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El pasado es un país lejano...y subdesarrollado, muy subdesarrollado. A la hora de afrontar su evolución económica, los historiadores económicos, se topan de golpe y en su forma más cruda con el problema metodológico esencial: el de que se diga lo que se diga, la realidad no habla por sí sola. Es realmente muda, los hechos por sí mismos nada dicen, nada significan, por lo que para entenderlos hay que darles voz, o sea, interpretarlos, y eso sólo puede hacerse a partir de una teoría o modelo interpretativo. Este problema metodológico es, como se ha dicho, más acuciante aún si cabe en el caso de la historia, pues en ella los "hechos" todavía estan más mudos de lo normal, o simplemente no se tiene noticia de ellos -hay epocas históricas auténticamente autistas- o el registro que de ellos nos han dejado los siglos es fruto de una clara manipulación, como ocurre cuando los hechos históricos de los que se tiene noticia son fruto de una selección que se hizo en su tiempo con algún objetivo determinado.

Concretamente, puestos a dar sentido o coherencia a los datos que tienen acerca de la época preindustrial en Europa los historiadores económicos han acudido a dos grandes modelos interpretativos. El primero, que es el dominante y más conocido entre los académicos, se conoce como interpretación malthusiana de la historia y arranca del Ensayo sobre la Población escrito por el reverendo Thomas Malthus allá por 1803 (su segunda y definitiva edición). Con arreglo a este modelo, las sociedades humanas preindustriales (y algunos dicen que, a la larga, todas las sociedades incluso las postindustriales) estaban sujetas a una inexorable ley: la de que la población crecía más rápidamente que la capacidad productiva de recursos alimenticios con lo que con en el medio y largo plazo, los niveles de vida no pueden superar mucho los niveles de la mera subsistencia biológica, a menos -claro está- que el crecimiento de la población sea controlado. Este "hecho" (obsérvese que realmente no lo es: es en sí un modelo interpretativo, una narración) se debería a la existencia de rendimientos decrecientes de la tierra consecuencia de que la oferta de tierras cultivablese está limitada de modo que, progresivamente, conforme la población crezca se ha de recurrir obligadamente a tierras de menor calidad. Cuando este "hecho" que parece natural (y que realmente está debajo de la concepción de la evolución darwinista) se pone dentro del marco institucional de una economía de mercado se llega a la esencia de la interpretación malthusiana de la historia económica del mumndo preindustrial que es la teoría de la renta de Ricardo. Con arreglo a esta interpretación del pasado preindustrial, la población trabajadora respondería positivamente de modo automático a cualquier aumento en su nivel de vida reproduciéndose como conejos. Ahora bien, ese desenfreno genésico tendría su "justo" castigo (recuerdese que Malhus era un "reverendo") por un doble mecanismo: uno, la caída en los salarios fruto del aumento de la mano de obra, y, dos, la subida de los precios de los alimentos consecuencia de la necesidad del cultivo de tierras menos fértiles. Ese doble mecanismo llevaría a un deterioro en las condiciones de vida que se traduciría en un ajuste de la población a los niveles permitidos por unos salarios que permitieran poco más que la mera subsistencia (1): el hambre, las guerras causadas pore el exceso de población, las pestes serían parte de esos mecanismos indirectos que frenarían la población. Pero, paralelamente a este ominoso destino para las clases trabajadoras, los propietarios de las tierras de mejor calidad, los terratenientes, obtendrían unas rentas diferenciales consecuencia de que sus productos se venderían a precios más elevados. Y aquí, Malthus suponía que había una diferencia de comportamiento, pues a diferencia de los trabajadores, esa nobleza terrateniente no expandiría el tamaño de sus familias llevando a una caída de sus ingresos per capita sino que su mayor cultura y religiosidad les habrían hecho dedicar sus superiores rentas a financiar la civilización, pagando por los artículos de lujo que suministraban artesanos y artistas. En el mundo preindurial habría pues una mayoría de gente viviendo al nivel de la mera subsistencia y una fracción escasa de la población disfrutando de niveles más elevados. La renta per capita de la sociedad sería pues permanentemente muy baja (no habría crecimiento económico intensivo) y la desigualdad brutal.

Nada podía evitar ese ominoso destino a largo plazo que no fuera la represión sexual. Los avances técnicos y organizativos sólo servirían como respiro pasajero. Tampoco dese las instituciones, las ayudas cambiarían la (mala) suerte de las masas pues las limosnas sólo servitrían para cebar la cebar la bomba de la población haciendo su estallido aún más pasajera. Pero esta última predición de Malthus estaba equivocada: la trampa malthusiana, como así se la conoce, pudo sortearse con la revolución industrial y la transición demográfica.. La industria cada vez más fue necesitando no más capital humano físico sino intelectual, de modo que la respuesta de las familias a los aumentos de salarios a la larga asociados al crecimiento de la productividad paulatinamente no fue tener más hijos sino tener menos y mejores. Por fín, se pudo dar el definitivo "adiós a las limosnas" como señala el título de la última y más conocida obra interpretativa malthusiana, Farewell to Alms de Gregory Clark (un título un poco tontuelo por otra parte a tenor del simplón juego de palabras que pretende hacer con la conocida novela de Erich Maria Remarque, Farewell to Arms). Para Clark, y cito textualmente,
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