Mohnish no cobraba honorarios por gestión anual; sólo recibía una compensación si la cosa iba bien para sus accionistas. Y, en el caso de Warren, su sueldo anual por gestionar Berkshire era de 100.000 dólares, un sueldo ridículamente bajo teniendo en cuenta los miles de millones de beneficios que aportaba a sus accionistas. De modo que yo me iba a plantar en aquella cena teniendo los honorarios más elevados y la estructura de
remuneración más egoísta de los tres, a pesar de ser el que menos dinero gestionaba y el que obtenía los rendimientos más bajos. Escribir esto resulta doloroso, pero es la pura verdad. Podría haber intentado exculparme señalando los muchos gestores de fondos de inversión que cargan un 2 por ciento por gastos anuales de gestión. Pero el hecho de que ese esquema de honorarios sea incluso más ofensivo que el mío no me servía de consuelo. Yo no era de los peores, pero deseaba estar en el lado bueno. Buffett no era consciente de que él estaba teniendo aquel impacto sobre mí, pero el ejemplo que daba con su estructura de honorarios era tan bueno que yo deseé tratar a mis accionistas de un modo parecido y más justo. Este detalle expresa sólo una parte del poder que ejerció sobre mí la simple expectativa de reunirme con él. Por Wall Street corre el dicho de que un fondo de inversión no es más que una estructura de honorarios en busca de un inversor al que desplumar. Yo no quería formar parte de aquel sistema, pero había permitido que fuera así, ya que había claudicado enseguida bajo la presión de los asesores que me insistieron en que aquélla era la forma de proceder estándar. Pero, en aquel momento, viendo el contraste entre Buffett y yo al respecto, temía que se me hiciera insoportable presentarme en la comida como el único que cargaba a sus clientes un importe anual en concepto de gestión.
Guy Spier