Provoca un cierto sentimiento de tristeza a quienes todavía contemplamos con buenos, y relativamente limpios, ojos este infortunado País nuestro el contemplar cómo a pesar de los denodados esfuerzos de sus gobernantes su posición económica en el concierto de las naciones europeas (como antes se solía decir en rimbombante prosa) no es la que debiera y merece tras tantos años e incluso siglos de decadencia. Esa tristeza se ha hoy trasmutado en desencanto y frustración cuando, tras estos recientes años donde parecía que ya se tocaba con las puntas de los dedos la consecución de ese tan ansiado puesto que nos permitiría codearnos otra vez con nuestros históricos pares, la malahada crisis nos ha devuelto a la cruda realidad de formar parte de pleno derecho de los que la prensa internacional apostrofa como PIGS. Y, a lo que parece, ahí vamos a estar con el sempiterno desconsuelo de estar por delante de Grecia y Portugal e Irlanda. Cierto que la entrada de polacos, húngaros, rumanos, checos, eslovacos, malteses y demás dentro de la Unión Europea quizás haya servido para contentar a algunos, pero se trata de un más que magro consuelo: un mero efecto estadístico, un espejismo a fin de cuentas, pues estar por delante de todas esas buenas gentes, tener más PIB per capita que ellos no es que esté mal, pero decididamente no es lo mismo que adelantar de una vez por todas a Italia, por no decir superar a la Francia, ese eterno enemigo hoy devenido en vecino cordial, por no hablar de la pérfida Albión. Son con esos nuestros rivales históricos con los que siempre nos hemos medido y con los que nos debemos comparar, y son ellos los que hoy nos señalan a las claras nuestro lugar: ahí detrás, bien detrás de ellos.
Por otro lado, exigirles más a nuestros gobernantes “sean del signo que sean”, obligarles a diseñar nuevos planes y estrategias que encarrilen una vez más la siempre desencarrilada Economía Nacional, pedirles que pergeñen nuevas reconversiones de los ya tantas veces reconvertidos sectores productivos de la Nación, clamarles para que reformen de nuevo las reformas de los tantas veces reformados Mercados de factores, de modo que se haga por fin realidad ese sueño nacional tan largo tiempo anhelado, dista de ser razonable y raya ya en lo sádico. Lo han intentado ya casi todo desde hace ya más de treinta años…y seguimos en las mismas. Desengañémonos, aceptemos de una vez por todas que ellos más no pueden hacer. Da igual su divisa política, lo han intentado todo con mayor o menor empeño…y ya estamos viendo el resultado. Y como es de esperar la sensación de frustración, el desencanto y la urgencia por encontrar nuevos remedios y soluciones están conduciéndoles a un estado de ansiedad. Muchos, la mayoría de ellos, presentan signos inequívocos de stress: agresividad verbal, confusión mental, susceptibilidad patológica a las críticas, alteraciones en la personalidad, tics y otras repeticiones no conscientes de los mismos discursos,etc. ¿Cómo si no juzgar los cambios que de un día para otro se producen en la opinión del Ministerio de Economía o del de Industria?¿Cómo evaluar de otro modo la adscripción a cualquier solución mágica del estilo de la “ley de economía sostenible” que como bálsamo de Fierabrás curelotodo en la economía nacional?¿Cómo calificar de otra manera las propuestas de los expertos de la oposición que parecen plantear como alternativa una política económica que guíe la economía española hacia adelante sin dejar eso sí ni poner ni por un instante los ojos en el espejo retrovisor?
La confusión, fruto del agotamiento sin duda, se ha adueñado de las mentes de nuestros elegidos rectores y de quienes aspiran a sustituirles. Hora es ya de dejarles reconciliarse consigo mismos y alcanzar la paz de espíritu.
Ante este estado de cosas en la Nación, creo que ha llegado la hora de cambiar. Ya es tiempo de dejar de indagar qué es lo que nuestros gobernantes pueden hacer para acelerar el crecimiento económico de nuestro País, es hora ya de preguntarnos qué es lo que nosotros, el Pueblo, podemos hacer por mejorar el puesto que ocupa nuestra Nación en Europa y el Mundo. Y esta es la modesta proposición que aquí se sugiere: dejémos descansar a nuestros bienamados gobernantes, que merecido se lo tienen, y arrimemos todos el hombro para abandonar de una vez la tan poco grata compañía de Grecia, Irlanda y Portugal. Yes, we can.
Quizás tal idea suene extraña a vuestros oídos, compatriotas míos, que lleváis ya un buen puñado de años dando lo mejor de vuestros ánimos a la gloriosa tarea de incrementar rápidamente el PIB Nacional siguiendo fielmente las recomendaciones que desde loa sucesivos Gobiernos se han ido instruyendo. ¿Acaso no hemos expulsado de nuestras empresas a los más perezosos e ineficientes, que a lo que parece eran un buen montón a tenor de las siempre elevadas tasas de desempleo?¿No hemos, además, combatido la vagancia asociada a la tranquilidad y la buena y asegurada vida en el trabajo, fomentando la diligencia en el mismo a través de la precarización de los contratos de trabajo? Y no sólo hemos redoblado los esfuerzos para producir cada vez más aun en peores condiciones de trabajo –que todo sea para agrandar el PIB-, sino que también hemos hecho lo necesario para que esa producción incrementada pudiera venderse, pues, de otro modo, sin demanda, no hubiera siquiera podido llegar a producirse.
Así, apenas ya hay espacio en nuestras casas para tanto cachivache que nos hemos comprado, los que –por ser diligentes- hemos tenido trabajo, y eso que casas, viviendas o unidades habitacionales como con excelente prosa burocrática se las denominó desde el Ministerio del ramo, hemos producido sin parangón, y hasta sin ton ni son en opinión de algunos. Tampoco abunda en nuestras calles y campos el espacio para tanto vehículo que se nos ha incentivado a comprar, y eso que también de carreteras y autovías nos hemos surtido sin cuento y hasta sin llevar la cuentas. Nos hemos asimismo endeudado hasta las cejas para dar salida a esa producción que ahora tan eficientemente hacemos. Hemos cumplido así bastante bien con lo que se nos ordenaba y tocaba, con mayor o menor gusto, con mayor o menor aceptación. Pero hemos cumplido. Y si bien todos esos esfuerzos no han sido baldíos, pues hubo un tiempo que casi asombramos a las demás naciones, todos ellos no han sido suficientes como se ha dicho para alterar nuestra posición en el ranking europeo.
¿No hay, entonces, nada más que se pueda hacer? ¿Hay que arrojar la toalla y dar por perdida la carrera económica de nuestra Nación contra sus rivales? No, no creo que sea éste paradójicamente un tiempo para el desánimo. Sé que estamos en crisis, pero creo que todavía los ciudadanos son capaces de un esfuerzo adicional si se les ofrece una propuesta sensata y claramente dirigida. Es la que aquí presento y someto a la consideración de la ciudadanía. Se trata de una modesta proposición para salir de la crisis y acelerar la tasa de crecimiento económico. Es modesta, es simple y sencilla, pero tal vez sea muy efectiva. Héla aquí.
Sucede que el PIB per capita por cuya magnitud se mide la importancia de la Economía Nacional y es la causa de todos nuestros desvelos cuando baja o no sube con la presteza necesaria, así como de nuestro contento cuando sí lo hace, es una cifra que recoge el valor de los bienes y servicios que se intercambian en los mercados junto con el valor que se imputa (normalmente por su coste de provisión) a aquellos otros bienes y servicios -los públicos- que no se asignan a través de los intercambios de mercado. Y si bien puede ser cierto que ya resulta difícil incrementar más rápidamente esa cifra del PIB per capita vía mayor eficiencia en el sector privado o de hinchar aún más los déficits del sector público, queda una tercera vía que, a mi leal saber y entender, todavía no ha sido explorada en toda su extensión ni considerada conscientemente no como alternativa excluyente sino complementaria a las vías tradicionales de incrementar esa cifra y que, además, puede reforzarlas.
Quizás la mejor manera de exponer esta modesta proposición sea mediante una serie de ejemplos que trasmitan su hálito, su enjundia y relevancia práctica de una forma más inmediata que mediante abstrusos argumentos teóricos.
Pues bien, probablemente usted, compatriota ciudadano que está leyendo estas líneas, se tenga por buen patriota y buen ciudadano, y actúe en consecuencia ¿no? Pues entonces, y por eso mismo, es usted un mal economista y le está rindiendo un flaco servicio a la Economía Nacional pues no se puede a la vez ser buen patriota y buen ciudadano. Veamos. Seguro que cuando a usted le preguntan por la dirección de una calle o por la hora, amablemente se desvive por darle a su interlocutor la información pedida lo mejor posible. Entienda usted de una vez por todas que el así proceder es un completo error. ¿No sabe que la información es un bien económico de elevado valor? No sabe que al darla gratis la devalúa. Pues si lo sabe actúe en consecuencia, ponga su información en valor como hoy se suele decir. Así hará crecer la cifra del PIB per capita. ¿Cómo? Pues muy fácil. En casos como los señalados, responda a quien le pregunte que se compre una guía o un reloj. Así, de esta manera tan simple, estará usted contribuyendo a que crezca el PIB.
No tenga por otro lado, empacho alguno en difundir rumores –no importa que sean falsos- acerca de la creciente inseguridad ciudadana. Ello incrementará la demanda de puertas blindadas y de guardias de seguridad. Más empleo y más PIB. Y, ¿por que´ se va a negar usted el placer de aparcar en doble fila si no hay guardia de tráfico a la vista y las calles son de todos? Si provoca un leve atasco, no tenga por ello preocupación alguna. Lo está haciendo bien. Más consumo de gasolina y de tranquilizantes, luego más PIB.
No cuide de sus ancianos padres. Evítese esa molestia y mándelos a una residencia. Allí. Médicos y enfermeras bien remunerados le sustituirán en sus cuidados y, de paso, hará que la cifra del PIB sea más grande. Tampoco eduque usted mismo a sus hijos. Contrate a algún experto. Para eso están. Para que ascienda la cifra del PIB. Y si algún amigo o conocido anda con problemas. No se deje dar la lata ni un minuto. ¡Que se vaya al psicólogo! Si no por su bien, al menos por el de la Nación.
Y los ejemplos en los que esta modesta propuesta de política económica podría encarnarse podrían multiplicarse hasta el infinito. En cada uno de ellos, el aumento en la cifra del PIB nacional sería probablemente muy pequeño, pero si todos nos comportamos así, muchos pocos harán un mucho. Piénsese, se trata de una política económica de bajo coste administrativo y privado. No requiere del BOE ni de complicada legislación. No hay en ella problemas de control o de fraude en su instrumentación. La única tarea del Gobierno sería la de difundirla a los ciudadanos y el estudio de nuevos ámbitos en que pudiera aplicarse para que no disminuyeran en el tiempo sus benéficos efectos.
¿Cuál es la lógica que subyace a esta propuesta que, como ventaja adicional, no es una política coercitiva sino que se caracteriza por dar mayor protagonismo y por ende, mayor libertad a los ciudadanos? Pues es una relativamente simple: ya que en el PIB no se incluyen los servicios que gratuitamente los individuos se prestan entre sí, resulta entonces claro como el agua que una forma de incrementar su tamaño consiste simplemente en eliminar esa gratuidad; o sea, en sustituir esos servicios gratuitos por otros que, cumpliendo el mismo cometido, se asignen o presten vía precios o vía asignaciones presupuestarias como producto del sector público. Todos con ello saldríamos ganando pues, a la vez que no disminuiría el volumen de servicios , ésto en la medida que se contabilizasen por su valor de mercado haría que aumentase como la espuma la cifra del PIB nacional, satisfaciendo así ese objetivo patriótico.
Frente a la simplicidad y valía de esta modesta proposición sólo se me ocurren dos objeciones, pero creo que son fácilmente rebatibles. Por un lado, puede argumentarse que al dejar de ser gratuitos esos servicios, las gentes necesitarán más rentas para comprarlos, pasando entonces la pregunta a ser de dónde saldrán esos dineros adicionales. Resulta evidente que dado que buena parte de esos servicios son mutuos, las rentas necesarias para cada individuo procederán en buena medida de esos intercambios de modo que cualquier persona podrá comprar los que necesite en la medida que venda los que se le soliciten; por otro lado, resulta patente que esas rentas adicionales también podrán provenir del trabajo adicional al que podrán ahora dedicar ese tiempo que antes se dedicaba a prestar esos servicios interpersonales de forma tan ineficiente. Item más, como ventaja suplementaria hay que añadir que las demandas adicionales así creadas permitirán emplear a parte de los parados que cada vez más afean con su presencia las plazas públicas.
En segundo lugar, algunos sentimentales pueden objetar que llevara adelante esta propuesta tendrá efectos perversos sobre antiguos y acendrados hábitos y costumbres adjetivados de morales como son el altruismo, la generosidad, la buena educación y el espíritu público, a los que hoy se agrupa bajo la común denominación de capital social. Tampoco aquí la respuesta parece demasiado dificultosa pues, a fin de cuentas, todas esas actitudes tan valoradas por filósofos plañideros y economistas de poco fuelle, son y deben siempre ser cuestiones de elección de personal. Imponerlas coercitivamente como se ha vendido haciendo ha de ser reconocido como lo que es: una intromisión descarad en la libertad adicional que, además, tiene efectos deletéreos sobre la cifra del PIB. Hoy, cuando el objetivo que nos une es engrandecer la Economía Nacional, hay que ver tales imposiciones culturales como lo que son: rémoras del pasado que se interponen en la lucha competitiva por parte de nuestra Nación de la posición que se merece.
Finalmente, debo decir por honradez que el mérito que se le pueda conceder a esta propuesta no ha de recaer en mí, pues bien mirado yo no soy sino su humilde difusor aquí en esta nuestra Patria. Fue quizás Antiphon, uno de los sofistas, su primer defensor pues –según cuenta Jenofonte- le echaba en cara a Sócrates que, aun siendo un hombre justo, no era un hombre sabio pues no cobraba por sus lecciones. Y hoy, en nuestros tiempos, todas las naciones con las que intentamos medirnos ya la aplican en mayor o menor grado, y son por ello, más ricas, sabias y poderosas. Sólo pretendo, pues, que esta Nación nuestra, tan digna y merecedora de todos los esfuerzos, sea, mediante tal política, igual así de considerada.