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Pongámonos a analizar a la Iglesia Católica como si se tratara de una empresa. Ello parece algo de lo más oportuno en estos tiempos de globalización, pues con certeza puede decirse que la Iglesia ha sido la primera empresa trasnacional que ha existido. Le saca casi 700 años a la segunda, el Islam, que más que una empresa es un conglomerado de franquicias creado por Mahoma, y cuyo éxito empresarial también ha sido notabilísimo. Ciertamente, estudiar a las iglesias, sean cuáles sean los "servicios" que venden, debería ser materia obligada para todos aquellos que les gusta la historia empresarial o están interesados en la búsqueda de la "excelencia", pues no deja de ser instructivo observar cómo se las han arreglado para sobrevivir tantísimo tiempo si se las compara con la escasa capacidad de supervivencia del resto de las empresas.



Con certeza puede decirse que estudiar a la Iglesia Católica desde un punto de vista tan materialista como es el económico no será del agrado de ninguno de sus 408.024 empleados con contrato indefinido y a tiempo completo (o sea, sus sacerdotes) repartidos por todo el mundo, los cuales sin duda preferirían un "tratamiento" más espiritual de sus actos congruente con la vocación religiosa que, según ellos, informa y explica sus actividades. Pero ¡qué se le va a hacer! Eso es lo que tiene ser economista, que cuando se lo es se tiende a descreer por principio de las explicaciones que los individuos gustan de darse a sí mismos de sus propios comportamientos, ya se sabe, esa tendencia tan humana a acudir siempre a las motivaciones más nobles o al menos más justificatorias que se puedan encontrar para los propios actos, pues es comprensible y económicamente lógico que cada cual aspire a ocupar la mejor posición en la propia e íntima escala de valores (el problema fundamental a escala personal es que los "otros" acepten esa clasificación, cosa de todo punto imposible que suceda enteramente. Cómo abordar ese problema de que los demás le estimen a uno tanto como uno se estima así mismo, usando de la manipulación, la mentira, la calumnia, las buenas obras, el altruismo, etc.. ha dado origen a una nueva rama de la Economía, la Economía de la Estima).



Los economistas, por contra, de salida imaginan que detrás de cualquier comportamiento lo que anida es la búsqueda egoísta de alguna ventaja en último término económica. En suma, que en este caso, como en tantos otros, y nunca mejor dicho, para un economista, el hábito no hace al monje, de modo que, a falta de demostrable argumentación en contra que los considere "divinos", es decir, extraterrestres, ajenos a la especie humana, los comportamientos de los empleados de la Iglesia y de la Iglesia en su conjunto habrán de ser explicados como resultado de procesos de maximización de alguna ventaja económica.



Pero, ¿cuál y de quién? Porque es lo habitual decir que la Iglesia forma parte del llamado Tercer Sector o sector no lucrativo de la economía (los otros dos son el sector privado y el sector público), sector que agrupa al variopinto conjunto de instituciones que no tienen por objetivo obtener beneficios para sus propietarios sean estos quienes sean, es decir, que la Iglesia no podría estudiarse con el enfoque que nos da el modelo de la empresa capitalista (cuyo objetivo sería maximizar los beneficios de los propietarios del capital) ni el de una cooperativa de trabajadores (cuyo objetivo sería maximizar los remuneraciones de sus propietarios, que en este caso serían los trabajadores). Ciertamente, la Iglesia no parece buscar maximizar sus ingresos netos (la diferencia entre sus ingresos y sus costes), pero el hecho de no hacerlo no la convierte por ello mismo en una institución no lucrativa, en una ONG. .Y, ciertamente, la Iglesia es una curiosa institución económica que usa recursos materiales y humanos para "producir" o prestar una amplia variedad de "servicios religiosos": tratamientos psicológicos y psiquiátricos (confesión, castigos y perdón por los pecados), sacrificios y comidas rituales (misas y comuniones), asistencia psicológica premortem (extremaunciones), ritos iniciáticos (bautizos, primeras comuniones, bodas, funerales), etc., etc., sin una intención aparentemente lucrativa, es decir, no procurando sino cubrir los costes.




Pues bien, sin negar que todos esos "servicios" los prestan los miembros de la institución eclesiástica a sus "fieles" clientes a precios ajustados a los costes, sin negar que la Iglesia no obtiene beneficios monetarios relevantes, sin negar que los sueldos de sus trabajadores (excepto los de la minoría de sus managers y altos directivos, por no hablar de los de los miembros de su selecto Consejo de Administración, la llamada Curia) pueden estar en principio bastante controlados tengo para mí que la faceta de ONG es de importancia muy menor a la hora de abordar el comportamiento de la Iglesia Católica. Y ello por una razón que se deriva de la teoría económica de las instituciones no lucrativas que viene decir que este tipo de empresas no lucrativas no son expansivas ya que en vez de aumentar la cantidad de bienes y servicios que producen (y consiguientemente su tamaño) por encima del volumen que les permitiría obtener beneficios (para así enjugarlos y cumplir su objetivo de no tenerlos), lo que hacen quienes las gestionan es aumentar la calidad de ese output, como forma de lograr ese mismo objetivo de beneficios cero vía la elevación de los costes de una producción más pequeña. Y, claro está, si algo caracteriza a la Iglesia Católica, y en general a cualquier tipo de iglesia, es su expansividad, su tendencia a buscarse nuevos mercados utilizando para ello incluso los métodos más brutales que quepa imaginar, como bien enseña la desventurada historia de aquellos grupos y países que en el pasado padecieron a sus agentes de ventas (también llamados misioneros) en la época dorada de su expansión.



Por ello, la producción y venta de los "servicios" a que antes se ha hecho referencia a precio de coste ha de entenderse no como el resultado del comportamiento de una ONG sino en el marco de otro tipo de política empresarial. Concretamente, me parece que el modelo que más se ajusta al comportamiento eclesiástico es el modelo de maximización de ventas de Baumol, con arreglo al cual una empresa lo que busca es maximizar su cuota de mercado, para lo cual ha de producir allí donde su curva de demanda corte a su curva de costes medios en el largo plazo, es decir, ha de producir como si no maximizase beneficios sino sólo pretendiese cubrir costes. Por supuesto, una vez que con esa política hubiese expulsado a los competidores y la empresa fuese ya la única, ya podría comportarse como una empresa maximizadora de beneficios. La implicación por tanto es que la Iglesia Católica sólo se comporta "aparentemente" como una ONG si y sólo si tiene competencia en su mercado, y no lo hace así si ostenta un poder de monopolio sobe esos servicios que vende. Creo que como predicción esa se ajusta bastante a la realidad. Y se puede comprobar cómo la Iglesia ha practicado una clarísima discriminación de precios siempre que ha tenido poder de monopolio, cobrando más caro a quienes más renta tenían o aquellos cuya demanda era más inelástica (es decir aquellos que eran más "creyentes", más "fieles" clientes) por los mismos servicios. Por supuesto que "vendiendo", como hace cualquier otro monopolio, esta política discriminatoria como una política de ayuda a los pobres . Por otro lado, hay que recalcar que en muchos casos hay que contemplar los "servicios" gratuitos o de bajo coste que ofrece la Iglesia como estrategias de propapaganda y marketing e investigación de mercados que no tienen otra finalidad que la de "fidelizar" a sus clientes y controlarlos de modo que no se vayan con otras iglesias competidoras o conocer su "demanda" para extraerles cuánto más excedente mejor. Por ejemplo, mediante los "servicios" de confesión los clientes de la iglesia obtienen una asistencia psicológica que sin duda valoran, pero tampoco se puede dudar que gracias a las confesiones la Iglesia conoce no sólo las debilidades (reales o ficticias) de sus clientes lo que le sirve para conocer mejor u "demanda", es decir, cuánto están dispuestos a pagar por su "absolución". Por otro lado, con la confesión la Iglesia controla una información muy útil a la hora de extorsionar a sus clientes caso de que decidieran actuar contra los intereses de la Iglesia o pretendieran irse con otra compañía del mismo sector. El que desde el concilio de Letrán de 1215 se impusiese la obligatoriedad de al menos una confesión anual abunda en este uso de la confesión como medio de adquirir información confidencial y privilegiada.


Pero si esos "servicios" que presta la Iglesia se conceptúan como propaganda y marketing, como "regalos" adicionales por la compra del verdadero producto, queda entonces una cuestión básica: ¿qué es lo que la Iglesia "vende" realmente? ¿ a qué sector económico concreto se dedica? Para mí, y para ser precisos conceptualmente y respetar las clasificaciones de las actividades económicas, sólo hay una respuesta correcta posible a estas preguntas. Y es que a la Iglesia hay que considerarla como una empresa más del sector inmobiliario. Bien mirado, no creo, por otro lado, que ninguno de sus miembros tuviera el menor motivo para oponerse a esta clasificación atendiendo al hecho contrastado de que lo que lleva "vendiendo" la Iglesia desde hace casi veinte siglos son "parcelas" en un lugar paradisíaco: el auténtico Paraíso. Y, a diferencia del resto de empresas del sector hoy en crisis, la Iglesia ha gozado hasta ahora de una ventaja absoluta respecto a todas ellas, y es que ningún cliente ha vuelto de allí para para quejarse de la calidad de la construcción o de que las vistas (la tan renombrada "visión beatífica") no eran tan sublimes como el folleto publicitario prometía.




Y como otras empresas inmobiliarias, la Iglesia Católica se enfrenta a un problema similar a uno que ya ha aparecido en este blog: el problema de la durabilidad (véase, la entrada "Amy Winehouse y la tiranía de la durabilidad" del 18/11/08). El caso es que si la Iglesia pretende vender todas las parcelas que tiene en el Cielo, es decir, si quiere tener el mayor número de clientes, no le queda otro remedia que rebajar las condiciones de venta. Por ejemplo, cobrando menos menos por la absolución de los pecados e incluso despenalizando en la práctica alguno (el divorcio hoy, quizás el aborto en el futuro). Estrategia de rebaja en las condiciones de acceso al mercado hipotecario divino cuya obligatoriedad se impone aún más en caso de que el poder de monopolio de la Iglesia se vea sometido a competencia. Pero, claro está, si ello es así, si es previsible que esas sea la estrategia vendedora de la Iglesia entonces, entonces sólo sus más "fieles" (o sea, irracionales desde el punto de vista del modelo de comportamiento basado en la elección racional y la maximización de la utilidad) estarán dispuestos a pagar los precios exorbitantes que hasta ahora han pagado en muchos casos por asegurarse un apartamento en primera línea del escenario divino, pues aquellos cuya fe no haya afectado a su capacidad de raciocinio (o cuyas esperanza de vida sea aún un poco larga) concluirán que, si se esperan un poco, los precios seguirán cayendo, por lo que sus pecados les costarán menos.


La historia de la Iglesia Católica como empresa inmobiliaria en nuestro país es ya larga. Arranca obviamente con la fundación y expansión de la Iglesia en tiempos del Imperio Romano y ha sufrido diversidad de avatares como no podía ser de otra manera a tenor de su ya larga duración. En su tarea de encontrar clientes tuvo, inicialmente serios problemas en la medida que entró en un mercado dominado por otras religiones (se cuenta, incluso que algunos de sus "comerciales" fueron agredidos y martirizados por los "comerciales" de las otras iglesias -las "paganas"- como medio expeditivo de deshacerse de la competencia que les suponía la nueva iglesia), pero de modos diversos (parece que un punto esencial fue la adopción de una estrategia de penetración dirigida al sector femenino de la población, véase a este respecto el caso similar que aparece en la entrada "Teoría económica e historia económica" del 22/10/07) logró consolidarse llegando incluso a obtener una posición de monopolio en el mercado religioso (que defendió también con los mismos métodos expeditivos que habían sido usados contra ella, esta vez contra quienes quedaban de las viejas religiones pero también contra aquellos de los suyos (herejes) que pretendieron salirse de la empresa madre y hacerla competencia). Esa posición monopolística la perdió cuando en el siglo VII los musulmanes invadieron la Península Ibérica. La Iglesia nunca aceptó esa situación de duopolio y la guerra competitiva entre ambas fes se prolongó durante unos cuantos siglos, en los que poco a poco logró reconquistar su mercado, llegando por fin en tiempos de los Reyes Católicos a recomponer su posición monopólica absoluta. tras expulsar a los clientes de la iglesias judías y musulmanes que aún pervivían.


Empezó entonces el periodo más sombrío de esta historia desde el punto de vista de los consumidores. Es de sobra conocido que un monopolio tiene poder de mercado, pero no tiene un poder omnímodo. Aunque un mercado esté monopolizado, los compradores no están obligados a comprar, pueden si así lo desean no comprar al monopolio. Esa es la razón de que un monopolio nunca pueda extraerles a los consumidores una cantidad de renta superior a su excedente del consumidor. Ni aún en el mejor de los casos para un monopolio, es decir, cuando puede practicar discriminación perfecta o de primer grado, un monopolio que respete la libertad de los consumidores, o sea, que no practique la violencia, puede explotar a sus clientes haciéndoles pagar una cantidad mayor que la cantidad máxima que estarían dispuestos a pagar por el producto que compran. Dicho de otra manera, aún si hay un monopolio, los compradores siguen beneficiándose de que haya un mercado, pues aunque su situación fuese mejor cuando hubiera competencia, aún sacan algo, si y sólo sí el monopolista no actúa mafiosamente. Pues bien, lo que hizo la Iglesia cuando alcanzó el monopolio de los servicios religiosos tras la expulsión de los moros y los judíos fue acabar con el mercado al establecer la obligación legal de ser católicos so pena no de excomunión sino de tortura y muerte. Junto con las divisiones productiva y comercial, la Iglesia creó para ello la División Inquisitorial de tan infausto recuerdo. El anticlericalismo que para algunos nos es casi genético probablemente tenga su origen en alguna mutación ocurrida en aquellos espantosos tiempos.


Tras varios siglos de negrura, las revoluciones liberales se plantearon en un primer momento restablecer la libertad de los consumidores como primer paso para la libertad de mercado. Ello convirtió a la Iglesia Católica en un monopolio como otro cualquiera. Más adelante, tras largas luchas, el mercado religioso se abrió paulatinamente de modo que, hoy por hoy, el modelo económico que mejor definiría el mercado religioso en nuestro país es el llamado de "empresa dominante". Es decir, una situación en que una gran empresa (como El Corte Inglés) domina el mercado, pero no lo hace plenamente pues se enfrenta a la competencia real y potencial de otros proveedores de servicios iguales o muy parecidos. Como es de sobra conocido, la implicación de la existencia de competencia potencial o real es que la capacidad de actuación de la empresa dominante se ve fuertemente mediatizada tanto en su politica de fijación de precios como en su cuota de mercado. Desde esta operspectiva,, está claro que la Iglesia católoca se ha visto forzada a "compartir" el mercado religioso con otras iglesias, y claro está, esto no le ha sentado nada bien. adicionalmente, puede apuntarse que, como enseña la teoría económica, uno de los efectos a largo plazo de disfrutar de una posición de mnonopolio en cualquier mercado debido a la existencai de "barreras legales" para que entren competidores, es que el monopolista se anquilosa en sus viejos hábitos y estrategias, de modo que cuando desaparecen o se atenúan esas "barreras" y aparecen competidores, el antiguo monopolista se encuentra "con un pie cambiado", incapaz de reaccionar competitivamente. No hay que se un observador demasiado perspicaz para darse cuenta de que eso es lo que le ha pasdo a la Iglesia Católica en lugares como América Latina, donde su "cuota de mercado" se ha visto muy reduicida por la competencia agresiva de las múltiples "sectas" evangélicas.

Pero la competencia a la que ha de hacer frente la Iglesia Católica vine no sólo por parte de otras iglesias o "sectas", sino de otro lugar también conocido por los economistas sobre todo en los países cultural y económicamente más desarrollados: del progreso técnico. Desde el siglo XVIII se está produciendo un largo proceso de cambio tecnológico que, como ha ocurrido en otros sectores (p.ej., el transporte, los medios de comunicación, la salud, etc.) ha llevado a que, para muchos, los servicios que proporcionan las iglesias estén enteramente desvalorizados. Se trata de la Revolución Científica. Para quienes la conocen, para quienes tienen el suficiente bagaje cultural para entenderal, "comprar" los servicios que proporcionan las iglesias es igual a usar de la brujería o de los "saberes" de los curanderos en vez de la medicina científica. Les parece simplemente absurdo, como absurdo les parece que todavía haya tantos individuos que participen en el mercado "inmobiliario" religioso y que éste no sea un reducto para excéntricos o "freakies". Sin lugar a dudas, ésta es una buena cuestión que quizás pueda abordarse también desde la Economía.








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  1. #5
    03/08/09 23:43

    Sí. También leer al dúo Chesterton-Belloc es a la vez un placer y una ilustración. No sé porqué hay nada extraño en ello, el que estén al margen de las corrientes admitidas no significa que no haya en ellos ricos yacimientos de ideas, ¿no crees?

  2. #4
    Anonimo
    21/07/09 11:46

    Ellul, Illich,... cuánto romanticismo!!! ¿y el distributismo de Chesterton? se me hace extraño que los nombres

  3. #3
    Anonimo
    09/06/09 09:11

    Donde dejamos a las demas Iglesias?, hoy se ve al feligres sinonimo a un billete de 10,30,50,100, asi es tratado. Despuea hablaremos mas detalladamente de este tema, por hoy basta solo abrir la discucion.

  4. #2
    01/04/09 19:57

    Yo vivo aquí muy cerca de la llamda "ciudad de la Iglesia", pero ¿no enseñó San Agustín que la ciudad de la Iglesia la "Jerusalen celestial", no era de este mundo? ¿qué hacen estos de especuladores urbanos? ¿Acaso no son cristianos? No lo son obviamente del tipo de cristianos a quienes respeto muy mucho, cristianos como Chesterton, C.S.Lewis, Ivan Illich,Jacques Ellul y otros.

  5. #1
    Anonimo
    17/03/09 14:50

    Y lo peor de todo no es que nos quieran vender sus parcelas en el cielo aunque no seas catolico(como buenos comerciales intentan vender un monopatin a un cojo), si no que ahora encima el alcalde les regala parcelitas para que se hagan la "Ciudad de la Iglesia".

    http://www.elpais.com/articulo/madrid/cura/cemento/elpepiespmad/20090310elpmad_8/Tes

    Hace unos años que considero como mi religion el Futbol, voy a mandarle un mail al Alcalde a ver si nos hace una "Ciudad del Futbol" a los aficionados a este noble deporte, ya que estoy convencido que somos mas que los catolicos.