A la progresía catalana le sulfura el olor a incienso y arde en deseos de alumbrar las ciudades con el fuego de las iglesias. Nada nuevo, retórica gruesa de comecuras y zampapercebes. La noticia es que ha logrado sumar a su cruzada balalaica a los nacionalistas, que más bien pecaban de meapilas y beatones. De nada ha servido que el abad de Montserrat, el inefable Josep Maria Soler, haya pedido la intercesión de la Moreneta para el proceso separatista. Los puentes entre el partido de Mas y Pujol y la Iglesia vaticana están rotos.
El cisma del president y la curia es un hecho indisimulable, tal como se pudo comprobar en el funeral de Estado en Barcelona por las víctimas del vuelo de Germanwings, una ceremonia que se celebró bajo el rito católico. El gobierno regional pretendía un acto ecuménico, algo a medio camino entre los castellers de la ANC, una exhibición de derviches giróvagos y la lectura de los versículos coránicos adecuados al caso. En el diseño nacionalista había un hueco hasta para la confesión pastafari.
El cardenal arzobispo de Barcelona, Lluís Martínez Sistach, no es precisamente tibio en política. Cojea de la pierna nacionalista en el malentendido vigente hasta ahora de que los escasos parroquianos son furibundos separatistas primero y romanos y apostólicos por añadidura. De hecho, los campanarios lucían banderas independentistas y hubo un año en el que doblaron a muerto a las 17 horas y 14 minutos del 11 de septiembre. Pero una cosa es meterse en política y otra aceptar que el imán de Tarrasa convierta la Sagrada Familia en la Gran Mezquita de Gaudí.
Martínez Sistach ha recibido la del pulpo y la del inglés por empeñarse en celebrar la Eucaristía en un país que a diferencia de Alemania no está dividido entre luteranos y católicos. Coincide el apaleamiento con una singular moción del Ayuntamiento de Hospitalet del Llobregat en repulsa del párroco de la popular barriada de Sanfeliu, el cura Custodio Ballester. Los comunistas, CiU y el PSC, que gobierna la ciudad, han pedido a la Fiscalía que lo investigue y al Arzobispado que lo depure. Se le acusa de haber organizado una procesión de Semana Santa en la que desfiló la Hermandad de Antiguos Caballeros Legionarios. El texto municipal tacha al cura de "ultraderechista" y le imputa un atentado contra la convivencia, por permitir el uso de uniformes y armas en una "manifestación" y "actitudes que contribuyen reiteradamente a la crispación". Como es lógico, se pide su renuncia, el extrañamiento de la localidad y un severo correctivo para el capellán.
Mientras tanto, proliferan las mezquitas polvorín y los clérigos salafistas tienen a disposición las cámaras de TV3 para aclarar que lo suyo no es apología del terrorismo sino una interpretación lineal del Corán. En paralelo, el portavoz regional, Francesc Homs, sale en defensa de los imanes ante las críticas del PP y Colom, el contacto catalán con el islam, plantea construir una escuela de almuecines. El de Mataró todavía se debe de estar riendo de la ingenuidad del colega.
Sea como fuere, el nacionalismo catalán pasa de misas y se ha lanzado por frecuentar las mezquitas. Cuatrocientos mil votos están en el alero y el caladero magrebí es tan abundante que Forcadell promete papeles para todos. Al padre Ballester le van a dar candela, por cura y por español. Mas prefiere retratarse con los mulás. Volem imans catala