Echamos la vista atrás veinte años y nos situamos en el boom de las 'puntocom'. Por aquel entonces Jeff Bezos era uno de los cientos de enamorados de las promesas que encerraba el comercio electrónico.
Cierto es que Bezos tenía dos características que pronto le harían desatacar sobre el resto: tenía una mirada económica tan certera como afilada y contaba con un empeño personal que en algunos aspectos rozaba la obsesión.
O la superaba. Y esta característica le vino de perlas para poner en pie un escaparate online lanzado en 1994: en Seattle se alumbraba Amazon, nombre escogido en claro guiño al Amazonas por el flujo de mercancías que él soñaba.
Y se cumplió el sueño vendiendo libros. Más adelante se atrevió con los CD y DVD. Y el triple salto se produjo cuando creó Amazon Marketplace, plataforma que abría la posibilidad de que los vendedores tuvieran acceso a la misma. Este hecho ensanchó el catálogo de la compañía capitaneada por Bezos, que no tenía que gastar ni un solo céntimo en almacenar este inventario extra.
Este éxito conllevó que los vendedores, felices por el caudal de clientes que les llegaba, ni siquiera tuvieran la tentación de invertir en sus propios canales de venta. Y este hecho dejó la autopista libre a Bezos, que ofrecía unos precios que no podían ser ofertados por ningún minorista que contemplase gastos como mantener una tienda física.
Y Amazon saltó del pequeño mundo de libros y discos audiovisuales... a vender todo a todos. Eso sí, los CEO de las retail tradicionales decían que tranquilos, que la venta online era una cosa de yuppies que representaba menos del 5% del comercio total. Y cuando se despertaron de la siesta, Bezos se había comido el almuerzo con su voracidad habitual.
Y esa merienda era el comienzo del mundo. Porque, no se engañen, Amazon quiere comerse el mundo y destrozar empleo por millares. Eso sí, Bezos mantiene un discurso anticapitalista tan oportuno como escasamente creíble en sus labios.
Porque Bezos dice estar a favor de implementar una renta básica universal o un impuesto negativo sobre la renta que garantice a todos los ciudadanos un sustento económico suficiente para mantenerse por encima del umbral de la pobreza.
Bezos mira su bola de cristal y cree ver que no habrá empleo para los humanos. Y menos si se producen las salvajes podas laborales que provoca Amazon, que tiene carta ganadora a costa de que su alegría destrozará la sociedad.
Precarizando robots
El hombre más rico del siglo XX dominó el arte de poner a trabajadores contratados por el salario mínimo a vender cosas. El hombre más rico del siglo XXI está dominando la ciencia de poner a robots sin salario a vender cosas.
Sería conveniente contar con líderes empresariales que imaginen y promulguen un futuro en el que exista siquiera la posibilidad de desarrollarse en el mundo laboral. Pero estos multimillonarios, hábiles en el sorteo de impuestos, prefieren que el Gobierno dispare cheques sobre seres humanos convertidos en plantas que pasan el día viendo la basura que sirve Netflix desde el sofá.