Una de las varias cosas positivas que indudablemente tiene la crisis financiera a que estamos asistiendo es la de que de manera directa, inmediata, facilita el desenmascaramiento de los charlatanes financieros, lo cual dista de ser una cosa baladí. Pues haberlos, haylos, y no pocos ciertamente. Y dado el lenguaje arcano que usan, dado su engolamiento y sus aires de estar al cabo de la calle en ese mundo tan complejo de los mercados financieros (recordemos que el presidente de la Reserva Federal norteamericana, Ben Barnanke, un economista de reconocido prestigio en los ambientes académicos ha admitido haber tenido que dedicar buena parte de su tiempo en los primeros meses de su mandato a enterarse de qué iban buena parte de los instrumentos que se usan en esos mercados), el descubrir entre ellos quienes merecen un respeto es tarea a la vez importante y difícil. Pues bien, gracias a esta crisis creo haber dado con una suerte de "prueba del algodón", que al menos para mí es de probada utilidad para descubrir al oír a algún engolado experto en asuntos financieros si es o no un "palabreiro" como llamaba a este tipo de gente la abuela gallega de mi amigo José Manuel Rodríguez.
Se trata simplemente de observar si el experto de marras usa con delectación y fruición de los términos siguientes términos: hipotecas tóxicas, contagio y virus para referirse al desenvolvimiento de los problemas financieros que han ido afectando sucesivamente a diversas entidades financieras en distintos países del mundo. Y como digo, no falla. Si el sedicente experto se permite ese lenguaje es que estamos en presencia de un auténtico bocazas que no tiene la menor idea de lo que habla. La razón de ello al final es muy simple, y es que, como ya se ha señalado varias veces en este blog, el uso de metáforas en el campo económico es las más de las veces nada clarificador sino todo lo contrario: ocultador de la realidad. Dicho de otra manera, quienes usan continuamente de una metáfora para describir (que no analizar) un problema económico o social justificándo ese modo de proceder en que la realidad es tan compleja que no hay palabras para describir de modo fácil y directo lo que sucede, hay que dudar. No es que no tengan, o no haya palabras, adecuadas a esa realidad o a ese problema, es que o no las conocen o no saben usarlas.
Yendo a lo concreto. Asimilar, por vía de comparación, la caída de distintas empresas financieras a la caída en las garras de una enfermedad infecciosa, hablando metafóricamente de un contagio de unas empresas sobre otras a causa de unos "virus" hipotecarios tóxicos no es un mero abuso del lenguaje, sino que revela un completo desconocimiento de lo que ocurre en los mercados financieros. En efecto, en un producto estructurado, sí uno de ésos que están en el centro de esta crisis, se "mezclan" hipotecas "buenas" (0 sea, las que han firmado clientes que no suponen riesgo) y "malas", las subprime (las concedidas a personas con un riesgo más elevado de tener dificultades para hacer frente a sus compromisos hipotecarios). Ahora bien, es totalmente absurdo suponer que el "contacto" entre unas y otras hipotecas dentro de un producto estructurado conlleva el que las hipotecas "buenas" se hagan por ello "malas" como por arte de magia simpática: por contagio. Y, con total certeza, el proceso real de esta crisis financiera no se parece en nada en absoluto a la situación que se ha vivido hoy, por ejemplo, en el tren de la universidad, un evidente producto "estructurado" compuesto en cada vagón de gente sana y de gente enferma....como yo mismo, quien "disfrutando" ya de un trancazo otoñal de cuidado, sí que me he convertido en un "tóxico", en una fuente de virus y por tanto de riesgo de catarro para todos aquellos que viajaban conmigo. No, las hipotecas subprime o hipotecas "basura" no son "tóxicas", no "contaminan", "contagian" o "malean" a las buenas hipotecas. El hecho de que alguien no haga frente a sus obligaciones hipotecarias no afecta negativamente a que otros lo hagan.
Y es que, en principio, derivados financieros como estos productos financieros estructurados en que se mezclaban hipotecas con riesgos diferentes no es que no sean malos sino todo lo contrario. La maldad, la causa de que se hayan hecho "malos" hay que buscarla en otro sitio, pues en sí estos productos son, o mejor dicho, pueden y deberían ser, en términos económicos, cosa buena, y esto hay que proclamarlo en voz muy alta. Y la razón está en que permiten diversificar los riesgos de aquellas empresas que proporcionan créditos hipotecarios lo que favorece, a su vez, la posibilidad de que personas que antes tenían vedada su presencia en en los mercados de créditos, por el "fallo del mercado" que se conoce como selección adversa, hayan podido ahora hacerlo.
Y me interesa acentuar esto último porque una de las opiniones que más se están repitiendo estos últimos días es que todo el problema se debe a la "facilidad" con la que los bancos otorgaban créditos hipotecarios a quien no se lo merecía. ¡Vaya por Dios! ¡Aparecieron los culpables! Que, como no podía ser menos, son los de siempre: los pobres. Vale. De acuerdo. Dejémoslo pasar... de momento. Pero, aún así, el decir algo así nos lleva ineludiblemente a entrar en las peliagudas cuestiones de justicia y merecimiento (¿se merecen los más pobres tener el derecho a entrar en un mercado financiero, a pedir y obtener un crédito?), y esas cuestiones son complicadas y exigen acudir a discutir sobre juicios de valor, principios éticos y reglas de distribución. Cosas, todas ellas, complicadas y sujetas a debate, y por ello los economistas tienden a obviarlas (lo que no significa que obvien la toma de postura sobre asuntos éticos sino que se adscriben sin decirlo expresamente a un punto de vista ético particular), y aquí hoy haremos lo mismo. Pero es que, además, al margen de esta cuestión referida a la justicia hay en este asunto del acceso de los más pobres a los mercados financieros un aspecto mucho más cómodo para los economistas, un punto referido a la eficiencia de esos mercados a este respecto.
Se dice que en un mercado hay un problema de selección adversa cuando la información es asimétrica, es decir, cuando la información que tienen las dos partes que intervienen en un intercambio no es la misma de modo que una de las partes sabe más que la otra respecto a alguna de las circunstancias básicas que determinan la amplitud o el precio del intercambio. Puede ocurrir, por un lado, que sea el vendedor quien sepa más acerca del producto que vende de lo que sabe el comprador. Este es el cotidiano caso de los mercados en los que se compran y venden productos técnicamente sofisticados en los que los compradores no entendemos ni el papel del las instrucciones de uso. Es también el caso que analizó en 1970 George Akerlof en un magnífico artículo sobre los mercados de coches de segunda mano ("The Market for lemmons") que le valió el Premio Nobel de Economía. Como es bien conocido, a menos que haya algún un sistema de garantías, las dudas que los compradores tienen sobre la valía de los productos que les ofertan los vendedores les llevan a ofrecer por ellos precios más bajos de los que piden esos vendedores (que sí saben la calidad de los productos que llevan al mercado), lo que lleva a los vendedores de productos de buena calidad a abandonar el mercado. Es decir se produce una selección adversa pues abandonan el mercado precisamente los vendedores de mejores productos con lo que el número de transacciones que se acaban realizando es menor que el óptimo.
Pero este fallo del mercado se puede dar de igual manera en el caso opuesto, o sea cuando son los compradores quienes disponen de mayor información que los vendedores. Es lo que sucede en los mercados hipotecarios. En ellos, los "compradores", o sea quienes reciben los préstamos saben mucho más que la otra parte de la transacción, la de los que conceden los crédito, sobre su capacidad financiera, es decir, sobre su capacidad para devolver los créditos concedidos respetando las especificaciones establecidas. De nuevo esta información asimétrica, en ausencia de circunstancias compensatorias, llevaría a que el mercado hipotecario fuese más pequeño de su tamaño óptimo por el problema de la selección adversa que aquí se desenvolvería en los siguientes términos: como los prestamistas no saben la capacidad de devolver los préstamos de cada uno de los diferentes prestatarios posibles, son incapaces de ajustar de modo individualizado los contratos hipotecarios, es decir que al ser incapaces de establecer unas condiciones para cada uno de ellos en función de sus reales posibilidades de devolución de los préstamos, se aplican unas condiciones generales o medias para todos los prestamos (un mismo tipo de interés, unas condiciones generales caso de morosidad, unas reglas iguales para todos). Ello se traduce en que, aquellos que se saben mejores pagadores, se ven sujetos a unas condiciones demasiado estrictas luego tienden a alejarse de estos mercado, lo cual implica en el mercado progresivamente van quedando sólo los prestatarios más arriesgados, los "peores" pagadores, lo cual a su vez obliga a las empresas a seguir endureciendo las condiciones de los créditos para compensar el mayor riesgo medio. Teóricamente, y repito que en ausencia de medidas contrarias, al final el mercado hipotecario se contraería pues sólo pedirían créditos los peores pagadores (si pueden). La selección adversa habría expulsado a los "mejores" prestatarios, a los menos arriesgados. En estas circunstancias de selección adversa, el disponer de instrumentos que permitan diversificar los riesgos es un factor que extiende el mercado, y por tanto lo acerca a su tamaño o extensión óptimas. Dicho de otra manera, los productos estructurados a los que los sedicentes expertos financieros consideran el vector de contagio de la infección financiera generada por las hipotecas "tóxicas" se pueden considerar, al contrario, como un factor compensador de las tendencias a la contracción que aquejan a los mercados hipotecarios a causa de la selección adversa en la medida que, gracias a la dispersión del riesgo, permiten que los mercados hipotecarios se expandan al facilitar el acceso a los mismosa quienes de otro modo no podrian hacerlo por las duras condiciones que operarían en esos mercados en su ausencia. (Lamentablemente, la atenuación del problema de selección adversa va acompañada del agravamiento del otro problema asociado a la información asimétrica, el de riesgo moral, que como ya se sabe ha sido de importancia capital en lo que está pasando).
Que las llamadas malamente "hipotecas tóxicas" no son en absoluto responsables del nivel del marasmo a que estamos asistiendo se comprueba, por otro lado, empíricamente. Cierto que el pinchazo de la burbuja especulativa asociado al mercado de hipotecas subprime fue el desencadenante de la crisis, pero no de su tamaño. Ya sabemos que el volumen máximo de hipotecas subprme no llega no ni de lejos al billón de dólares y también sabemos que el total de créditos asegurados (los famosos CDS, credit default swaps) por la aseguradora AIG asciende a 64 billones. Por otro lado, la morosidad hipotecaria norteamericana no asciende a más del 5% del total (lejos de la cifra del 40% allá por 1932), y que las hipotecas impagadas no suponen hoy mismo más de 300.000 millones de dólares, sólo 150.000 millones de dólares más de lo que se considera una cifra normal.
APÉNDICE: Cuelgo aquí este artículo de Daniel Gross publicado en Slate que abunda en lo que digo en el post. A lo que parece la crisis inmobiliaria, el detonante de esta crisis financiera, no empieza tanto porque los pobres jhayan dejado de pagar sus hipotecas, sino porque promociones para "no pobres" en florida y california ricos han fallado. No lo traduzco entero pues es muy largo, pero sí la última frase: prestar dinero a los pobres no te hace pobre, prestar dinero de mala manera a los ricos, sí.
Subprime Suspects
The right blames the credit crisis on poor minority homeowners. This is not merely offensive, but entirely wrong.
By Daniel Gross
Posted Tuesday, Oct. 7, 2008, at 2:08 PM ET
Sign of the times
We've now entered a new stage of the financial crisis: the ritual assigning of blame. It began in earnest with Monday's congressional roasting of Lehman Bros. CEO Richard Fuld and continued on Tuesday with Capitol Hill solons delving into the failure of AIG. On the Republican side of Congress, in the right-wing financial media (which is to say the financial media), and in certain parts of the op-ed-o-sphere, there's a consensus emerging that the whole mess should be laid at the feet of Fannie Mae and Freddie Mac, the failed mortgage giants, and the Community Reinvestment Act, a law passed during the Carter administration. The CRA, which was amended in the 1990s and this decade, requires banks—which had a long, distinguished history of not making loans to minorities—to make more efforts to do so.
The thesis is laid out almost daily on the Wall Street Journal editorial page, in the National Review, and on the campaign trail. John McCain said yesterday, "Bad mortgages were being backed by Fannie Mae and Freddie Mac, and it was only a matter of time before a contagion of unsustainable debt began to spread." Washington Post columnist Charles Krauthammer provides an excellent example, writing that "much of this crisis was brought upon us by the good intentions of good people." He continues: "For decades, starting with Jimmy Carter's Community Reinvestment Act of 1977, there has been bipartisan agreement to use government power to expand homeownership to people who had been shut out for economic reasons or, sometimes, because of racial and ethnic discrimination. What could be a more worthy cause? But it led to tremendous pressure on Fannie Mae and Freddie Mac—which in turn pressured banks and other lenders—to extend mortgages to people who were borrowing over their heads. That's called subprime lending. It lies at the root of our current calamity." The subtext: If only Congress didn't force banks to lend money to poor minorities, the Dow would be well on its way to 36,000. Or, as Fox Business Channel's Neil Cavuto put it, "I don't remember a clarion call that said: Fannie and Freddie are a disaster. Loaning to minorities and risky folks is a disaster."
Let me get this straight. Investment banks and insurance companies run by centimillionaires blow up, and it's the fault of Jimmy Carter, Bill Clinton, and poor minorities?
These arguments are generally made by people who read the editorial page of the Wall Street Journal and ignore the rest of the paper—economic know-nothings whose opinions are informed mostly by ideology and, occasionally, by prejudice. Let's be honest. Fannie and Freddie, which didn't make subprime loans but did buy subprime loans made by others, were part of the problem. Poor Congressional oversight was part of the problem. Banks that sought to meet CRA requirements by indiscriminately doling out loans to minorities may have been part of the problem. But none of these issues is the cause of the problem. Not by a long shot. From the beginning, subprime has been a symptom, not a cause. And the notion that the Community Reinvestment Act is somehow responsible for poor lending decisions is absurd.
Here's why.
The Community Reinvestment Act applies to depository banks. But many of the institutions that spurred the massive growth of the subprime market weren't regulated banks. They were outfits such as Argent and American Home Mortgage, which were generally not regulated by the Federal Reserve or other entities that monitored compliance with CRA. These institutions worked hand in glove with Bear Stearns and Lehman Brothers, entities to which the CRA likewise didn't apply. There's much more. As Barry Ritholtz notes in this fine rant, the CRA didn't force mortgage companies to offer loans for no money down, or to throw underwriting standards out the window, or to encourage mortgage brokers to aggressively seek out new markets. Nor did the CRA force the credit-rating agencies to slap high-grade ratings on packages of subprime debt.
Second, many of the biggest flameouts in real estate have had nothing to do with subprime lending. WCI Communities, builder of highly amenitized condos in Florida (no subprime purchasers welcome there), filed for bankruptcy in August. Very few of the tens of thousands of now-surplus condominiums in Miami were conceived to be marketed to subprime borrowers, or minorities—unless you count rich Venezuelans and Colombians as minorities. The multiyear plague that has been documented in brilliant detail at IrvineHousingBlog is playing out in one of the least-subprime housing markets in the nation.
Third, lending money to poor people and minorities isn't inherently risky. There's plenty of evidence that in fact it's not that risky at all. That's what we've learned from several decades of microlending programs, at home and abroad, with their very high repayment rates. And as the New York Times recently reported, Nehemiah Homes, a long-running initiative to build homes and sell them to the working poor in subprime areas of New York's outer boroughs, has a repayment rate that lenders in Greenwich, Conn., would envy. In 27 years, there have been fewer than 10 defaults on the project's 3,900 homes. That's a rate of 0.25 percent.
On the other hand, lending money recklessly to obscenely rich white guys, such as Richard Fuld of Lehman Bros. or Jimmy Cayne of Bear Stearns, can be really risky. In fact, it's even more risky, since they have a lot more borrowing capacity. And here, again, it's difficult to imagine how Jimmy Carter could be responsible for the supremely poor decision-making seen in the financial system. I await the Krauthammer column in which he points out the specific provision of the Community Reinvestment Act that forced Bear Stearns to run with an absurd leverage ratio of 33 to 1, which instructed Bear Stearns hedge-fund managers to blow up hundreds of millions of their clients' money, and that required its septuagenarian CEO to play bridge while his company ran into trouble. Perhaps Neil Cavuto knows which CRA clause required Lehman Bros. to borrow hundreds of billions of dollars in short-term debt in the capital markets and then buy tens of billions of dollars of commercial real estate at the top of the market. I can't find it. Did AIG plunge into the credit-default-swaps business with abandon because Association of Community Organizations for Reform Now members picketed its offices? Please. How about the hundreds of billions of dollars of leveraged loans—loans banks committed to private-equity firms that wanted to conduct leveraged buyouts of retailers, restaurant companies, and industrial firms? Many of those are going bad now, too. Is that Bill Clinton's fault?
Look: There was a culture of stupid, reckless lending, of which Fannie Mae and Freddie Mac and the subprime lenders were an integral part. But the dumb-lending virus originated in Greenwich, Conn., midtown Manhattan, and Southern California, not Eastchester, Brownsville, and Washington, D.C. Investment banks created a demand for subprime loans because they saw it as a new asset class that they could dominate. They made subprime loans for the same reason they made other loans: They could get paid for making the loans, for turning them into securities, and for trading them—frequently using borrowed capital.
At Monday's hearing, Rep. John Mica, R-Fla., gamely tried to pin Lehman's demise on Fannie and Freddie. After comparing Lehman's small political contributions with Fannie and Freddie's much larger ones, Mica asked Fuld what role Fannie and Freddie's failure played in Lehman's demise. Fuld's response: "De minimis."
Lending money to poor people doesn't make you poor. Lending money poorly to rich people does.
MÁS MADERA:
Esta semana el banquero español más renombrado se ha atrevido a decir lo que tantos hasta ahora ocultaban: que lo de las hipotecas tóxicas era un cuento chino. ¡Gracias Botin!