Sí, claro, te lo cuento sin reparos. Era un adosado con un pequeño jardín, en una urbanización cerrada. Lo compramos mi mujer y yo hace 12 años, vivimos en él poco tiempo -tiempo en que maldije sus inconvenientes desde el primer día-, antes de hacer maletas y venirnos a trabajar a mejores horizontes donde residimos desde entonces.
Yo quise venderlo entonces, porque con el inmobiliario para alquilar no me salen los números, pero mi mujer se negaba por el componente emocional de haber sido nuestra casa y por tener la remota esperanza de volver a vivir en él en un indefinido futuro. Por tanto, estuvo alquilado desde entonces, en 1200 €/mes, a varios inquilinos de cierta solvencia y que pocos problemas dieron.
Una vez que se fue el último, y dado que aunque volviéramos en un futuro no nos interesaría -mi mujer se ha curado del chaletismo, al vivir comodísimamente en un piso desde entonces-, lo pusimos en venta a inicios del 2019. Precio de salida 480000€. Pocas visitas, y poco interesadas. Lo bajo, tras cinco meses, a 460000€. A los tres meses de esta bajada me llegan clientes con buena financiación y oferta en 440000€. Vendido, sin duda alguna. En total, aproximadamente nueve meses y un 10% de bajada desde el precio inicial, que me parecía un poco por encima de mercado. Todo esto, naturalmente, antes de la pandemia.
Ahora parece que esa tipología de vivienda se ha revalorizado, aunque mucho lo dudo en un país que se aboca a depresión económica crónica. No obstante, si lo quisiera vender ahora, probablemente le ganaría algo más de dinero, pero, vaya, el último euro que lo gane otro. Pollo a la cazuela, que dice Road.
Contando alquileres le he sacado algo en estos años, pero no gran cosa. Fue una operación regularcilla tirando a mala, pues ni era un tipo de vivienda que me resultara satisfactoria para vivir en ella ni por supuesto la inversión dio un rendimiento apreciable.