Hace dos semanas comencé a ver la serie Crematorio. Técnicamente me parece una buena serie, sin tirar cohetes pero muy digna y por encima de la media de las producciones españolas. Creo que le sobran determinadas tramas o alusiónes (como la del narcotráfico) que desvían la atención de los verdaderos problemas, y sin embargo faltan otras (la conexión con los grandes partidos a nivel institucional, la implicación de los medios) que son fundamentales para entender el destino de los Bertomeu y de ese Micent que suena a Macondo.
Sin embargo, hay un hilo que cojea para cualquiera que conozca un poco, ni siquiera mucho, como funciona el urbanismo español, tomándose el guionista unas licencias dramáticas que no vienen al caso. Me refiero a los intentos de Bertomeu por hacerse con ese terreno que le falta para construir su nueva urbanización y que un vejete anacoreta no le quiere vender. Ante la negativa del ermitaño Bertomeu recurre a la negociación personal cargado de fajos de billetes. Y no funciona, dada la vinculación afectiva del propietario con el terreno. Así que manda a los munipas convenientemente sobornados para amenazarle con los mil males administrativos. Pero tampoco cuela. Así que envía a macarrillas montados en motos que son despachados a tiros por el amo del terreno. El capítulo 4 acaba con Bertomeu acordando con unos familiares de la terca contraparte su solicitud de incapacitación por estos, y posterior compra de los terrenos cubriéndolos de euros.
A mi me ha sonado al típico western donde el granjero no quiere vender sus tierras al malvado ganadero, y es objeto de mil coacciones por los pistoleros del malo, incluidos los sheriffs comprados. Pero es que, entre nosotros, el FarWest no es nada comparado con el urbanismo español. Para wild, wild, la normativa urbanística de la que se han dotado las comunidades autónomas.
Teniendo en cuenta que Bertomeu controla la mayoría de los terrenos, que entiendo por su naturaleza aparente son urbanizables, le basta con exprimir el llamado sistema de compensación para echar al viejillo de allí con viento fresco. Es más, en la zona de la que hablamos no le hace falta ni ser propietario de los terrenos, basta presentarse como agente urbanizador. De la mano de las autoridades municipales, a través de estos sistemas, a los propietarios se les expropia, y en vez de indemnizarles, se les hace contribuir en los gastos de la urbanización, para finalmente darles a cambio una participación en el mogollón urbanístico desarrollado. Obvio decir que esa obligación de contribuir a los gastos de la urbanización hace que que la inmensa mayoría traguen y acepten vender, pues no tienen capacidad financiera para afrontarla. O me vendes, o te dejo seco (financieramente) y se acabaron las bromas, viejo riegamecetas, es lo que lo que tenñia que haberle susrrado Bertomeu en vez de ir al principio por las buenas.
Recordemos que figuras como la del agente urbanizador se venden como una solución ante los malvados terratenientes que especulan con los terrenos. Es mejor, para algunos, que especulen los políticos y los inmobiliarios que no tienen nada que ver con los terrenos. Es lo que llaman progresismo.