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Me cuentan, me dicen, que no es nada infrecuente que algunas reuniones entre empresarios, altos directivos o "managers" acaben "ritualmente" de una forma ...digamos que especial: yéndose colectivamente de putas. De putas de lujo, por supuesto. No se si es verdad y, quizás esta sea sólo una "leyenda" urbana más (por cierto, ¿por qué se las llama urbanas y no rurales?¿será que los "urbanitas" de hoy somos tan propensos a los rumores como los eran los "rurales" de antaño? Y no deja de ser curioso, a este respecto, constatar la proliferación tan increíble que en esta época de abundancia informativa tienen toda suerte de rumores, como bien saben y sufren quienes se dedican a la "cosa" bursátil, de modo que se diría que más que habitar en esa pulcra, ilustrada, descreída y postmoderna sociedad de la información que tanto gusta a sociólogos y economistas perdidamente enamorados de las palabras información y red, vivimos en una sociedad tan propensa a los rumores como las "oscurantistas" sociedades medievales).

El caso es entonces que, realmente, en esta entrada no tengo realmente caso pues no hay que yo conozca ninguna constancia empírica de que exista siquiera el "hecho" del que se parte, o sea, la pretendida afición colectiva de los dirigentes empresariales de acabar sus encuentros en una casa de alterne de lujo. En consecuencia, para seguir, no me queda más remedio que acudir al "mantra" más utilizado por los economistas, el "mantra" del como sí. Es decir, vamos a razonar tomando esa "leyenda" como sí fuese cierta, y dedicarnos entonces a ver adonde nos lleva la indagación acerca de esa "supuesta" propensión, no particular, sino general. Y el primer alto en el camino, hemos de hacerlo ya al dar el primer paso. Y es, de salida, pararnos a pensar en el porqué se reunen esos dirigentes de empresas. Está muy de moda entre los economistas perdidamente enamorados de la palabras información y red, suponer o mejor imaginar que esas reuniones en último término son medios de comunicación, formas de difundir y compartir información respecto a cuestiones de interés común para quienes gestionan las empresas de un determinado sector. Esas reuniones generarían así unas economías externas que permitirían a todas las empresas rebajar costes, acceder a nuevas tecnologías y mercados, presionar a las autoridades, etc.


Sin duda que es perfectamente lógico suponer que cuando los empresarios de un sector se reunen es seguro que hablarán de aquello que tienen en común, o sea, de aquello que afecta a sus negocios, y claro está, al así hablar compartirán y difundirán nuevas informaciones valiosas para todos y cada uno de ellos. Cierto, sin duda alguna. Pero también, sin duda ninguna, que no se quedarán ahí, sino que intentarán compartir otro tipo de información: aquella que les permita llegar a acuerdos para controlar mejor el mercado. Y aquí, la descripción de lo que sucede en ese tipo de reuniones hecha por Adam Smith hace más de 225 años sigue siendo precisa e insuperable. Dice Smith: "Los individuos propietarios de empresas de un mismo sector de la economía frecuentemente se reunen para convivir y divertirse, pero frecuentemente las conversaciones terminan estableciendo alguna forma para conspirar contra el consumidor y establecer algún forma de subir los precios”.

Pero para conspirar contra los consumidores y poder llevar los precios al alza, para llegar por tanto a un acuerdo colusivo, es necesario que los que lo "suscriban" estén dispuestos a mantenerlo y respetarlo, pues es característico de ese tipo de conspiraciones (a las que suele dársele el nombre de cárteles) que sean inestables ya que cada uno de los que suscriben el acuerdo tiene todo el incentivo en no cumplirlo sobre todo si los demás lo cumplen y se atienen al mismo. Dicho con otras palabras, una vez "firmado" el acuerdo para repartirse el mercado, fijar precios, disminuir el output, etc., cada dirigente empresarial tiene incentivos en violarlo, en engañar a los demás, pues al así hacerlo cada uno se beneficia del candor de los otros. El resultado final es que la vida de los acuerdos de cartel es muy corta pues la promesa de mantenerlo por parte de cada uno de quienes los suscriben es "de boquilla". Obviamente, dado que este tipo de acuerdos no pueden ser sino implícitos ya que se trata de acuerdos ilegales, no hay manera de acudir a una institución externa que vigile por su cumplimiento e imponga multas a quienes lo infrinjan. Y de ahí la dificultad de que se mantengan a menos que los que los suscriben encuentren algún mecanismo vinculante que selle el compromiso a respetarlo. Resulta curioso a este respecto que, en los viejos libros de texto de Microeconomía, los acuerdos implícitos oligopolísticos recibieran la denominación de "gentlemen's agreements", acuerdos entre caballeros, quizás reflejando o sugiriendo que, en otras épocas, la palabra dada por un "caballero" de la industria era, como la palabra de los caballeros a secas, suficiente como garantía de compromiso (¡Oh! ¡Adónde habrá ido la caballerosidad de otros tiempos! ¿Acaso se hundió con el Titanic?). Hoy, en los libros de texto modernos de Organización Industrial, ya ni siquiera aparece la misma noción de "gentleman`s agreement", y en su lugar, cada vez se dedica mayor espacio a considerar los difíciles problemas que los que pactan acuerdos para manipular los mercados enfrentan a la hora de sostener los compromisos que asumen.

Una de las soluciones a este problema del compromiso más originales e inteligentes fue la que dio el hoy Premio Nobel de Economía, Thomas C.Schelling, en su obra ya clásica de 1960, La Estrategia del Conflicto. Allí planteaba el -llamemos que- "curioso" dilema al que se enfrentaba un secuestrador que se arrepiente de su acción y se plantea acabar con su "negocio" y liberar a su rehén. Su problema es que si lo libera puede estar seguro de que éste, una vez libre, tendrá el claro incentivo a denunciarlo a la policía. Obviamente, el rehén jurará y perjurará que no lo hará, que por nada del mudo le denunciará; pero, es obvio también, que para el secuestrador esas promesas de mantener la boca cerrada no son creíbles: el raptor sabe que una vez en la calle, nada impide que el secuestrado no haga honor a sus promesas, ni siquiera su honor, su palabra dada, pues las promesas que hizo fueron hechas bajo coacción, por lo que no son vinculantes. Para el secuestrado, no cumplir su palabra no es pues ningún desdoro. Obviamente el problema al que hacen frente secuestrador y secuestrado es también un problema de compromiso: el problema de asegurar que el secuestrado se comprometa a no denunciar a su secuestrador. A este dilema Schelling le encontró la siguiente solución: "No siempre es fácil hacer una promesa convincente y que sea verdaderamente vinculante. Tanto el raptor, que querría liberar a su prisionero, como el prisionero mismo, pueden buscar desesperadamente, sin encontrarla , una forma de que este último se comprometa a no dar ninguna información sobre el que le capturó. Si la víctima ha cometido un acto cuya revelación puede ser aprovechada para un chantaje, puede confesarlo; si no, puede cometer uno en presencia de su raptor para crear así el vínculo que asegure su silencio"(pag.60). Es decir, el compromiso del secuestrado de no irse de la lengua requiere para ser convincente que vaya asociado a algún acto lo suficientemente deshonesto como para servirle al secuestrador como chantaje.


Y, entonces, se me ocurre que quizás pudiera interpretarse el supuesto "hecho" de irse de putas de lujo por parte de los empresarios tras una reunión de la que surge un acuerdo oligopolístico como un "acto" de alguna manera deshonesto o vergonzante que pone a todos y cada uno en manos de los otros de modo que actúe como un vinculante sello de compromiso. Ya se que es un "argumento" rebuscado. Sólo confío en que se le pueda aplicar aquella famosa sentencia: si non e vero, e ben trovatto.
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  1. #2
    Anonimo
    01/05/09 23:21

    Los economistas diréis lo que queráis y quizá el mercado sea la mejor forma de optimizar los recursos (aunque lo dudo) pero que el mercado dejado a su libre arbitrio genera monopolio es algo que no he dejado de ver a lo largo de mi ya no tan corta existencia.

    La prueba del nueve es que los estados tengan que dictar leyes antimonopilistas.

    Y ahora permíteme que argumente a favor de la racionalidad de esas almas de dios, de esos benditos seres integrantes de cualquier asamblea de jerifaltes detentadores de un poder oligopolístico. Como pudieran ser los tres mandamases de las tres empresas (una rusa, una canadiense y otra estadounidense) que controlan el mercado mundial de los abonos fosfóricos y potásicos (el nitrógeno es caso aparte) que cuando el precio de los cereales se dobló a nivel mundial, las tres al unísono decidieron triplicar sus precios. ¿Necesitaron irse de putas de lujo o comerse a un niño crudo para sellar el acuerdo que a cualquiera nos parece evidente que hubo? Pensemos que, quizá, por haber llegado a ese puestazo sean ya unos ancianos venerables y muy avisados.

    Ya sé que en el mundo no hay un gobierno que pueda dictar una ley antimonopolio a nivel mundial; pero razonemos como si lo hubiere.

    Y a ese supuesto gobierno los ancianos le dirían: pero ¿Qué queréis que hagamos, que compitamos entre nosotros? Ved que si realmente lo hiciéramos, y la competencia fuera del estilo feroz que bien conocemos pues nos ha traído hasta aquí, solo una de las tres empresas sobreviviría. Lo cual sería una terrible inconveniencia para todos; para el estado que se vería frente a una única empresa monopolista contra la que debería actuar por ley dividiéndola, para las empresas que desaparecieran (como es obvio) y también para la empresa vencedora que habría incurrido en el delito gravísimo de ser única y sería controlada y fiscalizada por el gobierno. ¿No será mejor dejarlo como está? Juguemos al juego de las apariencias, hagamos que parezca que competimos, guardemos las formas, seamos inteligentes. Y los ancianos sellarán sus acuerdos sabiendo que el estado estará silbando mirando para otro lado, si el estado es racional.

    ¿Es posible una economía ecologista? Y no me refiero a una economía que contemple la escasez de los recursos del planeta, que también, sino a una economía que contemple las actividades económicas como relaciones predador presa, ocupación de nichos ecológicos etc; es decir, lo que empezó siendo la ciencia ecológica. Si fuera posible, veríamos que quizá en mercados nacientes y en algunos casos raros, la libre competencia de las empresas es como la describe la teoría económica. Pero en los mercados viejos y necesarios los nichos ecológicos están muy ocupados y la competencia entre las empresas es lo que menos importa, de lo que se trata es de asegurar la parte de pastel de la presa. Me explico. Si algún periodista disidente acusara a los ancianos de haberse puesto de acuerdo y por tanto haber infringido la ley; le contestarían: “En absoluto, lo que ocurre es que los tres somos gente muy avisada y sabemos de qué va la cosa. – miraría con una sonrisa compasiva al periodista y seguiría – competimos entre nosotros, ¡por supuesto! Pero sobre todo competimos con otros sectores, con otros predadores. Hemos conseguido durante decenios de ardua lucha ocupar el 23% de los costes de producción de los agricultores y no vamos a ceder sin más nuestras posiciones frente al sector de los sulfatos,de las semillas o, peor aún, frente al beneficio del agricultor.

    Y mentiría con absoluto descaro, con la cara de bendito jugador de poker que se sabe impune pues a sus fechorías las bendice la Ley del Mercado.

  2. #1
    Anonimo
    14/04/09 20:30

    Querido Fernando
    Igual es cierto. Vaya usted a saber!
    Pero he visto formas menos lúdicas de asegurar la estabilidad de los acuerdos colusivos. Y funcionan. Pas mal! que dicen por acá. Lo de Gentlemen, es puramente nominal.
    Salud y República compañero.
    Paco (14.4.2009)