La amarga medicina de Merkel empieza a curar los PIIGS
Desde que estalló la crisis de deuda, los países más débiles de la zona euro están registrando un ajuste inédito, al menos en lo que se refiere al sector privado. La pertenencia a la moneda única y la medicina recetada por Alemania imprime a las economías periféricas una disciplina similar a la que en su día exigía el ya desaparecido patrón oro. Así, la imposibilidad de devaluar sus respectivas monedas obliga a los gobiernos a aprobar reformas estructurales y aplicar ajustes fiscales para, por un lado, ganar competitividad y, por otro, reducir el déficit público.
En crisis precedentes, lo normal era que los distintos gobiernos optaran por devaluar su moneda nacional para ganar competitividad externa, encareciendo las importaciones y abaratando las exportaciones, a costa, eso sí, de empobrecer de forma lineal, a la par que soterrada, a toda la sociedad. Sin embargo, la actual coyuntura supone un hecho histórico, ya que la amarga receta de los ajustes -sin devaluar la moneda- comienza a dar resultados en lo que respecta a la mejora de la competitividad.
La medicina Merkel consiste, básicamente, en imponer la devaluación interna -caída relativa de precios y salarios- a base de flexibilizar la economía y apostar por la austeridad presupuestaria, en línea con la política de reformas que aplicó Alemania a principios del presente siglo.
A cambio, Berlín ha permitido que las autoridades comunitarias pongan en marcha dos mecanismos que, en la práctica, ejercen como prestamistas de última instancia para evitar el colapso de bancos y estados: en primer lugar, el Banco Central Europeo (BCE) ha sustituido al mercado interbancario para proveer de liquidez casi ilimitada al sistema financiero de los países más débiles; en segundo lugar, Bruselas ha creado dos fondos (EFSF antes, ESM ahora) para rescatar estados insolventes, con el respaldo también del BCE (programa de compra de deuda, OMT).
Así pues, por el momento, Merkel se ha impuesto a los líderes europeos que pedían mutualizar la deuda periférica, tanto soberana como bancaria, a través de una integración económica y fiscal que todavía se vislumbra lejana, al tiempo que se ha evitado la ruptura del euro.
Los países periféricos, por su parte, se ven obligados, en mayor o menor medida, a acometer los ajustes exigidos. En un primer momento, esto se traduce en recesión y aumento del paro. La caída de la economía actúa así a modo de resaca para tratar de depurar los excesos y errores de inversión propios de la burbuja crediticia previa. Desde 2007, la renta per cápita ha descendido en los países periféricos, no así en Alemania, tal y como muestra el siguiente gráfico.
Por su parte, las reformas estructurales están logrando aumentar la competitividad económica de los denominados PIIGS (Portugal, Italia, Irlanda, Grecia y España), lo cual se refleja en la reducción e incluso práctica desaparición del déficit por cuenta corriente. De hecho, la balanza comercial conjunta de Portugal, Italia, Irlanda, Grecia y España registró superávit por primera vez en 2012 desde la entrada en el euro.
Asimismo, los costes laborales unitarios también han empezado a caer en los periféricos, reduciendo así la brecha de competitividad existente entre el norte y el sur de Europa.