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¿Son los economistas buena o mala gente?
                                               Fernando Esteve Mora
Para Esperanza Pedreño, "Cañizares" en la serie televisiva Camera Cafe, la respuesta a esta pregunta está bastante clara. Por unas declaraciones al diario El País (13/12/07) nos hemos enterado de que, habiendo estudiado tres años de la carrera de Económicas, la dejó porque "me enseñaban a ser mala", según nos confiesa, añadiendo a continuación una frase de lo más críptica: "el punto de encuentro entre la oferta y la demanda no es nunca el sitio ideal para un economista". Comentario éste que o bien refleja la incuria de la reportera a la hora de transcribir las declaraciones de la señorita Pedreño (lo que no sería nada de extrañar a tenor del escasísimo conocimiento sobre asuntos económicos de que hacen gala los periodistas), o bien muestra a las claras que a "Cañi" le aprovecharon poco los estudios, pues resulta obvio que cualquier economista sostendría exactamente la afirmación contraria, o sea, que donde se encuentran la oferta y la demanda es siempre "el sitio ideal para un economista" (eso sí, siempre que se cumplan una serie de condiciones, como la de que en el mercado de que se trate no haya "fallos de mercado", exista un consenso acerca de que la distribución de la renta es la adecuada o bien se suponga que los "efectos renta" son despreciables).
 
 
 
 
 
Pero volvamos al otro e importante asunto que saca la señorita Pedreño, ése de que en las facultades de Económicas se les enseña a la gente a ser "mala". ¿Es eso cierto? Pues ya de salida digamos que no se trata de una "boutade" propia de uno de esos guiones delirantes de Camera Café, y que es posible que "Cañizares" no ande desencaminada, aunque todavía no hay una conclusión clara y aceptada unánimemente sobre este tema que dista de ser baladí. Veamos, si entendemos por ser "buena gente" lo que el común de las gentes suele entender por ello sin meterse en más complicaciones, es decir, que ser buena gente equivale a comportarse de forma cooperativa con los demás, mostrar actitudes altruistas y no engañar a los otros como método para beneficiarse uno mismo, se tiene que con arreglo a un trabajo de Robert H.Frank, Thomas Gilovitch y Dennis Regan parece que, por un lado, los economistas muestran una mayor tendencia que los miembros de otras profesiones a comportarse de forma no cooperativa privilegiando la persecución de sus propios fines egoístas, recayendo en consecuencia con mayor probabilidad en comportamientos de tipo free-rider (o sea, actuando como gorrones aprovechándose de los demás). Así, en experimentos con no economistas, se comprobaba sistemáticamente que la gente que confiaba que los demás iban a cooperar, normalmente también cooperaba, en tanto que aquellos que esperaban que los demás no cooperarían, tratando así de beneficiarse de los esfuerzos de los demás, casi nunca cooperaban. Ahora bien, en sus "experimentos" de laboratorio en los que se sometía a los voluntarios a diversos problemas donde la mejor solución pasaba porque todo el mundo cooperase pero en los que la mejor opción individual era aprovecharse de los demás y no cooperar, Frank; Gilovitch y Regan encontraron que era un 42% más probable que los economistas esperasen que los otros participantes tratarían de no cooperar respecto a lo que esperaban los no economistas del comportamiento de los otros, lo que llevaba a los no economistas a ser menos cooperativos ante el temor a ser engañados. No obstante, estos autores descubrieron también pruebas de que los economistas se comportaban de modo cooperativo bajo ciertas circunstancias. Así, reportaban dedicar a actividades de voluntariado una cantidad de tiempo similar a la que dedicaban los miembros de otras profesiones, y sus donaciones a instituciones caritativas eran sólo ligeramente inferiores a las que se podrían esperar dados sus niveles de ingresos. Por otro lado, y de manera relevante para lo que nos ocupa, el estudio concluía que las diferencias en el grado de "cooperatividad" entre economistas y no-economistas estaban causadas al menos en parte por la educación que los individuos recibían en el proceso de hacerse economistas. Como se decía explícitamente, "sería realmente digno de destacarse el que ninguna de estas diferencias nada tuviese que ver con la repetida exposición a un modelo de comportamiento cuya predicción unívoca es que la gente nunca cooperará si la persecución del propio interés no lo exige". En favor de esta explicación, el estudio encontró que la tasa de comportamiento no cooperativo entre los estudiantes de Economía crecía conforme se acercaba su graduación y también que bastaba con cursar un curso de introducción a la microeconomía para que parecieran verse afectadas las actitudes de los estudiantes ante la deshonestidad, en el sentido de manifestar una mayor tolerancia hacia la misma. Dicho de otra manera, comparados con los estudiantes de otras carreras, los estudiantes de Economía mostraban una tendencia más acusada a comportarse de un modo menos cooperativo o sociable, fruto de la paulatina asunción o interiorización del modelo dominante de comportamiento humano racional que se cuenta en las clases de Teoría Económica, con arreglo al cual la inmensa mayoría de los comportamientos humanos (y no sólo los más directamente económicos) pueden explicarse como consecuencia de la persecución por parte de los individuos de sus propios intereses egoístas (la maximización de la propia función de utilidad) por encima y por delante de los intereses de los demás o de otras consideraciones éticas, estéticas o sociales.. La siguiente frase de un economista tan reputado como Gordon Tullock refleja con precisión el punto de vista dominante en Economía: "el ser humano medio es egoísta en el sentido más estrecho de la palabra en un 95%" . En suma, que por lo que cuentan estos autores, gracias a su mayor sensibilidad moral o ética la señorita Pedreño pudo sortear el riesgo de hacerse mala estudiando Economía, pues estudiar Economía lleva consigo el serio riesgo de hacerle a uno "mala gente".
 
 
 

Si esta tesis se revelara cierta su importancia práctica sería por lo demás muy relevante pues de ella se seguirían dos consecuencias. La primera es que las Facultades de Economía estarían creando en la realidad , como modernos doctores Frankenstein, el tipo de "personas" que pueblan los modelos teóricos económicos, es decir, las facultades de económicas serían como "maternidades" de "homo oeconomicus" egoístas y calculadores, miembros de una subespecie del homo sapiens sapiens muy distinta de la todavía hoy mayoritaria en la humanidad (la razón de que los "homo oeconomicus" no se multipliquen usando de los métodos reproductivos habituales quizás haya que buscarla en el comentario -hoy ligeramente incorrecto políticamente hablando- del gran economista Kenneth Boulding cuando señaló que ningún padre dejaría que su hija se casase con uno de ellos, con un frío calculador egoísta sin sentimientos). La segunda, mucho más importante, es que en la medida que sean los economistas quienes informen la política económica a partir de sus modelos abstractos, esa política económica, la apropiada para un mundo poblado de "homo oeconomicus", sería en cierto sentido inapropiada para un mundo de hombres reales cuyo comportamiento no sigue al ciento por ciento el prescrito por ese modelo humano, y estaría contribuyendo, pues, a crear un mundo en cierto modo extraño e inhabitable para la mayoría de seres humanos que no son economistas.


Ahora bien, esta opinión acerca de los poderes conformadores de la personalidad moral por parte de la enseñanza de Economía, que ha sido dominante en la última década, ha sido cuestionada al menos en cierta medida por un estudio reciente de Bruno S.Frey y Stephan Meier quienes, a partir del comportamiento real de los estudiantes de la Universidad de Zurich a la hora de contribuir voluntariamente a la financiación de fondos sociales (frente al estudio de Frank et al., que se basaba fundamentalmente en el comportamiento en laboratorio de estudiantes norteamericanos), llegaron a las siguientes conclusiones: (1) los estudiantes de ciencias económicas en su conjunto son más egoístas (contribuyen menos) que el resto de los estudiantes. Ahora bien, (2) la disposición de los estudiantes de Economía General (de "Economía Política") a donar dinero no disminuye por estudiar Teoría Económica, además de que sus niveles de contribución son semejantes al de los estudiantes de Derecho, Veterinaria y Medicina, (3) son los estudiantes de Administración de Empresas ("business economics") los que donan significativamente menos que los demás estudiantes, (4) el comportamiento diferencialmente egoísta de los economistas de empresa se debe no al aprendizaje de Economía sino que es resultado de un proceso de autoselección, es decir, que llegan a este tipo de estudios individuos que de salida ya eran significativamente más propensos a los comportamientos no-cooperativos. No se han hecho más "egoístas" por estudiar Economía, ya lo eran antes.
 
 
Con arreglo a este estudio, pues, "Cañizares" no estaría en lo cierto: estudiar economía no parece volver a nadie más "malo". Pero la tranquilidad que ello supone para quienes nos dedicamos a enseñar Teoría Económica se ve, sin embargo, ciertamente empañada por el conocimiento de la actitud diferencialmente egoísta de los estudiantes de Administración de Empresas que, ciertamente, no se ve atemperada por sus estudios de Economía. Si bien es posible encontrarse a economistas que defienden que el único comportamiento ético exigible al buen gestor empresarial es el de maximizar los beneficios, obviando pues cualquier otra consideración de tipo social, moral o ecológico que no se refleje en la cuenta de resultados o no venga impuesta por la legislación, cada vez se impone más la opinión contraria que acentúa la necesidad de que los gestores empresariales incorporen ese tipo de consideraciones, aunque sólo sea para facilitar el funcionamiento de los mercados. La extensión y buen funcionamiento de los intercambios mercantiles requiere elevados niveles de confianza mutua entre las partes so pena de que los costes de transacción (costes de vigilancia, control y ejecución del cumplimiento de los contratos) se disparen dificultando la fluidez de las transacciones. En ausencia de la interiorización de ese tipo de consideraciones éticas la experiencia reciente apunta al crecimiento de los niveles de corrupción, fraude y comportamientos asociales por parte del mundo corporativo en unos mercados crecientemente globalizados y flexibles que cada vez se escapan más al control de los estados. Sólo cabe esperar que la reciente "moda" de incluir asignaturas como Ética o Responsabilidad Social Corporativa en los estudios de Administración de Empresas sea algo más que una moda y logre tener los efectos moralizadores que de ellas se esperan.
 
P.D. Leo en el último número del Post-Autistic Econonomics Review, nº44 (http://www.paecon.net/) un artículo de James Angresano ("Orthodox Economic Education, Ideology and Commercial Interests: Relationships that Inhibit Poverty Alleviation") que achaca buena parte de los problemas que tanto el FMI como el Banco Mundial han tenido en sus políticas de ayuda contra la pobreza a la influencia del pensamiento económico ortodoxo en sus economistas. el olvido de la historia económica y de las especificidades culturales catracterísticas de un modelo económico que enfatiza la universalidad de los comportamientos, actitudes y deseos de unos "homo oeconomicus" abstractos, son, para este autor, impedimentos para la elaboración y ejecución de cualquier política contra la pobreza mínimamente eficaz.


BIBLIOGRAFÍA

Robert H.Frank, Thomas Gilovitch y Dennis T.Regan, "Does Studying Economics Inhubit Cooperation?" Journal of Economic Perspectives, 1993, pp.159-71

Bruno S. Frey y Stephan Meier, "Are Political Economists Selfish and Indoctrinated? Evidence from a Natural Experiment", Economic Inquiry, 2003, pp.448-62
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