En la entrevista de Forbes, Paramés está convincente e incluso, por momentos, brillante. Parece tener razón en sus tesis, sus razonamientos son impecables y nada se presume al azar en su discurso, pero, por alguna razón casi ya inescrutable, las cosas no le salen. Nada le sale. Y el hombre lo intentará, porfiará y hará todo lo posible porque el mercado le dé la razón, pero los números, fríos e impíos, no respetan razones o tradiciones. Yo no le culpo, me genera, incluso, cierta ternura y esa espontánea simpatía que surge, como decía Borges, por la irresistible estética del perdedor.
Me viene a la cabeza, y lo comparto aquí, un párrafo del inicio de Juventud, uno de los más maravillosos dentro de los tan maravillosos relatos de Conrad. Una escueta maravilla que, como siempre le digo a un buen amigo mío -al que pagan por ser filósofo-, es de la más alta filosofía del siglo XX, pues aglutina como poco verdad y belleza. Ahí va el inicio, que recomiendo tanto como agradezco a los que aquí recomiendan música.
Sí, he visto algo de los mares orientales; lo que mejor recuerdo, sin embargo, es mi primer viaje hacia allí. Ustedes, amigos míos, saben que existe una clase de viajes que parecen hechos a medida como ejemplos de lo que es la vida, que podrían ser símbolo de la existencia. Uno lucha, trabaja, suda, por poco se mata, muere a veces en el intento de realizar algo y no puede. No por culpa propia. Simplemente no puede hacer nada, grande o pequeño, ni lo más mínimo, ni siquiera casarse con una solterona o lograr que 600 miserables toneladas de carbón lleguen a su puerto de destino.
Es la metáfora de nuestro mundo, querido Zacka. No se puede, no hay modo. Ni tú rematas en Tinder ni Paco nos amarra los TK.
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