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Las cifras que se barajan cuando se habla de los costes causados por la crisis de las llamadas hipotecas tóxicas son mareantes. No pasa una semana sin que surjan nuevas noticias sobre las aportaciones adicionales de recursos monetarios y financieros que desde el sector público han de hacerse, en país tras país, para hacer frente a esa debacle. Pero antes de dejarse llevar todavía más por la indignación y el aturdimiento merece la pena reflexionar un poco y pararse a pensar en cuál es el auténtico coste económico directo de esa crisis financiera. Recordemos que en Economía la noción de coste económico es la de coste real, la de coste de oportunidad, y así se dice que el coste de hacer una actividad A es el valor que los recursos empleados en esa actividad A tendrían en la mejor alternativa disponible. Es decir que el coste de hacer la actividad A es precisamente el valor de la (mejor) alternativa B que inevitablemente hay que dejar de hacer por hacer A.

Si con esta perspectiva se analiza el asunto de las "mal llamadas" hipotecas tóxicas se tiene que a la pregunta acerca de los costes económicos que han generado no se responde acudiendo a la contabilización de los gastos monetarios que los gobiernos están haciendo en el sostenimiento del sector financiero, sino preguntándose en que medida los costes de oportunidad asociados a las actividades económicas relacionadas con estas hipotecas son más elevados de lo que debieran haber sido, lo que reflejaría por consiguiente que se habría hecho una mala asignación de los recursos económicos.

Dado que las hipotecas son el mecanismo de financiación de la compra de viviendas para quienes no disponen de recursos para pagarlas al contado, la existencia de unas hipotecas a las que se califica de "tóxicas" por haber llevado al descalabro del sistema financiero norteamericano no respondería sino a la asunción de que el sistema financiero lo hizo muy mal concediendo alegremente un mayor número de hipotecas y por más valor del que debiera a solicitantes cuyo historial deudor era tal que pocas garantías podría haber de que pudieran hacer frente a sus obligaciones. Pero al concederles los créditos hipotecarios les permitió entrar en el mercado inmobiliario como compradores de pleno derecho, demandantes servidos oportunamente por los oferentes, los constructores de viviendas. En suma, que consecuencia de la errónea concesión de hipotecas, se estimuló la demanda y con ella la construcción de casas más allá del nivel que hubiera sido óptimo. Dicho de otra manera, y simplificando un tanto, podría decirse que el auténtico coste real, coste económico o coste de oportunidad de las hipotecas tóxicas se debe medir por el valor de los recursos (trabajo, ladrillos, cemento, horas de grúas y de hormigoneras, etc., etc.) que se emplearon en hacer las casas (o mejor, las "unidades habitacionales") que nunca debieron haberse hecho. Y paremos de contar.

Sabemos por otro lado y con total certeza que ese coste queda lejos, muy lejos, lejísimo, de las ingentes cantidades de recursos que se están inyectando en el sector financiero de diferentes países. ¿A qué se debe esta discrepancia? Pues en el fondo a un simple hecho: a que se pretende mantener el valor de los complicados títulos financieros que los ingenieros financieros emitieron respaldados de maneras extremadamente complicadas por esas hipotecas, títulos que aparecen en los balances de muchas instituciones financieras (que los compraron como una forma de inversión en la medida en que estaban respaldados en último término por la promesa de los solicitantes de las hipotecas de devolver el dinero prestado más los intereses), con el objetivo de que estas no quiebren, cosa que ya les ha sucedido a muchas y a más les pasaría conforme valorasen esos títulos por su valor de mercado atendiendo al hecho de que las hipotecas "tóxicas" que los respaldan no valen en el mercado lo que pensaban que valían cuando las compraron (ahora mismo cada dolar de esas hipotecas se estima que vale sólo 22 centavos). La maravillosa magia de la ingeniería financiera lo que hizo adicionalmente fue multiplicar como en una suerte de milagro evangélico de los panes y los peces invertido, el valor de esas hipotecas tóxicas, de modo que tras su titulación, las instituciones financieras que compraron los títulos basados en ellas y los incluyeron entre sus activos los compraron a precios muy superiores a su valor nominal (que ya estaba muy por encima de su valor real en atención al historial pagador de los hipotecados). El resultado es que si se quiere mantener la solvencia de esas instituciones hay que comprar los títulos basados en las hipotecas tóxicas o, alternativamente, inyectar en ellas capital, por un valor muy por encima del coste de oportunidad o coste real de los recursos mal asignados en los mercados de viviendas.

Y, al final, qué habrá pasado. Pues una gigantesca transferencia de recursos que supera co mucho el coste de oportunidada asociado a las hipotecas tóxicas. Los propietarios de esas instituciones financieras que invirtieron tan pésimamente mal y a las que no se puede dejar quebrar pues pondrían en peligro la liquidez de todo el sistema, no pierden prácticamente nada (sí, ya sé que si el reflotamiento se hace vía inyecciones de capital (modelo Gordon Brown) habrá más acciones y algo perderán los accionistas previos, pero seguro que pronto serán compensados con "políticas" apropiadas que se traduzcan en incrementos en la autocartera). Los que les vendieron esos títulos a precios increíbles ya se han embolsado las ganancias, y ya no hay quien los pille. Y serán los contribuyentes no propietarios de acciones de esas instituciones quienes paguen más en el futuro vía impuestos no sólo el exceso de coste real de las casas que no merecían haber sido hechas sino fundamentalmente las transferencias a los gestores de las instituciones financieras, sus propietarios y los ingenieros financieros.

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