A la vuelta de las vacaciones me encuentro en el buzón con una inesperada y nada grata sorpresa: una notificación de multa por parte de la DGT. Viene acompañada por la prueba fotográfica del "delito"...por lo que no hay nada que hacer salvo aceptarla y pagarla. Aceptarla, sí, y -si yo fuese un ciudadano comme il faut, que no lo soy- si no con gusto, sí de buen grado, y, muy recomendablemente, acompañando el pago con el correspondiente acto de sincera contrición(1) y el adecuado propósito de enmienda, para que así todo el trámite burocrático tenga el mismo poder de perdón que tenía la confesión de los pecados en mis tiempos de fe religiosa. A fin de cuentas una multa no es sino el castigo merecido por la infracción-pecado contra un código tan moral en último término como el de Moisés: el Código de Circulación, uno más de los muchos códigos y leyes que regulan los comportamientos de las gentes y sin los cuales, como es bien sabido y repetido, las sociedades no podrían funcionar armoniosamente. ¿Acaso no resulta más que evidente que si cada cual condujera por esas carreteras de la DGT como le pluguiese, no tendríamos sino el caos circulatorio con sus imaginables y nada deseables consecuencias?
Los economistas saben que todos esos códigos y regulaciones de carácter institucional (leyes, normas) no son sino uno de los mecanismos que las sociedades usan para conformar o coordinar los comportamientos de las gentes con vistas a la consecución de algún objetivo que la sociedad considera valioso, ya porque así se determina democráticamente ya porque así lo hace de modo oligárquico algún grupo de "expertos" (como hoy es cada vez más lo habitual en nuestras modernas sociedades democráticas). Cambiar esas leyes o regulaciones, enfrentarse a ellas, requiere entonces que algún grupo de individuos logre formar una mayoría alternativa o encuentre a algún grupo de expertos que sea capaz de vencer al anterior en las justas académicas o científicas.
Pero, como ya se ha dicho, las reglamentaciones formales o institucionales no son las únicas "trabas" que regulan los comportamientos individuales. Están también todo el informe conjunto de las reglamentaciones no institucionales o informales: los hábitos sociales y las tradiciones que también prescriben comportamientos a los individuos y "castigan" su no cumplimiento. Son regulaciones que realmente no proceden de nadie: no se puede identificar a sus autores y su origen se pierde en muchos casos en un indefinido pasado. Enfrentarse a los modos tradicionales y regulaciones sociales no es por ello tampoco fácil, pues al no proceder directamente de nadie a nadie uno se puede enfrentar, es por eso por lo que los cambios culturales suelen ser lentos y uno sólo se da cuenta de que se ha producido el cambio comparando los hábitos de un momento con los del pasado.
Ahora bien, junto a los códigos formales e informales que regulan los comportamientos individuales en aras de un objetivo común o general está un tercer mecanismo o sistema que también coordina los comportamientos individuales para conseguir resultados colectivos, pero que, a diferencia de los otros, no prescribe lo que tienen que hacer los individuos sino que les deja en libertad para comportarse según les plazca. Se trata de los mercados.
Los mercados se caracterizan por algo muy especial y es que, si son de un determinado tipo, si son perfectamente competitivos, entonces la coordinación que consiguen es si se les deja sueltos óptima, de modo que lo más adecuado desde el punto de vista colectivo es dejar que los individuos vayan cada uno a la suya, que se comporten como les venga en gana pues al así hacerlo, al perseguir cada uno lo que crea que más le interesa a él, entonces casi por arte de magia, gracias a una suerte de mano invisible, los comportamientos aislados de los individuos se ven coordinados y resulta de modo natural, sin multas, castigos, ni órdenes, el objetivo perseguido colectivamente, que es la eficiencia en la asignación de recursos.
Siempre ha sido un problema el definir cuál debía ser el ámbito relativo de cada uno de estos tres sistemas o mecanismos sociales a la hora de generar el marco institucional o constitucional más adecuado para una sociedad. Hay, claramente, situaciones donde, pese a todas sus ventajas teóricas, el uso del mercado es inviable por ser demasiado costoso y resultar más barato recurrir a un sistema de normas a la hora de determinar el uso de los recursos porque no están definidos los derechos de propiedad o los costes de transacción o negociación son muy elevados.
Tal cosa sucede, por ejemplo, en la regulación de la circulación de vehículos. Cabe imaginar una situación en la que en cada cruce los conductores negociasen entre sí y con los peatones a la hora de establecer quien pasa primero "comprando" al Estado el derecho a hacerlo, pero tal forma de proceder sería una obvia mala asignación de recursos. Pero, al margen de estas situaciones donde el uso de los mercados como mecanismo de coordinación no es muy aconsejable, las trabas a su uso frente a los sistemas basados en las normas han sido la norma histórica hasta el siglo XVIII a veces no sustentadas más que en una apreciación incorrecta de su mecánica de actuación. Antes de Adam Smith(2) se suponía que el ámbito de los comportamientos humanos en manos de los mercados debía restringirse y controlarse muy de cerca, pues se suponía que si se dejaba libres a los individuos en los mercados, la lógica conducía a la conclusión de que cuando cada cual fuese a la suya el caos estaba garantizado pues la esencia humana era pecaminosa per se desde el infausto día del Pecado Original. De ahí las leyes contra la usura, la regulación del precio justo por parte de los escolásticos medievales, y las intervenciones en los mercados por pate de la autoridad civil y eclesiástica en tiempos del Antiguo Régimen. Tras la obra revolucionaria de Smith, el ámbito del mercado se ha ido expandiendo en la medida que él y sus continuadores han demostrado que en los mercados si cada cual actúa persiguiendo su propio interés el resultado no es necesariamente el caos sino que es de los más normal como se comprueba cotidianamente un orden más o menos deseable. Algunos, como los neoliberales extremos o anarcocapitalistas, pretenden que nada obstruya el uso del mercado como institución o mecanismo social regulador minimizando en consecuencia el papel del resto de mecanismos pues la sociedad, en último término, no existe, como se cuenta que decía una ultraliberal como Margaret Thatcher. Pero fuera de este grupo minoritario, la mayoría admite que si el objetivo social a perseguir por una sociedad no sólo es la eficiencia en la asignación de recursos sino que también ha de buscarse la belleza, la justicia social o distributiva, el crecimiento ecolologicamente sostenible o la felicidad, hay que regular a los mercados. Adicionalmente sabemos que incluso en su materia propia, la consecución de una asignación eficiente de los recursos, el mercado falla muchas veces por lo que también es necesario regularlo.
Un ejemplo sangriento de esta necesidad de sistemas regulatorios del comportamiento individual en los mercados lo ofreció este verano pasado el diputado brasileño Wallace Souza, quien, a lo que parece, pagaba a sicarios para que cometiesen asesinatos a sueldo para poder filmarlos en exclusiva para su propio programa de televisión. Respondía así (beneficiándose de ello, obviamente) a la demanda aparentemente insaciable por la carnaza que los seres humanos parecen tener y que los medios de comunicación modernos parecen estimular aún más. Obviamente, aquí, el "ir cada uno a la suya" persiguiendo sus propios intereses no se traducía en un incremento del bienestar colectivo.
Pero sin necesidad de buscar ejemplos tan sangrantes, la realidad económica abunda en situaciones donde la necesidad de regulación y control del comportamiento individual en los mercados parece más que evidente. Quizás el caso más reseñable lo ha sido en los últimos tiempos por su relevancia se encuentra en los mercados financieros norteamericanos. Según se dice, ha sido la ausencia de regulación y control de los participantes en estos mercados, consecuencia de las medidas liberalizadoras tomadas por los sucesivos gobiernos norteamericanos a partir de la presidencia de Ronald Reagan, lo que ha causado la crisis que ha sacudido a las economías en los últimos meses. Simplemente, lo que parece haber ocurrido es que, al igual en cierto modo que lo que hacía Wallace Souza, los operadores financieros han creado pseudoactivos financieros para responder a la necesidad que han tenido y tienen los prestamistas que desde hace más de 20 años están financiando el continuo deficit por cuenta corriente de la economía norteamericana de encontrar títulos donde "colocar" tangiblemente sus derechos a cobrar.
Ahora bien, llegados aquí es necesario darse cuenta de una idea que con demasiada frecuencia suele subyacer a los intentos de regular cualquier sistema que se comporta defectuosamente en una situación, ya sea el financiero o el de tráfico, y es la platónica idea de que existe un diseño ideal del sistema regulatorio que permitiría cumplir plenamente sus objetivos de coordinación con vistas a un objetivo. Es decir, la idea de que existe un marco regulatorio ideal tal que, si es aceptado por todos quienes bajo él participan, se satisfarán los objetivos que con él se buscaban; o, dicho de otra manera, que existe un sistema regulatorio óptimo que dará los mejores resultado si se consigue "eliminar" o desincentivar a los "perturbadores" o "saboteadores" del mismo. Por ejemplo, en el caso de la regulación del tráfico, la idea que subyace al Código de Circulación es que éste es óptimo y conseguiría plenamente el objetivo social de garantizar la movilidad espacial sin costes en vidas humanas si se aplica con suficiente rigor desincentivando a "perturbadores" como lo he sido yo.
Pues bien, en el mismo momento en que me dirigía a pagar el justo castigo al que me había hecho merecedor por haber sido un "perturbador" del sistema del tráfico según se seguía de la aplicación del Código de Circulación vigente, se me vino a la mente un viejísimo articulo que había leído hacía más de 20 años y que se oponía de modo frontal a esa idea subyacente de que todos los sistemas sociales pueden, en último término, ser gobernables si se da con el adecuado diseño regulatorio y se aplica con el suficiente rigor.
Esa idea es correcta y adecuada para los sistemas más simples y mecánicos (por ejemplo, el sistema que forma el mecanismo de un reloj) y a ello se dedican los ingenieros: a diseñar de modo óptimo este tipo de sistemas; pero se trata de una idea en absoluto aplicable para los sistemas complejos e hipercomplejos que se caracterizan porque la existencia en ellos de procesos de realimentación no lineales y de autoorganización. Para este tipo de sistemas, como son por ejemplo el sistema financiero o el del tráfico en las grandes ciudades, la pretensión de eliminar las fluctuaciones, las crisis, el desorden, las perturbaciones, mediante un diseño más eficaz del sistema regulatorio o la "eliminación" de los perturbadores es una vana ilusión pues esas fluctuaciones o perturbaciones son consustanciales con la dinámica de esos sistemas hipercríticos, caóticos o hipercomplejos en la que las partes constitutivas responden y se ajustan no linealmente a los cambios en otras partes de modo que los resultados finales pueden ser muy distintos a los esperados. En este tipo de sistemas, que se caracterizan por la generación y uso de flujos informacionales y energéticos crecientes que se retroalimentan, resulta del todo inevitable la presencia de turbulencias incontrolables (crisis) generadas con independencia de la conducta de los elementos aislados que los componen. El intento de perfeccionar los mecanismos de control agregará nuevos flujos de información al sistema, aumentando así su complejidad,y por ello mismo su carácter caótico, no determinista, y su propensión a las fluctuaciones imprevisibles.
El ensayo del que me acordé mientras iba a pagar la multa se titulaba "Lo ingobernable. Notas desde la chancillería" y había sido escrito por Hans Magnus Enzensberger en 1982. En él, Enzensberger hace la descripción más llamativa y certera de algunas de las consecuencias sociales y políticas que resultan de la consideración de los sistemas políticos, económicos y sociales en general, desde el moderno punto de vista de la complejidad. Dado que el libro(3) donde aparece este ensayo creo que ya está descatalogado, me cansaré un poco transcribiendo largos extractos del mismo (cambiando a veces ligeramente la traducción cuando me parece que así se acerca mejor a la versión original) porque creo que, pese a los años transcurridos desde su aparición, sigue teniendo la misma chispa que me sedujo antaño.
El ensayo está escrito de forma no académica, como las anotaciones que en su diario hace el secretario del canciller de la República Federal alemana (recuérdese que está escrito antes de la caída del Muro de Berlín) narrando la impaciencia y desazón que aquejan al canciller ante el hecho de que sus políticas o no consiguen los objetivos deseados o, si lo hacen, se diría que lo hacen por mero azar por caminos no previstos o no deseados. El canciller, buscando una respuesta a sus inquietudes, se entrevista en presencia de su secretario con un tal Profesor Schach, experto en Teoría de Sistemas del Max Plank Institut al que cuenta sus cuitas.
Habla el canciller:"-...¿por qué en política resulta inalcanzable todo objetivo digno de mención?, o bien, en cuanto se está cerca de él, ¿por qué se transforma hasta quedar irreconocible?...
-Pero, señor canciller, ¿qué quiere decir con eso? Sus éxitos ....
-¡No me hable de mis éxitos! Sé que se me adjudican, pero aquí entre nosotros...Por decirlo así, nunca se logra lo deseado..
-¡Causas sistemáticas!(responde Schach)...En todo sistema lo suficientemente rico se presentan turbulencias incontroladas, y eso independientemente de la conducta de los elementos aislados. Y eso es simplemente un problema de complejidad, que aumenta de manera discontinua con el crecimiento metabólico, es decir, con el incremento del flujo energético e informativo...Bajo este punto de vista, diferenciamos entre sistemas subcríticos, críticos e hipercríticos; y usted, señor canciller, opera precisamente en un sistema hipercrítico; eso es todo...Mientras no haya comprendido las propiedades de los sistemas hipercríticos...adjudicará naturalmente las turbulencias que se presentan a la primera variable perturbadora que se le ocurra, y en su caso esto conduce fundamentalmente a sus adversarios. Buscará, pues, cabezas de turco, idiotas, saboteadores, tratará entonces de perfeccionar sus mecanismos de control, de eliminar a los perturbadores, no importa del tipo que sean...Resultado: un caos todavía mayor. De ahí deducirá que sus medidas no han sido lo suficientemente profundas, y redoblará sus esfuerzos....Pero al actuar así ¡usted pierde de vista la situación! Se comporta como si el mundo, la sociedad alemana,... el sistema en general como si no estuviese lo suficientemente desarrollado. Le parece pues que algo falla: la teoría apropiada, la dirección justa, los datos para planificar. De modo que lo que ocurre es la consecuencia de que el todo fuese todavía irracional, no lo suficientemente avanzado.... ¡Típico error! Típico desconocimiento de las propiedades estructurales de los sistemas hipercomplejos...
(Al así proceder, el canciller no estaría haciendo nada raro sino respondiendo al modo de ver las cosas fruto de los modelos dominantes de comportamiento y desarrollo)
...esos modelos de desarrollo (sigue Schach), con su optimismo estereotipado, que se han impuesto en la ciencia desde hace más de cien años; y según los cuales, primero hay que implantar algún tipo de principio, alcanzar algún estado de cosas 'x', llámelo industrialización, investigación pura, victoria en la lucha de clases, democracia, erradicación de la pobreza, control de la natalidad, Estado Social,...y sólo entonces, una vez logrado esto, habrá claridad, será posible la planificación, las variables perturbadoras desaparecerán, o serán reducidas a un grado que no tendrá porqué ser tenido en cuenta. Resultado: un mundo gobernable...Más, por desgracia, hemos podido comprobar que las circunstancias de un sistema son tanto menos dominables cuanto más alto sea el grado de desarrollo del mismo. Ejemplos: el sistema nervioso central, la economía de planificación, la teoría de Godel en la matemática, los partidos mayoritarios en política interior, los lugares de aparcamiento en las grandes ciudades. Por doquier lo mismo....
Tomando como ejemplo el síndrome del aparcamiento, le demostraré lo que quizás sea para usted la conclusión más importante. Con respecto a todos los sistemas hipercomplejos surge la pregunta de que qué es aquello que los mantiene en vida; y aquí 'vida', como es natural, en sentido metafórico , es decir: ¿qué impide su desmoronamiento?....Pues bien la respuesta es muy simple. Precisamente a causa de aquellas perturbaciones que a ustedes tanto les irritan y tanto les gustaría poder eliminar...El sistema de tráfico de una gran ciudad es un caso claro de hipercomplejidad ...Se cumplen todos los requisitos: el predominio de los procesos puramente estocásticos, el enorme metabolismo, la tupida ramificación, la imposibilidad de predecir partiendo de un número cualquiera de muchas situaciones pasadas, digamos 'n', una situación futura, 'n+1'. Se intentará entonces ejercer el control sobre ese sistema indeterminado mediante ordenanzas , señales de tráfico, agentes y multas. Se trata de lograr una reglamentación perfecta con el empleo de semáforos, cámaras de televisión y ordenadores. No necesito decirle cuál es el más que conocido resultado...
-Pese a todo -apunté- el conjunto se mueve todavía.
-Sí, pero, ¿por qué? Porque aquellos que intervienen en el tránsito no se atienen a las reglamentaciones. La estricta observancia del código de circulación sería el fin de la circulación. En todas las grandes ciudades germano-occidentales , de un 55 a un 60% de todos los casos de aparcamiento o parada de un vehículo son ilegales. La regla sólo puede ser mantenida al precio de su infracción continua. La anarquía evita el caos. Y si esto reza para la conducción de vehículos, puedo imaginarme entonces muy vívidamente cómo será en el caso de la política. No, señor canciller, en verdad que no es usted alguien a quien envidiar.
-Pero si lo que usted afirma se piensa hasta en sus últimas consecuencias..
-¿Si?
-Pues eso significa que son precisamente los que engañan al fisco, los que perpetran un abuso de confianza con sus abultadas dietas, los pícaros, en fin, los que nos salvan de la bancarrota estatal.
-Podría decirse de ese modo. Sí.
-La desobediencia, las borracheras, la deserción, todo eso garantiza el buen funcionamiento del ejército federal.
-Exactamente.
-La gandulería, el trabajo ilegal, los sobornos, el contrabando, la corrupción...
-Ciertamente. Más permítame apuntar que su exposición de los hechos es realmente unilateral. Su lista podría ser fácilmente ampliada con modos de actuar contra los que ni siquiera usted tendría algo que objetar: improvisación, mercado, flexibilidad. Piense en el funcionario que para resolver un caso de urgencia, opta por prescindir de los trámites reglamentarios...
(Y Schack continua)... En un sistema tal (hipercomplejo) no puede haber simplemente ningún plan, ninguna estrategia ni ningún programa lo suficientemente inteligente como para evitar aunque sólo sean las catástrofes, cuanto menos posibilitar una evolución hacia algo superior. las propuestas de soluciones son aquí tanto menos aplicables cuanto más universal sea la pretensión que las sustenta. cuanto más amplia y centralizad sea la dirección, más inestable será el todo.
(En ese momento irrumpe el secretario)- ¡Pero no faltaría más que esto: ver justificadas científicamente la criminalidad económica y la corrupción! Cualidades tan obsoletas como el sentido de la responsabilidad, el cumplimiento del deber, y la solidaridad no son compatibles, evidentemente, con sus sistemas hipercomplejos, por no hablar ya de una planificación nacional., el pensamiento a largo plazo y las actuaciones teóricamente fundamentadas en pro de los intereses globales sociales.
(A esto, Schach responde que un sistema hipercomplejo no es imaginable)
..."sin disidentes, sin herejes, sin escépticos, sin renegados y sin gentes que discrepen". (Además de que) "no hay que dar contenido moral a los problemas objetivos como hacen siempre las instancias centrales". El caos lo definen precisamente, quienes definen lo que debe de ser el orden dentro de un sistema es decir quienes pretenden controlarlo.
Ni qué decir tiene que esta perspectiva de la complejidad sistémica ofrece un punto de vista muy distinto al habitual. Cuando nos damos cuenta que la estricta observancia del Código de Circulación en las ciudades llevaría a la parálisis del tráfico, que la estricta observancia del procedimiento policial y judicial no permitiría tener soplones ni confesiones y por tanto disminuiría la eficacia del sistema policiaco-judicial-penal, que en general la estricta observancia de cualquier reglamentación de diseño óptimo es ineficiente y absurda, todo ello nos obliga a pensar de modo muy distinto a la hora de asignar culpabilidades ante las fluctuaciones, catástrofes y crisis y a la hora de plantear soluciones simplistas del tipo "más mecanismos de control" como formas de enfrentarlas. Aunque, precisamente, sea eso lo que nos pide el "cerebro".
En efecto, acostumbrado como lo está a razonar siguiendo esquemas lineales del tipo más simple causa-efecto, la reacción aparentemente lógica ante cualquier problema de comportamiento defectuoso en un sistema es indagar por cuáles de sus partes se han comportado de forma no óptima. Ése, sin duda, es el procedimiento adecuado cuando se estropea la lavadora o el coche, pero dista de serlo cuando lo que se ha estropeado es el sistema financiero. En este caso, buscar ante un efecto, por ejemplo, una crisis financiera, una causa o culpable claro y obvio que no se habría comportado "adecuadamente", como por ejemplo, la "avaricia" de los operadores, puede parecer lo natural pero es de lo más incorrecto por lo que nos dice el enfoque sistémico de la complejidad. En un mundo de no-linealidades, de efectos-mariposa, una fluctuación, una perturbación sistémica no tiene o no tiene por qué tener una causa identificable y de similar magnitud.
Y, finalmente, ¿cómo acaba la historia? Enzensberger cuenta que tras la conversación con el profesor Schach, el canciller cambia radicalmente su comportamiento: se relaja e incluso planea abandonar sus funciones, a lo que parece piensa que si da igual lo que haga, mejor es dejar de porfiar en una taera destinada al fracaso. Su secretario y los demás miembros del gabinete se preocupan mucho, y buscando una solución, llaman otra vez a Schach a ver si puede hacer entrar en razón al canciller...Y, Schach, paradójicamente, está de acuerdo. Habla con el secretario y le dice que el problema del canciller es el mismo de todos los profanos : que siempre oyen lo que quieren oir. Y sigue:
"Por supuesto que el canciller no puede ganar . Las razones ya le son conocidas. pero esto tampoco significa en modo alguno que sea prescindible o hasta superfluo. ¡Por el contrario!
Un sistema hipercomplejo es al fin y al cabo un sistema y no un montón de basura. esto significa que ha de derrumbarse necesariamente en el momento en que se saquen de él los elementos que los estructuran , aun cuando esos elementos no pueden imponerse jamás integramente. En todo caso, las instancias centrales nunca logran sus propósitos en sistemas intrincados. Hasta se irían a pique sin perturbaciones. Más se puede, y se debe también, invertir ese argumento. Sin partidos populares no habrá movimientos alternativos, sin las siete hermanas no habría gasolineras libres, sin el gendarme no habría ladrones, sin la ley y el orden no existiría la anarquía...con lo que queda demostrado, con suficiente claridad, el carácter indispensable de su jefe".
Notas
(1)Un auténtico ciudadano se arrepentiría de sus faltas no por atrición (por el miedo al castigo) sino por contrición (por la fealdad de la infracción, por el "feo" que supone la infracción a la DGT, merecedora de todo el respeto). Sobre la distinción entre atrición y contrición en la confesión, véase Jean Delumeau, La confesión y el perdón, (Madrid: Alianza. 1992)
(2)Y también después, como ejemplifica la planificación central en los países socialistas a lo largo del siglo XX.
(3) Enzensberger, H.M. (1984)Migajas políticas. (Barcelona: Anagrama)
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