Todos juegan con la compra de votos. Lo que pasa es que cuando unos nos compran los nuestros nos agrada; y cuando otros compran los de los demás nos irrita. Todos intentan atraer votos: son partidos políticos en un sistema de democracia representativa y de eso viven, como partido y como trabajadores, los que de ellos dependen.
Ahora bien, insisto en que nada más lejos de mi intención defender la política económica de Sánchez, pero también tengo claro, desde lejos de su espectro ideológico, que no hace nada que no harían otros -con ciertos matices, por supuesto- con el fin de defender los intereses de su partido y su pervivencia en el gobierno.
Ningún partido, por esencia, busca el interés general; cierto es que considero determinadas políticas -y por eso voto a quien voto- pueden, circunstancialmente, mejorar el bienestar general de modo indirecto y contribuir a una recurrencia positiva de las condiciones socioeconómicas del país, pero, como dirían los clásicos escolásticos, es la diferencia entre el finis operantis -la intención subjetiva del agente- y el finis operis -el resultado de la acción.
No debe atribuirse a la intención subjetiva de nadie las objetivas determinaciones materiales que operan en la realidad. Y mucho menos, creo yo, en economía política, disciplina de estatuto gnoseológico perteneciente al ámbito social, y como pocas otras de imposible separación de las condiciones ideológicas del sujeto.