Hay, no obstante, otra manera en que el Estado se comporta, desde una perspectiva económica, realmente igual que un gamberro infantil. Tal cosa ocurre cuando usando de su discrecional capacidad legislativa y de control establece o fija las condiciones para usar de los bienes económicos. En efecto, si se fija uno bien, resulta evidente que las alteraciones en las regulaciones que establecen el tipo y cualidades de los bienes o las condiciones del uso que los individuos pueden hacer de sus bienes y servicios son absolutamente equivalentes a la pedrada que destroza la luna del panadero. Cuando dentro de unos meses desaparezcan por imperativo gubernativo las emisiones de televisión analógica ello será equivalente a una lluvia de pedradas sobre los televisores analógicos que hay en los hogares. No estarán rotos pero dejarán de servir como televisores. De la misma forma, el continuado cambio en las normas que afectan a ascensores, calentadores de gas, red eléctrica, vehículos, etc., etc., no son sino "pedradas" que rompen o devalúan los bienes que, previamente, les servían a sus propietarios a su satisfacción y que, de golpe, aún pudiendo ya no está permitido que lo hagan, en nombre eso sí de una mejora en la "seguridad" cuyo valor económico nunca nadie ha evaluado si es mayor que su coste y que, en cualquier caso, y dado que se impone coactivamente obliga con total certeza a que muchos individuos se vean obligados a hacer unos gastos en ella que no estimaban necesarios, igualito, igualito, que nuestro desafortunado panadero, unos gastos que ya no se pueden hacer en otras cosas, en otros bienes y servicios. En resumen que, desde el punto de vista liberal, los gastos públicos no tienen efectividad económica en la medida que sólo sustituyen a los gastos que haría el sector privado, y son en la mayor parte de casos menos eficientes.
Pero siempre que me he tropezado con esta "falacia de la ventana rota" hay algo de carácter meramente lingüístico que me ha llamado la atención, y que tiene su importancia. Se trata de la no existencia de concordancia verbal en la argumentación. Ausencia de concordancia entre los tiempos verbales que ya está en el ensayo original de Bastiat. Así cuando señala que frente a "lo que se ve", o sea, el gasto en cristaleros por seis francos a consecuencia de la pedrada, está "lo que no se ve", dice textualmente: "No se ve que si él no hubiera tenido que reemplazar el cristal, habría reemplazado, por ejemplo, sus gastados zapatos o habría añadido un nuevo libro a su biblioteca. O sea, hubiera hecho de esos seis francos un uso que no efectuará". Y claro que no se ve ese gasto en zapatos, traje o libro, pero no por otra cosa sino por la sencilla razón de que no puede verse, de modo que si hay alguien que sí que lo ve, pues malo, malo: es que está sufriendo de alucinaciones. En efecto, obsérvese el uso de los tiempos verbales que hace Bastiat (y Hazlitt y cualquier economista liberal): el panadero se gasta (presente de indicativo) su dinero en reparar su luna rota. Bien, eso es lo que todo el mundo ve, y entonces Bastiat (y Hazlitt y los demás) dice que la gente sufre una ilusión y no ve algo: el gasto que en el futuro podría (potencial o condicional) hacer el panadero en zapatos, en libros o en lo que fuere. Pero ¿no está más que claro que hay una diferencia radical entre un gastarse realmente y un podría gastarse en un futuro? Los que sufren la ilusión y la alucinación son Bastiat y compañía que ven lo que no se puede ver por las personas normales (o sea, todas salvo ellos y los adivinos y videntes) . Obsérvese, adicionalmente, el tipo de bienes que en la historia de Bastiat aparecen, pues ello también tiene su importancia para la argumentación. El cristal de la panadería es para un panadero un bien necesario a cuya sustitución ha de dedicarse con presteza, con seguridad un bien mucho más necesario por razones de urgencia que unos zapatos nuevos (pues todavía puede tirarse un tiempo con los viejos) o la compra de un nuevo traje (que también puede esperar) o la adquisición de un libro (que es decididamente un artículo de lujo para los panaderos).
Fue Keynes quien de modo directo señaló la falacia de esta primera "falacia de la ventana rota". El futuro es impredecible, de modo que el atesoramiento hoy se traduce en una caída de la demanda efectiva y del empleo hoy, y nada ni nadie puede garantizar que ese atesoramiento se convertirá en gasto real (ya sea en bienes de consumo o de inversión) mañana. En caso de que haya subocupación de recursos por estar inmersos en una depresión económica, el recursos a las pedradas no es inútil en términos de generación de demanda efectiva. Habría pues un "efecto ventana rota" no una "falacia de la ventana rota". La aplicación práctica de lo anterior para el caso de la economía española hoy sumida en una recesión cuyo fondo nadie (excepto los economistas gubernamentales) hoy lo ve, es que Don Miguel Sebastián, nuestro ingenioso y posmoderno Ministro de Industria y otros asuntillos, puede hacer más en favor de la economía española que llamar al nacionalismo económico. Puede ponerse en traje de faena, enamorado de la moda juvenil como se dice que lo está, y empezar a "pedradas" con nuestros vehículos, ascensores, calentadores, camas y colchones, y qué se yo. Basta con que en cada caso endurezca administrativamente su regulación, por supuesto que bienintencionadamente, en defensa siempre de nuestros intereses, incluso de aquellos que de tan recónditos que son ni siquiera conocemos. Como se trata de bienes necesarios el "efecto ventana rota" expansivo de unas regulaciones más estrictas sobre la producción sería muy rápido.
Pero antes se dijo que en este asunto había dos falacias. Así que queda la segunda que es la de si se incurre aquí en la falacia de la composición, aquella asociada en muchos casos a los procesos de agregación. Se cae en esta falacia cuando se presupone sin más que lo que sucede en uno o unos pocos casos es generalizable al conjunto. En lo que aquí respecta, si en situación de desempleo romper una ventana genera demanda efectiva y más empleo hoy, romper dos, sería aún mejor, y, ya puestos, ¿por qué no cuatro o cinco o...? Dicho con otras palabras, ¿tendría un efecto expansivo una política económica orientada a realizar actividades destructivas? Parece absurdo y lo es que pueda pensarse en la destrucción de recursos económicos como política para salir de una depresión económico. Sin embargo, no hay que olvidar que la salida definitiva de la Gran Depresión de la década de 1930 sólo sucedió cuando la entrada en guerra de los EE.UU., y la guerra es la actividad destructiva por antonomasia, obligó no sólo a movilizar a millones de trabajadores en paro como soldados, muchos de los cuales fueron víctimas de los combates, sino a dedicar buena parte del aparato productivo a hacer armas, es decir, a "hacer piedras" . Y sí, siempre cabe "pensar" en la extinción física de los parados como última solución al problema del desempleo, basta para ello con considerar a los trabajadores como cosas, como ventanas..