no permitido si justificado.

Y ello me ha hecho recordar un artículo de Bruno S.Frey y Heinz Buhofer en el que mantenían que, pese a todo lo que se suele pensar, la guerra medieval era, medida por cualquier estándar "moderno", mucho más civilizada, humana, que la "moderna" guerra industrial .

Y la razón de ello es muy simple y no es moral o religiosa, sino estrictamente económica. Y es que en la Edad Media, los soldados y civiles que se veían involucrados en algún conflicto militar tenían un valor de mercado, por lo que a nadie (bueno, a casi nadie, como argumentaré más adelante) se le pasaba por la cabeza destruir arbitrariamente lo que era valioso. Como ya señalé en una entrada previa, eso de destruir "cosas" valiosas por subidas de adrenalina o "prontos" emocionales sólo es un comportamiento habitual y tolerado generalizadamente, lógicamente, en sociedades ricas (https://www.rankia.com/blog/oikonomia/5258142-economia-comportamiento-cabreados) cosa que distaban de serlo las sociedades medievales.

Pero,  ¿por qué la guerra medieval era más humana que la moderna sin que existiese siquiera la noción de "crímenes"de guerra? Pues muy sencillo: porque existía un floreciente y extenso  mercado de rehenes y prisioneros que incentivaba a los combatientes de cualquier bando a tratar de ganar los combates sí, pero a ser posible  sin acabar con la vida o -incluso- sin herir o "deteriorar" físicamente a sus enemigos. Todo lo contrario, el objetivo de cada combatiente era mantener con vida y en el mejor estado posible a sus vencidos, pues un enemigo prisionero vivo y en buenas condiciones físicas tenía un valor de mercado, en tanto que un enemigo muerto  no tenía ninguno. Así de simple. Y lo mismo pasaba con los civiles enemigos.

Obviamente, y como predice el más elemental análisis económico, la consideración del valor monetario de los rehenes pesaba más  para los soldados pobres del común, siempre necesitados de dinero, en tanto que la valía económica de los rehenes era de mucha menor importancia relativamente hablando para los ricos aristócratas, de donde se sigue que estos eran en la práctica, pese a toda su superior cultura y ética guerrera, muchísimo más sanguinarios y criminales (juzgados con criterios modernos) que los incultos e iletrados soldados de a pie. O sea que buena parte de la imagen bárbara de la Edad Media proviene precisamente del salvaje comportamiento "caballeresco" de sus nobles en sus guerras. Hay así repetida constancia de que los aristócratas y demás líderes militares, políticos y religiosos  trataron repetidamente de fomentar el comportamiento sanguinario de sus tropas (o sea, el no hacer prisioneros) como medio de debilitar a sus enemigos, pero la repetición de esas ordenes sólo apunta a que los soldados de a pie sencillamente no las cumplían. O sea, que el valor económico de los rehenes estaba para ellos por encima de toda consideración militar, religiosa o política que exigiese su aniquilación.

Muy probablemente, y como suele ser habitual, los mercados de rehenes y cautivos militares surgieron a partir del trueque o intercambio de prisioneros cuando había desproporción entre las partes. Ello llevaría a usar de una valoración monetaria como medio de compensar esa desproporción. El caso es que, con el tiempo, se desarrolló un auténtico y extenso mercado de cautivos con precios estandarizados. Por supuesto que el "precio" o valor del rescate de cada combatiente dependía del valor económico del prisionero en su vida cotidiana. Como anécdota citaré el  caso de un soldado de Friburgo  capturado por los ciudadanos de Berna en 1448 que pidieron 200 guildas por su liberación. Cuando se notificó a su esposa ese precio, rehusó pagarlo aduciendo que su marido sencillamente no lo valía. Lo que también hace pensar acerca de la habitual idea que se tiene acerca de la incapacidad de la mujer para actuar en el medievo.

Junto con el valor económico de los prisioneros había, para los oferentes, otras consideraciones a tener en cuenta a la hora de decidirse a hacer prisioneros: el coste mantenerlos el riesgo que suponía para sus captores y la incertidumbre asociada al riesgo de que nadie pagase el rescate. Sin embargo, pese a estos costes de transacción pronto surgieron convenciones e instituciones mediadoras que facilitaron el funcionamiento del mercado. Por ejemplo, se daba el caso de que los prisioneros de mayor rango o valía,  ni siquiera eran mantenidos en prisión sino que se les permitía volver a sus residencias bajo palabra de honor, antes de que hubiesen hecho efectivo el rescate. Esto por el lado de la oferta. Por el lado de la demanda estaban los familiares de los prisioneros, así como las guildas o gremios, y las ciudades.

Por supuesto que dada la animadversión entre oferentes y demandantes en ese peculiar mercado pues no hay que olvidar que eran enemigos, para que un mercado de prisioneros apareciese era necesario que surgiesen unos "brokers" o creadores de mercado que organizasen el mercado, cruzasen precios y garantizasen el cumplimiento de los acuerdos. En principio tal cosa podría parecer difícil dado el odio que siempre se desarrolla en los conflictos violentos que obliga al resto a tomar partido. Tal cosa era aún más difícil en muchas de las guerras de la época que eran de tipo religioso. Es por ello "naturaL" que un grupo social y religioso "aparte" como lo eran  los judíos  jugaron aquí un papel fundamental, en la medida que no eran ni católicos ni protestantes ni musulmanes.

Pero, curiosamente, no sólo ellos actuaron como "market-makers". Dos ordenes religiosas se destacaron en esta tarea: la Ordo Beato Maria Virginis de Mercede Redemptionis Captivorum, los mercedarios; y la Ordo Trinitatis Redemptionis Captivorum, los trinitarios.  Ambas cumplieron un enorme papel en el establecimiento de los mercados de cautivos españoles, como el caso de Cervantes atestigua.

Pero, como otras instituciones benéficas, el "doux commerce" (Montesquieu)  de esos mercados de cautivos que tanto dulcificaban los desastres de las guerras premodernas despareció con la llegada de la modernidad. El mercado de cautivos se hundió, por un lado,  conforme los Estados se inmiscuyeron en ese mercado y se abrogaron el derecho de propiedad sobre los prisioneros. Cuando los combatientes individuales dejaron de tener el derecho a "quedarse" y mercadear con los prisioneros que lograban hacer, desapareció el incentivo a tenerlos. Sencillamente los prisioneros de guerra dejaron de tener un valor económico, un precio de mercado, y pasaron a ser una pieza más de la política de los Estados. Por otro lado, los avances técnicos en forma de armas de fuego más precisas facilitaron el matar a distancia, lo que disminuía el número de prisioneros que podían hacerse. Así, poco a poco, el progreso dió origen a la carnicería típica de las modernas guerras  industriales, y en ausencia de incentivos económicos para dulcificarlas no quedó otra que recurrir a acuerdos y convenciones, como las de Ginebra, cuyo valor normativo, como ya he dicho, es cuestionable pues depende de la buena voluntad de los contendientes. 

Y, para concluir, tanto la enseñanza histórica como el análisis económico muestran a las claras que si se quieren frenar efectivamente los crímenes de guerra debiera surgir algo semejante al mercado de cautivos medieval. Es decir, debiera imaginarse un sistema de incentivos que diese valor económico a las vidas de los contendientes. ¿A alguien se le ocurre alguno? Cierto que es algo difícil conforme la tecnología posibilita cada vez más el matar a distancia (véase los drones) y en gran número. pero, si se han creado mercados para todo lo imaginable, futurible y derivable, ¿no sería factible generar un nuevo mercado de prisioneros que dulcificara  en la medida de lo posible las actuales guerras? 
 
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