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La destrucción de la costa española y la "paradoja de la conservación"

Al rey Midas, el dios Dionisio le concedió el poder de convertir todo lo que tocara en oro, es decir, dicho en términos modernos, le concedió el poder del crecimiento económico. El relato mitológico cuenta luego cómo esa capacidad tan deseada no era sino una maldición pues todas las cosas de la vida: alimentos, flores, personas, quedaban fuera de su alcance pues al tocarlas dejaban de ser lo que eran, se hacían oro, es decir se monetizaban y perdían su ser, por lo que Midas pidió a Dionisio le quitase ese poder económico.

 

Para este país el sector turístico ha sido su particular rey Midas. Con el inestimable apoyo del sector de la construcción: sus "manos", siempre prontas a la tarea de "desarrollar" cualquier lugar, cosa o fenómeno que se considerase atractiva, el turismo ha sido pues, sin demasiadas dudas, la locomotora de la economía española. Al igual que pasaba con el Midas mitológico, todo lo que tocaba el sector turístico se convertía en oro. Pero, a diferencia del relato mitológico, no sólo en oro pues también fealdad y destrucción. En efecto, es cosa bien sabida que el sector turístico se dirige siempre a los lugares más bellos del mundo para transmutarlos alquímicamente, en un abrir y cerra de ojos, en oro, pero también en fealdad, pues no de otro modo puede calificarse, desde un punto de vista estético, las repetidas montañas de apartamentos, hoteles, discotecas, pizzerías, paseos marítimos y demás espantos arquitectónicos modernos que acaban ocupando lo que una vez fue limpio, abierto y hermoso. Y si esto es así, no parece que sea incorrecto considerar desde un punto de vista económico al sector turístico como una industria extractiva más, semejante a la minería a cielo abierto, sólo que en vez de minerales extrae belleza de la naturaleza, dejando tras su paso, al igual que lo hace la minería convencional, montañas de detritus, escombros y feladad. En los últimos años se ha llegado a dudar de la fiabilidad de las cifras de crecimiento económico de algunos países del sudeste asiático como Filipinas y Malasia que han usado de sus recursos forestales sin medida. Se ha señalado que habría que restar a las cifras de crecimiento obtenidas el deterioro ecológico que la tala abusiva supone. La pregunta obvia es la de si no se podría decir lo mismo de un crecimiento económico como el español, fundado en esa industria extractiva "sui generis" que es el turismo, a la vista del destrozo brutal de las costas de este país convertidas en los últimos treinta años una espantosa muralla de edificaciones desocupadas 11 meses al año.

 

Ante esta situación, parece que los poderes públicos quieren reaccionar. Así el Ministerio de Medio Ambiente, ese curioso ministerio que a tenor de sus más que escasas capacidades ejecutivas parecería más bien ser del Gobierno de Barrio Sésamo que del ampuloso Gobierno de España o que estuviese dirigido por E.T. (pues toda su política se reduce a repetir "sed buenos"), ha financiado un macroestudio titulado Estrategia para la sostenibilidad de la costa, (¡tranquilos! que no pasa nada que sólo es una "herramienta de trabajo, no un plan que vaya a aprobar el Gobierno ni una ley") donde tras hacer un diagnóstico de la situación ya terminal de las costas españolas se plantean algunas medidas (expropiaciones, adquisiciones de fincas, recalificaciones de suelo privado en público, recuperaciones de terrenos de dominio público invadidos por urbanizaciones privadas) para contrarrestar sus agresiones más sangrantes y abusivas, siempre eso sí que quienes tienen competencias efectivas en la materia, o sea, las Comunidades Autónomas y los Municipios, quieran colaborar. Es posible que quieran hacerlo, no por otra cosa sino porque como es bien sabido esas Comunidades y Ayuntamientos están dirigidas por políticos democráticos, y además, innovadores en el sentido que decía el doctor Samuel Johnson ("son esos, que cuando se le acaba la leche a la vaca, se empeñan en ordeñar al toro"), y estando ya la vaca de la costa bien esquilmada y escuálida tras años de corruptelas y tropelías urbanísticas, andan ahora ilusionados a ver si del torito ecológico se puede sacar algo.

 

Pero aún suponiendo esa buena voluntad, ¿se podrá hacer algo? Pues cabe dudarlo mucho atendiendo a lo que Tim Harford ha denominado La paradoja de la Conservación en su colaboración del 19/8/2006 de su sección "The Undercover Economist " en la revista electrónica Slate (http://www.slate.com/) , que se refiere a aquellas situaciones en las que el anuncio de una medida conservacionista (p.ej., la protección de un espacio o de un recurso natural) desencadena un conjunto de respuestas por parte de los agentes económicos por anticiparse de modo que se acelera su deterioro hasta el punto de que cuando se impone la medida de protección ya no queda nada que merezca la pena conservar (el monte a conservar ha sido talado y parcelado, la playa ha sido asfaltada, el suelo rústico ha sido declarado urbano, etc.). La paradoja de la preservación sería un ejemplo más de un amplio grupo de fenómenos económicos que se pueden englobar bajo la rúbrica de problemas de "inconsistencia temporal", situaciones que se dan cuando un agente no puede llevar a cabo el plan de acción óptimo que pergeñó pues su ejecución o incluso su mera enunciación como tal plan cambia las preferencias del agente o modifica sus circunstancias de modo que ya no puede seguir el plan óptimo diseñado previamente. Por ejemplo, los economistas han debatido si una política antiinflacionista en situación de desempleo es consistente temporalmente y "resulta claro que no lo es, pues los agentes económicos privados (trabajadores, empresas, consumidores) anticipan que si ellos se comportan suponiendo que el estado cumple realmente sus propósitos antiinflacionistas y que, por tanto, no habrá inflación, entonces el estado no cumplirá su anunciado plan, pues tiene todos los incentivos para incumplir sus propósitos declarados y sorprenderlos -por no decir, engañarlos- con una política expansiva que se traduzca en una inflación no esperada, con los consiguientes efectos positivos sobre el empleo (curva de Philips)". En el caso de la paradoja de la preservación, la inconsistencia temporal aparece en el mismo momento en que se elabora y anuncia el plan de proteger los ya escasos lugares que quedanrelativamente vírgenes en las costas españolas. Su sola enunciación lleva a quienes tenían intereses en explotarlos a cambiar o anticipar sus planes, de modo que el intento de preservar esos espacios naturales acaba con ellos antes de que el plan pueda llevarse a la práctica. La paradoja de la preservación, efecto de las expectativas racionales que informan el comportamiento de los agentes en los asuntos económicos (y no sólo en ellos), se traduce así en la moraleja política de que si se quiere tener eficacia en una política no hay que anunciarla sino ejecutarla por sorpresa pues, caso contrario, los agentes la anticipan adaptando a ella su comportamiento en persecución de sus intereses propios de modo que como consecuencia la medida carece de efectividad.

Dionisio se apiadó de Midas y le permitió recupar su "pobreza" pues se moría de hambre y sed. Bastaba para ello con que se bañase en las limpias aguas del río Pactolo, cosa que hizo rápidamente, liberándose así de esa vieja maldición disfrazada consistente en que a uno se le cumplan los propios deseos. Lamentablemente, las aguas del río Pactolo perdieron sus poderes liberadores hace ya tiempo sirviendo como sirven hoy para regar los campos de golf y alimentar los parques acuáticos de ese paisaje de urbanizaciones y marinasdoros "exclusivas" que llamamos hoy costa.

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