LA ECONOMÍA Y EL CORONAVIRUS
FERNANDO ESTEVE MORA
Me imagino que todos los lectores de esta entrada conocerán aquella "broma" médica en la que, tras la operación, el cirujano se acerca a los familiares del operado que esperan a la entrada del quirófano y les dice: "¿La operación? Un completo y rotundo éxito. Una maravilla. Todo perfecto". Los familiares suspiran aliviados y le preguntan: "¿Cuándo podremos verlo y hablar con él?". A lo que el médico les responde: "Pues verán. Eso va a ser difícil pues su familiar ha muerto en la mesa de operaciones. Lo siento".
Pues bien. Estos días me acuerdo una y otra vez de esta "jocosa" historia cuando contemplo las reacciones y medidas que las autoridades de todo el mundo están tomando al respecto de la epidemia del coronavirus que se originó en China hace tres o cuatro meses. Y, por cierto, ¿no debería "pagar" de algún modo este país las consecuencias negativas de sus -digamos- "singulares" hábitos culinarios? Pues con esta creo que son ya tres las epidemias que en los últimos años han tenido allí su origen. En la medida que China, vía su pertenencia a la OMC forma ya parte -y mucho se ha beneficiado con ello- de la red del comercio mundial, debería por ello mismo ser responsable de las externalidades negativas de los actos y comportamientos de sus gentes. Antes, cuando estaba al margen de la economía mundial, bien podía seguir con sus nada saludables costumbres respecto al tráfico y consumo sin control de animales salvajes, pues eran sus propios ciudadanos quienes los sufrían, pero ahora ya no sucede lo mismo, y las negativas consecuencias sanitarias del tráfico y consumo por parte de su población del pangolín o de los murciélagos o las civetas nos afectan a todos.
Pero, volviendo a nuestro tema. Me sorprende radicalmente que las autoridades políticas de nuestros países (pues no sólo esto sucede en caso de España) hayan decidido "pasar de todo", abdicar de sus funciones y dejar que sean las autoridades sanitarias quienes se encarguen de la gestión de la epidemia. Y esto es muy grave, pues atenta directamente contra unos de los principios rectores de la eficiencia en la gestión: "zapatero, a tus zapatos".
Y es que no tengo ninguna dificultad en ponerme en manos de los médicos para cuando he de afrontar problemas de salud. Pues en los asuntos médicos del cuerpo y del alma, ellos son los capacitados para abordarlos. Pero los médicos de nuestros cuerpos y almas particulares no son los médicos del "cuerpo social". Lo son los políticos y economistas. Son ellos quienes se ocupan de las enfermedades de la sociedad. Por ello, que dejar que los médicos de nuestros cuerpos y almas individuales sean quienes tomen las decisiones respecto a lo que le conviene a la sociedad es equivalente a seguir los consejos de los economistas cuando te duele el estómago.
No dudo nada, nada en absoluto, de la capacidad de Fernando Simón a la hora de gestionar médica o clínicamente este episodio epidémico. Me parece un tipo espléndido que está haciendo su trabajo de una manera admirable. Pero el problema es que su perspectiva -la suya y la de los expertos en Salud Pública- es fundamentalmente clínica o médica, no económica y por ello mismo es incapaz de darse cuenta de los costes de oportunidad de unas decisiones guiadas exclusivamente por criterios médicos. Y es que Fernando Simón es médico pero NO es el Presidente del Gobierno. Y cuando Pedro Sánchez proclama que va a hacer lo que le digan los "expertos" como Fernando Simón está, cobardemente, haciendo dejación de sus funciones como Presidente del Gobierno que es para lo que fue elegido.
Y es que las medidas para "aplanar" la curva de la epidemia que él y otros epidemiólogos defienden aquí y en otros países para así evitar el colapso de los sistemas sanitarios pueden llevar con una probabilidad nada despreciable al colapso del sistema económico, del cual -por cierto- forma parte el sistema sanitario, si se prolongan más allá de un punto o de un tiempo que no sabemos dónde está. Estas medidas no son unas meras "inconveniencias", sino que de seguir aumentando en intensidad y/o duración van a abocar a una crisis económica de magnitud posiblemente brutal, pues en último extremo las políticas antiepidemia se basan en restringir los contactos, o sea, los intercambios y los mercados. Por ejemplo, recordemos que el turismo extranjero aporta un 10% al producto y al empleo de nuestro país. Pues nada, puestos a asegurarnos de todo, prohibámoslo del todo para evitar que nos llegue algún infectado. Cierto, "muerto el perro se acaba la rabia", pero recordemos que el "perro" somos nosotros.
Y me atrevo a decir, que incluso desde un punto de vista médico, estas medidas llevadas como se está haciendo a un extremo -como ocurre en Italia- son absurdas, ya que si tomamos en cuenta los efectos sobre la salud personal tanto física como mental del desempleo y de una recesión económica, estoy seguro -aunque no he hecho los cálculos- de que superaran los daños asociados a la epidemia del coronavirus. Y, por cierto, dejémonos de hipocresías. No es lo mismo social y económicamente hablando que se muera una persona menor de 65 años que una persona mayor de 85. Y -me atrevo a decir, a partir de mi experiencia personañ- que ni incluso los médicos que, con toda normalidad y naturalidad, dedican un plus de intensidad y atención a los pacientes más jóvenes, aquellos en los que los tratamientos son más eficaces, que a los más ancianos, en los que la productividad de sus tratamientos y esfuerzos es bajísima. Lo correcto, económicamente hablando. "Ley económica de vida"
Hay casos delirantes. Por ejemplo, el español. Donde la desaforada respuesta de las administraciones públicas va a generar una crisis económica que se va a llevar por delante todas las políticas igualitarias y modernizadoras del nuevo gobierno. Pero quizás el ejemplo de Italia es el máximo en esta carrera de despropósitos. El camino que ha empezado a recorrer hacia la catástrofe guiada por sus políticos sólo me recuerda el camino que recorrieron los gobiernos a la Primera Guerra Mundial. Y, cierto, esta epidemia como todas, pasará. Como bien dice Fernando Simón, en 4-5 meses como mucho, será cosa del pasado. Por ello mismo hay que ser muy cuidadoso con las medidas de consecuencias económicas que se instrumenten para combatirla, pues una crisis se puede transformar en una recesión cuyos efectos se pueden prolongar años. Recordemos la crisis de 2008 de la que todavía no hemos salido del todo.
Porque, tengámoslo claro. Esta epidemia de coronavirus NO es la Peste Negra, por más que los periodistas nos la vendan así. No lo es, como repiten incansablemente, PERO se comporta como una gripe severa, sí, severa o severísima, pero como una gripe. Para el 80% de quienes se infecten (que se preve puede ser el 60% de la población) será una enfermedad banal, o sea, asintomática o con síntomas de catarro: mocos, dolor de cabeza y tos. Sólo planteará problemas médicos serios para un 5% de los afectados REGISTRADOS, y sólo morirá de ella entre un 1 y un 3% de los afectados REGISTRADOS. Personas mayoritariamente muy muy mayores, muchas de ellas internadas en residencias y en un alto porcentaje, demenciadas, es decir, personas a las que la inhumanidad del sistema sanitario las hacen seguir "estando" -es un decir- en este mundo. Un absurdo que legalmente estamos intentando corregir con legislación sobre la eutanasia.
Pues bien, el intercambio que Fernando Simón y demás epidemiólogos han propuesto al gobierno es muy simple. O bien actuar con criterios médicos, como se está haciendo, y evitar así que algunas o muchas de estas personas mueran estos días (aunque dada su esperanza de vida ello no implica que no vayan a morir en las próximas semanas o meses (pues -recordemos- la mortalidad por coronavirus se ceba en personas muy mayores, ancianos, con patologías previas graves con una esperanza de vida reducidísima) aunque ello se traduzca en un colapso económico de consecuencias nefastas, o bien "aceptar" de alguna manera esas muertes, como por cierto se hace todos los años cuando llega la gripe estacional, no buscando "aplanar" cueste lo que cueste la curva de la infección epidémica. Y la elección ha sido ya tomada por los dirigentes políticos: dejar que los expertos sanitarios se metan a saco en los asuntos económicos. Un absurdo.