El fracking no solo ha hecho bajar el precio del petróleo, ha cambiado el mundo
El fracking y la guerra del petróleo
Un barril de Brent a 70 dólares o menos no es sólo una anécdota. Hoy es algo más: es un síntoma de que, de nuevo, una innovación puede cambiar el equilibro geopolítico del mundo tal como lo conocemos. Todo empezó con el hallazgo del llamado gas shale. En los últimos años, este gas ha cambiado el panorama energético de EEUU. Pero no solo eso: su impacto ha empezado a sentirse también en el resto del mundo en cinco derivadas críticas.
El desarrollo del fracking ha sido uno los factores que ha favorecido la recuperación económica en EEUU. Durante los últimos tres años, el país ha producido y comercializado más de 570.000 millones de metros cúbicos de gas natural, superando su récord de producción establecido en 1973. Realmente, sólo una parte de este gas había sido extraído mediante fracking, pero ha sido suficiente.
Primera derivada: bajar el precio del gas ha sido bueno para las eléctricas (que han optado por el gas como su principal combustible) y para sus clientes, ya que un gran parte del sector ha sido ya desregulado.
Segunda derivada: Estados Unidos ha liberado el gas liquificado de grandes productores como Bahrein y Nigeria al mercado global, ya que los precios norteamericanos siguen entre 30-50 por ciento del precio spot al nivel mundial. Esta producción ha bajado los precios globales en el medio plazo. De hecho, EEUU podría pasar a exportar gas americano. Ya se están moviendo los intereses para permitirlo y sobre la mesa espera un proyecto de 13.000 millones de dólares que permitiría fabricar una planta para licuar gas en Texas.
La implicación geopolítica ha sido evidente en la crisis de Ucrania. Occidente ha desafiado los planes de Rusia en el apoyo a la caída del régimen de Yanukovych. A mi entender, Alemania nunca se hubiera atrevido a ir tan lejos en el apoyo a Ucrania, si no fuese por el precio moderado de gas y la perspectiva de más gas Shale en Polonia.
La tercera derivada del gas shale puso en jaque el desarrollo de las renovables (eólica y solar) en los EEUU. Pero la crisis no duró mucho, porque los promotores de las renovables bajaron sus costes todavía más y, ahora, son más competitivos que nunca. De hecho, la combinación más económica podría ser un mix de renovables y gas. Este cambio también ha impactado en la administración de Barack Obama, que ha fijado nuevos objetivos para reducir la producción de CO2 en los Estados Unidos alcanzando un acuerdo histórico con China.
En cuarto lugar, el shale gas ha restado peso al crudo obtenido en las arenas bituminosas de Canadá en el balance energético de EEUU. Estos crudos contribuyen con un 17 por ciento más CO2 que el crudo convencional y se enfrentan a la oposición de los ecologistas y miembros del Partido Democráta. Gracias al Shale gas, el presidente ha podido frenar la construcción del oleoducto Keystone XL, causando problemas diplomáticos con sus vecinos canadienses.
La quinta y última derivada es quizás la más importante: el shale pone la independencia energética de los EEUU al alcance de la mano. Si todos los factores se mantienen, esa independencia puede llegar -según Bloomberg- en unos 20 años. La pregunta más crucial es si esta autonomía podría hacernos cambiar nuestra presencia militar en el planeta, sobre todo, en Oriente Medio y el mundo árabe.
¿Qué pasará, por ejemplo con la Quinta Flota de la Marina estadounidense, que desde Bahrein vigila las rutas marítimas del Golfo Pérsico? ¿Podría Estados Unidos retirarse de esta zona si sus intereses petrolíferos dejan de tener sentido en la zona? ¿Cómo afectaría esta hipotética retirada a su política exterior y al equilibrio global?
De nuevo, como tantas veces en la historia, una innovación tecnológica puede cambiar el mundo.
Mike Rosenberg, profesor del IESE.