La primera vez que me llevaron al circo lo pasé tan mal que afortunadamente mis padres decidieron no repetir nunca más la experiencia. Dilapidar una tarde entre inquietantes payasos y contemplando como se abusa de unos animales que, sin duda alguna, estarían mucho mejor en su hábitat natural, es algo que desde pequeño siempre me ha causado un profundo rechazo. Aquella vez visitó el pueblo el famoso Circo Ruso, capitaneado por Ángel Cristo. El hombre apareció en mitad de la pista central, como si se tratara de un Indiana Jones excesivamente castigado por la edad, látigo en ristre y rodeado por una docena de pobres leones que parecían estar más drogados que ciertos jóvenes a primeras horas de cualquier domingo. Sin embargo, el peor momento llegaba cuando los equilibristas, funambulistas o trapecistas se preparaban para su acción más arriesgada. En ese inevitable instante y por aquello de añadir dramatismo al momento, un eterno redoble de tambor martilleaba nuestros oídos. Ese mismo sonido que repiquetea en mi cerebro desde que el pasado miércoles la FED anunciara una última subida de tipos de interés de 25 puntos básicos.
Jerome Powell me convence cuando aborda el atril con actitud decidida y difundiendo un mensaje claro, inapelable y contundente, sin medias tintas, ni paños calientes, tal y como sucedió en sus comparecencias en Jackson Hole, ante el Congreso o en las ruedas de prensa anteriores y posteriores al inicio de este proceso. Pero no hay nada peor que un responsable de este nivel ciñéndose a un único argumento y haya que arrancarle diferentes ideas deshilachadas que luego uniremos para componer una hipótesis. Porque así es como se siembran las dudas sobre el mensaje y sobre la capacidad de atajar los problemas por parte de su institución. Y, como siempre repito, a las malas noticias, por negativas que sean, puedo adaptarme; pero un mensaje confuso es mi peor enemigo.
Todos sabemos que existe una fina línea de separación entre lo que uno conoce y lo que puede declarar ante la prensa. En cualquier caso, esta división es lo suficientemente gruesa como para no iniciar una comparecencia alardeando de la solidez del sistema bancario. No cuando el Signature Bank y el First Republic Bank acaban de bajar la persiana. No cuando han implosionado dos entidades -Silicon Valley Bank y Silvergate Bank- que suponen la segunda y tercera falla bancaria más grande la historia de los Estados Unidos. Y, desde luego, no cuando sobre la mesa están nombres como el PacWest Bancorp o docenas de otros bancos regionales de los que se rumorea que están a un paso de sobresaltar nuestros próximos desayunos. ¿Desde cuándo es sólido el sistema, desde antes de que se registraran estos eventos o justamente después?. ¿A qué clase de control está sometida la estructura bancaria?. Y, si me apuran, ¿la robustez del sistema se basa únicamente en que cada implosión será ocultada bajo una montaña de dinero?.
Así que, discutiendo si son galgos o podencos, si se pueden comer o no están maduras, el mercado da por hecho que hemos arribado al famoso pivot point dánao, esto es, el nivel más elevado al que el presidente de la Reserva Federal -en la actual economía-, puede llevar los tipos de interés para luchar contra una inflación que parece asentarse con lentitud. Lo cierto es que ni siquiera tengo claro que sea este el punto máximo de este año. Pero dado que me parece más interesante compartir dudas e inseguridades que verdades supuestamente grabadas en piedra, veo muy capaz a Powell de subir algo más si la inflación se atrinchera. En cualquier caso, en noviembre predije que dichos tipos se situarían por encima del 5%, pensando en una horquilla muy estrecha de 25 puntos arriba. Y aunque pudiera parecer que atiné, los chicos de Goldman han estimado que, teniendo en cuenta la restricción crediticia deriva de la crisis del sector financiero, estaríamos hablando en la práctica de un precio del dinero cercano al 6%.
Ese redoble de tambores.
Llegados a esta indiscutible pausa táctica, se trata de verificar la repercusión de la política monetaria destructiva, perdón, restrictiva. Con la suspensión compramos el tiempo suficiente como para que se incorpore a la economía el efecto de este demencial proceso. El interés del dinero ha alcanzado un nivel que, para unas empresas acostumbradas a no tener ninguna dificultad a la hora de obtener financiación durante la última década, necesariamente debe tener un efecto extremadamente negativo. Si eres APPLE, META o AMAZON quizá tu liquidez sea lo suficientemente sólida como afrontar el futuro con alguna estrechez, pero nada más. Si, por el contrario, tu caso es el de aquellas empresas que han podido sobrevivir a fuerza de dinero gratuito, el redoble de tambores actual solo puede presagiar un grave accidente. El ciudadano norteamericano no está escapando a esta reducción crediticia pues los gráficos muestran cómo los ahorros están disminuyendo rápidamente y el resistente consumo se está basando en un incremento muy significativo de las tarjetas de crédito. Es como ver el inicio de un alud, solo que únicamente presenciamos los primeros bloques cayendo desde la cumbre. Y debe de ser perfectamente entendible que, durante todo este proceso, índices tan representativos como el alemán o el francés estén marcando -o a punto de hacerlo-, nuevos máximos históricos. Además, toda buena noticia llegada desde Ucrania repercutirá positivamente en los mercados europeos y norteamericanos. Y, sin embargo, el contexto macro no cambia por la misma razón que una tendencia alcista sigue siéndolo a pesar de los movimientos correctivos.
Mi tesis es que, salvo accidente, no tendremos novedades en este sentido, ni en la reunión de mediados de junio, ni en la de finales de julio y probablemente tampoco en la del 20 de septiembre. Durante este periodo verificaremos cómo la relación entre la deuda soberana norteamericana de largo plazo y su homóloga a corto plazo retornará a terreno positivo. Y ahí aumentará el redoble de tambores pues, si tomamos como referencia los últimos 30 años, nos sorprenderá ver cómo la historia se repite pues de igual forma sucedió antes de la crisis de 1990, de la del 2000 y de la del 2007. Por ello estoy convencido que, solo ante unas cifras que realmente asusten, la FED procedería a disminuir los tipos de interés. No tendría ningún sentido hacerlo si comprueban que el crecimiento económico experimenta un descenso controlado pues ese es precisamente el objetivo buscado; estrangular el consumo para luchar contra la inflación. En el fondo saben que no pueden reducir el incremento sostenido de precios de forma tan significativa a no ser que lleven los tipos de interés a un nivel, hoy por hoy, quimérico -al estilo Volcker-, o bien, reciban el auxilio de una crisis económica, que es de lo que se trata.
Así que una hipotética bajada de tipos de interés sería, para mí, una clara señal de soltar el poco lastre que me queda por lo que respecta a la renta variable, en lugar de la luz verde a un nuevo proceso constructivo que algunos expertos señalan. Por este motivo entenderán que, si la FED inicia una reducción de tipos, yo personalmente quemaré esos tambores y ordenaré instalar por todo el barrio unos potentes altavoces donde suene sin cesar la llamada a retreta.