NOTAS SOBRE LA CREDULIDAD
FERNANDO ESTEVE MORA
Irá ya para un par de meses que acabaron las obras que desde hacía tiempo estaban haciendo sus jóvenes propietarios en un local del edificio de al lado del que vivo. Por fin, tras semanas de ruido y polvo, supe a qué se iban a dedicar: se trataba de un hostal para mochileros, o sea, un alojamiento barato más dedicado a satisfacer la incontenible demanda que a lo que parece existe por disfrutar de la simpar mezcla de borrachera barata y Museo del Prado (en una proporción 90 a 10, estimo) que ofrece el centro de Madrid, demanda que los vuelos baratos y la aquiescencia del ayuntamiento madrileño han permitido que se materialice para desgracia de los cada vez más escasos vecinos.
Curioso por saber qué caracterizaba esta nueva muestra de talento emprendedor, me metí en su página web, y allí no me sorprendió nada encontrar que ya, antes de que abriera sus puertas, había más de una quincena de comentarios de clientes, más que extremada, entusiásticamente satisfechos con el alojamiento. Lo esperable me dije a mí mismo.
Lo que me resultó inesperado fue la airada respuesta de muchos amigos cuando les comenté el asunto. Para ellos, el que hubiera habido gente que se prestara a hacer falsas "críticas" favorables del hostal antes de que los obreros hubieran siquiera pintado las paredes era inadmisible, un caso de deshonestidad merecedor de castigo. Para mí por contra, quizás por ser economista, que hubiera ese tipo de críticas falsas, de opiniones mentirosas, no sólo era natural sino lo normal y previsible. Lo contrario sí que me hubiera parecido raro. La diferencia de reacciones es, quizás, lógica porque un economista, de salida, no ha de creerse ninguna crítica que aparezca en Internet.
El caso de marras, sin embargo, me llevó a pensar en el asunto de la credulidad y de la credibilidad. Y es que los que explicamos Teoría de Juegos nos pasamos horas acentuando que el gran problema de los comportamientos estratégicos en todo tipo de interacciones sociales, tanto en situaciones de conflicto como de coordinación, es el de su credibilidad, el de cómo los agentes pueden hacer creíbles a los otros su compromiso con las decisiones que han tomado, con las estrategias que dicen que van a seguir. Porque sucede que la Teoría de Juegos supone que la gente es racional, en el sentido de que persigue sus propios y privados intereses de forma consistente, y por ende nada crédula respecto al comportamiento que los demás dícen que van a seguir, por lo que el que un agente haga creíble a los demás una amenaza, una promesa, compromiso o una intención es uno de los problemas más obvios en todo tipo de interacción social. En una palabra. Para la Economía, lo racional es que uno sea incrédulo o desconfiado respecto a lo que le dicen los demás, pues ha de serlo dado que "los demás" siempre estarán dispuestos a engañarle si pueden así sacar una ventaja económica. O sea, que si alguien puede conseguir que otro se crea algo para su beneficio personal señalizando algo, contando algo, lo hará sea verdad o sea mentira. Es lo racional.
No se aleja en esto nada la Economía del punto de vista que ha sostenido el pensamiento occidental. Como Paul Ricoeur señaló en 1965, la perspectiva occidental desde el siglo XIX está marcada por la influencia de tres grandes pensadores Marx, Nietzsche y Freud, quienes desde distintas perspectivas han sembrado la sospecha ante toda opinión que se pretenda objetiva ya sea en el dominio de lo económico y lo social, lo político o lo interpersonal. Los intereses de clase, la voluntad de dominio de los fuertes y el resentimiento de los débiles, y las pulsiones del inconsciente y su represión hacen que no sean creíbles, que sean siempre sospechosas, cualesquiera afirmaciones de objetividad.
Pero frente a esta incredulidad que la Economía supone en la gente de salida, lo que me revelaba el mosqueo que la gente manifestaba cuando les contaba el caso del hostal de al lado de mi casa es que, por contra, la gente es -de salida- de lo más crédula. O sea, que funciona según el criterio estúpido donde los haya de que si muchos ponen "algo" bien en Internet, es que debe ser bueno. Y así, a lo que parece, abunda la gente que se fía irracionalmente a la hora de decidir su forma de comportarse de la cantidad de "likes" en Facebook o de las estrellas de las opiniones de los productos que vende Amazon, etc.
Y, a lo que parece también, la credulidad de las gentes está creciendo inconteniblemente gracias a internet. Como ha advertido Nicholas Carr en su benemérito libro Superficiales. ¿Qué está haciendo internet con nuestras mentes, el uso de internet nos está haciendo más estúpidos, y no sólo porque nos distrae y nos impide pensar con disciplina y profundidad -que es la acusación que le hace Carr- sino también porque nos hace más crédulos, más propensos a dejarnos apabullar por las opiniones que se vierten en la red y aceptar la "regla" de que "si lo dicen muchos...pues será cierto", que es la regla que por cierto anida tras las fake news que están poniendo en riesgo las instituciones democráticas.
Cierto que la credulidad "va por barrios", como se suele decir. Y así es en los barrios donde viven las clases llamadas "populares" donde la credulidad campa sin freno. Es allí donde proliferan las casas de apuestas, los magos y videntes, los curanderos, parapsicólogos, prestamistas y demás aprovechados. Son también las clases populares las que sistemáticamente se dejan "tangar" en inversiones especulativas tipo Ponzi que prometen total seguridad y rendimientos elevados como la "inversión" en sellos, en "árboles", o en cualquier otro "negocio" de éxito asegurado porque lo dice mucha otra gente que -dice- ya ha puesto en él su dinero.
A veces me he preguntado si esa credulidad de las clases populares es innata o adquirida. No lo sé. Pero lo que está claro que esas clases "bajas" son siempre más crédulas que las "altas", aunque sólo sea por la sencilla razón de que muchos de los que componen las clases "altas" han llegado a ellas aprovechándose de la credulidad de los de abajo. O sea, persuadiéndoles de que les diesen "voluntariamente" su dinero, es decir, engañándolas y quitándoselo de manera más o menos legal.
No es por ello nada extraño que los miembros de estas clases "altas" estén de modo sistemático en contra de la intervención del Estado en la economía. Como es de esperar, los mayores defensores de la ideología neoliberal que exige que el estado no se meta en los asuntos económicos serán aquellos que sean más hábiles en "desplumar" a los demás. Y es que está claro las regulaciones del Estado protector pueden dificultar y hasta impedir que los miembros de estas clases "altas" hagan "negocios" con las crédulas clases "bajas" violando la sacrosanta libertad que tiene estas de elegir quién las puede engañar más y mejor. Para los neoliberales, la regla de comportamiento que debe regir en las interacciones económicas en los mercados viene expresada por la locución latina Caveat Emptor, que en traducción libre vendría a decir algo así como "allá te las compongas si me "compras" lo que te propongo o te vendo. Es tú problema".
Un Estado del bienestar, o sea, interventor en defensa de los ciudadanos, por definición no debería ser nada crédulo y debería proteger a los de abajo de su propia estupidez y credulidad. Debería ser, en suma, incrédulo y también laico, pues al igual que interviene en los mercados inmobiliarios de este mundo para proteger a los compradores frente a promotores aprovechados, debería también intervenir en el mercado inmobiliario del otro mundo, el celestial, en el que tanto abundan esos promotores sin escrúpulos que son las iglesias de las distintas religiones, expertas en vender en dinero de aquí terrenitos y urbanizaciones en el más allá.
El problema aparece cuando democráticamente , o sea, persuadiendo a "los de abajo" -que son muchos- a que les voten, la credulidad consustancial de estos catapulta a los neoliberales al poder. Entonces se convierte en un instrumento más que no obstaculiza sino amplifica la capacidad de "los de arriba" para aprovecharse a su favor de la credulidad de "los de abajo", que es lo que para mí está sucediendo con asustante asuididad en los últimos tiempos. Cada vez que oigo a tipos como Iván Espinosa de los Monteros, Raquel Monasterio o Esperanza Aguirre proclamar su fe en el credo neoliberal mientras son aplaudidos hasta que las manos se les ponen rojas por ancianos jubilados y "curritos" recuerdo el cuento aquél en que las gallinas encargan la protección del gallinero a un zorro.
Pero, dejémos de Política y vayamos a las políticas. ¿Qué nos puede decir la Economía a la hora de creernos o no las opiniones de los demás? Pues nos puede ofrecer varias reglas de actuación:
1ª) Un individuo racional no perderá tiempo y recursos manifestando una opinión favorable respecto a un producto que ha comprado en el mercado pues ello no le reportará ningún beneficio personal, e incluso si lo hace puede perjudicarle indirectamente en la medida que esta opinión pudiera hacer subir la demanda del producto y en consecuencia, su precio. En consecuencia, y como regla general, NO HA DE CREERSE NINGUNA INFORMACIÓN U OPINIÓN POSITIVA RESPECTO A NINGÚN PRODUCTO QUE SE VENDA EN EL MERCADO, pues esas informaciones u opiniones encomiásticas serán por lo general interesadas, es decir, fomentada y pagada por el propio vendedor.
Así, en el caso del hostal para mochileros, para mí estaba más que claro que los comentarios elogiosos de los "clientes" del lugar antes de que lo abriesen provenían sin ninguna duda de su entorno más cercano, de sus familiares y amigos que así les "echaban una manita".
Adicionalmente puede decirse que CUANTO MÁS LARGAS Y ARGUMENTADAS SEAN LAS OPINIONES POSITIVAS MENOS CREÍBLES SERÁN pues el mayor coste en que habrán incurrido los que las emitan señalará el mayor interés que tienen en que tengan efecto. Es decir, que la prolijidad y la extensión de una opinión favorable es una muestra del grado en que quien las emite comparte los mismos intereses (o sea, está "vendido") al productor o vendedor del producto elogiado.
Cierto que hay ocasiones en que estas opiniones positivas pueden ser creíbles. Es en los casos en los que quien las emite o bien ha recibido ha obtenido más de lo que esperaba por su dinero o bien, lo que es más frecuente, obtiene placer o bienestar narcisista por expresar sus opiniones o por aparecer como el "descubridor" de algún producto o lugar. Cierto sí. Pero en estos casos, las opiniones positivas tampoco son demasiado creíbles.
Se trata de las situaciones en que hay decenas (o hasta centenares) de opiniones favorables acerca de un libro o una película, como sucede por ejemplo en Amazon. Obviamente, no es razonable suponer que todos ellos tiene un interés directo y personal en que le vayan bien las cosas al autor, por lo que su opinión favorable podría presuponerse sincera o auténtica. Pero la lógica económica se mantiene: los que las emiten lo hacen porque los beneficios por hacerlo superan a los costes en que se incurre. Lo que significa que el valor informativo de esas opiniones, en cuanto a ser señales creíbles de la calidad del producto o del vendedor, ha de ser descontado o disminuido para dar cuenta de ese beneficio personal de tipo posicional que obtienen sus emisores de la opinión que emiten que se deriva no de la calidad del producto reseñado sino del valor que tienen para ellos el "aparecer en los papeles" como opinadores o de formar parte de un grupo mayoritario compartiendo las opiniones de la mayoría (obsérvese, a este respecto que siempre en estos casos en que hay muchos opinadores siempre siempre el 90-95% hacen críticas positivas. Una "unanimidad" estadísticamente sospechosa, pues saldría no de una "muestra" aleatoria de usuarios del producto sino de una "muestra" sesgada, que diría un estadístico, sesgada a favor del producto objeto de reseña). Pues bien, en la medida que no se puede saber cómo ese "beneficio" posicional distorsiona las opiniones aumentando su positividad, no se las debe hacer caso, como regla general, y el criterio expuesto se mantiene. No importa su nivel ni su número, las críticas positivas no son fiables.
2ª) Frente a la carencia de credibilidad de las opiniones positivas, las opiniones negativas son mucho más dignas de crédito. Esta asimetría responde al hecho de que quien obtiene lo que paga con su dinero, o sea, quien no ha sido engañado en una compra, no ha de considerarse beneficiado de forma especial por ello por el vendedor, y en consecuencia no se encuentra en deuda con él. Por contra, quien se ha visto engañado, quien ha obtenido menos por su dinero de lo que creía haber comprado, considera que se encuentra en una posición acreedora con respecto al vendedor, que éste le debe "algo" , que éste le ha de compensar. La venganza, en suma, tiene una justificación racional desde la Teoría de Juegos. Es la estrategia de Tit for Tat, de la bíblica Ley del Talión, del "toma y daca", de la que ya se ha hablado repetidas veces en estas páginas (véase por ejemplo, la siguiente entrada:
https://www.rankia.com/blog/oikonomia/559309-notas-para-economia-discriminacion).
La estrategia de "poner la otra mejilla" por contra, tan evangélica ella, es la que lógicamente defienden los defraudadores, pues nada les viene mejor a ellos que haya unos "primos" siempre dispuestos a ser "tangados".
Por supuesto que la forma de vengarse es acudir a la "justicia", pero ese es un procedimiento enormemente costoso, de modo que sólo será el camino seguido en casos que "merezca la pena", es decir, en casos donde el engaño haya sido tan gravoso que "meterse en juicio" compense.
Para los demás casos, en los que los costes de transacción de elegir la senda judicial no compense, la crítica negativa con el objetivo de perjudicar lo más posible al autor del fraude es la opción más eficiente. Dado que el coste de emitirlas es bajo, es previsible que sean posiblemente un poco exageradas, pero como regla general, puede establecerse que TODA OPINIÓN Y CRÍTICA NEGATIVA RESPECTO A CUALQUIER PRODUCTO QUE SE VENDA EN EL MERCADO ES CREÍBLE.
De nuevo y, a diferencia con lo que sucede en el caso de las críticas positivas, aquí se tiene que UNA CRÍTICA NEGATIVA SERÁ TANTO MÁS CREÍBLE Y FIABLE CONFORME MÁS LARGA Y ARGUMENTADA SEA pues el mayor coste en su elaboración refleja el mayor daño sufrido por su emisor.
Como en el caso anterior, habrá críticas negativas que respondan al interés de quien las emite no como forma de venganza sino para causar un daño intencionado y no merecido al vendedor, y que por ello no resultarían creíbles. Es, por ejemplo, el caso en que tales críticas se usan como forma de "guerra económica", o sea, como forma de competir.. Sería el caso, por ejemplo, en el que el dueño de un restaurante vierte opiniones negativas sobre otro para quitarle clientes y echarle del mercado.
De nuevo, en este caso, y dado que no hay forma de diferenciar a los compradores vengativos de los competidores destructivos, la regla sostendría que hay que fiarse de las críticas negativas en general, y dejar a los vendedores que se busque los mecanismos de defensa ante los desalmados competidores que emiten opiniones falaces sobre su productos. Pero, dado que en ello les van sus beneficios, es seguro que a la defensa ante esta forma de de competencia ilegal dedicarán los vendedores los suficientes recursos y esfuerzos como para mantener que las críticas negativas así manipuladas no serán la norma sino la excepción.
3ª) Son creíbles, por otro lado, las opiniones tanto positivas como negativas de quienes -como dice Nassim Taleb- se "juegan la piel" al emitirlas. Es decir, que corren algún tipo de riesgo por hacerlo. Por ejemplo, los críticos profesionales cuyos ingresos dependen de su capacidad de juzgar fielmente y consistentemente, de modo que arriesgan su reputación si se dejan sobornar. Es un caso similar a las críticas que proceden del entorno personal. Son fiables pues los que las emiten se juegan el reproche y la credibilidad en sus interacciones interpersonales.
Por contra, los denominados "influencers" no son en absoluto creíbles, si bien, como todo el mundo sabe que están vendidos a las marcas que publicitan, su capacidad de engaño es escasa pues a nadie engañan, o mejor, sólo engañan a los que quieren ser engañados.